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Sun Tzu.

Les traje un capítulo nuevo, porque la verdad es que se portaron conmigo en el anterior. ¡Gracias! Muchas gracias por dejarme saber desde dónde están leyendo esta historia, les aseguro que tomé nota de todos los lugares y ya cuando esto esté terminado, van a saber para qué se los pedí. Son geniales, se suman a mi locura sin preguntar xDDD Disfruten del cap. traté de no tardar mucho esta vez. 

Capítulo XXIV:

                                                          Sun Tzu.

—Despierta, floja.

Esas fueron las palabras que me catapultaron fuera del sueño bonito que estaba teniendo, aunque a decir verdad no lo recuerdo. Pero todo en mi postura me decía que era bonito y ustedes deben creer en lo que les digo.

Entreabrí los ojos para encontrarme con la cara de Audrey a escasos centímetros de la mía, casi como si estuviese buscando algo dentro de mis arrugas. Las cuales no tenía, dicho sea de paso. Coloqué mi mano en su hombro apartándola lo socialmente convenido para una amiga, algo que al parecer ella todavía no comprendía.

—¿Qué carajos, Aud? No ves que estoy durmiendo.

—Todas las veces que vine estabas durmiendo, encima que hago el esfuerzo de venir a verte, malagradecida.

—Lo siento. —No lo sentía realmente, pero eso al menos calmaría su retahíla de quejas.

—Bueno, ¿cómo estás? Las malas lenguas dicen que la Santa puta ha regresado —Ya ven, no soy la única que la llama así—, afortunadamente no tuve el gusto de cruzarla. 

—Bien por ti, yo no puedo decir lo mismo. —Audrey frunció el ceño, golpeando mi lateral para hacerse de un lugar en la cama.

No se alteren, todavía seguía siendo sábado. Lo aclaro, porque si son como yo es muy probable que comiencen a pensar que tenía residencia permanente en el hospital. Digamos que era sábado por la tarde o algo así, una buena enfermera tuvo el tacto de decírmelo antes de que me durmiera.  

—¿Tan mal, eh?

—Peor que mal, pero qué va… tal vez sólo deba darle la casa y una patada en el culo.

—¡¿Estás de broma?! —Me sobresalté por el modo en que me arrojó esa pregunta, casi como si se sintiera ofendida en su honor—. ¿Darle la casa así como así?

Ah era eso.

—Aud, tú no entiendes. ¿Dime con qué necesidad me voy a meter a pelear con ella? La idea fue un disparate desde el principio, ella no dejará la casa sin presentar lucha y yo tengo una pierna menos como para darle su merecido.

—Marlín, me decepcionas. —Miró en dirección a mi suero, tal vez buscando inspiración o tal vez sólo necesitando desviarme la mirada—. Sabes, cuando supe que estabas aquí para recuperar la casa de tu padre pensé: ¡bien! Esa es mi chica… Y ahora te estás dejando ganar con tanta facilidad que me das algo de rabia.

—Lo siento. —Esta vez sí lo sentía. No quería decepcionarla, no quería decepcionar a mi padre tampoco, pero ella tenía que saber que estaba apostándole al caballo equivocado.

—No lo sientas, sólo deja de ser tan miedosa, ponte tus bragas de niña grande y pelea por tu casa.

—Es fácil decirlo, pero tú… —Ella alzó una de sus manos delante de mi rostro, deteniéndome en pleno vuelo.

—No, no, para ahí. Te amo, lo sabes. —Ay, chico, declaraciones de amor siempre traen un pero por detrás. Al menos las de Audrey—. Pero tienes esta costumbre de mierda de huir siempre que la cosa se pone difícil, nunca te quedas para ver cuál sería el resultado si realmente lo intentaras. Y me sacas de quicio, mujer, te golpearía de no ser que ya estás internada.

