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Capítulo 17 El regreso

                                                                           Aless

Cuando finalmente llega el día de la salida de Darío del hospital, todo parece un suspiro de alivio después del susto.
He ido con Marco a recogerle al hospital, y tanto la ida como la vuelta han estado marcadas por el mismo absoluto silencio.

Cuando finalmente llegamos al portal de Darío, Marco nos da un rápido vistazo antes de decir que se encargará él solo de la tienda estos días. Le dice a Darío que no se preocupe por nada, y aunque su tono es firme, sé que en el fondo su preocupación por su hijo está en cada palabra que dice, en cada gesto que hace. Nos despedimos de Marco con un gesto rápido con la mano y se marcha.

—¿Escaleras o ascensor? —mascullo conteniendo la risa.

—¿Me estás retando? —dice Darío con una mano apoyada en el botón del ascensor mientras se pasa la otra mano por el pelo varias veces.

—¿Retarte yo? Jamás. Sólo intentaba sacarte una sonrisa. —digo subiendo las escaleras.

—En condiciones normales podría subir por las escaleras contigo en brazos y sin despeinarme, pero hoy me parece un logro mantenerme en pie.

Llega el ascensor y él es el primero en subirse, veo como aprieta el número del piso con media sonrisa mientras yo bajo corriendo las escaleras.

Llego justo a tiempo para forzar la puerta a abrirse y colarme.

—¡Capullo!

Darío se ríe sin desviar la mirada hacia mi, haciéndose el interesante. Al menos he conseguido que se ría.

Cuando entramos en el apartamento, Darío avanza directo al salón mientras yo cierro la puerta tras de mí. El hospital ya es historia. Se acabaron los médicos, las luces frías y el maldito pitido de las máquinas. Ahora estamos aquí, en casa. Solo nosotros dos.

—Vaya, para haber estado medio muerto, te ves sorprendentemente decente —suelto, dejando las llaves en la cajita de la entrada mientras me miro en el espejo y me recojo el pelo en un moño desastroso.

Darío suelta una risa breve y cansada antes de desplomarse en el sofá.

—No sé si tomarlo como un cumplido o asumir que solo estás intentando ser amable.

—Nah, es un cumplido. Más o menos. —Me dejo caer a su lado y le doy un pequeño empujón con el hombro—. Lo importante es que ya has escapado de ese hospital de película de terror.

Él no responde enseguida. Se recuesta en el respaldo y se queda mirando al techo.

—Es raro estar en casa después de todo —murmura al final—. Como si todo siguiera igual, pero al mismo tiempo... no lo está. Es como si tuviera que aprender a estar bien otra vez.

Mi pecho se encoge un poco porque, joder, sé que no es fácil para él. Sé que todo esto lo ha sacudido más de lo que quiere admitir.

—No tienes que aprender a estar bien, Darío. Solo tienes que... estar. Y poco a poco, todo se recoloca.

Él gira la cabeza hacia mí y me mira de esa forma que me desarma por completo. Como si intentara averiguar si de verdad creo en lo que digo.

—Mierda, suenas como un libro de autoayuda.

Pongo los ojos en blanco y le doy un codazo suave en las costillas.

—¡Cállate! Y...de nada por la charla motivacional gratis.

Él suelta una risa baja. Y, aunque sigue agotado y sigue teniendo ojeras, por un segundo veo en sus ojos algo que no veía desde hace tiempo. Algo que me dice que va a estar bien.

Darío sigue mirando el techo, pero su expresión cambia. Su mandíbula se tensa y sus dedos tamborilean sobre su muslo. Sé que está pensando en algo, y sé que no es nada bueno.

—No quiero que me vuelva a pasar —murmura de repente, tan bajo que casi no lo escucho.

Me quedo en silencio, dándole espacio para que siga, porque sé que hay más.

