Instinto nivel 1.
Resultaron ser bastante curiosos ustedes, me alegro al menos que se molestaran con Marín y no conmigo. ¡Van aprendiendo! xDD Bueno sin más demoras, les dejo el cap. Gracias por pasar.
Capítulo XXV:
Instinto nivel 1.
¿Han escuchado la frase “el conocimiento es poder”? No estoy muy segura de quién la acuñó, pero se la atribuyen a un filósofo llamado Francis Bacon. Es probable que esto les dé lo mismo, pero mi papá me enseñó a respetar a los dueños de las buenas frases. El punto es que, dado que ahora soy la dueña del conocimiento automáticamente ganó poder ¿no? A decir verdad a lo largo de esta historia siempre lo he tenido, sólo que no se llega a apreciar hasta que realmente tienes algo que presumir a los demás.
Pero no se las voy a hacer larga, ¿quieren saber qué significa Blue? Es decir más allá de su obvio significado, pues vamos a ello para que luego no me acusen de desalmada:
—¿Y bien? —Retrocedí hasta la cama, porque a pesar de que Walter no pesaba tanto, tampoco incitaba a una a estarse parada.
Cameron negó lentamente, regresando a la cómoda donde volvió a guardar la fotografía. Tras perder el tiempo en eso y—supongo yo—crear el ambiente para la historia, giró sobre sus talones dándome una miradita divertida.
—Creo que una vez que lo sepas vas a estar algo decepcionada.
—Puede que sí, pero la sensación de no saberlo supera a la sensación de sentirme decepcionada por tu falta de inventiva con el apodo.
Él soltó una carcajada, apoyándose de forma casual contra la cómoda.
—¿Te das cuenta lo increíble que eres?
Abrí los ojos como platos, sin saber qué responder a eso o siquiera precisar si había oído bien. No parecía que él hubiese estado planeando decirlo, y exactamente por eso fue más difícil de procesarlo. Cuando algo se planea, cuando un cumplido sale con un propósito concreto, hasta se lo puede pasar por lisonjeo barato. Pero cuando eran espontáneos, como palabras dichas por el simple hecho de querer afirmar una verdad… bueno, esas ya no eran tan simples de ignorar.
—¿Estás bien? —Se adelantó unos pasos ante mi repentino mutismo, por lo que me obligué a recomponer mis muros.
—Sí, sólo espero a que me digas…
Cameron se dejó caer a mi lado, echándose hacia atrás en la cama cual gato que se despereza tras una larga siesta. Yo lo miré, sí lo admito lo miré, con toda la falta de disimulo que me caracterizaba. Es decir, todo él se estaba estirando junto a mi pierna, a escasos dos centímetros de mi mano y pocos más de mis ojos, no mirarlo sería como transgredir una regla sagrada. El movimiento había tirado de la camiseta algunos dedos por encima de la cinturilla de su pantalón, lugar que por supuesto tuve el impulso de tocar.
—Bien… —Su voz detuvo a mi mente que a su vez detuvo a mi mano, la cual ya se estaba arrastrando hacia él como una brújula atraída por la fuerza magnética del polo norte. ¡Ja! Sólo yo pienso analogías como esas en una situación así.
—Bien. —Afortunadamente Cameron tenía la vista puesta en el cielo raso, de lo contrario habría sido muy capaz de ver mi rostro de estúpida mirona.
—Antes de contarte la historia, quiero que sepas que tenía trece años y cualquier intento por inventiva para poner motes, siempre estaba eclipsado por esa etapa en la te comienzas a conocer a ti mismo. No seas muy dura conmigo.
Reí entre dientes, alentándolo con un movimiento de mi mano a continuar. Él colocó las suyas sobre su abdomen, como si se estuviese burlando de mí tocando aquella franja de piel expuesta. Aparté mis ojos con reticencia, enfocándolos en la cómoda y sólo en la cómoda. Obviamente el día de hospital había hecho estragos en mis funciones neurológicas, ¿sería el escaso condimento en el puré de zapallo? ¿Sería el zapallo en sí? Debía anotarme como tarea, el buscar los efectos afrodisíacos del zapallo.
—¿Te acuerdas cuando tu padre se compró ese carro antiguo?
—Sí —respondí casi al instante, echando a un lado la reflexión sobre el zapallo.
Cameron hablaba del Maserti Cabriolet del año 56 que papá había adoptado a mis doce o trece años; era su segundo hijo no reconocido oficialmente hasta la fecha. Me encantaba ese carro, cuando mamá lo vendió fue como si hubiese perdido a mi hermano de cuatro ruedas, mi hermano Transformers.
