Lo que recuerdo del recuerdo.
Ok, hola. Esta historia, o mejor dicho, este capítulo viene a ser un cap. piloto. Tengo esta idea dando vueltas en mi cabeza hace un tiempo y pensé presentárselas para ver qué les parece, de momento sólo voy a dejar el primer cap. porque todavía estoy con mi otra historia a la mitad. Y pensaba que una vez terminara "Lista de la novia perfecta", seguir con esta. Así que sin más, les dejo el primer cap. si son tan amables de darme una impresión de lo que les pareció la idea, lo agradecería mucho. Saludos ^^
Lo que recuerdo del recuerdo.
Tengo exactamente tres recuerdos nítidos de Cameron Brüner, el primero se remonta a mi infancia. A mis nueve años, para ser más precisa.
Acababa de llegar a mi nueva casa, cargando con un buen número de ideas atípicas que por alguna razón marcaron un patrón en mi vida luego de ese primer día. Nadie podía tacharme de ser una niña corriente y a mis nueve años, ya tenía una colección de libros mucho más amplia que mi colección de muñecas que lo demostraba. Esto puede deberse a la profesión de mi padre, un profesor de historia antigua y medieval, el cual había envenenado mi juvenil cerebro con mitos celtas, griegos y romanos, (por mencionar los más famosos). A causa de esto, obviamente no creía que intentar purificar el nuevo terreno en donde residiría de allí en más, sería un motivo lo suficientemente fuerte como para captar la atención de mis vecinos. Pero lo hizo.
La primera en acercarse fue una niña rubia con coletas, tenía al menos dos años menos que yo, y me observó con marcado interés mientras yo escarbaba la tierra junto a la valla de madera. Más tarde me enteraría que su nombre era Grace, Grace Brüner, si vale la pena la aclaración.
Para ser honesta en aquel momento, no me interesó la presencia de la niña e incluso me atreví a echarle algunas miradas de reojo como verificando que no atravesara el límite de su jardín. Ella no lo hizo, no, claro que no. De los Brüner, Grace era el único ser que podía considerase... bueno, considerado. Y todo habría marchado bien, si no fuera por aquella cabeza castaña que se asomó diez minutos después de iniciado mi rito de purificación.
-¿Qué rayos haces? -exclamó, o más bien exigió, en ese irritante tono de niño chillón. Dado que Grace estaba presente, lo primero que supuse fue que se dirigía a ella, así que continué con mi trabajo sin inmutarme.
Ese día también descubrí que a Cameron Brüner, tampoco le gustaba ser ignorado. Siendo sólo tres meses mayor que yo, resultaba ser insultantemente pretencioso y directo. Algo que no se esperaría en una persona tan joven, ¿verdad?
-Oye -dijo dándole una patada a la pala de mano que había dejado junto a mi pierna. Alcé la vista lentamente, enfrentando unos ojos azules oscuros y malignos. Eso era, el primer pensamiento que tuve sobre él no fue alentador, lo cual mantendría hasta mucho tiempo después-. ¿Qué estás haciendo? ¿Acaso eres un topo?
Volvió a patear mi pala, esta vez lejos de mi alcance. Noté que la pequeña Grace se retorcía las manos unos pasos más atrás, aún sin salir de la seguridad de su propio jardín. Mis ojos fueron del maleducado niño, hasta mis manos y falda enlodadas. Estaba en una posición de desventaja permaneciendo de rodillas, pero no acostumbraba a tener enfrentamientos directos con los niños, no acostumbraba a toparme con gente de mi edad muy a menudo. Cameron dejó en claro ese día que tomaría ventaja de ese defecto mío, por lo que restara de nuestra obligada convivencia como vecinos.
-No, sólo eres un poco lenta. ¿Es eso? -Se acuclilló para que nuestros rostros estuvieran al mismo nivel-. Sea lo que sea, si te veo merodeando cerca de mi casa otra vez, niña topo, me aseguraré de meter tu cabeza dentro de uno de esos hoyos.
-Cam. -Grace finalmente había decidido intervenir, pero la semilla de la discordia ya había sido plantada.
Por alguna razón dicen que las primeras impresiones son las que más perduran, pero intenté por el bien de mi optimismo darle otra oportunidad a Cameron. Y ésta llegaría algunos años más tarde.