—El descontrol, la sensación de que todo se me escapa de las manos... Joder, Aless, no quiero volver a estar en ese punto. No quiero... ser esa versión de mí otra vez.

Sus palabras me golpean como un puñetazo en el estómago. No porque me sorprendan, sino porque puedo sentir su miedo en cada sílaba.

Me muevo sin pensarlo demasiado y le tomo la mano.

—No estás solo en esto, Darío. No voy a dejar que te hundas otra vez.

Él baja la mirada hasta nuestras manos entrelazadas, como si estuviera procesando mis palabras.

—¿Y si sí? ¿Y si un día te cansas de esto? —Su voz es tan baja que apenas es un susurro.

Aprieto su mano un poco más fuerte.

—¿Y si un día me convierto en astronauta y me voy a vivir a Marte? —respondo, arqueando una ceja.

Él frunce el ceño, claramente confundido.

—¿Qué?

—Que no puedes vivir con miedo a los "y si". Si un día pasa algo, pues lo enfrentaremos juntos. Pero hoy estoy aquí. Y mañana también.

Darío suelta un suspiro y deja caer la cabeza contra el respaldo del sofá, cerrando los ojos un segundo.

—Eres demasiado intensa, ¿lo sabías?

—Dilo como si fuera algo malo.

Él entreabre un ojo y me mira con diversión, pero el cansancio sigue ahí.

—Va, deja de comerte la cabeza. Mejor vemos una peli —suelto, levantándome de golpe y buscando el mando de la tele.

—¿Qué peli?

—Nada denso, que tu cerebro ya ha trabajado suficiente por hoy. Algo ligero. Comedia. O dibujos animados.

—¿En serio quieres ver dibujos?

—¿Acaso tienes una idea mejor?

Se lo piensa un segundo antes de encogerse de hombros.

—Vale, pero yo elijo.

—Sueñas.

—Alessia, si algo me ha quedado claro es que siempre terminas haciendo lo que te da la gana.

—Al menos eso lo tienes claro.

—No es lo único que tengo claro...

Él sonríe de lado y me mira con un brillo desafiante en los ojos.

Me congelo. O sea, mi cerebro escucha las palabras, las procesa y luego decide hacer corto circuito. Porque ¿qué?

Le miro de reojo, intentando descifrar si lo ha dicho en serio o si mi mente, que ya sabemos que es experta en imaginarse cosas, ha decidido jugarme una mala pasada. Pero Darío sigue ahí, tranquilo, con esa media sonrisa suya y los ojos puestos en la pantalla del televisor, como si no acabara de soltar una bomba.

No. No lo ha dicho en ese sentido. Me lo estoy imaginando. Seguro.

Carraspeo, sacudiéndome la sensación rara del pecho, y me apresuro a encender la tele, agarrándome a la excusa de la película como si fuera un salvavidas.

— Lo dicho, elijo yo porque si te dejo a ti, acabamos viendo algún thriller psicológico deprimente y hoy no estamos para eso.

Él suelta una risa baja, como si no acabara de desestabilizarme completamente.

—Como quieras, dictadora.

—Exacto.

Deslizo por el catálogo de películas, concentrándome únicamente en la pantalla, fingiendo que no me ha afectado su comentario. Que no siento los latidos de mi corazón resonando en mis oídos. Que no estoy completamente ida pensando en qué demonios quiso decir con eso.

Pero, sobre todo, fingiendo que no me importa.

—¿Que tal si vemos... El Rey León?

—¿Bromeas? ¿No recuerdas la escena de Mufasa? —me lanza un cojín que esquivo sin mirar, tengo buenos reflejos.

—No sé de qué escena me hablas —disimulo buscando en el armario algo de comida chatarra, rebusco entre paquetes medio abiertos de galletas, una bolsa arrugada de patatas fritas y un bote de Nutella que claramente alguien ha estado atacando a cucharadas. Entonces, al fondo, casi escondidas detrás de una bolsa de frutos secos olvidada, las veo: bolitas de queso.

