Capítulo 15 Oscuridad
Aless
Son las cinco de la mañana cuando me levanto sigilosa en medio de la noche.
Me visto lo más rápido que puedo y con pasos cuidadosos, me deslizo fuera de la habitación.
Camino descalza por el oscuro pasillo de madera. Lo hago con suavidad para evitar que cualquier crujido traicione mi escapada.
A lo lejos, escucho una risita de alguien más en la planta baja, pero no me detengo. Enzo aún está dormido, y mi salida pasará desapercibida. O eso espero.
No miro atrás. Cruzo el jardín corriendo y salgo de la casa.
Ya en la calle, me pongo las sandalias y comienzo a andar deprisa con las manos instintivamente en los bolsillos de la cazadora como si estuviera buscando protección.
Cuando llego a la playa, noto el silencio que reemplaza a la música y a los gritos de la fiesta.
Las hogueras, que horas antes habían iluminado la noche con sus llamas anaranjadas, ahora apenas son montones de cenizas apagadas. Solo queda el sonido suave de las olas rompiendo en la orilla. La atmósfera es diferente, es tranquila, casi mágica.
Llego al punto en el que hemos quedado, una zona rocosa al final de la playa iluminada por la luz de un faro, a este sitio se lo conoce como la Roca Blanca.
Ahí está Leo tocando la guitarra.
Me quedo de pie y articulo un tímido "Hola".
Leo deja de tocar un momento, mirando la guitarra con una sonrisa tímida. Sonrío levemente, un poco avergonzada y le miro.
—Te advierto que no soy guitarrista... —dice frotándose la nuca incómodo —.Soy percusionista, ¿sabes? Lo mío es la batería.
Le observo unos segundos, cautivada por la forma en que lo dice.
—¿No me digas? No tenía ni idea.
Leo deja de tocar y me mira. Nos quedamos en silencio unos segundos, pero a mí me han parecido horas.
—Siempre estoy detrás de la batería, creando el ritmo, el fondo, pero hoy, me apetecía probar algo distinto. Tampoco me puedo traer la batería a la playa para sorprenderte.
Me descalzo y me siento con las piernas cruzadas mientras lo miro.
El sonido de mi risa nerviosa todavía flota en el aire cuando Leo, aún sonriendo, deja la guitarra a un lado y se sienta a mi lado.
La luz intermitente del faro ilumina nuestros caras de manera irregular.
—No lo sé exactamente.
Nos miramos y cruzamos una sonrisa sincera, ahora me parece aún más guapo, apenas aprecio sus ojos por la falta de luz, pero si la intensidad de su mirada y su silueta , su nariz recta y sus labios carnosos, el pelo lo tiene recogido en un moño despeinado al igual que en el concierto, lleva una camiseta amplia que deja ver el tatuaje de su cuello y un pantalón vaquero con varios rotos.
—Es curioso —añado un poco pensativa—, creía que necesitábamos hablar para conectar, pero a veces, solo necesitas estar en el mismo lugar, sentir lo mismo, sin hacer nada más.
—Exactamente. —Hace una pausa, mirando las olas romper en la orilla. —Quizás lo único que necesitábamos era estar presentes. Y el momento es hoy y es ahora, aquí estamos.—nuestras miradas se encuentran.
—La verdad, no estoy muy acostumbrada a las citas, ¿sabes? Siempre me siento como si tuviera que seguir un guion.—comento mientras estiro las piernas y me recuesto hacia atrás apoyándome sobre los codos. Él como si fuera un acto reflejo hace lo mismo y quedamos tumbados hombro con hombro frente al mar.
—¿Un guion? No me gustan los guiones, la verdad, creo que lo más natural es cuando la gente deja de intentar impresionar y simplemente... es.—Hace una pausa, mirándome de reojo.
—¿Tú qué opinas?
—Totalmente de acuerdo.
—Creo que esta cita va a ser más fácil que lo que pensaba —Noto como su pie descalzo busca el mío —.A veces la clave es no pensar demasiado, como cuando toco la batería. No pienso en cada golpe, dejo que el ritmo me guíe.
—Eso suena bastante bien. Yo, por lo general, soy más de pensar demasiado, de analizar todo... y luego terminar no haciendo nada.—esbozo una carcajada nerviosa y lo observo mientras rompe a reír inclinando la cabeza hacia detrás.
El sonido de las olas se mezcla con la suave risa entre nosotros, la conversación fluye sin prisa. He hecho bien en dar el paso, necesito olvidarme de... bueno de esa idea tonta de mi cabeza.
Leo se levanta y abre una bolsa detrás de él. Saca una baqueta. El sonido de la madera de la baqueta al golpear la arena es casi imperceptible.
—Te la debo —dice entregándomela —.Y ahora creo que no hay mejor manera de acabar la noche que con un baño antes de que amanezca —.Sugiere.
Asiento sin pensarlo. Hay algo en él que me impulsa a seguirlo, a dejarme llevar. Nos quitamos la ropa sin prisa hasta quedarnos en ropa interior. Es como si el mundo que conocemos no existiera más allá de este momento. El agua está congelada. Me abrazo a mis misma tiritando.
Nos adentramos más, cada ola que nos golpea provoca una risa. Entre ahogadillas y salpicaduras, el amanecer ya roza el horizonte, y la luz crea reflejos plateados en el agua. Entonces sucede.
Me agarra por la cintura y nos quedamos frente a frente, las gotas de agua se deslizan sobre nosotros. Le rodeo el cuello con las manos temblorosas.
—¿Y bien?
—Me ha encantado verte.—digo sin dejar de mirarlo.
De repente encuentro sus labios pegados a los míos, el beso es cauteloso, como si estuviera pidiendo permiso, es entonces cuando abro la boca y dejo que todo fluya y simplemente ser.
Cuando recogemos la ropa de la orilla, ya ha amanecido. Saco el móvil del bolsillo de la cazadora y veo decenas de llamadas perdidas de Susan, Enzo y Anna. Sin pensarlo dos veces devuelvo la llamada al último nombre que me aparece en la pantalla.
—¡Ya era hora! —responde Susan al otro lado sollozando.
—¿Que sucede?
—Darío.
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