Capítulo 15: ... de una forma equivocada.
Sentía que le iba a estallar la cabeza. Nada más volver a Aelthur las noticias le golpearon una detrás de otra. Al entrar a la guarida sintió las miradas esquivas, cargadas de respeto y miedo.
¿Cómo habían sido tan estúpidos? ¿Ninguno de estos inútiles se atrevió a detener esa locura? Los pensamientos de Leona se clavaban como dagas. Tuvo que controlarse, no serviría de nada ser cruel y desatar su rabia contra todos, quizás sólo contra uno.
Leona era una mujer robusta que los años ya le pesaban en los huesos; toda una vida luchando deja huellas. Pero aún no era una anciana, aún podía liderar. En su mirada se leía la resiliencia que había marcado su vida y sus manos eran firmes, determinadas a hacer lo necesario. Su objetivo no era sobrevivir o adaptarse, Leona estaba decidida a extirpar lo podrido del mundo.
Avanzó por la guarida, hasta llegar donde Samael daba órdenes con energía febril. Se detuvo a la espalda de su lugarteniente. Los presentes enmudecieron, como si sus lenguas fuesen a escapar si abrían la boca.
Samael sintió como el ambiente, de repente, le secaba la boca. Se giró sobre sí mismo, para encontrarse de frente con Leona. A pesar de ser más alto se sintió pequeño, pero no permitió que se le notase. Miró a Leona directamente a los ojos, hizo acopio de la saliva que pudo encontrar y se dispuso a hablar. Pero antes de poder decir algo...
La bofetada resonó en la guarida, un sonido seco que frenó la respiración de más de uno. Samael apenas pudo reaccionar y recibió un segundo golpe. Tuvo que hacer un esfuerzo para no perder el equilibrio.
Leona alzó nuevamente la mano, pero contuvo el tercer golpe al ver un hilo de sangre que brotaba del labio de Samael.
— ¿Cómo te has atrevido? —preguntó Leona torciendo la boca y con los ojos muy abiertos—. ¿Y por qué no estás entre los muertos? Era lo mínimo que podrías haber hecho.
Finalmente, dio el tercer bofetón. Samael no se atrevió a apartarse o cubrirse. Cualquier cosa que hiciese solo la haría enfurecer más.
— ¡Contesta! —ordenó Leona—. ¿Por qué diste semejante orden en mi ausencia?
— Aproveché la oportunidad —escupió las palabras mientras apretaba los dientes—. Ya era hora de actuar, teníamos la oportunidad de acabar con Alistar y toda su sucia estirpe.
— ¿Es eso cierto? —preguntó Leona negando ligeramente la cabeza mientras entrecerraba los ojos. Miró a su alrededor para dirigirse a todos los presentes—. Entonces... Que alguien me responda. ¿Ha muerto el rey? ¿Su hijo? ¿Algún consejero? ¿Ha merecido la pena las muertes de nuestros hermanos? ¿Las represalias que sufrirá el pueblo?
Las preguntas de Leona, fueron respondidas no con palabras, si no con silencio y miradas inquietas.
— Dime ahora —dijo Leona, encarándose nuevamente a Samael—. ¿Cuántos de los nuestros han encontrado la muerte por tu delirio? ¿Cuántos han sido capturados y estarán siendo torturados ahora mismo?
Samael fue a responder, pero nuevamente un golpe le interrumpió, esta vez un puño cerrado contra su boca. Se tambaleó mientras se llevaba la mano a su labio, que empezaba a sangrar profusamente. Un par de hombres le sujetaron por los brazos, no para sostenerle si no para apresarlo. Un pie sobre la corva de la rodilla le obligó a ponerse de rodillas.
Leona se giró dándole la espalda a su antiguo lugarteniente.
— Has aprovechado mi ausencia para llevar a la muerte a hermanos y hermanas —sentenció Leona, mientras sacudía la mano, aún vibrando por el impacto del golpe—. Me asegurare que pagues por tu incompetencia. ¡Y en cuanto al resto de vosotros! No podemos perder más tiempo, hay que abandonar esta guarida y todas las de la ciudad. Sacar a los familiares de los caídos de Aelthur. Ocrin no tiene reparo en torturar niños... creedme solo le hemos dado una excusa.
Una anciana con el rostro marcado por la viruela se hizo hueco y se acercó hasta Leona.
