Ese mismo día...
Bueno, hola! Originalmente el capítulo anterior tendría que haber terminado acá. Pero lo corté antes y al final, como tuve un rato para terminar lo que me faltaba de este decidí subirlo. En fin, no es tan largo pero es que digamos que es para cerrar la idea y no tenerlos esperando mucho.
Ahora sí, me voy a seguir estudiando. Tengan un lindo... ¿fin de semana? Ya ni sé en que día vivo. Besos.
Ese mismo día…
Pues sí, ese mismo día tras una magistral maniobra mía para salir de los pantaloncillos, me encontraba sentada en la silla de los muertos. Artefacto que no tenía nada de silla, si me lo preguntan. Más bien parecía un columpio con mangos de metal que se aferraban a los laterales de la tina, tenía una especie de goma antideslizante que le proporcionaba suaves masajes a mi trasero.
¡Qué va! Ni masajes ni nada, lamentablemente no vibraba o hacía burbujas, pero como este era mi primer baño en los últimos diez días iba a fingir que estaba en un jodido spa.
—Muy bien, ¿cómoda?
Dejé caer la espalda contra el respaldo, sabiendo que aún con mi pierna enganchada al lateral no iba a hundirme. Entonces miré a mi vecino y le sonreí con suficiencia.
—Sí, creo que esto va a funcionar.
Cameron asintió mientras se secaba las manos y yo me entretenía soplando las burbujitas de la superficie del agua. Marc no había escatimado con el jabón de baño de mi madre, y creo que lo amo un poco por eso.
—Entonces… ¿vas a necesitar algo?
Enarqué una ceja, apartando mi atención de las burbujas y posándola en él. Pensaba que ya habíamos pasado de todo el asunto de desviarnos la mirada como colegiales, pero aparentemente Cameron tenía más recato del que habría esperado. Siempre pensé en el término sinvergüenza a la hora de describirlo, quizá no estaba siendo del todo justa con él. ¡A Cameron le avergonzaba mirarme! Y lo entiendo, a mí también me avergüenza mirarme, más sin ropa y mojada. En momentos como ese, asemejo al monstruo de la laguna azul… envuelta en burbujitas con sabor a cereza.
—No, creo que puedo con ello. —Podía ser lo suficientemente caritativa como para evitarle el show en primera fila.
—Ok, estaré en la habitación. —Con un ademan señaló la puerta, y con el mismo impulso se fue deslizando hacia ella.
Una vez que me encontré sola en la tina, comenzó lo bueno. Perdí unos cinco minutos más con las burbujas—sí, soy una cría de mente… no es como si intentara convencerlos de lo contrario—y luego fui por lo serio. Desatando los amarres de mi bikini, lavé todos aquellos puntos poco accesibles para mis baños de esponja. Era bueno que fuera la clase de trajes de baño que se desmontaba jalando unos hilillos, juro que fueron mi salvación los pasados días. ¿Se imaginan cambiar sostén y bragas diariamente con la escayola? Hice milagros con tres pares de bikinis, confíen en mí.
¡Dios! Podría describirles detalladamente el momento en que el agua con olor a cerezas, entró en contacto con sectores que habían olvidado lo que era sentirse fresco. Pero, tampoco quiero perder el respeto que me he estado granjeando con ustedes. Así que para todo fin explicativo, les diré que gemí.
—Jesús… —El agua tibia hacía maravillas en mis músculos adoloridos, podría quedarme allí eternamente y sería una buena vida.
Aunque como todo lo bueno, no duró mucho. El genial efecto orgásmico del baño decayó un poco al momento de lavar mi vientre, podía sentir las irregularidades en mi piel allí y por algún motivo estúpido, al mismo tiempo podía escuchar la voz de Cameron en mi cabeza diciendo que era demasiado. No es como si yo no lo supiera, es decir… ¡claro que lo sabía! Era demasiado, era lo que las personas hacían no mucho tiempo antes de probar un coctel de pastillas.
Yo no había llegado a eso, pero admito que lo había pensado. Morir.
Nunca tuve las agallas como para intentarlo, y que quede claro que cortarse no busca específicamente terminar con nada. Los cortes no iban con el objetivo secundario de esperar que alguno se infectara y milagrosamente muriera de tétanos, no. Nunca tuvo que ver con la muerte, sino más bien con el silencio.