—Aud…

—No —me silenció otra vez. Dios, ella una vez que hallaba inspiración era imposible—. Sé lo que vas a decir, pero no va a servir conmigo. O sea puedes intentar convencerte que haces esto para no fastidiarte más, pero te estás fastidiando. ¿Crees que eres la única que teme joderlo todo? ¡No! —Sacudió la cabeza, a tiempo que suavizaba su mirada y palmeaba mi mano de forma casi ausente—. Marín, no habría cosa que me gustara más que juntar todo y marcharme de aquí. Pero eso no significa que pueda dejar mis problemas y tú tampoco puedes, no importa a donde vayas.

—Lo sé, pero… —No fui capaz de decirle lo que pensaba, las palabras sólo quedaron colgadas entre ambas, hasta que ella me sonrió en silenciosa comprensión.

—Sé que no te gusta la perspectiva de enfrentar a las personas, que tienes miedo a cagarla más. Pero, chica, la relación con tu madre no puede joderse más de lo que ya está, confía en mí.

—Ella sabe como tocar mis puntos frágiles, Aud.

Y esto era más que sólo hablar con Marc sobre mi “problema”, esto era admitirle a Audrey cosas que jamás me atrevería a decirle. Si ella supiera, me daría un escarmiento independientemente de que estuviese internada. Hablando de eso, me preguntaba cómo se lo había explicado Cameron, qué mentira había dicho para no rebelar la verdadera razón de mi ingreso en el hospital.

—Sí, bueno y yo sé cómo cargar la carabina de Eddie. —Eddie era el padre de los niños, esta quizá era la primera vez que lo nombraba sin anteponerle un insulto—. Si la Santa puta te la pone difícil, le ponemos un disparo en medio de los ojos.

Solté una carcajada ya sin poder contenerme, ella era una amiga en un millón. Porque aún cuando estaba intentando hacerme reír, sabía que si la situación realmente lo requiriese ella no dudaría en efectuar ese disparo.

—De acuerdo —acepté sin detenerme a pensarlo mucho—. Pero necesito un modo rápido y no tan sutil, la conversación no funciona con Paige.

—¿Tortura? Me gusta como piensas.

Rodé los ojos, dándole un golpecito represivo en la mano.

—No, nada que nos ponga tras las rejas. —Ella no pareció tan feliz con esa decisión, pero era lo correcto. Matar era ilegal, debía recordarme eso esporádicamente—. Pensaba en dejarla ponerse cómoda, todavía necesito el testamento para poder cerrarle la boca. Pero mientras, puedo hacerla pensar que voy a retirarme y luego le caigo con la caballería, testamento, abogado y la carabina. ¿Qué te parece?

Audrey sonrió abiertamente, no me di cuenta hasta ese momento que lucía cansada y no tan radiante como de costumbre. ¿Sería el embarazo? Ella ya iba por su sexto mes de gestación, su barriga era prominente pero no la clase de barriga que una pensaría como demasiado incómoda. Aunque yo no sabía mucho de eso, mi barriga nunca llegó a despegarse de los músculos de mi abdomen.

—Ahora sí me gusta lo que estoy escuchando, mi pequeña Marlín está creciendo. —Palmeó mi cabeza con sentido orgullo y yo le fruncí el ceño.

—Qué te jodan, Audrey.

—Con mi suerte, te aseguro que eso será lo último que ocurra. —Vaya, esa no me la vi venir.

—¿Aud?

—Oh, no, no me pongas carita de borrego. —Se levantó de un brinco, apartándose de mí como si tuviese la peste—. Yo estoy bien, no hay de que preocuparse. Tú enfócate en tu casa, en recuperarte de tu indigestión. —¡Diablos! ¿Indigestión? Vamos, Cameron, pudiste hacerlo mejor—. Y en el sexy bombero que ha estado caminando por las paredes desde que te ingresaron.

—Mira… —Me incorporé, ayudándome del respaldo—. Te amo, pero no soy tan estúpida como para no ver que algo anda mal. Y sé que tienes motivos para andar mal, es decir el puto de Eddie, cuidar de Sarah, el bebé que viene… —Hice una pausa al notar la muequita leve en sus labios, a diferencia de Audrey yo no era tan buena en esto de poner los puntos sobre las íes—. Sabes que apesto ofreciendo mi hombro, pero también sabes que es tuyo para lo que quieras. Aun cuando tenga que cortarme el brazo para dártelo, es tuyo, Aud.

