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Jueves negro.

¡Capítulo madrugador si que los hay! Estuve escribiendo como cinco horas seguidas, pero es que no podía irme sin dejar un nuevo cap. Les aviso que me voy una semana a relajar la mente, descansar el cuerpo (sí, más) y eso. Así que nos estaremos viendo la siguiente semana, ¿ok? Me voy mañana y vuelvo el sábado siguiente. Paciencia ¿si? Se los quiere y disfruten el cap si pueden! 

Capítulo XXII:

                                                     Jueves negro.

¿Recuerdan cuando les dije que la carga emocional del miércoles hizo agua en comparación con la del jueves? Bien, espero que lo recuerden, me sentiría bastante desdeñada por parte de ustedes de lo contrario. Pero no alarguemos innecesariamente este encuentro que, a mí parecer, ya ha sido demasiado pospuesto. No que lleve la cuenta, pero más o menos por algo así como 233 páginas; a doble espacio y con interlineado de 1,15.

—¡Por Dios, Marín! ¿Qué demonios te ocurrió?

Sentí la mirada de Marc deslizándose en mi dirección, pero no fui capaz de devolverle el escrutinio. Mucho menos cuando mi mamá, acababa de demostrar sin tapujos que el último mes y medio había ignorado categóricamente todos nuestros mensajes.

—Te envié un mensaje, varios —remarqué sin emoción en mi timbre, dejando en claro que no iba a explicar mi accidente a esta altura del partido.

—Oh, eso. —Con una mano se removió la cabellera rubia, casi como si quisiera pretender estar avergonzada—. Perdí mi móvil en el mar, ya sabes cómo pueden ser los cruceros.

No, no tenía idea.

—Lo que sea.

—Bueno, pero no pongas esa cara de tragedia. Estoy aquí ahora, dime cómo hiciste para meterte en esa cosa. —Ausentemente apuntó a Billie, mientras mis ojos viajaban más allá de ella, al joven surfista que no surfeaba parado unos pasos por detrás.

—Hola —saludó Nico, al sentir mi atención en él. No respondí.

—Nico, cariño, sírvete lo que quieras. —Abrí la boca para protestar, pero la mano que se posó en mi antebrazo me advirtió de que sería inútil. Al echarle una compungida mirada de reojo a Marc, él me dio un suave apretón de aliento—. Bueno, bueno, esto sí que es un milagro. Marc Cornell en persona sentado en mi cocina.

—¿Tu cocina?

Mamá ignoró por completo mi comentario, adelantándose para tenderle la mano a Marc.

—¿Cómo está señora Lance? —Él fue lo bastante educado como para devolverle el saludo, pero yo no moví una pestaña mientras ella sonreía encantadoramente a mi amigo.

—Oh, por favor, me haces sentir vieja. Llámame Paige. —Marc no respondió, limitándose a un leve asentimiento y una cordial sonrisa—. Es tan lindo ver que Marín no estuvo sola…

Esta era la parte en la que fingiría ser una madre, aguarden un segundo y verán.

—Hemos cuidado bien de ella.

—Espero que no haya sido una carga. —Su mirada se posó en mí un instante, las arrugas en sus ojos los hicieron lucir más estrechos de lo que ella habría pretendido para una sonrisa. Era bueno ver que ya no podía controlar tan bien el paso del tiempo—. Tiende a ser un tanto dramática en ciertos asuntos.

Ahí estaba su primer golpe.

—En realidad ha sido una paciente modelo. —Marc me miró de reojo dándome un pequeño guiño. Y a pesar de que quise agradecer el apoyo incondicional, tener a Paige delante me dificultaba enormemente portarme como un ser humano racional.

—Por supuesto, por supuesto. —Mamá ya parecía aburrida de tanto hablar de mí, era obvio que yo no era su tópico predilecto—. Ahora que estoy aquí podré tener un ojo sobre ella, aunque eso no significa que tengas que dejar de venir, Marc. Siempre serás bienvenido en esta casa.

—¿Segura? —la interrumpí en medio de lo que fuera que intentaba hacer; llámenme paranoica (descuiden, secretamente sé que lo hacen) pero siempre que mamá hablaba con algún hombre parecía que buscaba coquetear con él y Marc no estaba siendo la excepción—. ¿Crees que los nuevos dueños le permitan entrar?