—Hubo un tiempo en que lo conducía hasta para ir a la tienda a dos calles, ¿recuerdas que nos llevaba a la escuela también? —Asentí, aun cuando Cameron no me estaba viendo directamente—. Bueno, una vez estábamos esperándote, tú como de costumbres ibas tarde. Yo estaba en la parte trasera del carro, mirando por la ventana cuando te vi salir de la casa y al instante noté que algo se veía extraño en ti. Cuando te montaste lo hiciste en el asiento delantero, justo frente a mí y… ahí estaba. —Levantó las manos como si con eso lo dijera todo, pero yo aún continuaba en ascuas. ¿Qué estaba? ¿Yo? ¿Mi retraso lo inspiró para decirme Blue? Si ese era el caso, admito que sí era algo decepcionante.
Cameron se incorporó hasta quedar sentado y yo lo observé sin inmutarme.
—Llevabas el sweater al revés y en la etiqueta se podía leer de forma muy clara: “Blue”. Así que cuando lo vi te dije: Blue. Y tú te volteaste, me miraste enfadada y me dijiste: no me llames así, imbécil. Fue como si estuvieses obligándome a hacerlo con eso, como si me estuvieses dando permiso.
—¿La etiqueta? —pregunté contrariada, esforzándome por recordar aquel día en cuestión.
—Te dije que no era la gran cosa… —Él se encogió de hombros, bajando la mirada hacia el edredón—. Pero recuerdo que luego de ese día, casi y hasta esperaba que te pusieras ese sweater. Toda tu ropa, al menos toda la que se podía ver, era de esa marca. En la imagen tenía como una pequeña flor en color rojo, lo cual era bastante extraño dado el nombre. Usabas casi siempre ropa Blue, al menos hasta que fuiste un poco más grande, luego de unos años ya no se te veía más la flor roja.
Fruncí el ceño sutilmente, trayendo a mi memoria los años que mencionaba. Puede que yo no tuviese su tipo de recuerdos tan puntuales, pero sí recordaba mis sudaderas, camisetas y jeans con la flor roja. Jamás le había puesto atención al punto de leerles las etiquetas, pero la flor roja era bastante distintiva. Usé esa ropa hasta los quince años más o menos.
—Paige solía comprarme la ropa, era lo único que hacía por mí. Luego de que papá murió dejó de hacerlo…
—Oh… —Él desvió la mirada hacia la puerta, por lo que me vi obligada a sacarlo de esa repentina abstracción.
—¿Quién diría que saldría algo bueno de ella? —Mi intento por distraerlo no pareció surtir efecto, pues continuó viendo hacia otra parte y haciendo eso de morderse la esquina del labio.
Me podía hacer una idea bastante clara de lo que estaba pensando, el apodo que me había dado hacía tantos años era indirectamente responsabilidad de mi madre. Las dulces ironías de la vida no dejaban de restregarnos su trasero en el rostro, ¿verdad?
—No lo sabía —masculló al cabo de un minuto.
—Y no tenías porqué —le espeté con firmeza, tocando su mano para que me devolviera la atención—. ¿Así que querías decirme que mi sweater estaba al revés y yo te llamé imbécil? —Él sonrió tímidamente, dándome un breve asentimiento—. Uf, realmente soy una perra…
—En lo absoluto.
—¿Sabes que estar mirando mi ropa te coloca en una posición muy cercana al acoso? Jesús, Cameron, ¿voy a tener que ir por esa orden de restricción después de todo?
Como toda respuesta me tomó por la barbilla, y antes de que pudiera reaccionar o añadir una línea extra a mis pensamientos, él me atrajo hasta su boca para silenciarme de una buena vez. Y lo dejé hacer, porque era obvio que yo sería la última en poner pegas frente a esa iniciativa. No más, esta era la versión lasciva de Marín que disfrutaba lo que podía conseguir.
Por favor, siéntanse con la libertad de tenerme envidia en este punto.
—Dejaré de llamarte así si te molesta.
Suspiré contra sus labios, pudiendo sentir de algún modo secundario los vestigios de un sabor similar a la manzana. Era curioso pensarlo, pero Cameron efectivamente sabía a manzana o quizá eran sólo sus labios lo que lo hacían, o tal vez el hecho de que siempre llevase una manzana lo había impregnado de ese sabor. O sería alguna especie de retorcida treta del destino, darle el gusto característico de lo prohibido—al menos lo prohibido para los cristianos—, para que al probarlo hubiese una advertencia subyacente.