No me dijo nada, se limitó a acercarse y apretarme en un fuerte abrazo de oso. Yo era mala ofreciendo ayuda, así como ella era terrible en aceptarla. Esto era lo máximo que obtendríamos ambas, y lo sabíamos y lo aceptábamos.

—¿Todo bien?

Finalizamos de forma abrupta nuestro abrazo, al escuchar la voz intrusa. Audrey me ofreció un guiño, dando un paso atrás para dejarme ver a Cameron.

—Todo bien, sólo acabas de interrumpir una sesión de amor lésbico entre mi amiga y yo.

Él arrastró sus ojos de Audrey a mí, sin saber cómo responderle o quizá sin saber si creerle o no. Es decir, sí, lo entendía completamente.

—No le hagas caso.

—Ok… —Me sonrió, vacilante, antes de mirar a mi amiga—. ¿Cómo está Sarah?

Audrey abrió los ojos como plato, llevándose una mano a la cabeza de forma dramática.

—¡Demonios! ¡Sarah, la dejé en el estacionamiento! —Ella juntó su chaqueta de los pies de mi cama, dirigiéndose apresuradamente hacia la puerta—. Nos vemos luego, Marlín, recupérate.

Cameron me observó, azorado, tras la precipitada salida de Audrey, algo que ella obviamente había pretendido lograr. Vamos, no creerán realmente que se había olvidado a la niña en el estacionamiento, ¿verdad? Ella sólo estaba jugando con Cameron y con ustedes, al parecer.

—No la dejó en el estacionamiento —le expliqué, al notar que parecía listo para salir en busca de la pequeña. A Audrey le gustaba fastidiar a las personas, así era ella—. Sólo está molestándote.

—Oh… diablos, sonó muy convincente.

—Lo sé, ella debió ser actriz o algo así. Pero dijo que el porno no pagaba bien en este lado del país. —¿Qué? Les juro que en verdad me lo dijo.

—Bueno. —Cameron se sacudió, casi como si estuviese queriendo regresar en sí luego de esa situación surrealista—. Tengo buenas noticias.

—Genial, dispara.

—Vengo a llevarte a traumatología, dicen que es hora de despedir a tu amigo multicolor.

Pestañeé un par de veces, esta vez siendo yo la tomada por sorpresa. Tuvieron que pasar unos largos segundos, hasta que las palabras llegaron a mi cerebro e iniciaron todo ese proceso interno que algunos llaman razonar.

—¿Te refieres a Billie?—solté en un exabrupto. Él asintió, mirando con sutileza la escayola que sobresalía por debajo de las mantas.

¡Oh, por Noé y su condenada arca de salvación! ¡Al fin!

                                                                 ***

Vamos, vamos, ¿qué son esas caras largas? No se pongan todos sentimentales por la maldita escayola. Sé que sin su ayuda no habría montado en espaldas, brazos o caído dramáticamente para ser atrapada por fuertes bomberos. Les juro que no estoy desmereciendo su papel en esta historia, pero todos los aquí nombrados tienen un propósito y el de Billie llegó a su fin ese sábado por la tarde.

No es como si me hubiese podido librar de todo eso tan fácilmente, tuve que traerme a su hermano, Walter—fue idea de Cameron, no mía—. Para el caso, Walter era una cosa negra con ballenitas internas diseñadas para mantener mi pierna recta. Lo bueno de Walter era que podía montarlo y desmontarlo de mi pierna cuando me diera la gana, o cuando le diera la gana a mi médico quien era el responsable de mi rehabilitación. Wal no pesaba tanto como Billie, y tenía un hueco a la altura de mi rodilla para que mi piel respirase. Era una mierda incómoda, pero no era una escayola. ¡Punto para Marín! Voy mejorando.

En cuanto a lo otro, al tema hablado con Audrey, pues tuve la oportunidad de pensar sobre eso también e hice un plan, al cual titulé…

No creerán que en verdad le puse un título, ¿no? Venga ya, no estoy así de loca. Aún.