Sacudí la cabeza tratando de escurrirme esos pensamientos, pero fue en vano. Una vez uno de mis médicos… creo que era un psiquíatra o algo por el estilo, me dijo que autolesionarse es una forma no sólo de aplacar la ansiedad, sino también de sentir control. Porque, vamos, ¿a quién no le gusta ser el dueño de su dolor? Después de todo tú decides cómo empieza, cuándo y por cuánto tiempo lo harás durar. Es un dolor controlado, un dolor que no incluye terceros, un dolor que incluso infunde valor. Porque no todos son capaces de lastimarse y entenderlo, aunque muchos entienden a la perfección las heridas. Cuando la herida es causada por alguien más, no está mal enseñarla y presumir que fuiste capaz de salir bien librado de ella. ¿Entonces por qué debemos avergonzarnos de una herida propia? Al fin y al cabo, las guerras personales también dejan cicatrices.
Y tras releer párrafos como el anterior, comienzo a darme cuenta lo especial que soy. Es decir, cualquier persona que inicia una explicación con un “mi psiquíatra me dijo” sin duda es especial.
—¿Blue? —El suave golpecito en la madera me trajo de regreso.
Pestañeé varias veces, cerrando mi mano entorno a la esponja que estaba presionando contra mi estómago. Volví el rostro hacia la puerta, notando que Cameron se asomaba tímidamente por el resquicio que había abierto.
—¿Qué? —pregunté capturando sus ojos.
—Llevas un largo rato, ¿me avisarás cuando estés lista?
Asentí en silencio, y él cerró la puerta.
Siendo consciente de que mi tiempo de catarsis con el agua comenzaba a terminarse—qué irónico algo que comienza terminando—, me apresuré a presionar una buena cantidad de producto para el cabello en mis manos. Nada como placenta de dinosaurio malayo de la era mesozoica, para conseguir una caballera brillosa, suave y manejable. O al menos eso decía la etiqueta, y las habilidades valorativas de mamá se activaban según la cantidad de adjetivos que era capaz de contar en la etiqueta. Este tenía tres, debía ser malditamente bueno.
—Auu… —Hice una mueca cuando de forma estúpida intenté lavar los puntos que tenía en la cabeza. No fue premeditado, lo juro.
Todo ese rollo de controlar el dolor, no aplicaba cuando la herida no había sido provocada por mí. Además de que, como le dije a Cameron, eso era parte del pasado. La antigua Marín se habría reído del dolor e incluso, habría hecho un doble o nada para equiparar los cortes simétricamente en cada lado. Pero ya no era tan temeraria, ahora casi todo dolía un jodido infierno.
—¿Todo bien?
Creo que él escuchó las maldiciones que no trascribí aquí, porque lo crean o no, intento proteger la inocencia del espectador.
—Sí, bien… —mascullé, mientras seguía con mis dedos el camino de puntos que pasaban alrededor de mi oreja.
Durante todo este tiempo había evitado ese sitio, limitándome a sólo golpearlo esporádicamente con una gasa empapada en alcohol. Por primera vez estaba sintiendo los hilos que rodeaban parte de mi oreja y se perdían hasta casi la mitad de mi cabeza. ¡Diablos! No era un corte cualquiera, debía tener más de veinte puntos allí.
—¡Mierda! —exclamé ante mi propia sorpresa. ¡Pude haber muerto con esto! ¡Pude expulsar mi cerebro a través de ese corte! Olviden el jodido cráneo, ¿cómo es que recién caía en cuenta de la gravedad de mi situación?
—¿Marín? —La voz de Cameron fue algo más demandante en esa ocasión.
Puse los ojos en blanco, jalando la parte superior de mi traje de baño para tapar mi indecencia.
—Entra —exclamé, agitando el agua brevemente para crear una pantalla de burbujas. No que eso fuera a cubrir algo que él no hubiese visto ya, pero al menos le alivianaría el impacto visual.
—¿Ya terminaste? —preguntó, a tiempo que cruzaba el cuarto de baño en tres zancadas largas.
Hombre, verlo acercarse así era algo intimidante.
—En realidad… —Forcé mi vista lejos de su persona, había una extraña sensación formándose en la base de mi estómago, la cual preferí no analizar más de la cuenta.
Sí, bien, había un hombre de pie junto a la bañera en donde estaba casi completamente desnuda. Seamos más específicos aún, había un hombre guapo de pie junto a mi bañera, mirándome en mi traje de baño, y obligándome con la intensidad de su escrutinio a intentar ser tragada por las burbujas.
Aja, yo lidiaba con situaciones como esa casi todos los días.
—¿Blue? —Afortunadamente él podía echar a perder todo el ambiente con una sola palabra.
—Esto… —Alcé una mano jabonosa—. ¿Crees que podrías echar un vistazo en mi cabeza? He intentado lavarme, pero siento que voy a desgarrar algo.