Ella rió entre dientes, extendiendo su mano hacia atrás como si presintiera que Nico se acercaba por su retaguardia. Asqueroso.

—No sé qué tantos nuevos dueños podamos tener, Marín, dado que estás saboteando mis intenciones de vender.

—¿Así que tuviste tiempo de averiguar sobre la condición de venta de la casa, pero no para saber qué rayos me pasó?

—Tranquila, Marín, no comiences con tu paranoia. —De acuerdo, a ustedes se lo permito, pero ella qué fundamentos tenía para decirme así.

Una risa histérica escapó por entre mis labios, aunque bien pudo ser un ladrido. Si es que en verdad quieren que sea objetiva al respecto.

—Lo siento, madre. —Paige hizo una mueca ante la etiqueta de “madre”, para ella no había insulto más efectivo que hacerla consciente de su edad—. Debe ser que estoy alterada.

—La azúcar siempre la pone así —comentó hacia Marc, mientras le enviaba una significativa mirada a los restos de pastel que aún descansaban sobre la isla—. ¿O es la comida en general? —Entonces rió, a tiempo que yo asimilaba en silencio el que sería su segundo golpe de la noche—. ¡Nunca logro recordarlo!

—Dicen que los primeros signos de la vejez es la pérdida progresiva de la memoria.

—Muérdete la lengua, Marín, no hagas una escena frente a tu novio.

Tanto Marc como Nico se habían convertido en simples espectadores de nuestro numerito, pero al momento en que ella soltó esas palabras me fue imposible seguir ignorando a mi amigo. La sonrisa que él me devolvió fue tenue, casi como si esperara que de un segundo a otro, todos rompiéramos en carcajadas y dijéramos: es broma, a decir verdad somos una familia normal. No lo niego, me habría gustado poder mirar a mi madre con algo más que recelo, pero era lo que recibía de ella siempre, así que el término “normal” no cuadraba con nosotras. Y Nico ni siquiera era parte de mi familia, aunque había sido una de sus conquistas más largas. 

—¿Qué haces aquí de todos modos? —le espeté, pasando por alto la advertencia de no hacer una escena. Claro, a mí tampoco me gustaba presumir de mi enferma madre cuando teníamos visita, pero no estaba de ánimos para subestimar el poder de una buena escena.

—Esta es mi casa.

—¿Tu casa? —La ironía quedó colgada por un segundo de mis labios—. Esta no es tu casa y bien lo sabes, esta es mi casa. Papá me la dejó.

—Por favor, Marín. —Puede que hayan notado ya que ella sólo me llamaba por mi nombre, nunca usaba apelativos cariñosos conmigo. Y siempre que decía mi nombre era como si le impregnara veneno a las sílabas—. ¿En verdad vas a salir con eso? Tu papá firmó esos papales cuando tenías cinco años, tiene tanto de legal como los contratos que hacían para la estúpida hada de los dientes.

Me molestaba que me insultara, por supuesto, pero cuando atacaba a algún recuerdo de papá eso dolía el doble.

—Pues me importa un cuerno tu opinión, y también lo que hayas hecho con el testamento. Para tu información, hay más de un modo de conseguir esos papeles y yo los tengo. —Mentira piadosa, no se fijen—. Así que bien puedes ir a decirle a Manuel pacíficamente que se aleje de mi casa, o bien podemos charlar con nuestros abogados.

—Marín… —Marc me advirtió en un susurro, pero hice caso omiso de él.

—Bueno, Paige, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a negarle al abogado la legalidad del testamento? ¿O vas a hacer aparecer por las buenas el documento?

—Si eso te causa felicidad, Marín, entonces quédate con la casa. —Alzó las manos abarcando todo el entorno, era un falso modo de mostrarse vencida—. Es toda tuya, será fantástico verte salir a trabajar hasta St. Louis todas las mañanas, ver cómo pagas los impuestos, ver cómo te las arreglas para mantener todo esto en pie. ¿Crees que tu empleo va a bastar?