Pero vayamos a ello. ¿Han leído El arte de la guerra de Sun Tzu? Si no lo han hecho, les diré que se están perdiendo la oportunidad de aprender muchas estrategias más que aplicables a varias situaciones en la vida. Al caso, el eje central de este libro gira entorno a la premisa de someter al enemigo sin darle batalla. Y como diría Sun Tzu toda guerra se basa en el engaño, así que para esta guerra iba a tener que implementar el arte que menos me gusta pero en la que soy una especialista certificada: la mentira. El magistral general y estratega chino, dejó en claro que si uno está cerca del enemigo, debe hacerle creer que está lejos. Y mientras el enemigo se siente seguro, hay que prepararse para estar en todos lados. Algo así como saber cubrir los flancos. A eso apuntaría la primera parte de mi estrategia de ataque.

¿Creen que estoy loca por tratar a mi madre como una enemiga? Bueno, qué importa, dudo que pueda enlodar más mi buen nombre frente a ustedes.

—Aquí estamos. —Cameron empujó la puerta de entrada para mí, manteniendo la vista fija en su mano.

—Oye… ¿estás seguro de que quieres ayudarme? —Él alzó la mirada de forma automática; el gesto que antes había parecido vacilante ahora lucía como otro completamente distinto, aunque no supe decir de qué forma.

—Por supuesto, Blue, soy tu segundo al mando.

Le sonreí, dudosa, haciendo mi camino al interior.

Ok, esta es la primera parte de la Operación ballena del desierto. Dije que yo no le había puesto nombre, eso no significa que mi segundo al mando estuviese de acuerdo conmigo. En fin, como Sun Tzu dijo hay que alejarnos del enemigo para que se sienta seguro. Y si bien no fui capaz de alejarme mucho, he logrado que ella pensara que estaba deponiendo las armas. De ahora en adelante, esta historia se trasladará a la casa de junto. Junto a la mía quiero decir, o sea, la que antes era mía y recientemente había abandonado. Sé que pudieron seguirme en eso.

—Muy bien, tenemos que fingir que la casa ya no nos interesa. —Oh, sí, hablaba en plural porque era un trabajo en equipo y él insistió en ser parte—. Y entonces atacaremos como el trueno, retumbaremos antes de que pueda taparse los oídos.

—Realmente debes dejar ese libro, Sun Tzu está envenenando tu cabeza.

Sacudí una mano, restándole importancia al comentario y me adentré en la casa hasta toparme con las escaleras.

—¿Crees que puedo recostarme un poco? —Eché una significativa mirada hacia arriba.

No era que no hubiese descansado lo suficiente en el hospital, pero allí además de hidratarme me alimentaron. En consecuencia sentía el estómago a reventar, pero entre las condiciones que me dio Cameron para esta convivencia de dos semanas, era que debía al menos intentar no rechazar la comida. Y lo estaba intentando… algo.

—Claro.

Él se aclaró la garganta y con un ademan me alentó a subir; tienen que saber que ya podía sostenerme sin muletas. Aunque no podía doblar completamente la pierna, pero sí colocar mi peso sobre ella y caminar como si llevara una prótesis muy mala. Con todo lo que había pasado, consideraba cada pequeño paso como un inmenso logro.

Era un pequeño paso para Marín, pero un gran paso para… am, bueno Marín.  

Al llegar al segundo piso, me detuve en el pasillo sin saber qué dirección tomar. Recordaba de las muchas veces que había estado allí la disposición de las habitaciones. La del final hacia la derecha era la de la madre, una puerta más hacia adentro era la de Grace, una brecha intermedia para un cuarto de baño, y el lado izquierdo del pasillo eran de Cameron y Tino. En aquellos tiempos, el lado izquierdo era como el lado oscuro de la fuerza. Nunca íbamos para allí, jamás.

—Por aquí… —Hasta ese día, al parecer.

