Volver al... pasado.
¡Buenas! No es de madrugada, ¿vieron? Pensé en variar un poco, ya saben para mantener el efecto sorpresa xDD Espero disfruten el cap. como siempre les digo, gracias por tomarse el tiempo de leer.
Capítulo XIX:
Volver al... pasado.
¿Ven a esa morena intentando mantenerse erguida frente a esa puerta? ¿Ven cómo luce algo indecisa? ¿Ven cómo tiene segundos pensamientos sobre tomar la iniciativa?
Bueno, esa morena era yo diez minutos después de levantar mi trasero del sofá y dirigirme a la casa de junto. Todo comenzó aquella mañana de miércoles (el día, no la emoción), cuando repentinamente observé la hora y fui consciente de que había pasado el mediodía y Cameron no había aparecido para obligarme a comer. Curioso, ¿no? Intenté decirme que no había motivos para esperar a que apareciera, o sea… que él me hubiese acostumbrado a su presencia forzosa, no significaba que era un patrón definido. Podía no presentarse un día, podía hacer lo que yo e ignorarme. Es decir, ¿por qué no? Sería lo esperado, después de que en incontables ocasiones le dije que no lo quería cerca.
De acuerdo, entre ustedes y yo, mentí.
Yo lo alejaba y él regresaba, yo lo alejaba y él regresaba. ¡Ese era el modus operandi! ¿Por qué demonios no podía seguir las reglas? Tras discutirlo en profundidad con Arthur, decidimos que quizá fuimos un tanto duros con él durante la llamada telefónica del día anterior. Sí, sí, fuimos. Yo no pienso echarme la culpa por completo. Arthur pensaba que cabía la posibilidad de que él se hubiese molestado realmente con nosotros.
Así que ahí estaba, coaccionada por mi amigo imaginario que ya tenía cierto apego emocional hacia Cameron.
Di unos tímidos golpecitos en la puerta, esperando ser y no ser escuchada. Esto de tomar la iniciativa en verdad se me daba mal. Echando un suspiro entre dientes, me obligué a darle unos segundos antes de regresar a mi cueva e informarle a Arthur que la misión había fallado. Pero con mi suerte, por supuesto que esto no ocurrió.
La puerta se abrió y literalmente me quedé pasmada. ¡Santa patrona de los bomberos, Batman! ¿Quién abre la puerta de su casa vistiendo sólo pantalones deportivos? ¿Quién?
—¿Marín? —Juro que hice el esfuerzo de apartar mis ojos de su cuerpo, pero es que… ¡él estaba brillando! Es decir, no brillando al estilo vampiro de crepúsculo, sino más bien como un bailarín exótico.
¿Era eso sudor? ¿O se había echado un galón de vaselina en el cuerpo?
—Hm… —Pasé saliva, recordando que ésta no era yo a los quince años y que definitivamente no estaba resguardada por la pared de mi baño para mirarlo con libertad. Aunque fue difícil desterrar la imagen sin más—. Hola… —musité, subiendo la mirada hasta sus ojos al cabo de otro segundo de degustación visual.
Uh oh… mala idea. Él lucía molesto, al parecer no todos estábamos disfrutando de ese encuentro de miércoles (en este caso, sí sería la emoción).
—¿Qué quieres?
Sí, en efecto no estaba de humor. Pero para poner las cartas sobre la mesa, no había un verdadero motivo para que lo estuviese. Es decir, yo no había hecho nada malo… ¿verdad? Al menos nada de lo que él estuviese enterado. Además nosotros no éramos nada, a lo sumo y con mucho tacto en la palabra, éramos amigos.
—¿La paz del mundo y una pierna funcional?—respondí encogiéndome de hombros, eso sólo logró que frunciera el ceño—. Pero claro, no estoy aquí para discutir sobre lo que quiero.
—Entonces por qué estás aquí.
Pensaba que las cosas habían quedado tirantes tras la llamada, aún teniendo en cuenta mi esfuerzo por mantenerme en calma frente a su no muy bien fundamentado reclamo. Viéndolo mejor, tal vez a Cameron no le gustaba que le colgasen en medio de una discusión/disculpa.
—¿Necesito una razón?—pregunté con inocencia, dispuesta a seguir el consejo de Arthur y no dejarme tentar por la tentación de insultarlo—. Digo, tú entras en mi casa todo el tiempo y sin razones.