—Si tu patético empleo de medio tiempo basta, te aseguro que el mío lo hará.

—Eres tan ingenua —musitó como si acabara de hacer un gran descubrimiento.

—Y tú tan perra, pero no te lo ando recordando ¿no?

—De acuerdo, es obvio que todo esto está siendo demasiado para ti. —Se giró tomándole la mano a Nico—. ¿Qué tal si dormimos un poco y mañana charlamos en calma durante el desayuno? —Y entonces me miró de soslayo—. Oh, pero quizá tú ya hayas cubierto tu cuota semanal.

Tercer golpe, y el último que le permitiría.

—Es todo, ¡largo de aquí! —Paige sonrió divertida ante mi reacción—. ¿Qué no me oyes? ¡Largo!

—Marín tómalo con calma. —Sabía que Marc sólo estaba intentando ser útil, pero si Paige decía algo más lo perdería. Y no me refería a mi cordura, esa la había perdido desde antes de que todo esto comenzara; no, yo hablaba de él. No quería perder al único amigo con el que se sentía bien ser Marín, sin pretensiones, sin expectativas, sin regímenes o metas, sólo yo. 

—Tal vez debas escucharlo, Marín. —Ella palmeó la mano de Nico dejándolo detrás, a tiempo que se acercaba a mí con paso sopesado—. Te estás alterando por nada y ya sabes lo que pasa cuando te alteras.

—Lárgate —mascullé incorporándome en mis muletas—. Sal ahora mismo de mi casa.

—Marín… —Su mano rozó mi brazo, pero aunque el gesto desde afuera se podría considerar como dócil, no había ni rastros de docilidad en su mirada. Sólo el destello leve de la burla—. Me quedo.

—No.

—Me quedo —repitió, en esa ocasión inclinándose lo suficiente como para alcanzar mi oído—. O vamos a tener que mantener esta charla con él presente. —Sus ojos me encontraron con el desafío fijo en sus pupilas—. ¿Acaso lo sabe? ¿Sabe la clase de chica que tiene a su lado? ¿Se lo dijiste? ¿Lo que intentaste hacer?

—No es de tu incumbencia —respondí con el mismo tono susurrado que ella usaba—. Pero si no te vas ahora, voy a decirle otras cosas que seguro al resto del pueblo también le gustará oír.

—Eso no fue mi culpa.

—Te equivocas, madre, todo es tu culpa. —Alcé mi dedo índice para apuntarle el pasillo por donde había entrado, ella me observó un largo minuto sin decir nada y tras un breve bufido se pegó la vuelta.

—Vamos, Nico, creo que podemos conseguir una habitación en el hotel del centro.

—¿Un hotel, Paige? ¿Te volviste loca? —Era lo máximo que le había oído pronunciar a ese chico.

—No, todos sabemos que la loca aquí no soy yo.

Inspiré profundamente apretando mis manos en puños, pero ella tuvo el tino de salir de la cocina justo cuando decidía que la muleta sería un estupendo modo de enseñarle algo de modales.

—¿Mar? —Marc presionó mis hombros deteniéndose detrás de mí, sabía que buscaba llamar mi atención pero yo no me sentía lista para mirarlo—. ¿Estás bien?

—No… —susurré con una voz engañosamente calma—. Quiero ir allí y golpearla con mis muletas hasta hacerla desear nunca haberme tenido.

No que pensara que no lo hubiese deseado antes. Yo no era tan crédula.

—Es tu madre…

—Y acabo de correrla a la calle a las diez de la noche. —Sé que me contradigo con mis propias acciones, pero deben entenderlo… ella era mi madre.

Para bien o para mal, para disgusto o cero alegrías, ella había sido la que me había traído al mundo. Por alguna estúpida e inocente razón, pensaba que eso debía de valer algo. Que así como yo la odiaba con todas mis fuerzas, también tenía una parte en mí que quería quererla. Que quizá la quería de algún modo. Me lo quería creer, en serio. Pero siempre que había estado cerca de conseguir ese sentimiento, recordaba que ella nunca me lo correspondería. Y entonces me ponía a hacer cuentas, a recordar en verdad mi infancia, a descubrir que mis padres se casaron cuando Paige ya tenía tres meses de embarazo, que jamás pareció muy alegre con mi presencia, y que nunca deseó tener otro hijo. Ni siquiera lo intentó, algo me decía que yo fui la causa por la que ella tuvo que sentar cabeza y casarse. No podría apostar que amara a papá, a lo sumo le atraía o le atrajo lo suficiente como para acostarse con él. Pero ella no quería un esposo, no quería una hija, no quería ser madre y no tuvo problemas en hacérmelo saber.