Lo seguí sin decir palabra, esperando que puesto que vivía solo él hubiese mudado su cuarto hacia la parte más amplia. O sea, la habitación de Ángela. Pero una vez que abrió la puerta para mí, pude notar que no sólo planeaba dejarme descansar allí, sino que todavía mantenía esa habitación como propia.

Rengueé mi camino hacia la cama, dejándome caer unos segundos después como toda una dama que estaba probando el colchón de su segundo al mando. Es decir, ¿quién no ha estado en esta situación antes? Era un juego de niños para mí, aparentar calma mientras analizaba lo que dormir en su cama podría significar.

—Hmm… —Suspiré mirándolo de pie bajo el marco de la puerta, como si él tampoco supiera cómo proceder a partir de allí—. Sólo voy a recostarme…

—Sí, sí, yo… —Apuntó a algún lugar sobre su hombro, para luego pegarse la vuelta y cerrar la puerta a sus espaldas.

Aja, completamente normal. Y mientras ese pensamiento tomaba forma en mi cabeza, la puerta volvió abrirse de sopetón. Pegué un brinco de pura sorpresa y él sonrió en disculpa.

—Sólo quería decirte que si necesitabas algo, estaré por aquí… abajo…estaré abajo.

Asentí, pero dudaba que él hubiese sido capaz de verlo porque una vez más inició su retirada. ¿Qué carajos le pasaba? ¿No les parece que estaba actuando más extraño que de costumbre?

—¿Cam? —Suficiente de tonterías, le pondría un alto a esto de una vez—. Si no quieres que esté aquí, puedo ir con Audrey.

La única conclusión a la que había llegado, era que Cameron no quería una intrusa en su casa. Y era lógico, y lo aceptaba.

—Yo no dije que no te quisiera aquí.

—Bueno, no con palabras.

Frunció el ceño, como si recién cayera en cuenta de lo que estaba diciéndole. Tras un largo segundo de silencio, él se adentró en la habitación y avanzó hasta tomar asiento a mi lado en la cama.

—¿Te he dado esa impresión?

—Aja.

Me miró, había más que seriedad en su expresión, pero el tiempo había hecho que me fuera bastante difícil determinar sus gestos. Para mí, Cameron pocas veces parecía genuinamente enfadado. Lo había visto meditabundo, silencioso, alegre o insolente, pero no molesto. Si esta era su expresión molesta, bien podrían ir tomando nota conmigo. Yo sé lo que les digo.

—No era mi intención. —Sí, eso no había sonado para nada honesto.

—Mira… —Toqué su mano para llamar su atención—. No me voy a molestar si quieres que esté en otro…

—No quiero que estés en otro lado, Marín, te quiero aquí.

—Ok —susurré aceptando su intervención, para luego añadir con cautela—: ¿Pero?

—No hay un pero.

—¿Seguro? —Como toda respuesta, atrapó la mano que tenía junto a la suya y se la llevó a los labios… y básicamente mi cerebro parpadeó errante al sentir el sutil roce—. De acuerdo te creo…

—Me alegro. —Sonrió, poniéndose de pie mientras yo aún seguía fuera de juego. Deben saber que él se ve estúpidamente sexy haciendo cosas como esas.

—Cameron —lo detuve una vez más de camino a la puerta. Él se volteó girando sobre sus talones como un soldado, algo gracioso de ver se los digo.

—Dime.

Me eché hacia atrás posicionándome mejor contra el respaldo de la cama, pues además de pensar en la Operación ballena del desierto, estrellas, distancias, tiempo y todas esas cosas filosóficas extrañas, también había tenido tiempo de analizar una situación que conforme pasaba el tiempo se volvía más y más molesta para mí. ¿Ya adivinaron de qué voy? ¿No? Vaya, me decepcionan. Hablo de Marc, por supuesto. Tal vez ustedes lo hayan olvidado ya, pero la última vez que hablamos no terminamos las cosas de buena manera y ya habían pasado dos días de eso. Pueden llamarme como quieran, les juro que no estarán siendo más originales que yo. Pero lo extrañaba, había una parte en mi corazón que no estaba latiendo del mismo modo ante su ausencia. No, no ante su ausencia, sino ante la razón de su ausencia.