Eso no había sonado provocador, ¿cierto?
—Es porque no cierras la puerta.
—Es porque te la dejo abierta.
Cameron entornó los ojos como si estuviese analizando mis palabras con detenimiento, y tras un segundo de silencio, se apartó cediéndome el paso. ¡Mierda! Arthur estaría insoportable cuando supiera que su técnica funcionaba.
Se supone que esta es la parte en donde les describo la casa, ¿verdad? Pues es una casa, no sé qué tanto pueda decirles de ella. Techo, piso, paredes, puertas… lo usual. Y era una casa de hombre soltero, así que el mobiliario era oscuro, escaso y práctico.
—¿Quieres beber algo? —preguntó él, deteniéndose en el camino que guiaba a la cocina.
Sacudí la cabeza en una negación, dando cuatro pasos tímidos hacia el interior. Es decir; pie derecho, pie izquierdo, Cameron y Marc. Aunque no específicamente en ese orden.
—No, gracias… —Eché una mirada a la sala, donde pude visualizar el mismo sofá que recordaba de las tardes en que Grace y yo hacíamos sesiones de chicas—. ¿Qué hacías?
—Estaba terminando mi rutina. —Cameron se detuvo a mis espaldas, señalando el equipo y banco de pesas que ahora ocupaba el lugar de la mesa de café.
—Oh… pues no te detengas por mí.
—Puedo terminar luego.
Me volteé, encontrándome su muy sudado torso ante mis ojos. Madre… ¿hacía más calor de repente?
—No… adelante. —Barrí el aire con mi mano, evocando una tranquilidad que no estaba sintiendo—. Termina, yo voy a sentarme allí.
Para no hacer algo estúpido como pasar un dedo sobre su pecho, me di media vuelta y me dejé caer en el sofá. Cameron se demoró un segundo antes de seguirme, pero él pasó de largo hasta donde estaba su equipo y se colocó en posición de… ¿lagartija? A saber cómo diablos se le dice a la postura para hacer lagartijas sin que sonara como un animal asoleándose en una roca.
Aparté cualquier pensamiento sobre animales o posiciones, cuando él comenzó. No hubo necesidad de que dijera nada, la imagen era perfecta por donde se la mirase y la magia simplemente ocurrió. Los músculos de su espalda tensos, las venas marcándose en sus antebrazos, sus bíceps contrayéndose tras cada empuje y el pequeño jadeo que dejaba ir cada vez que subía de repente.
«Oh, sí, nene no te detengas»
Puede que estuviese disfrutando demasiado de esto, pero deben saber que cuando Audrey mencionó lo de espiarlo mientras se ejercitaba, no estaba mintiendo. De regreso en aquellos tiempos, mirar a Cameron a través de la ventana del baño era la cosa más normal que había en mi vida. No que pensara que espiar a la gente sea algo normal, ¡claro que no! Eso está cercano al acoso por Dios del cielo. Pero entre toda la mierda que me agobiaba entonces, los momentos en que él comenzaba su rutina y yo mi eterna “ducha”, casi y podía sentirme como una chica corriente. Una chica que tenía una natural fijación por su vecino, alguien que podía fantasear y dejar a su mente correr por derroteros románticos. En aquel baño, en aquella hora, sólo eso se sentía real y correcto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que sentí algo así. Desde la última vez que me sentí corriente.
—¿Puedes hacer con una mano? —Si íbamos a hacerlo, lo haríamos bien ¿no?
Cameron se detuvo a medio camino del suelo, volteando su rostro en mi dirección. Un gesto retador iluminó sus facciones y sin molestarse en responder, colocó su mano derecha sobre su espalda y comenzó a empujarse sólo con la izquierda. El movimiento parecía no costarle nada; siempre había estado en forma pero esto era más que estar en forma, este era el cuerpo de un bombero de calendario. Y eso que siempre creí que aquellos eran modelos contratados para acrecentar las ventas.
Estaba iniciando mi quinto o sexto recorrido por su espalda, cuando él soltó un suspiro y se posicionó sobre sus rodillas. Apartándose el cabello del rostro, volvió a mirarme.
—¿Terminaste?
—No lo sé —respondió con la leve insinuación de una sonrisa—. ¿Tú terminaste?
—No, pero casi llegaba allí.