¿Cómo diablos podía sentir pena y alegría de forma simultanea? Era un jodido misterio, pero la sentía.

Muy a mi pesar solté una carcajada, pensar en Paige era en sí mismo una contradicción y si reír no era lo indicado para el momento, entonces no había mejor cosa para hacer.

—Dime algo… —La voz de Marc cortó a través de mis enredados pensamientos.

Me mordí el labio dándome la vuelta para enfrentarlo, él no estaba sonriendo lo cual era una tragedia para toda la maldita población femenina.

—La odio —espeté sin vacilación alguna.

Él frunció el ceño, poniendo ese rostro que Grace e incluso la mamá de Cameron me daban siempre que me encontraban en su casa. En aquellos tiempos en que Paige desaparecía para reencontrarse, o quizá perderse en la cama de algún chicuelo.  

—Todas las familias tienen sus problemas, Mar, pero al final de cuenta siguen siendo familia.

—Sí, esa es específicamente la razón por la cual no la ahogué con una almohada aún. Siempre sospechan de la familia.

Mi broma no surtió el efecto esperado, porque él siguió tan serio como antes.

—Estás molesta, lo entiendo.

—No estoy molesta —lo corté con un bufido—. Estoy colérica, estoy histérica, quizá también un poco con tendencia homicida, pero no estoy molesta.

—De acuerdo. —Marc detuvo mi dramática diatriba alzando una de sus manos frente a mi rostro. Ok, tal vez si tengo algo de predisposición por el drama—. Yo tengo justo lo que necesitas.

—Marc, no estoy de humor para el sexo. —Él soltó una breve carcajada, tomándome del codo para guiar mi camino hacia el patio trasero—. ¿A dónde vamos?

—Tranquila, nada de sexo hoy.

—Aguafiestas.

Me envió una miradita por sobre su hombro, pero no respondió a mi provocación. Algo me decía que él habría respondido positivamente a esa insinuación y al instante quise cortarme la lengua por no usar mis filtros mentales.

Tan ensimismada estaba que me demoré otro minuto en notar que nos dirigíamos a la casa de junto. «¿Qué demonios?» Mi primera reacción fue clavar los talones al piso, luego recordé a Billie y al hecho de que mis talones difícilmente tocaban una superficie plana cuando me bamboleaba en las muletas. Así que le permití que me empujara por el sendero algo abandonado de piedras de mi casa, todo el camino directo hacia el portón de madera que unía las dos propiedades. Esa había sido una idea de papá para que Grace y yo pudiésemos tener un contacto más directo, sin la necesidad de salir de nuestros jardines.

Cuando alcanzamos la puerta del garaje de Cameron, supuse lo que Marc planeaba hacer y entonces lo observé.

—Realmente tampoco estoy de humor para jugar con Cassi. —Esta no era la primera vez que nos colábamos por el garaje, para sacar al perro mientras mi vecino no estaba. Y aunque el animal—me refiero al perro esta vez—era adorable, tal vez terminaría por morderme percibiendo mis vibras negativas.

—De momento dejaremos a Cassi fuera de esto.

Entonces él encendió la luz interna del garaje, cegándome un instante con el parpadeo de los tubos fluorescentes. Lo oí empujando algunas cosas de metal en la parte más alejada de mí, por lo que me dirigí en esa dirección y un segundo después algo corrió en un riel hasta detenerse a escasos centímetros de mi nariz.

—Lo que tú necesitas es sacarte ese malestar de adentro. —Golpeó la bolsa con su palma como si se trataran de viejos amigos, y me sonrió—. Mar, esta es Furia.

—¿Furia? —inquirí burlona, observándolo por el lateral de la bolsa.