Dios, esperaba que no fuese esa última, sería bastante tétrico.
—No… —Negué, colocando una de mis manos sobre su mejilla sin afeitar—. Ese es mi nombre clave, cambiarlo ahora sería mal augurio.
Con un leve asentimiento, volvió a inclinarse para dejarme otro suave beso con sabor a manzana, hombre y Cameron. Si es que se pudiera otorgarles un gusto a las personas, él sería una combinación de esas tres cosas.
—Mejor descansa un poco, Blue.
—Ok… —acepté medio aturdida, dejándolo marchar.
Bueno, ¿qué me dicen ahora? ¿Satisfechos? ¿Aún no? Pues deben aprender algo en este preciso momento; siempre que podamos ser capaces, debemos intentar dilatar lo bueno. Ya sabrán a lo que me refiero. Pero por ahora, los dejo con estos comerciales.
***
Mi plan para meter publicidad dentro de la bitácora no surtió efecto, pero estoy a la caza de interesados.
De regreso al tema. Cuando desperté—sé lo que están pensando “esta chica duerme todo el tiempo”. Pero es que, ¡Cristo! ¿Qué pasó con eso de no mirar la paja en el ojo ajeno?—la habitación estaba casi completamente a oscuras. Una pequeña rendija en la ventana le permitía el paso a un mísero haz de luz, y eso era todo. Por un segundo me encontré bastante perdida en las penumbras, hasta que dos golpecitos en la puerta me terminaron por arrastrar a la realidad.
—Adelante… —susurré, alzando la cabeza de la almohada en la que me había embebido de aroma a él. Era tan extraño darle el permiso de entrar en su propia habitación, lo sé, no lo mencionen.
—¿Cómo estás?
Me encogí de hombros, sintiéndome repentinamente tímida en esa situación. Él que me había cedido su cama durante toda la tarde, golpeaba a su puerta y me preguntaba cómo estaba. Digan lo que digan, esto era bastante surrealista.
—Bien.
—¿Descansaste?
—Creo que agoté el depósito como para tres vidas. —Cameron sonrió brevemente, abriendo la puerta por completo para entrar en el cuarto.
Hizo todo su camino hacia el lateral izquierdo de la cama, sin dignarse a encender una luz, por lo que me tomó un buen rato notar que traía algo en las manos.
—Audrey pasó mientras dormías. —Y seguramente allí le faltó añadir algo como que Audrey también me insultó por estar durmiendo, apostaría mi trasero a ello.
—¿Dijo algo?
—Te dejó esto. —Él colocó sobre mi regazo mi portátil junto con mi móvil, pero admito que eso fue lo que menos me importó, porque su otra mano se llevó toda mi atención y… racionalidad. Lo poco que me quedaba de ella al menos.
—Ay… —Creo que mi boca articuló esa palabra, aunque bien pudo ser una respuesta primitiva de mi paleoencéfalo.
Vamos, saben de lo que les hablo. Es la parte más vieja del cerebro, la que está encargada de manejar la supervivencia de un modo binario: huir o pelear. En mi caso la parte de huir estaba más entrenada, pero había momentos en los que se enfundaba su traje de lucha y olvidaba cualquier otro método persuasivo. Ese era uno de esos momentos.
Mi mano voló directo a la suya, pero Cameron pareció advertir en el último segundo mis intenciones y tiró de su cuerpo hacia atrás, haciendo que fallara en mi objetivo por unos frustrantes dos milímetros.
—Dámelo. —No fue un pedido, fue una orden. Una de mi amigo paleoencéfalo.
—¿Qué? ¿Esto? —Alzó mi cuaderno de bitácora como quien no quiere la cosa, echándole un vistazo superficial a la contratapa—. ¿Qué es? ¿Tu diario íntimo?
—¿Diario íntimo?—siseé con recelo—. ¿Acaso crees que tengo diez años? Eso es un cuaderno de bitácora, y es mío.
Él enarcó ambas cejas, mirándolo por ambas caras como si con eso pudiese echar un vistazo hacia el interior.
—¿Por qué tienes un cuaderno de bitácora? ¿Planeas organizar tu propio crucero?
Rodé los ojos, exasperada, poniéndome de rodillas en la cama para conseguir acercarme al otro extremo—su extremo—sin parecer muy obvia.