Él soltó una carcajada, estirándose para rescatar una botella de agua abandonada junto a las pesas.
—¿Se supone que eso tiene una connotación sexual? —inquirió, justo antes de ocupar su boca con la botella.
Mejor así, prefería no tener que responder esa pregunta. Porque ni yo estaba segura de dónde había salido esa honestidad condenatoria.
—Jamás he podido hacer ni media lagartija.
—Es porque eres una debilucha.
—Púdrete, no soy una debilucha.
—Blue, esta pesa. —Alzó un disco que estaba junto a su pierna—. Es más pesada que tú.
—Tonterías… —A lo sumo el disco era de quince kilos—. Apuesto a que no puedes hacer veinte lagartijas con cuatro de esos discos en tu espalda.
Él miró los discos como si estuviese haciendo la suma en su cabeza y luego se giró hacia mí con una indolente sonrisita.
—Puedo hacer treinta, contigo sentada en mi espalda.
Fruncí el ceño por la dirección que estaba tomando esto. Realmente no me molestaría demostrar que no sería capaz, pero eso implicaría sentarme en su espalda. Después de todo lo que había y no había ocurrido entre nosotros, no estaba segura si jugar a esto sería cambiar las reglas. ¿Quería siquiera cambiar las reglas? Es decir; sexy, fuerte, soltero y brillante bombero quería tenerme encima de él, ¿específicamente dónde estaba el problema? «Vamos, Marín, ¿acaso no soñaste con coquetear con él desde los quince años?» Mm… incluso quizá desde antes.
—Ya tengo una pierna rota, Cameron, no quiero tentar a mi suerte. —O al destino, añadí para mis adentros.
—Excusas baratas, Blue, no te dejaré caer. —Él puso sus manos en el suelo, adquiriendo la postura otra vez—. Sube, o pierde la apuesta.
—¿Qué apuesta? —le espeté tratando de no mirar su trasero. ¡No mires su trasero, Marín!
—Dijiste, apuesto a que no puedes… —Me sonrió—. Fueron tus palabras, no las mías.
—Voy a arrepentirme de esto —vaticiné, más para mí que para mi interlocutor.
Sin darme tiempo a pensar (otro de los consejos de Arthur, dicho sea de paso), brinqué sobre mi pierna buena hasta que logré sostenerme de su hombro. Cameron se puso firme, mientras yo lo montaba—no hay forma en el mundo de decirlo y que eso suene bien—como a un caballo.
—Pon tus piernas sobre mis hombros.
Lo tomé del cabello para poder reacomodarme, y él gruñó una maldición entre dientes.
—¿Teniendo problemas para estar debajo, Brüner?
Su espalda se agitó cuando comenzó a reír y por un segundo temí por mi seguridad.
—En realidad… —Giró el rostro lo suficiente como para verme de soslayo—. Me gustas ahí arriba.
Abrí la boca para responder, pero opté por no dejar que las palabras echaran a perder la diversión de ese momento. A veces tenía el tacto suficiente como para no arruinar las cosas, lo juro.
Coloqué mis piernas sobre sus hombros, sujetándome de los laterales de su cuerpo. Y entonces le di un golpecito en las costillas para que supiera que ya podía empezar.
—Cuenta conmigo, Blue.
—Uno… —La primera vez que bajó, se sintió como un viaje de regreso a los cinco años y esos juegos de los parques donde podías quedarte por horas—. Dos, tres…
Supongo que ya saben como sigue eso.
Pero lo importante aquí, es que era jodidamente divertido. Solté varias carcajadas de tonta mientras luchaba por mantener mi trasero firme en su espalda; intentar contenerlas se sentía antinatural. Él reía, a la vez que protestaba por mis uñas clavándose en su piel, o de mis gritos cada vez que iba demasiado bajo y parecía que me tiraría. Yo le provocaba, él me respondía, yo contaba mal y él me asustaba sosteniéndose con una mano. Era tan divertido que al llegar al veintinueve, casi y hasta me desilusioné porque acabara tan rápido.
—¡Treinta!
—Fueron treinta, Blue… —anunció, tal vez pensando que haría trampas llegado ese momento. Y no voy a mentirles, sentí la tentación de apostar otras treinta más.
Bajé mis piernas a sus costados y me incliné hasta alcanzar su oído.
—Eso fue divertido —admití aún sonriendo como boba—. Se ha ganado un premio, señor.