—Sí, ¿qué creías? ¿Que eres la única que le pone nombres a objetos inanimados?

—Touché…

—Muy bien, ahora ponte estos. —Me estiré hasta alcanzar unos guantes de boxeo negros que pesaban más que casi toda mi persona, pero intenté que no se notara mi poco entusiasmo y me los puse con su ayuda—. Lo que quiero que hagas es que golpees con toda tu fuerza.

—¿Sólo eso? —Marc asintió, colocándose detrás de Furia para mantenerla firme. Yo me troné el cuello de forma chapucera, porque a decir verdad jamás fui capaz de hacer eso, y entonces le di.

Mi puño encontró la dura superficie raspando a través del material y terminando su viaje de un modo no tan agraciado para mí, pues mi rostro siguió de largo con el impulso y lo terminé estampando contra Furia.

—Ok, eso fue patético —me regañó él con una nota de burla en su timbre—. Intenta de nuevo y trata de no darle como niña.

—¡No le di como niña! —protesté, asestándole un derechazo simultáneamente. No es por presumir pero ese golpe fue mucho más satisfactorio.

—¡Mucho mejor! Intenta poner a Cameron un poco más adelante para que te dé soporte y entonces lleva todo tu peso al puño.

Hice lo que me dijo, logrando que el impacto fuese lo suficientemente fuerte como para empujar a Marc y Furia unos milímetros más atrás. Entonces di un nuevo golpe y otro, encontrándole un ritmo constante al golpeteo. Puntear con la izquierda y rematar con la derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha… Diablos esto en verdad era liberador.

—¿Qué ves, Mar? —Me detuve de forma abrupta, tratando de interpretar su pregunta.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, no sólo estás golpeando la mierda fuera de ti. Estás golpeando al responsable de que todo eso esté contigo, ¿qué ves?

—No sé —respondí, impactando un nuevo golpe en la bolsa.

—¿Es tu madre?

—Sí. —Y el golpe fue aún más preciso.

—¿Y a quién más?

—A todos. —Para ellos fueron mis siguientes golpes. Marc tenía razón, golpear por golpear liberaba pero darle un rostro a cada golpe era algo más… no sabría decirlo, pero era… sanador—. A ella, a ella.

—Sácalo fuera, Mar, no dejes que te pese… —Oía lo que me decía a tiempo que el constante sonido de mis golpes contra el saco, formaban una eufonía de fondo que parecía comerse todo lo demás. Se llevaba palabras, malas experiencias, gritos, todo se iba desquebrajando y ya sólo éramos la bolsa y yo. Furia y yo, nadie más.

Golpe, golpe, golpe, suspiro, golpe, golpe, grito, golpe, golpe, gemido, golpe, golpe, lágrima, golpe, lágrima, golpe, golpe, él, golpe, golpe, Cameron, golpe, golpe, golpe, papá, golpe, golpe, clínica, golpe, corte, golpe, otro corte, golpe, golpe, más lágrimas

Y ya no pude seguir golpeando más, dejé caer mis brazos a los costados mientras sentía como la humedad de mi propio llanto sin sentido mojaba mis mejillas. Marc apartó la bolsa lentamente, ofreciéndome una mirada que no supe comprender.

—Lo siento.

—¿En qué pensabas? —preguntó, extendiendo su mano para sacarme los guantes.

Yo me alejé con torpeza, haciendo que mis muletas cayeran al no tener mis manos libres para sostenerlas. Marc se adelantó con velocidad, atrapándome de la cintura para que yo no siguiera el mismo camino.

—La jodí.

—¿Qué cosa?

—Todo. —Sorbí por la nariz, deseando poder limpiarme el rostro pero él ya no estaba trabajando en los guantes sino que me miraba atentamente—. Soy un desastre.

—No, no lo eres —respondió con toda seguridad.

—Lo soy, tú no me conoces… nadie me conoce en verdad. —Me habría echado al piso y reptado mi camino de regreso, pero él me mantenía atrapada con firmeza—. No estaba golpeando a mi madre ahí, esa era yo… siempre soy yo.

—No te entiendo.

—No… —Sonreí encogiendo un hombro—. No tienes que hacerlo.