—Los cuadernos de bitácora no sólo pueden hablar de un viaje. También pueden hablar de personas, ya sabes… de la vida de alguien que valga la pena mencionar. Tomando como metáfora la vida como un viaje al que todos debemos enfrentarnos, nos guste o no.
Algo así iba a ser la explicación que daría más adelante como propósito ulterior de la historia, ¿saben? Como un cierre magistral de la obra, ahora acababa de joderlo y puesto que me prometí ser honesta durante este relato, lo dejaré tal y como ocurrió.
—¿Y escribes sobre tu vida?
—¿Por qué escribiría sobre mi vida? Se supone que tiene que haber una enseñanza, se supone que tiene que ser digno de ser contado.
El leve fruncimiento de su ceño, me dio la pauta para actuar. En cuanto noté que había logrado distraerlo con mi cháchara, me impulsé hacia adelante alcanzando a rozar con mis dedos el cuaderno.
—Buen intento —se burlo, tambaleándose en la punta de sus pies para escapárseme por segunda vez consecutiva. Diablos, él sabía moverse rápido.
—Maldito seas, dámelo, Cameron.
—¿Por qué tanto drama? ¿Escribiste algo sobre mí?
Coloqué las manos en mis caderas, desafiante, para luego darle una mirada condescendiente.
—¿Debo repetirte que hay que escribir sobre alguien relevante? —Cameron me observó en silencio por un largo segundo, antes de chasquear la lengua y tirar mi cuaderno sobre la cama—. ¡Oh, vamos, no seas tan sensible! No lo decía en serio…—Si en realidad supiera lo que tenía ese jodido cuaderno.
Pero él no se quedó a escucharme, por supuesto que no, tras cerrar la puerta a sus espaldas volvió a sumirme en la penumbra y el silencio.
Soltando un suspiro resignado me eché hacia atrás, tomando mi cuaderno para una rápida inspección. Había enviado a Audrey como agente de reconocimiento y recuperación, su tarea era sacar mi portátil, móvil y bitácora de la casa de la Santa puta/Perra/Desgracia. Obviamente llevaba explicitas órdenes de no abrir el cuaderno bajo ningún concepto, chantaje o tortura, sabía que en ese punto podía confiar ciegamente en ella. Y como para confirmar mi pensamiento, encontré pegada una etiqueta en forma de huella de perro en la parte posterior de mi cuaderno, decía lo siguiente:
“Marlín, la parte de reconocimiento y recuperación está concluida. Puedo asegurar que la Operación ballena del desierto, va viento en popa.
Por cierto, ¿por qué ballena del desierto? Las ballenas ni siquiera viven en los desiertos. En fin, el pez ha mordido el anzuelo. La puerca está en la pocilga, repito, la puerca está en la pocilga.
Cambio y fuera.
Atte. La agente terremoto (porque rajo la tierra).”
Dejé ir una carcajada frente a sus ocurrencias, metiendo la nota entre las hojas de mi cuaderno. Oigan, no crean que no sé lo que están pensando, ¿cómo puede estar riendo tan tranquila luego de hacer enfadar a su segundo al mando? No se apuren, les aseguro que él sabe cobrarse represalias y eso tendrá lugar justo después de esta frase.
—Blue, te traje la cena. —¿Lo ven?
Presioné los ojos en rendijas, al momento en que encendió las luces sin consideración alguna por mis retinas. Ese era él vengándose por mi comentario ácido de antes.
—Todavía estoy llena del hospital.
—La enfermera dijo que tenías que cenar algo… —«La enfermera dijo» ¿Qué rayos? ¿Teníamos cinco años?
Comprendía su necesidad de castigar mi impertinencia, pero sería más fácil para todos si sólo aceptase mis disculpas. Incluso estaba dispuesta a un intercambio de besos por perdón.
—Pues no me apetece.
Él dejó la bandeja que traía sobre la mesa de luz, para luego arrastrarla hasta el lateral donde yo me encontraba sentada.
—Si tuviéramos que esperar hasta que te apetezca, podríamos cumplir treinta aquí sentados.
—Idiota —mi voz apenas audible, pero efectiva para transmitir el mensaje. Cameron me observó de pie con los brazos cruzados al pecho, cual maestro de escuela que regaña a un mal estudiante.
—Marín… —Esperó a que le respondiera, pero yo estaba perfectamente cómoda en mi actitud de negación—. ¿Quieres dejar eso?
Alcé la mirada, evocando toda la inocencia que podía en una simple sonrisa irónica.