Estaba casi segura que Marc habría ido al hospital de saber que estaba allí, pero Cameron no le había avisado y cuando me preguntó si quería que le dijera, fui lo bastante perra como para decir que no. Así que de ese modo estaban los tantos, me había enfadado con él pero también lo había perdonado. Fue una falla de comprensión, no crean que perdono a la gente así de fácil, pero Marc no es cualquier persona. Es Marc.

—¿Puedes prestarme tu móvil para llamar a Marc? —El mío aún estaba en mi casa como prisionero de guerra, pero descuiden su rescate está planteado en la estrategia.

Él vaciló notoriamente. ¿Han visto cuando alguien comprende algo pero no lo asimila? ¿Y han visto ese instante en donde la información se registra en la base de datos neuronal? Pues ese era Cameron frente a mí. Al principió sólo lució solícito, algo como un “listo para ayudarme en lo que fuera” y al siguiente segundo su rostro se ensombreció.

—Pensé que no querías hablar con él.

—No quería, pero ahora quiero. —Le tendí la mano, esperando a que me diera el móvil. Corrección, esperando ilusamente a que me diera el móvil.

—¿Por qué?

Pestañeé, conteniendo la respuesta grosera automática que mi lengua quiso soltar.

—Porque quiero hablar con él.

—Marc está trabajando, puedes esperar hasta el lunes para hablarle.

—El lunes él no vendrá al menos que lo llame, y no sabe que estoy aquí. Así que préstame tu móvil, por favor.

—No.

—¿Qué? —Ahora, ¿de dónde mierda vino esa negativa? ¿Ustedes saben? ¿No? Pues, vamos a ello—. ¿Por qué no?

Seguramente son capaces de ver que ya no estábamos teniendo una distendida conversación sobre estrategias de guerra o tal, al menos yo ya no estaba en ese plan.

—Marín… —Sacudió la cabeza, símbolo tajante de que no iba a dejarme tener lo que quería.

¡¿Me estaba jodiendo?! ¿Acaso mi segundo al mando se estaba amotinando?

—¿Qué mierda significa eso? ¿No vas a dejarme hablar con Marc? ¿Es una regla de la casa o qué? Porque si es así me iré con Audrey ahora mismo.

Lo bueno de no tener más a Billie, era que podía levantarme y moverme a mis anchas. En ese momento, abandoné la cama poniéndole acción a mis palabras.

—Aguarda, ¿quieres? Cálmate. —Cameron me tomó del brazo, pero yo jalé en la dirección opuesta.

—No, estás actuando como un idiota, Cameron…

—¿Por qué tienes que hacer esto ahora, Marín? —«¿Esto?» Que alguien se apiadara de mí, qué diablos pasaba aquí.

—¿Qué es específicamente lo que estoy haciendo? Sólo te pedí por favor que me prestaras tu móvil y tú actúas como un idiota sin sentido.

Por un segundo nos enfrascamos en un tirón de manos y golpeteos, en donde él intentaba sostenerme y yo liberarme. Fue una estupidez, ahora que lo veo en perspectiva.

—¡Esto! No llevas ni dos minutos aquí y ya estás queriendo buscar a Marc, ¿por qué yo no soy suficiente? ¿Qué necesitas de él?

—Tú mismo lo dijiste, lo necesito en mi vida. —Clavé mi índice en su pecho, logrando que retrocediera levemente—. Lo quiero, Cameron.

—Por supuesto que lo haces… —masculló de regreso, metiéndose la mano en el bolsillo y lanzando el móvil sobre la cama—. Anda, llámalo. Estaré abajo cuando necesites que te lleve algún lugar.

«Mierda, mierda y más mierda»

—¿Cuál es tu problema?—exclamé, bloqueándole el paso—. En el hospital parecías bastante compresivo sobre esto y ahora…

—También te dije que no estoy dispuesto a compartirte —me interrumpió con vehemencia—. Y lo que tú quieres no funciona para mí.

