Capítulo 9 Trueno
Darío
El rostro de Susan se transforma de inmediato. Sus ojos, grandes y abiertos, reflejan una mezcla de incredulidad y dolor. Sus labios se entreabren, pero las palabras no llegan a salir; era como si todo su cuerpo se hubiera quedado sin aliento. Sus mejillas palidecen y una leve sombra de confusión se dibuja en su frente.
Poco a poco, su mirada se desvía hacia el suelo, incapaz de sostener la intensidad del dolor que parece sentir. El brillo húmedo reaparece en sus ojos acompañado de una tristeza profunda, difícil de ocultar.
—Te quiero, Susan. Y por eso necesito que sepas que no puedo seguir en esta relación si no soy sincero contigo. Lo he estado pensando durante mucho tiempo, y hoy, más que nunca, siento que debo ser honesto. Yo... no soy el mismo, no me siento completo en lo que estamos viviendo. Y no quiero que pienses que es culpa tuya. Es solo que... que ya no soy feliz.
—¿Así que todo esto ha sido una mentira?—pregunta con voz rota.
—No. No ha sido una mentira.—niego con la cabeza —No te estoy dejando porque no te quiero. Te dejo porque te respeto. Porque no quiero seguir arrastrándote a algo que ya no puedo ofrecerte. Porque mereces alguien que te haga sentir completa y no soy yo.
—¿No te importa que sea mi cumpleaños? ¿Por qué? —pregunta con dolor.
Susan aparta el helado con un movimiento brusco, empujando el recipiente hacia un lado con el brazo, como si ese pequeño gesto pudiera alejar la fría realidad que la rodea. Sus ojos arden con rabia contenida. Sin perder un segundo, se inclina sobre la mesa, acercándose a mi hasta que nuestros rostros quedan casi frente con frente.
Con una expresión feroz, sus ojos no se apartan de los mios ni un instante. Su respiración se hace más profunda, más pesada, mientras su mandíbula se tensa, buscando palabras que no llegan. Sus manos tiemblan levemente contra la superficie de la mesa pero no de miedo, sino de furia.
Siento que el peso de la pregunta me aplasta.
—Claro que me importa que sea tu cumpleaños. Pero... ser honesto contigo ahora es lo único que puedo hacer por ti. Quiero que tengas lo mejor, y yo no soy lo mejor para ti.
—Gracias por ser honesto... aunque no lo entiendo...
El estruendo de un trueno cercano hace reaccionar a los clientes de la heladería, a todos menos a nosotros que seguimos mirándonos fijamente cuando observo que una lágrima se desliza sobre su mejilla.
Trago saliva, sintiendo que el nudo en mi garganta se agranda.
—Susan,lo que teníamos, lo que compartimos...fue real. Y siempre lo será. Pero ahora estoy aquí, lastimándote, cuando lo único que quiero es serte fiel a ti y a lo que realmente siento.
Con un suspiro, me levanto, sabiendo que no puedo quedarme más tiempo.
—Lo siento mucho, Susan. De verdad lo siento.
Siento un dolor punzante, como si me arrancaran algo del pecho. Quiero abrazarla, consolarla, decirle que todo estaría bien, que quizás podría volver a ser como antes, pero se que no puedo mentirle más.
—Es que... no sé cómo... cómo entender todo esto. Porque todavía te quiero, Darío. Y me duele que me dejes pero me duele más que no hayas sido capaz de decirme antes lo que sentías. No sé qué hacer con todo esto.
—Yo también te quiero, Susan. Lo hice... lo hice siempre, pero a veces, el amor no es suficiente.
—Mis lágrimas comienzan a deslizarse por mi rostro, sin que pueda detenerlas. —Lo siento. Lo siento mucho, Susan. Nunca fue mi intención... jamás pensé que te haría tanto daño.
Susan me mira fijamente, sus ojos llenos de dolor, pero también de comprensión, como si ya hubiera entendido que no había vuelta atrás.
—A veces las cosas no son lo que parecen, Darío. Y hoy, por alguna razón, todo me parece un sueño que se desvanece. Pero entiendo que esto es lo que tú necesitas, y por eso te dejo ir. ¿Es irónico,no? Hoy, el día de mi cumpleaños, cuando pensaba que solo iba a celebrar, cuando pensaba que todo iba a ser normal... Me estás dejando.
Susan suelta una risa amarga mientras su cuerpo tiembla ligeramente.
Me levanto lentamente, las lágrimas cayendo sin control.
—Te deseo lo mejor, Susan.—Digo con un hilo de voz.
Me dirijo hacia la puerta cuando la oigo responderme.
—Yo también, Darío. Yo también. Por cierto, si querías ser honesto conmigo hoy, deberías serlo del todo, ¿me estás dejando... por Aless? —preguntó, su voz rota por la incredulidad, como si no pudiera creer lo que acababa de decir.
Parpadeo varias veces mientras sujeto la puerta de la heladería viendo como la lluvia cae sin descanso en el exterior.
Cierro los ojos con fuerza como si las palabras fueran demasiado pesadas para soportarlas.
—¿Es verdad?—insiste Susan con apenas un susurro cargado de dolor .
Un suspiro escapa de mis labios, profundo y cargado de culpa, y sin girarme hacia ella, asiento lentamente, casi imperceptiblemente.
No hubo palabras, solo el eco del gesto, un asentimiento que resonó más fuerte que cualquier trueno.
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