—Necesitas comer.
—Lo que necesito es que me dejes en paz.
—Hicimos un trato, Marín, no te pongas en ese plan. —¿Recuerdan aquel primer mensaje de mamá? ¿El que me pedía no ponerme en ese plan? Bueno, comúnmente esa clase de pedidos no da como resultado cosas buenas en mí.
—Te dije que estoy llena, no quiero comer.
—No lo entiendo… —musitó, pasándose una mano por el cabello como si en verdad todo el asunto lo trajera de los pelos—. Tu cuerpo necesita comida, sabes que lo necesitas.
Era un buen argumento, por lo que asentí dándole la razón. Nadie mejor que yo sabía de los reclamos constantes que me hacía mi propio estómago o mi mente, todos parecían confabular en contra de mis principios. Principios que ni siquiera estaba segura de por qué me los había planteado o tomado tan apecho. Para mí era una obviedad el hecho de que necesitaba la comida, pero qué podía hacer para cambiar algo que no quería ser cambiado. La comida no era mala, la comida era fantástica.
—No sabes lo que daría por poder sentarme a la mesa y sólo disfrutar de lo que hay en mi plato.
Lo sentí sentándose a mi lado, dejando que el platillo que había traído me enfrentase desde la mesa de luz. Era una deliciosa pieza de pollo a la parrilla—al menos se veía deliciosa—, acompañada con una ensalada de lechuga, tomate y zanahoria. En apariencia, se veía inofensiva.
—Ya lo has hecho, Blue… —Negué, aún con la vista fija en la comida—. Claro que sí, te vi comer antes.
—Eso es distinto.
—¿Por qué?
—Porque en esas ocasiones sabía que no iba a dejar que la comida pasara mucho tiempo en mi interior. —Lo miré de soslayo—. Porque contaba los minutos para que Marc y tú se marchasen, y poder hacer lo que mejor hago.
—Marín…
—No puedo, Cam. —Presioné las manos contra mis muslos, forzando a mi voz a mantenerse firme—. Entiéndelo, por favor.
—Está bien… —Él intentó abrir mi puño con su mano, pero no me sentía merecedora de su paciencia o su comprensión, así que me aparté con recelo—. No tienes que hacerlo ahora.
Clavé mis ojos en mis nudillos pálidos y rasguñados, esperando que él se levantara para llevarse la comida, pero Cameron no se movió de su lugar a mi diestra. Simplemente se quedó allí, dejando que los minutos y la tensión se arrastraran entre ambos con perezosa calma.
—Una vez estaba tan molesto conmigo mismo, que terminé haciéndome un tatuaje.
Me volví lentamente en su dirección notando que su mirada estaba, al igual que la mía antes, fija en mis nudillos lastimados.
—¿Por qué estabas molesto? —pregunté en un murmullo de voz.
—Porque quería algo, pero no tenía las agallas para ir por ello. —Le eché una mirada de reojo al plato de comida, agradeciendo el momento en que Cameron continuó hablando—. Cuando dejé la universidad para volver aquí, había pedido un pase de seis meses. —Rió sin parecer quererlo realmente—. Fue bastante iluso de mi parte creer que en seis meses sería capaz de arreglar todo aquí. Y cuando me encontré con el plazo cumplido, supe que ya no habría regreso a la escuela o posibilidad de salir de aquí. Estaba tan molesto, Blue, no tienes idea cuánto quería despotricar contra alguien… pero no había nadie a quien culpar. Sólo había sido el destino o algo así, me lo repetí tanto que hasta comencé a aceptarlo. Y justo cuando empezaba a olvidar lo que había hecho, me hice el tatuaje. —Sus ojos finalmente se posaron en los míos—. Para recordar… para que cada día tuviese presente en mi cabeza lo mucho que me estaba traicionando.
No estaba segura de comprender a lo que se refería, o por qué seguía poniendo a su tatuaje a la altura de mis cicatrices. Lo que él tenía escrito pedía liberación, lo que yo me había hecho gritaba desesperación. O algo peor tal vez, debería preguntárselo a Alex, llámame Alex.
—¿Y qué querías?
En esa ocasión la sonrisa que tocó sus labios fue autentica, suave y casual.
—Sólo quería ir por el mundo con mi cámara, soltar amarra y marcharme sin decirle nada a nadie.
—Por eso fuiste a una escuela de arte, fuiste a estudiar fotografía.