—Pero quiero.

—Marc.

—Dime, dime lo que sea, Marín, todo tiene solución.

—Esto no. —Coloqué los guantes contra su pecho empujándolo para que me liberara—. Estoy averiada, no es culpa de nadie sólo mía.

—¿Por qué es tu culpa?

Alcé la mirada hacia sus ojos, unos comprensibles y amigables ojos color miel. Eran los ojos del único que todavía me veía como a una persona normal, aún cuando yo no era nada de eso.

Negué.

—Porque lo arruiné para todos.

Marc frunció el ceño en claro gesto de confusión.

—Sea lo que sea, veremos el modo de que te deje en paz. Tienes fantasmas, Marín, todos los tenemos… pero puedes librarte de ellos.

—¿Por qué insistes? —inquirí, incapaz de comprender cuál era el propósito de querer unir mis partes rotas. Ni siquiera yo estaba segura de querer eso.

—Puede que suene tonto, pero cuando te miro no veo a una chica que se rinde fácilmente. Siempre me pareciste una luchadora… —Trazó un pequeño arco en mi mejilla, llevándose la última lágrima que había quedado rezagada y sonrió, y yo le sonreí de regreso aún cuando mi rostro debía verse del asco.

No hubo alarmas o avisos de advertencia, no hubo nada y a la vez todo estuvo presente. El momento justo en que sabes que la persona que está a escasos centímetros de ti lleva una intención clara, ocurrió. Su boca tocó la mía, probándome y dándome a probar el propio sabor de mi llanto, sus manos a cada lado de mi rostro, su respiración cortando el segundo previo al verdadero contacto. El leve murmullo de mi sangre subiendo hasta mis oídos, mi corazón aumentando su ritmo, el impulso de entreabrir la boca y recibirlo, el roce de las lenguas, el contacto sutil, la exploración a tientas.

Cuando les digo que tuvo todo, no lo niego, por un segundo fue lo que tenía que ser. Un beso no programado pero bien aceptado, al menos hasta que algo hizo clic y el instante se perdió tan rápido como había llegado.

—No, aguarda… —Lo empujé tanto como mi precaria situación me lo permitió, haciendo que Marc se detuviera sin dudarlo.

—¿Qué pasa?

—No… —Esa era yo intentando sonar coherente, luego de perder la cabeza con la boca del hasta cinco segundos atrás, mejor amigo que había tenido en siglos—. No puedo hacer…

¡Santa madre del amor hermoso! Había besado a Marc, ¡en la casa de Cameron! Había besado a dos hombres en menos de doce horas, ¿qué estaba mal conmigo? Bueno, momento histriónico de la noche, besar a dos hombres en tan poco tiempo obviamente da cuenta de que no hay nada mal conmigo ¿no? Digo, ejem, dos hombres y no cualquiera dos hombres, dos bomberos sexys como el infierno. ¡Bravo, Marín!

Y ahora regresamos a nuestra programación: ¡A Marc! ¡Bajo el mismo techo en que había besado a su mejor amigo!

—¿Marín?

—Mira, Marc, eres lindo y me agradas… —Me detuve no muy segura de cómo continuar, tampoco lo quería arruinar todo con él pero el tacto no era una de mis virtudes—. Realmente, realmente me agradas… eres de los pocos con los que me siento cómoda. Pero no puedo… y no es que no quiera o beses mal. Me gustas, pero no así.

Suspiré bajando la vista hacia el escudo del cuerpo de bomberos estampado en su pecho, él se mantuvo quieto por un largo instante hasta que lo oí suspirar también.

—Entonces es él, ¿no?

—¿Qué? —Lo miré de forma automática, una sonrisa suave decoraba los labios que acababa de probar.

—Aún te gusta Cameron. —Lo más extraño era que parecía compresivo al respecto—. Siempre fue él…

—Marc… —Intenté decir algo, pero me detuvo en el mismo intento soltándome de un brazo para acuclillarse a recoger a mis compañeras de andanzas.

—Está bien, Marín, no pasa nada. —Luego de que me hubo sacado los guantes, aseguró las muletas en mis manos y volvió a sonreír a lo Marc—. Supongo que era de esperarse.