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Era un día gris y nublado, el primer día de clases después de unas vacaciones de verano particularmente horribles. Mi padre había fallecido durante las mismas, de un modo repentino y según lo dicho por los médicos, sin sufrir dolor alguno. Tenía quince años (yo, obviamente), una autoestima baja y cero amigos en ese entonces. Mi padre era el profesor de historia en la preparatoria y los demás chicos me creían una nerd sin remedio, un poco freak y con tendencia a hacer rituales en los sabbats (fiestas paganas). Eso ya debería ser motivo suficiente como para que no se me acercaran mucho, pero también me debían respeto a no ser que quisieran problemas con el profesor Lance. Mi padre era el único que podía entenderme, era mi único amigo, era... mi todo. Y cuando se fue, parte de mí se quedó merodeando su tumba.
Así que ese primer día de clases, tenía todos los componentes para ser una mierda. Mi protector y guía en la vida se había marchado, la escuela parecía un escenario agreste y peligroso sin él. Y yo me sentía como una gacela que sería entregada cual sacrificio a los leones, ni siquiera cazada, no. Tenía tan pocas posibilidades de ser una presa llamativa, que prefería entregarme sin emitir resistencia.
Salí de mi casa con la neblina de la mañana jugueteando sobre mi nariz, quería poder decir que mis ojos lagrimeaban por el clima, pero sería una enorme mentira por mi parte. Como cada noche de ese verano, me había dormido llorando, aferrada a una fotografía de mi padre y yo, con la cabeza apoyada en su almohada y el perfume de su ropa ya sobrepasado por el mío. Aun así, en mi mente el ambiente olía a él y se sentía cálido como él.
No quería asistir a clases, pero quedarme con el fantasma de mi padre y el de mi madre-que había optado por vivir una vida de apariencia y no de realidad-me sabía tan tentador como la llegada a mi sacrificio. Haciendo de tripas corazón, besé a mi madre en la cabeza y me dirigí a la puerta, directo a lo que sería mi segundo gran recuerdo.
Limpiándome con la manga de mi camiseta negra, arrastré los pies hasta la acera en donde me detuve abruptamente frente al buzón del correo. El simple nombre acarreó una oleada de dolor y pesar, mientras observaba al inocente buzón que rezaba: Flia. Lance. La idea de que ya no seríamos una familia, animó a mi ánimo a desmoronarse frente a la casa. Las lágrimas me comenzaron a correr furtivamente por las mejillas, mientras de forma inútil intentaba mantener la compostura hipando y sorbiendo de un modo poco agraciado. Lo siguiente que supe fue que una mano se posicionó sobre mi hombro y yo estaba de rodillas, una vez más, admirando los tenis gastados de mi vecino.
-Llóralo ahora y recomponte cuanto antes, esta debe ser la última vez que te quiebres por un recuerdo -murmuró en un tono engañosamente calmo.
Lo miré desdeñosa, importándome un bledo como se vería mi cara contraída y roja por el llanto.
-No me digas que hacer -le advertí, manteniéndole con firmeza la mirada. Cameron sonrió socarronamente y me instó a pararme.
-No me digas que realmente eres tan débil. -Tomándome del codo me empujó hasta su automóvil, el cual acababa de notar detenido en la calzada. Antes de dejarme subir, me volvió para que lo enfrentara y lo hice sólo para mantener mi propósito inicial de no dejarme amedrentar-. Era un gran hombre, ese es el único recuerdo que tienes permitido desde ahora, ¿entiendes?
Negué sintiendo la punzada de las lágrimas una vez más, Cameron me tomó el rostro con sus manos algo ásperas por el baloncesto, y con movimientos firmes me limpió las lágrimas.
-Y estoy seguro que no te educó para que vivieras de su memoria.
-No -dije con sencillez, comprendiendo al instante lo que intentaba hacer por mí.
-Cada vez dolerá menos -auguró tranquilamente. Y le creí, necesitaba creerle.
Las segundas impresiones aparecían entonces, para derrocar los antiguos tratados de indiferencia y altanería pactados en la infancia. En ese momento, Cameron Brüner fue un salvador para mí y pasarían casi tres años, para que las cartas volvieran a dar un giro sobre la mesa.