—¿Y qué me gané?
—Aguarda. —No me sentía capaz de pensar un premio, permaneciendo sobre él.
Puse mi pierna derecha en el suelo, midiendo los saltos que debería dar hasta el sofá sin comprometer a Billie. Una vez que estuve conforme con mis cálculos mentales, me impulsé fuera de su espalda y por un desconcertante segundo, el mundo dio una voltereta que pareció terminar impactando directo en mi pecho. No estoy segura si alguna vez lo han experimentado, esa sensación de frío corriendo por tu cuerpo, el hormigueo, el color negro nublando tu visión y luego el suelo colisionando contra tu culo (o viceversa).
—Mierda… —La maldición de Cameron me llegó desde otro universo, así como la fricción de sus manos pasando sobre mis hombros y brazos—. ¿Marín? ¿Estás bien?
Pestañeé con fuerza. ¿Era preocupación lo que había en su tono?
—Estoy… —Inspiré en profundidad, buscando las palabras correctas—. Estoy bien, sólo me mareé.
—Y te caíste.
¿Me caí? Bajé la mirada, atontada, notando que el piso estaba mucho más cerca de lo que recordaba. Dios, me sentía tan ridícula.
—Lo siento. —Aparté sus manos de mis hombros, siendo muy consciente de que no merecía ningún tipo de preocupación por su parte. Esto pasaba, esto me pasaba a mí y no había motivos para que me reconfortaran.
Cameron frunció el ceño, o quizá lo tenía fruncido desde mucho antes de que yo pudiera distinguirlo. Tomándome por los codos me ayudó a incorporarme y al encontrarme cara a cara con su expresión, me imaginé que nada bueno vendría a continuación.
—¿Comiste algo hoy? —Me encogí de hombros para frustración suya, algo que pude distinguir en el aumento de la presión de sus manos—. ¿Cuándo comiste por última vez?
—Bueno, eso es relativo.
—¿Relativo?
—Relativo a que no quiero decírtelo, ¿conoces el significado de relativo? ¿Algo que está condicionado por otra cosa? —Ponerme en plan sabelotodo no pareció contentarlo en lo más mínimo, pero era mejor distraerlo a tener que decirle que no había probado nada desde la manzana por la que peleamos el lunes.
—¿Y qué se supone que está condicionando tu explicación de porque no comiste?
—El hecho de que no hiciste tu parte, a falta de un supervisor de comidas me la salté. —Su expresión pasó de molesta a incrédula—. ¿Ves por qué no quería decírtelo?
—Tienes razón, fue mi culpa.
¡No, no lo era! Mi parte humana (sí, tengo una, malditos prejuiciosos) se retorció ante su aceptación de la responsabilidad. Esa era yo, reconociendo que él había picado mi evasiva y sintiéndome culpable al respecto.
—Agg… —Suspiré con pesadez—. No es tu culpa, Cameron, si en realidad quieres que hagamos esto debes comprender algo. Siempre tendré una buena excusa para volver las cosas a mi favor, siempre.
—De todos modos tendría que haber estado allí.
—Bueno, quizá sí. —Me silencié un segundo mirándolo con renovado interés—. ¿Por qué no fuiste?
En vez de responder, él tiró de mí hacia atrás haciéndome dar brinquitos hasta que mi pierna dio contra el sofá. Agradecí enormemente el soporte, pero una vez que estuve cómoda mi atención volvió a su falta de respuesta. Le hice una seña con la mano y Cameron también se sentó.
—Pensé que necesitabas algo de tiempo para ti.
—Hace un mes que estoy prácticamente sola en esa casa, ¿realmente crees que necesito más tiempo para mí misma? —Enfaticemos ese “más”, por favor.
Él sonrió casi con reticencia.
—No me estaba refiriendo a eso…
—¿Entonces?
Su mirada recorrió la extensión de Billie, con algún pensamiento que me fue imposible de leer.
—No me he detenido a pensar mucho lo que todo esto puede estar suponiendo para ti, Marín. —Sus ojos permanecieron en mi pierna, como si de ese modo se le hiciera más sencillo soltarlo todo. No iba a discutir sus métodos—. Regresar aquí, lo de la casa, el accidente, la clínica… —Se detuvo, posando su mirada en mí rostro—, yo. Debe ser jodidamente agobiante para ti.
—No es fácil.