—Escucha, no quería que las cosas pasaran así ¿entiendes? Yo…

—En serio, no pasa nada. —Negó suavemente, colocando su familiar y amigable mano en mi codo para guiarme a la salida. Pero no me moví—. Marín, fuese cual fuese tu decisión acordamos que íbamos a respetarla. Así que no te hagas problemas…

—¿Acordaron qué?

—Sabíamos que uno de los dos iba a perder —continuó sin reparar en mi pregunta o en el repentino estremecimiento que recorrió mi espina, algo así como un instinto que me pedía no seguir por allí.

Enarqué una ceja, deteniéndolo por el antebrazo.

—¿A qué te refieres con que “sabían”? —Supongo que fue mi tono de voz el que le advirtió de que escogiera con cuidado sus palabras, porque me observó de forma cautelosa y sin responderme—. ¿Marc, a qué te refieres?

—Bueno…

—¿Bueno qué? ¿Bueno tú sabías que Cameron y yo…? —Él hizo una mueca que me robó un jadeo de incredulidad—. ¡Lo sabías!

—Mar…

—Sabías que me besó, sabías que quería algo conmigo y aun así tú…

—Lo haces sonar como un plan maligno, Marín —espetó tratando de mantenerse en calma o mí, no estoy del todo segura—. No es como si él no lo supiera también, ambos teníamos el mismo objetivo. —Oh, Jesús, él no acababa de llamarme así ¿verdad?—. Y decidimos que respetaríamos tu decisión, lo escogiste… y bien, lidiaré con ello.

—¿Acaso escuchas lo que dices? —exclamé, todavía sin poder creerme su tranquilidad para hablar el asunto—. ¿Es que siempre que me ven sienten la enfermiza necesidad de jugar estúpidas apuestas?

—¡No! Espera…

—¡No espero una jodida mierda, Marc!—lo acallé apuntándolo con mi índice—. Todo este tiempo los dos estaban jugando a ver quién conseguía bajarme las bragas primero, son unos hipócritas. —Además de que habría sido más difícil levantarme la blusa, pero no quería echar a perder el momento mencionándolo—. Espero que al menos esta vez hayan apostado más de doscientos dólares.

—Marín déjame… —Aparté su mano de mi brazo con una sacudida, para luego prácticamente atravesar la puerta del garaje con un empellón—. ¡Marín!

—Déjame sola, Marc, ya tuve suficiente de sacar basura de mi propiedad por hoy. Así que no me sigas.

Sabiamente él no lo hizo.

Nunca antes me había movido con tanta velocidad en las muletas, muletas que irónicamente llevaban el nombre de esos dos infelices. ¿Estoy mal? Necesito que me lo digan, pero ¿estoy mal? Ellos me habían puesto como premio para su juego de conquista barato, ambos sabían que tenía sentimientos por ellos y los usaron en mi contra. En su extraño y retorcido código de amigos, se dieron el permiso de coquetear conmigo hasta que uno de los dos lo lograra. Me sentía usada, me sentía tonta porque ellos habían hecho de mí su burla. ¿Hablarían de mí en sus ratos de aburrimiento? ¿De sus avances? ¿Se habrían puesto una meta? ¿El que se acostara conmigo ganaría? ¿Qué ganaría de todos modos? Bueno, en todo caso habría sido su funeral, acostarse conmigo no podría considerarse un premio ni de consuelo. Al caso, tal vez ni siquiera me molestaba que ambos hubiesen puesto su mira en mí, eso quizá hasta me halagaba un poco. Pero si en verdad era un juego de postas para Cameron, entonces… bueno eso realmente apestaría. Si él sólo se había acercado a mí para que Marc tuviese una sana competencia, en verdad se las vería negra. Juro sobre la tumba de mi madre—denme tiempo y una pala para solucionar ese detalle—que se lo voy a hacer pagar.

Al cruzar la puerta de la cocina, noté algo bastante particular en ella y tuve que detenerme en mis planes de venganza de momento. Por un segundo la luz destellante me desconcertó, hasta que supe que era inofensiva y que me ofrecía una bienvenida distracción. Lentamente me dirigí hasta el teléfono, para luego presionar el botón de mensajes. Algo que, admito, había hecho tres veces en todo mi vida de residir en esa casa. 