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No es que a partir de aquel día, Cameron y yo nos volviéramos amigos, a decir verdad nada de eso ocurrió. Pero en mi mente las cosas se desarrollaron de un modo muy distinto al ritmo que corría la realidad. Estaba a pocos días de cumplir los dieciocho años y de graduarme; era un momento feliz para mí a pesar de las obvias carencias en mi vida.
Pensaba en mi padre casi diario, pero no de un modo tan radical como en los primeros meses tras su muerte. Me gustaría decir que mi madre había sufrido una recuperación acorde, pero nada podría ser más desacertado. Una vez una profesora nos dijo que todos tenemos modos distintos de sobreponernos al luto, en el caso de mi madre había sido como caer en un estado permanente de adolescencia tardía. Luego de conseguirse un trabajo con el cual sustentarnos, dedicó gran parte de esos años en sentirse bien consigo misma. Y su forma de hacerlo era encontrando hombres que le recordaran lo bella, joven y atractiva que aún podía ser. Incluso con una hija casi lista para volverse universitaria.
La graduación sería un hecho en pocas horas y me encontraba extasiada por acabar con todo, y darle paso a una nueva etapa que se presentaba amablemente ante mis ojos. Tenía una beca para estudiar periodismo muy lejos de casa, tenía una mejor amiga y tenía un amor platónico. De ser capaz de congelar un momento, ese habría sido el indicado.
Luego de la entrega de diplomas a la cual mamá asistió con su novio quizá tres años mayor que yo, me despedí lo más rápido posible de ella y fui directo a la fiesta que se daría en la casa Jonathan Garret para todos los graduados. Mi amiga, Audrey y yo no teníamos por costumbre esa clase de eventos, pero siendo nuestra última noche como simples chicas de instituto decidimos desviarnos del plan original. Música, baile, chicos y muchas risas, la fiesta se desarrollaba con cierto descontrol controlado y dudo que alguien la hubiese estado pasando mal.
Los padres de Jonathan habían permitido algunas pocas cervezas para los que ya tenían dieciocho, mientras que los más jóvenes robábamos alguna bebida cuando los señores Garret se distraían. Era, tal vez, una de las primeras veces que me sentí como una verdadera adolescente. Fue en ese escenario y estado etílico por mi parte, en donde tuvo lugar mi tercer y gran recuerdo. Quizás algo turbado por el alcohol en sangre, pero sin duda lo bastante fuerte como para ser digno de mencionar.
Había fantaseado con Cameron desde aquel día a los quince años en la puerta de mi casa. Y no es que no tuviese razones para hacerlo, Cameron siempre que me veía me guiñaba un ojo o me sonreía al pasar. Para mí, esa era muestra clara de que yo le gustaba tanto como él a mí. De acuerdo, de buenas a primeras lo había odiado pero el error de la infancia había quedado tan enterrado en mi memoria, que no veía una razón fuerte como para desistir de mi fijación.
Cameron no tenía porque saberlo, sólo éramos yo y mis elucubraciones hormonales que nos visualizaban a los dos juntos, besándonos, abrazándonos y bien... lo que sea que siguiera después de eso. En ese momento no me habría importado descubrir con él qué tan lejos podíamos llegar. Ya tenía casi dieciocho, Cameron era un chico apuesto en casi todos los sentidos, no había nada de malo en observarlo por la ventana de mi cuarto de baño mientras se ejercitaba sin camiseta y fantasear con él, ¿no?
Así que cuando en aquella fiesta me agitaba como un pez fuera del agua poseído por el espíritu de Elvis Presley y quizás el aún vivo John Travolta, me sorprendí sobremanera cuando Cameron me tomó por la cintura intentando acoplarse a mi extravagante baile.
-Te vi y no me pude quedar quieto -me dijo al oído, balanceándose aún más cerca de mi cuerpo.
Lo observé por sobre el hombro, notando sus ojos azules encendidos por la chispa distintiva de las cervezas. Y de la pista de baile nos fuimos trasladando a un estrecho pasillo, que daba al sótano donde la familia Garret guardaba sus vinos, al menos eso fue lo que Cam dijo. Mientras me animaba a llamarlo Cam y cortar con un formalismo, que a su parecer, era por demás tonto.
