Capítulo 25 Calor
Aless
Avanzo por el pasillo hacia la habitación de Darío, a la derecha está la puerta cerrada de la que era la habitación de sus padres.
La habitación de Darío mantiene su estilo, es un claro reflejo de su personalidad. Al entrar, lo primero que llama la atención es la pared opuesta a la puerta, cubierta de posters de sus videojuegos favoritos.
Las luces LED de colores suaves iluminan el espacio,en el centro de la habitación, una amplia mesa de escritorio con su ordenador gaming, con un teclado iluminado. A su alrededor, hay varios monitores que muestran diferentes juegos y, una ventana de chat con amigos. La silla está desgastada por las largas horas de juego.
Sin embargo, lo que realmente destaca son las fotos que cuelgan de la corchera, imágenes de sus padres en momentos felices, sonriendo, en vacaciones familiares, y fotos nuestras, una conmigo en el campamento y varias de grupo con Anna y Enzo.
Me acuerdo perfectamente del momento en que nos hicieron la foto en el campamento, me estaba diciendo al oído lo increíble que era mientras jugábamos al teléfono roto, me acuerdo de que me entró la risa y el mensaje que di a Anna no tenía nada que ver con el original, todos nos miraron y nos morimos de risa.
Abro la ventana intentando conseguir algo de aire fresco, hace mucho calor en las noches de verano de Verona, pero lo único que logro es que se cuele el ruido del tráfico, da igual, me quito la ropa y me visto con una camiseta de publicidad de la tienda que me ha dejado encima de la cama.
Me dejo caer sobre la cama a oscuras y cierro los ojos, cientos de recuerdos se agolpan en mi cabeza a toda velocidad, como si fueras putas diapositivas, abro los ojos de golpe, respiro y lo vuelvo a intentar. Imposible, soy capaz de escuchar mis propios latidos.
Me recuesto de lado y lo único que consigo es empeorar las cosas, el olor a su perfume en la almohada solo sirve para lo contrario. Creo que hoy la noche será muy larga.
Cuando me quiero dar cuenta son las 2 de la madrugada y aún estoy viendo stories como un autómata. De la nada aparece un "1" en el avión de papel de la esquina, ¿mensaje directo? ¿Quién coño me manda un mensaje a estas horas?
Lo primero que se me viene a la cabeza es que sea el imbecil de Leo, paso. Bloqueo el teléfono y lo poso en la mesita.
Me cruzo de brazos mirando al techo. El zumbido de mis oídos no me deja sacar ese puto pensamiento de la cabeza. Está bien, está bien...entendido. ¡Acabemos con esto!
Cojo el móvil de nuevo y entro en los mensajes, ¡Joder!
Darío
"¿Qué haces despierta aún? ¿Necesitas que te cuenten un cuento?"
Se me escurre el teléfono entre los dedos y cae con un golpe seco en el suelo.
¡Mierda!
— ¿Aless? —Oigo su voz lejana.
— ¡Estoy bien! Solo ha sido el teléfono.
Me agacho como puedo a recogerlo y me voy incorporando poco a poco. ¡Oh, sorpresa! Aquí está.
A medida que levanto la mirada mis ojos se detienen en sus pies descalzos, el pantalón de chandal gris y los brazos cruzados sobre el torso desnudo, ¡Vaya!, parece que no soy la única que está pasando calor esta noche.
Socorro, esa mirada no.
—¿Todo bien? —pregunta con voz ronca y la cabeza inclinada ligeramente.
—Si, claro, por su puesto. Todo "ok"—le hago el gesto "ok" con la mano mientras noto como doy saltitos inquietos sobre la cama.
—¿Puedo hablar contigo? —Me quedo paralizada, mirándole con los ojos bien abiertos mientras él me da un toquecito suave en la nariz.
—Claro, siéntate, estás en tu casa. —Balbuceo.
La luz de los faros de los coches se refleja en las cortinas, el ruido del tráfico ahora mismo me salva de un silencio bastante incómodo.
Se sienta junto a mí y apoya la espalda contra la pared echando la cabeza hacia detrás.
—Necesito saber qué pasó con Leo.
Doy un salto hacia atrás y como él, apoyo la espalda en la pared y cubro mis piernas con la camiseta. No sé qué responder, no encuentro las palabras exactas para explicar la realidad de lo que sucedió.
—¿Todo bien? —pregunta con voz somnolienta.
Tomo aire, sintiendo cómo las palabras luchan por salir.
Echo la cabeza hacia atrás hasta pegarla a la pared como él.
—No era lo que yo quería.
Darío gira la cabeza y me mira, yo le correspondo con una ligera sonrisa.
—¿No te gustaba?
Dirijo de nuevo la mirada el frente y niego con la cabeza.
—Es más complicado que eso. Me atraía, es innegable, pero nada más.
—¿No le has querido?
—Nunca. —mi voz empieza a temblar y noto como las lágrimas amenazan con salir.
—¿Y...él entendió que no quisieras continuar con lo que teníais?
—Creo que sí, perfectamente.
—Ajá.
Los dos suspiramos.
Me acuerdo de Anna, de lo que hablamos, de dejar de esconderme, de dejar de negar lo que siento y entonces no sé cómo, pero comienzo a hablar.
—Darío, Leo estaba con otra chica cuando estaba conmigo, yo no lo sabía, pero ese no fue el motivo por el que dejamos de vernos, no le puedo culpar de nada, claro que creo que Leo es un imbecil de manual, pero yo también lo he usado, lo he usado para seguir negándote, para seguir pensando que ser solo amigos era lo correcto, para intentar sacar de mi cabeza tu imagen, aunque fuera por cinco putos minutos, pero no he podido, y aquí estoy, buscando estar contigo día y noche, soy patética.
Darío se pasa una mano por el cabello, como si tratara de despejar sus pensamientos. Puedo sentir su calor y el latido acelerado de su corazón. Le miro a los ojos, y en ese instante, todo lo que he dicho y sentido se condensa en un silencio cargado de significado. No necesitamos palabras, ya no.
Darío me acaricia con delicadeza la mejilla mientras retira una lágrima que se desliza por mi rostro, siento cómo su respiración se entrelazaba con la mía, ambos sonreímos, me muerdo el labio inferior y él me toma la cara entre sus manos, su mirada intensa fija en la mía.
El mundo a nuestro alrededor se desvanece mientras se pega aún más a mí, y en un instante que parece eterno, sus labios encuentran los míos. El beso es suave al principio, pero pronto se vuelve más apasionado, como si cada uno de nosotros estuviera tratando de transmitir todo lo que sentimos en ese momento.
Cierro los ojos, dejándome llevar por la emoción que había estado reprimida durante tanto tiempo, las lágrimas parecen quemarme en las mejillas.
Cuando finalmente nos separamos, ambos quedamos mirándonos a los ojos, sorprendidos por lo que acababa de suceder. La confusión está presente pero también hay una chispa de algo nuevo que me encanta.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunto con una mezcla de incredulidad y alegría.
—No lo sé —responde Darío con una sonrisa tímida—. Pero no me arrepiento.
Siento una risa nerviosa burbujear en mi interior. Es un momento inesperado, pero liberador. ¡Al fin!
—Quizás deberíamos hablar sobre esto —sugiero suavemente.
—Sí, —asiente— pero no ahora. Disfrutemos este momento.
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