Bueno, ahora sí que te la haz jugado, Marín. Cuando te aburres de tus tonterías, caes en mi casa a querer impartir órdenes. Escúchame, ¿vale? Te la dejaré pasar, pero si no me dejas vender o si pretendes que no voy a presentar resistencia, te equivocas. Tengo años de cuentas e hipoteca puestas en esa casa, dinero que salió de mi bolsillo. Dinero que hice mientras tú jugabas a la suicida con las máquinas de rasurar, ¿así que por qué no te haces un favor a ti misma y regresas a St. Louis? Al menos allí no hay nadie a quien quieras impresionar, pero aquí tienes más que perder que yo… me agradabas más cuando te volvías invisible.    

Internamente le respondí un “yo también”, siempre me agradaba más cuando jugaba a ser invisible. De todos modos, ¿qué mierda estaba pretendiendo? ¿Qué haría con la casa una vez que fuese completamente mía? ¿Qué haría con Cameron si en verdad decidía intentarlo con él? ¿O con Marc? ¿Qué tanto le mentiría a Audrey? ¿Cuántos amigos imaginarios más haría para no tener que hablar con las personas? ¿Cuándo acabaría todo? Era simple, debía juntar los libros de papá y marcharme, darme por bien servida y regresar a mi anonimato. Al menos en St. Louis no había nadie a quien decepcionar, pero aquí hasta sentía que decepcionaba a la memoria de mi padre.

Tomé la cuchara que reposaba junto a mi brazo y sin demoras comencé a comer, no es que fuese el propósito pero lo necesitaba si en verdad purgaría lo que había comido antes de que mamá llegase. Así que lo hice, me empujé los restos de pastel haciendo que el chocolate se sintiera agrio, pero concentrándome únicamente en eso y en nada más. Cuando lo hube terminado me deslicé hasta mi cuarto de baño; sin cepillos, optando por sólo utilizar mis dedos, metiéndolos tan adentro de mi garganta como me fue posible, rasgando mis nudillos con los dientes tras cada arcada, sintiendo la bilis quemando todo su camino hasta mi boca. El chocolate, el pastel aún a medio masticar salió sin hacerse esperar, pero no era suficiente. Lo seguí haciendo una y otra vez, una y otra vez, hasta que ya no salía más que un líquido transparente de mí, el mismo que se mezclaba con el rojo de la sangre que brotaba de mi nariz. No me importó, lo seguí haciendo hasta que mis manos dolieron, hasta que mi cabeza comenzó a dar vueltas sobre mis hombros, hasta que ya no supe distinguir el color del piso donde me encontraba tirada.

Es lo último que recuerdo del jueves, antes de que le negrura del sueño me consumiera. No, esperen, hubo algo más.

—¿Blue...? ¿Qué demonios te hiciste?

Con suerte ya estaba lo suficientemente invisible como para que me obligase a responderle, con suerte esa vez conseguiría quedarme así.

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Cam: Voy a evitar hablar del capítulo y mejor voy a los negocios...

Jace: Antes quiero hacer un anuncio. Dado que nos vamos de vacaciones y ya que son tan buenas fanáticas, les quise dejar un regalo en twitter. Una imagen de Bruno conmigo. Modestia aparte, salimos muy guapos... así que pasen! Es su primera presentación en sociedad. 

Lucas: La leyenda dice que lo bañó tres veces antes de fotografiarlo.

Jace: Cierra la boca, Hassan. Para mis bellísimas fanáticas, pasen por el twit de Tammy que es: @tammy_tf88

Cam: Dicho eso, vamos a la dedicatoria del cap. Esta vez va para una compatriota de Tammy, alguien que siempre tiene el detalle de hablarnos a todos. De trasmitirnos todo lo que nuestra historia le causa, así que Claudia... espero que hayas disfrutado de tu cap. Muchas gracias por estar, me saco la camisa para ti ;)

Lucas a Jace: Mucha dedicatoria de capítulos, pero nada de mencionar que su amigo le está queriendo bajar a su chica ¿no? Igual, besos para Claudia!

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