— Mi señora —dijo la anciana—. Hay algo que debéis hacer. Los soldados están interrogando a toda la ciudad, buscan a unos niños. He oído sus preguntas, pelo plateado y piel morena, quizás acompañados de uno o más hombres.
— ¿Marthienses? —preguntó Leona entrecerrando los ojos.
— Llegaron en prima —dijo Samael intentando rescatar algo de dignidad—. El embajador de las islas encontró su muerte anoche, iba acompañado de dos críos. Alistar tendrá un problema con Marthia.
La líder se giró y miró estupefacta a Samael, quien le mantenía la mirada mientras le retenían de rodillas en el suelo.
— He de disculparme contigo, Samael —dijo Leona—. Es culpa mía. No quise ver lo estúpido eras, aunque tú te esforzabas en mostrarlo.
Leona se inclinó sobre el oído del hombre que alguna vez tuvo su confianza.
— Sé que tú no has planeado esto solo y eres muy idiota para entender que te han manipulado —le dijo susurrándole al oído—. Pienso encontrar al quién está detrás y le desmembraré. Y también a su títere, es decir... a ti.
Leona se apartó, dejando tras de sí a un Samael con la mirada desencajada.
— Si esos chicos son importantes para el reino —Leona volvió a alzar la voz para que le escucharan todos—. Lo son para nosotros, ¡Alguien ha visto, o sabe algo sobre ellos!
Una mano se alzó, y la multitud dejó paso a un hombre que arrastraba a un chico de pelo castaño que mantenía la cara muy tensionada.
— Le encontramos merodeando —dijo el hombre—. Balbuceaba algo sobre caballos. Por lo visto alguien quemó un establo y liberó a los animales. Él estaba cerca.
Leona notó de inmediato que había algo en aquel joven, distaba mucho de ser un niño. Pero su comportamiento era demasiado esquivo. Leona suavizó su voz en un intento de parecer menos intimidante.
— Tranquilo, todo está bien —le dijo mientras con un gesto ordenaba al hombre que le soltara—. Buscamos a unos chicos, pelo blanco, piel tostada ¿Viste a alguien así?
— Da... Darmon
— ¿Quién?
— Mi... mi... herma...
—Shhh.. tú hermano está bien, le buscaremos —Leona fue a acariciarle la cabeza, pero su instinto le detuvo la mano—. Pero necesito que me contestes. ¿sabes a qué nos referimos?
El joven asintió, clavando la mirada en algún punto en el suelo
— ¿Hacia dónde fueron?
Sin apartar la mirada el chico inclinó la cabeza de forma marcada como si quisiera ir a algún sitio pero su cuerpo se negara.
Leona leyó el gesto y asintió.
— Puerta suroeste. Los marthienses han abandonado la ciudad —Leona comenzó a caminar hacía la salida— ¡Vamos es hora de moverse!
Darius, uno de los hombres de confianza de Leona, fue a su encuentro. La miró con atención esperando sus órdenes.
— Si un caballo de la guardia caga en la calle, quiero saber que tipo de forraje había comido ¿Entendido? Quiero estar informada absolutamente de todo —le dijo a Darius mientras este asentía—. Los ojos y oídos del reino estarán atentos a cualquier cosa, sed cautos.
— Sí señora —contestó Darius.
— ¿El hermano del chico?
Darius negó con la cabeza.
Ciudad de él —Leona le dedicó una última mirada a aquel extraño joven—. Ciudad de todos los que han perdido a alguien en este desastre. Es lo menos que podemos hacer.
Miró a su alrededor, muchos tenían la decepción marcada en el rostro. Samael les había prometido un nuevo amanecer por el que merecía la pena sacrificarse. Les había hecho creer que años de lucha terminarían en una sola noche. Y ahora tendrían que afrontar las consecuencias que no se plantearon. Pero quizás aún se podía sacar algún provecho.
— Avisa al criador de búhos, es hora de enviar mensajes. Movilizaremos a todos los que podamos. Tenemos que encontrar a esos chicos antes que ellos.
— Las Garras no están muy lejos —sugirió Darius.
Leona frunció los labios. Las garras no eran siempre la opción más "delicada". Pero lo mejor sería jugar todas las cartas.
— Avisa a Las Garras —confirmó Leona—. Pero antes, asegúrate de que el primer búho sea para Nova.
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