—No quiero ponértelo más difícil.
Apreté las manos contra mis muslos, intentando aplacar el impulso de quitarle el cabello que caía sobre sus ojos. Me habría gustado que no hubiese nada interrumpiendo entre los dos; y con nada no me refiero a algo físico. Sino a todo, si tan sólo pudiese regresar atrás… al momento justo en que la cagué para los dos, o para cualquier otro que pudiese haber estado en su lugar. Haría lo que fuera por ese nada.
—Hay demasiado pasado entre nosotros, Cam, siempre será difícil.
—Sospecho que ya no estamos hablando de cosas generales. —Negué con suavidad, haciendo que él sonriera resignado—. Sospecho que este es tu modo de decirme que no quieres más dificultades en tu vida.
—Si hubieses llegado con esta actitud en mi adolescencia, créeme habría tomado la llamada sin dudarlo dos veces.
Cameron intentó una sonrisa que no fue capaz de lograr, pasándose una mano por el cabello se puso de pie en un exabrupto.
—Es mejor que vaya a ducharme.
—¿Quieres que me marche? —pregunté, reconociendo para mí misma que no quería hacerlo pero que debía si era lo que deseaba.
—No… —musitó observándome de soslayo—. Ese es el problema, no quiero.
—Cam… —Pero antes de que pudiera decir nada, él alzó su mano para detenerme.
—Lo acepto, Marín. Soy un chico grande, voy a estar bien.
—Me gustaría que fuese de otra forma. —Haciendo un esfuerzo por tomar una de mis muletas, me impulsé hasta lograr pararme—. ¿Sabes? Me gustaría que hubiese un modo de regresar el tiempo atrás.
—Podemos buscar un DeLorean[1].
Aun frente a todo el drama de la conversación, no pude evitar reír.
—En caso de que no encontremos uno —comencé, deteniéndome a mí misma para recuperar el hilo de mis pensamientos—. Tienes que saber que siempre estuviste entre mis primeras opciones.
—¿Ese era tu intento para hacerme sentir mejor? —me espetó burlón.
—Eres imposible —mascullé poniendo los ojos en blanco. Él dio un paso más cerca y colocando la cabeza de lado me sonrió con suavidad.
—Te propongo algo. —Automáticamente quise decirle que sí, aun cuando no tenía idea qué tenía en mente. Los miércoles soy más patética que cualquier otro día, tienen que saberlo—. Antes dijiste que había demasiado pasado entre nosotros, ¿qué te parece si empezamos de cero?
—Eso…
—Espera —me acalló con su dedo índice en lo alto—. No por las razones que estás considerando, sólo para dejar de torturarnos por cosas que hicimos o no hicimos cuando éramos más chicos. Hagamos de cuenta que nos acabamos de conocer, e iremos manejando lo que surja a partir de allí.
Sacudí la cabeza, pero no porque me estuviese negando, sino porque me parecía increíble que pudiera salir con una idea de ese tipo. ¿Sin pasado? Para mí sonaba más que bien, para mí sonaba estupendo.
—Ok.
—Muy bien. —Sonrió, extendiendo su mano derecha hacia mí—. Hola, soy César Cameron Brüner.
—Marín Daiana Lance. —Estreché su mano de regreso—. Es un gusto conocerte, César.
—Igualmente, Marín, ¿podría pedirte que me llames Cameron?
—Será un placer, Cameron.
Él negó acercándose lo suficiente como para susurrarme sus siguientes palabras al oído:
—El placer será todo mío.
No voy a decir que esta no fuese una forma interesante de replantear las cosas para ambos. Además que si él comenzaba por presentarse así, las posibilidades de lo que seguiría se volvían infinitas. Aun y sin un DeLorean a mano, tal vez seríamos capaces de modificar nuestra historia conjunta. Tal vez.
[1] Es el automóvil que usaban para viajar en el tiempo los personajes de las películas “Volver al futuro”.
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Ahora le voy a dar el micrófono a un amigo, trátenlo bien... es nuevo en esto.
Cameron: Sólo quería decir que este capítulo va a dedicado a una fiel lectora, mis amigos Lucas y Jace pueden dar fe de eso. Espero que lo hayas disfrutado, en nombre de todos nosotros te agradezco las lindas palabras que nos has dejado a lo largo de nuestras historias. Un beso, mi Blue Krol.
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