Cameron se quedó quieto por lo que pudo ser un eterno y analizador minuto, mirando mi cabeza desde su metro ochenta, algo que ambos sabíamos no era lo que le había pedido. Finalmente soltando un suspiro, avanzó hasta el lateral de la tina y tomó asiento en la esquina que más cerca estaba de mi cabeza. Me arrastré hacia él tanto como pude sin salirme del agua, ofreciéndole mi herida para que pudiera darme un veredicto. En mi opinión era algo que debía tratarse con cuidado; cuidado que no le había estado prodigando, si tienen que saberlo.
—¿Se ve muy mal?
—El cabello cubrirá la cicatriz.
Intenté, juro que lo intenté pero no pude evitar romper en una carcajada. Al principio creo que él no lo captó, pero cuando me volví lo suficiente para mirarlo me sacudió la cabeza de forma reprobadora y una leve sonrisa tiró de la comisura de sus labios.
—Listilla —me regañó, posando su índice en mi mejilla para volver mi rostro hacia el frente.
—No puedes negar que es gracioso.
—No lo es —masculló en respuesta, esta vez poniéndose lo bastante serio como para arruinar mi diversión.
Tensé los hombros cuando sus dedos se hundieron en mi cabello, no por dolor sino por puro recelo. Él no pareció notarlo, pues continuó marcando el mismo patrón que había hecho yo previamente. El cual asemejaba a una medialuna entorno a mi oreja izquierda, que luego subía como el rayo de Harry Potter hacia el centro. Era un Señor corte. Al menos esperaba que sirviera para avisar sobre la presencia de Voldemort.
—¿Qué le hace otra mancha al tigre?
—Los tigres no tienen manchas —sentenció en tono monótono—. Y me alegro que te permitas bromear al respecto.
De acuerdo, ¡vaya! ¿Acaso había madurado en los quince minutos que lo dejé solo? ¿Qué pasaba con ese viaje a la culpa? ¿Repentinamente había caído en cuenta del foso donde estaba empecinado en meterse?
—Bien, ¿sabes? No necesito esta mierda viniendo de ti. —Jalé su mano lejos de mi cabeza, omitiendo la maldición que se atoró en mi garganta por el movimiento brusco—. Gracias por nada.
—¿Así que siempre que te diga algo que no quieres oír me vas a echar?
—Te estoy echando desde el primer día que te vi, sólo que tú sigues pasando de lo que digo. Si no te gustan mis bromas, nadie te obliga a escucharlas. —Señalé la puerta—. Por allí está la salida, intenta que no te golpeé al cruzar…
—Ya vas de nuevo, ¡Dios! Eres tan jodidamente irritante…
—¡Lárgate!
—¡Lárgate! —me remedó gritando por sobre mi voz—. Parece que es lo único que sabes decir, pero no me voy a ir. Que se te grave en la cabeza, no me puedo ir…
—¡¿Por qué no?! —exclamé, sintiendo como cualquier intento por controlar aquello se evaporabaante ese condenado “puedo”. Un “debo” habría sido más tolerable que aquella sensación de resignada obligación que llevaba implícita el “puedo”—. ¿Qué te lo impide? He vivido todo este tiempo sin tu ayuda o la de nadie más, siempre salí adelante por mis propios medios. No necesito que hagas caridad conmigo, Cameron, si estás buscando una jodida buena acción… ¡yo no lo seré!
Él se cubrió el rostro con las manos diciéndose algo que al principio no supe comprender, pero para mi buena fortuna tuvo el detalle de apartar las manos y repetirlo con una voz más firme.
—Tu padre era un buen hombre…
Fruncí el ceño sin comprender el significado de aquello o siquiera el porqué de traerlo a colación, no es como si no lo supiera ya.
—¿Y eso qué?
Negó a nadie en particular, tomándome de los hombros con firmeza para que volviera a darle la espalda. Aún más confundida que antes, me dejé llevar.
—Siempre… —comenzó a decir, mientras se colocaba algo de placenta de dinosaurio en la palma—. Cuando era pequeño pensaba en la clase de hombre que quería ser de adulto, y siempre pensaba que quería ser como tu padre. —Sus dedos cubiertos de espuma se deslizaron a lo largo de mi cuero cabelludo y no pude evitar inclinar la cabeza para darle mayor acceso—. Era un buen hombre.
—Lo era —concordé, mi voz en un leve susurro.
—Un buen hombre no le daría la espalda a una mujer que necesita de alguien, ¿no?
—No me debes nada, mucho menos por admirar a mi padre, Cameron.
—No es por sentirme en deuda —aseveró, mientras yo sentía como su pulgar bajaba por la línea de mis cervicales en un suave y conocedor masaje.
—¿Entonces?
Él no respondió al instante, sino que detuvo el tiempo con sus manos y la presión de sus dedos, los cuales parecían entrenados para encontrar los puntos clave que me hacían olvidar que hablábamos. O que siquiera sabía hablar. Ya no estaba lavándome el cabello, pues hacía un rato que sentía el contacto de sus yemas en mis hombros, omóplatos, todo a la largo de mi espalda, subiendo y bajando como en una lenta caminata hasta la mitad de mi columna.