Sonrío para mí misma mientras las saco de su escondite como si acabara de descubrir un tesoro. Agito la bolsa con orgullo y me giro hacia Darío.

—¡Bingo! —exclamo—. Bolitas de queso, mi única y verdadera debilidad.

—Pensé que tu debilidad era yo.

Pongo los ojos en blanco, arrancando el paquete con los dientes.

—No empieces, Darío. Nadie le gana a las bolitas de queso.

¿En serio este juego otra vez? Contengo la respiración en un intento de desaparecer de m faz de la tierra y sonrío como si me importara una mierda lo que acaba de decir, levanto la vista con mi mejor cara de indiferencia y le ofrezco.

—¿Vas a querer o vas a seguir diciendo tonterías?

Darío se mueve rápido, y antes de que pueda reaccionar, me quita la bolsa de las manos con una agilidad que ni yo esperaba de él.

—Ey, ¡devuélvemelas! —protesto, tratando de alcanzarla, pero él la sostiene por encima de su cabeza, alejándola de mi alcance.

—No tan rápido. Primero, ¿me vas a escuchar o vas a seguir con el drama de las bolitas?

—¡Devuélvemelas! —repito.

—¡Escúchame un segundo, por favor!

Su voz es cortante, me quedo paralizada y desisto en mi lucha por las bolitas de queso.

—Antes de que pongas nada,—continúa—hay algo que necesito soltar porque no me lo saco de la cabeza.
Desde que salí del hospital, he estado dándole vueltas a todo. A lo que pasó. A cómo terminé así. Y, sobre todo... a cómo te fallé.

Mis dedos se tensan alrededor del mando.

—¿De qué hablas? ¿Fallarme? —frunzo el ceño, dejando el control a un lado—. Darío, tú no me has fallado en nada.

Él deja escapar una risa seca, sin humor, y se frota la cara con las manos.

—Claro que sí. Me perdí. La cagué. Me encerré en mi mierda y ni siquiera fui capaz de pedir ayuda.

Duele escucharle hablar así. Me acerco y sin pensarlo le pongo una mano en el pecho, sintiendo el latido acelerado bajo mis dedos.

—Escúchame bien, porque no pienso repetirlo —le digo, mirándole directo a los ojos—. Nadie es perfecto. Nadie. Y eso no significa que hayas decepcionado a nadie. Ni a mí, ni a nadie que te quiera. Has cometido errores, sí. ¿Y qué? Todos lo hacemos. Pero aquí estás. Sigues aquí. Y eso es lo que de verdad importa.

Él cierra los ojos un momento, respirando hondo.

—A veces no estoy tan seguro de eso.

—Pues yo sí —respondo sin dudar—. Y te conozco bien, Darío. Sé quién eres y lo que vales, así que deja de cuestionártelo. Ha sido un tropiezo, nada más. Poco a poco todo va a mejorar, ¿me oyes? Y sé que lo vas a intentar.

Darío me mira de una manera tan especial que tengo la sensación de que lo que acabo de decirle ha llegado a donde tenía que llegar o al menos eso espero.

—Será duro —murmura—. Pero lo intentaré. Por ti, por mí... por todos.

Sonrío, apretando un poco más mi mano sobre su pecho antes de retirarla.

—Esa es la actitud. Ahora pon la película antes de que me ponga cursi otra vez.

Le lanzo con el mando dándole la oportunidad de poner la película que le dé la gana porque sinceramente, ahora mismo, es lo que menos me importa.

—Por cierto, no te preguntaré por lo que hiciste en la playa después de irme—dice mirándome de reojo mientras saca un puñado de bolitas de queso de la bolsa y las lanza una a una para atraparlas con la boca.

—Y yo no te preguntaré por Susan.—Sentencio robándole una bolita e imitando su lanzamiento mientras él sube el volumen y la peli comienza.

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