—¿Y qué se supone que quiero? —le espeté retadoramente. Él jaló de la esquina de su labio con sus dientes, en lo que yo asumía como su gesto nervioso.

—A Marc lo quieres porque puedes ser tú misma con él, lo quieres porque te hace sentir cómoda en tu piel. No estoy seguro de porqué me buscas, Marín, empiezo a creer que sólo te estás sacando la curiosidad de lo que pudo haber ocurrido en nuestra adolescencia.  

—¡Eso no es cierto!

—¿No? —Iba a decirle que por supuesto que no, pero él continuó antes de que pudiera formar la frase en mi cabeza—. Creo que sólo te gusta la idea de mí, no yo.

—Pues te equivocas. —¿Lo hacía?

Aparté esa duda de un bandazo, pues no tenía sentido. A mí me gustaba él, es decir, pasé la mayor parte de mi vida adulta pensando en él, admirándolo a la distancia, maravillándome con su apariencia, adorándolo en secreto y… diablos.

—Tienes una imagen de mí en tu mente, pero no es algo a lo que yo haya contribuido. Seguramente aún piensas en mí como el chico de junto.

—Claro que lo hago, vives junto. Pero eso no es lo relevante, me gustabas entonces, me gustaba que fueses capaz de ser agradable y desdeñoso con las personas indicadas, me gustaba la clase de hermano que eras, la clase de hijo, me gustaba que a pesar de tu indiferencia me hicieras parte de tu mundo con una simple sonrisa. ¿Crees que todo eso lo hice yo sola? ¿Qué fue mi mente la que te dio características? Ese eras tú, Cam, yo sólo me pasé mucho tiempo admirando quien eras. No armando una imagen de ti de la cual enamorarme…

Él presionó la mandíbula levemente, dándome una mirada dubitativa.

—¿Entonces por qué eso no parece suficiente?

Bajé la cabeza, suspirando de forma audible. Sun Tzu tendría una frase perfecta para definir lo siguiente: “si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes ser débil, serás derrotado”. Un buen general debe saber como manejar ambas cosas.

—Sé que es seguro querer a Marc, porque no importa qué tanto le dé, si pierdo con él no sería ni la quinta parte de lo malo que se sentiría perder contigo.

Sentí su mano posándose en mi barbilla y a regañadientes enfrenté sus ojos.

—¿Qué es lo peor que podría pasar?

—¿A mí? —Negué lentamente—. Nada. Pero tú tendrías que soportarme enamorada y, amigo, te aseguro que eso no es fácil.

Él sonrió tenuemente, presionando mi mentón con suavidad hasta que fue capaz de acortar nuestras distancias.

—Creo que me arriesgaré. —Y como si estuviese sellando un pacto consigo mismo, me atrajo hasta que su boca hizo contacto con la mía en un ligero roce de labios—. Me gustas así.

—¿Así? —inquirí apartándome lo suficiente como para mirarlo.

—Así de decidida. La última vez que te recuerdo actuando así, estábamos en la casa de Jonathan Garret y estabas bailando como si la pista fuese sólo tuya. Te veías… impresionante esa noche.

Sentí el impulso de esconder mi rostro ante la mención de la fiesta de graduación, sin duda esa fue una noche atípica para mí. Pero nunca me puse a pensar cómo se habría visto mi comportamiento para los demás, para esos compañeros que vagamente sabían mi nombre o para Cameron.

—No recuerdo mucho de esa noche. —Como les dije al principio, gran parte de esa velada quedó pues… velada por el manto del alcohol y la vergüenza.

Él cerró los ojos, posicionando su boca sobre mi frente como si necesitara del contacto efímero.

—Tal vez por mi culpa, ¿no?

—En parte —admití, mientras casualmente enganchaba mis manos al pasador de su cinturón—. Pero había bebido casi por primera vez y eso no ayudó…

—Mm… quizá puedo ayudarte a recordar.

Me eché hacia atrás, instándolo con mi mirada a que se explicara. Él sonrió, desenredando mis manos de su cuerpo para luego dirigirse a la cómoda. Lo observé tirando algunas cosas, removiendo otras tantas, sacando papeles y volviéndolos a meter, hasta que finalmente regresó a mi lado.