Diablos, yo podría acostumbrarme fácilmente a esto. Cualquiera con sangre en las venas podría claudicar frente a un masaje, ¿por qué siquiera Cameron me estaba dando un masaje? Bueno, era una de esas preguntas que exigía de un pensamiento claro y mi cerebro momentáneamente había abandonado el edificio.No estaba acostumbrada a que me tocaran, pero no me fastidiaba que lo hiciera. Debía ser porque se trataba de mi espalda, la espalda era un buen lugar, la espalda no estaba a la vista.
—Es porque tú me lo debes a mí.
Y así como así, cualquier burbuja que hubiese construido con sus dedos mágicos se hizo añicos entorno a esa aseveración. Me volví sobre el hombro para darle una interrogante mirada, a lo cual él respondió enderezándose para ofrecerme una inocente expresión en blanco.
—¿Yo te lo debo a ti? —inquirí sin ocultar la ironía.
Cameron sonrió de medio lado, una de esas sonrisas burlonas que parecen decir “sé algo que tú no”. Dios, como odiaba esas sonrisas, y odiaba aún más que le quedara tan bien a su cara.
—Sí, Blue… —Se inclinó nuevamente, usando el lateral de la tina para sostenerse hasta que su jodida sonrisa salió de mi campo visual, se inclinó hasta que sólo sus ojos predominaron en la escena—. Estás en deuda conmigo.
—No recuerdo ninguna deuda —susurré desafiante, cuando alguien más se hizo cargo de mi cuerpo y lo empujó unos milímetros más cerca del suyo.
Los ojos de Cameron brillaban azul intenso a esa distancia, pero por alguna razón eso fue lo que menos me importó. Mi mente sólo podía pensar en esa supuesta deuda, y en labios… sí, también pensaba en labios del pecado demasiado cerca como para ser cierto. Labios que soltaban aire tibio contra los míos tras cada exhalación, labios que podría alcanzar con un leve impulso por parte de cualquiera, labios en los que no había pensado en mucho tiempo.
—Eso no te va a salvar… —Alzó la mano con la que no aferraba la bañera, para luego apartar un mechón de cabello húmedo de mi frente—. Porque yo sí la recuerdo.
Y entoncescerrando los ojos, repentinamente cargó aire con brusquedad y se alejó. Se echó hacia atrás justo cuando pensaba que iba a impulsarse hacia adelante, ¿qué demonios? Me quedé viéndolo como una estúpida, porque sinceramente lo que menos esperaba era que retrocediera. Es decir, no es que hubiese estado buscando un beso o hubiese querido provocarlo de alguna manera, pero estando a dos centímetros de su boca cualquiera buscaría darse el gusto ¿no?
Sacudí la cabeza, enseñándole simbólicamente mi dedo medio a la idea de darse el gusto. Es decir, ¿con él? ¡Vamos! Con él era un disgusto o nada.
—Quiero salir —mascullé recuperando mis funciones cerebrales. Cameron abrió la boca, pero creo que mi mirada lo disuadió de intentar decir algo sobre ese acercamiento que al final de cuentas, él había iniciado—. ¿Y bien? —lo increpé, impaciente.
Él asintió a mi pedido, saliendo del cuarto en busca de la toalla que habíamos dejado en la cama. Me tomé ese segundo para reagruparme, porque sabía que aunque me esforcé por no sonar afectada, mi voz me había traicionado en esas dos palabras. ¡Qué estúpida! Lo que menos necesitaba era que él creyera que me perturbaba de algún modo; lo hacía, pues el pasado por mucho que quisiera negarlo seguía presente entre nosotros. Después de todo, había estado enganchada de él durante mucho tiempo, fingir que aún no me parecía atractivo sería una mentira colosal. Y ya tengo demasiada mierda en mi haber, como para añadirle mentirosa patológica. Lo que fuera que hubiese entre nosotros bien podría ser producto de mi mente, pero es que en mi mente todavía se sentía como algo pendiente o inconcluso. No por eso él tenía que saberlo, pues de alguna forma sería como darle el poder para joderme otra vez… para herirme.
¿Lo ven? A esto me refería, Cameron tenía todo el maldito potencial para ser una herida incontrolable. Y yo lo que menos necesitaba era cargarme más cicatrices.
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Bueno, espero que les haya gustado. Y que les esté gustando la historia, se supone que el 22 de este mes salgo de vacaciones, así que si todo sale bien al menos voy a tener tiempo para escribir con tranquilidad. Gracias por toda la buena onda y la paciencia ^^
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