Cameron me dio un pequeño asentimiento en acuerdo, y yo me quedé algo aturdida ante ese descubrimiento. Nunca se me habría ocurrido que él pudiese querer ser fotógrafo, aun cuando lo había visto ciento de veces tomando fotos, aun sabiendo que a los catorce años era el único que poseía una cámara de las buenas. Era extraño descubrir que incluso sabiendo tanto de él, había aspectos de su vida que me eran completamente ajenos. Ni siquiera tenía idea de sus deseos o aspiraciones, había asumido que convertirse en bombero era todo lo que había querido siempre.
—Deberías hacerlo —le espeté, como si acabara de dar con una maldita obviedad—. Deberías juntar tus cosas y sólo marcharte.
—No es tan fácil.
Me giré de un brinco, para enfrentarlo por completo.
—¿Bromeas? ¿Qué puede ser más fácil que irte, Cam? Toma tu cámara y recorre los lugares que quieres, tal vez no seas un profesional pero es algo que te apasiona. Y debes hacer lo que te apasiona, debes hacer algo para ti.
—Estoy haciendo algo para mí. —Él entrelazó su mano con la mía, haciendo que mi vista volara automáticamente a ese punto de contacto—. Esta es una de las pocas veces en que realidad estoy haciendo algo para mí.
—¿Yo? —Ay, mierda, ¿dije eso en voz alta?
—Había… —Se detuvo, negando con suavidad a su propio pensamiento—. Hay muchas razones por las cuales no debería alentar esto, Blue. Pero francamente no me importan, siempre que tú estés de acuerdo a intentarlo.
—¿Aun cuando esté mal de la cabeza, tenga amigos imaginarios, esté en guerra con mi madre y tenga una tendencia natural a insultarte sin ningún motivo?
—Sí.
Una estúpida sonrisa hizo amago de aparecer en mi rostro, por lo que llevé mi mano libre hacia su nuca y lo atraje a mis labios sin resuello. Cameron sonrió al primer contacto, sabiendo seguramente que su simple respuesta me había dejado desarmada. Es decir, él quería estar conmigo a pesar de todo eso, él no lo hacía por mí, lo hacía porque lo quería.
—Cam… —jadeé junto a la comisura de sus labios, él suspiró pesadamente girando el rostro para reanudar el beso de forma más demandante. Y entonces volvimos a caer en ese estado de semiinconsciencia en que sólo funcionan las partes vitales; corazón, pulmones, boca y sentidos—. Cam…
—Dime. —Sus dientes rasgaron la parte sensible de mi clavícula e instintivamente hundí la mano en su cabello, anclándolo a ese punto como si mi vida dependiera de ello. ¿Quería decirle algo?—. Blue…
Logré encausar dos pensamientos juntos al oír, o mejor dicho sentir, su voz golpeando mi piel y me aferré a la cordura como fui capaz.
—Pienso que deberías hacerlo.
—También lo pienso.
Eché la cabeza hacia atrás, dejando ir una carcajada nerviosa.
—No, bobo, no me refiero a eso. —Cameron se incorporó lo suficiente como para clavar una turbada mirada azul en mí—. Digo el viaje, creo que debes hacerlo.
Él sonrió de forma ausente, posando su pulgar en mi labio inferior como si no pudiese aplacar el impulso de hacerlo. Inspiré profundamente, abriendo la boca con sutileza para rozar con la punta de mi lengua su pulgar, y de ser posible sus ojos azules se oscurecieron aún más.
—Lo haré, pero sólo si prometes venir conmigo.
¿Seguíamos hablando del viaje? Fuese como fuese, lo único que fui capaz de responder en mi absoluto estado instintivo de pensamiento, fue un:
—Lo prometo.
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Lucas: Cam se quedó ocupado en "algo", y no pudo venir hoy a hacer la dedicatoria así que los dejo con su bella ayudante.
Jace: ¿Acaso no te pasaste ya de tus palabras permitidas por semana?
Lucas: ¿Acaso eso es una mancha en tus manos?
Jace: NADA de lo que digas me molesta, Hassan. Pero bueno, al trabajo. Me han encargado dejar este capítulo a una persona que pidió específicamente por mí, así que aquí este cap es para ti bellissima, LadySerezade. No espero que te subas a la parra, pero si lo haces quiero una foto ;) Spero che ti sia piaciuto.
Lucas: Sólo gana porque es extranjero... para el resto de lectoras, recuerden que las imágenes también las dejamos en twitter. Esta vez podrán ver la flor roja.
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