—¿Qué…? —No fui capaz de terminar la pregunta, cuando él me tendió un pedazo de “algo”. Creo que me demoré dos segundos en dar cuenta de lo que veía, ¡santísima madre perla! ¡Éramos nosotros!

Me explicaré mejor, era la fotografía. ¿La recuerdan? Seguro que sí, aquella fotografía de mierda que estuvo empapelando el centro durante todo un verano. Allí donde se nos podía apreciar claramente comiéndonos la boca, sí, era esa. Y no cualquiera, sino que era la original. ¡Cameron la tenía!

—Jodida mierda, Cameron, ¿qué haces tú con esto? —Él sonrió acercándose para echar una mirada por su cuenta.

—Era mi cámara, ¿lo olvidaste? Cuando fui a buscarla, Marc me dio todo y eso incluía la fotografía.

Aquella noche, Cameron había sacado fotografías de todos. Y cuando les digo de todos, me refiero a todos. Eso me incluye. Jamás vi ni una de las imágenes tomadas durante ese evento, exceptuando la más famosa por supuesto.

—¿Y la conservaste? —De haberla tenido en mi poder, hacía mucho tiempo que habría conocido el calor del fuego de mi cocina.

—Claro, es una estupenda imagen. —Se encogió de hombros mientras decía eso—. Aun cuando no la tomé yo.

Rodé los ojos a tiempo que volteaba la fotografía y me encontraba con una inscripción garabateada en letra cursiva.

“Blue y yo, en la fiesta de graduación (2006)”

 

Al leer esto mis ojos viajaron directamente a los suyos, él intentó guiñarme un ojo y no fui capaz de mantenerme seria frente a esa expresión.

—Empiezo a sospechar que no te gusta mi nombre.

—Me encanta —aseguró, posando sus manos en mis caderas—. Pero todos pueden decirte Marín, lo mío es más especial.

—¿Sabes cómo sería doblemente especial?

—¿Cómo? —preguntó sonriendo de medio lado. Era obvio para mí que ya sabía adónde intentaba llegar, pero eso no me detuvo.

—Si me dijeras lo que significa. —Eh, las esperanzas son las últimas que se pierden—. Algo así como un nombre clave, recuerda que estamos en una misión súper secreta.

Él asintió sin dejar de sonreír, a tiempo que tomaba la fotografía de mis manos y la deslizaba dentro del bolsillo de su pantalón.

—Muy bien.

—¿En serio? —Diablos, resultó más fácil de lo que esperaba.

—Si en realidad quieres saber…

—Claro —lo interrumpí, poniendo mis manos frente a su rostro en gesto suplicante.

—Pídeme por favor.

—Vil sabandija, por favor dímelo.

¿Y qué creen? Sí me lo dijo, pero ustedes no lo sabrán hasta la próxima entrada. ¿Qué? No me frunzan el ceño, déjenme disfrutar este momento. Como le dije a Cam, el que yo lo supiera lo haría doblemente especial. Lo siento, pero todavía no encuentro una razón lo suficientemente fuerte como para que ustedes necesiten saberlo. Deberían tener esto presente; corresponde al general ser tranquilo, reservado, justo y metódico. Oigan no lo digo yo, lo dice Sun Tzu. 

________________________

Cam: ¡Qué los cumplas feliz! ¡Qué los cumplas feliz! ¡Qué los cumplas, querida _Iamfanie! A la que supongo debería llamar sólo Fanie... ¡Qué los cumplas feliiiiiiiiz! 

Marc: Muchas felicidades te enviamos desde aquí hasta Chihuahua, México. Esperando que allí todavía siga siendo jueves. 

Cam: ¿No acabo de cantar para llegar tarde o sí? En fin, espero que hayas disfrutado de tu regalo. Por cierto que dejamos en twitter y aquí junto, la imagen de la foto que nos sacó Marc en aquella fiesta. Por si les causa curiosidad.

Marc: Fanie que sepas que vamos de camino a cortar el pastel ;) 

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