Recuerdo que reía de sus comentarios y él siempre se inclinaba más de la cuenta para hablarme, rozando mis mejillas con su cabello cortado a la moda y llevándose mi racionalidad con su perfume. Mis brazos alrededor de su cuello, sus manos afianzadas con confianza entorno a mis caderas. Encajábamos a la perfección, pensé en un segundo de claridad. Y él siguió hablando de esto y aquello, posando sus ojos en mis labios y diciéndome que por mucho tiempo había pensado que era hermosa.
Mi corazón retumbaba en mi pecho, mis manos sudaban de forma humillante, pero cuando él se inclinó para rozar mi boca el mundo a mí alrededor se sacudió, hasta no ser más que una borrosa neblina. De haber mantenido mi mente en el juego, habría sido capaz de ver mucho más de lo que estaba ocurriendo, habría captado algo en las confesiones apresuradas de Cameron, habría sentido el murmullo de voces no muy lejos de nuestro "escondite". Pero estaba tan ocupada agradeciendo a Dios la disposición de los acontecimientos, que sólo fui capaz de reaccionar al fogonazo cegador que nos interrumpió en plena sesión de besos.
-¡Maldito seas, Brüner! -exclamaba una voz extraña, mientras yo intentaba poner mi mente en funcionamiento.
Mis ojos fueron de la mirada satisfecha y casi velada de Cameron, a las otras tres personas paradas junto a nosotros. Uno de ellos, Marc Cornell, tenía una cámara polaroid en sus manos. Y agitaba la reciente imagen tomada con una enorme sonrisa en su rostro.
-Supongo que esos son doscientos dólares -dijo Cameron, soltándome la cintura para tenderle la mano a Marc, Paul y Jackson. Estos gruñeron maldiciones mientras depositaban los billetes en la mano de Cameron, y finalmente la realidad decidió avasallarme justo en ese instante.
Empujé a Cameron, sacándolo de mi camino y él me echó una mirada acerada, casi como si me pidiera que no me metiera en sus asuntos.
-Realmente eres capaz de bajarle los calzones a una monja, Brüner.
El comentario malicioso de Jackson me sacó de mi ensimismamiento, volví a empujar a Cameron con más fuerza logrando que se apartara. Cuando obtuve su atención abrí la boca para soltarle tantas maldiciones como se tenía merecido, él me había usado para ganar dinero. Él...
Aún recordar esa noche trae lágrimas a mis ojos, luego de engañarme durante tres años, pensando que era un buen tipo actuando como un rufián del tres al cuatro. Había descubierto la verdad, la primera impresión nunca se borraba, Cameron Brüner era un...
-Maldito hijo de puta.
-¿Qué boca es esa? -inquirió Paul o Marc, no sé con exactitud. Pues estaba demasiado ocupada fulminando con la mirada a Cameron.
-Cálmate, ¿quieres?
Como toda respuesta le di vuelta la cara de una bofetada, pero no sentí satisfacción alguna sino una creciente humillación. Ese fue el último y tercer recuerdo que tengo de él.
Entonces se preguntaran, ¿qué importa lo ocurrido hace ocho años? Los Cameron Brüner sobraban en el mundo y seguramente mi trauma escolar no fue más significativo que el de muchos otros.
Pero esto no es sobre mí, esto es sobre Cameron Brüner, sobre lo que sé de él y sobre la necesidad de reforzar que las impresiones siempre deben ser reforzadas. Para conocer a una persona, hay que tenerla como algo más que un recuerdo. Y no tengo intenciones de recordar a Cameron, pero el destino quiere que recuerde, el destino aún no terminó de enseñarme una lección.
Tal vez ustedes puedan aprender algo de mi experiencia; tal vez entiendan antes que yo que un ser humano es un cúmulo de impresiones que no se acaban, sólo se mejoran, se empeoran y si los ánimos son adecuados, se olvidan. Pero nadie dijo que yo estuviese con el ánimo adecuado, ¿verdad?
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Cualquier opinión es bien recibida. Gracias por tomarse el tiempo de leer ^^
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