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El ladrón de Cameron.

¡Hola! Creo que nunca lo dije, pero tengo una negación física hacia los séptimos capítulos y como verán este no fue la excepción. Siempre me ha costado pasar una historia del séptimo, pero normalmente cuando lo paso quiere decir que voy a terminar la historia xDD En fin, lamento la demora... espero estén teniendo un lindo día, noche, madrugada, media tarde y todo eso. 

Maldito siete, pero al menos le puse todo lo que tenía en mente. 

                                                    El ladrón de Cameron.

Tal vez era imposible que nosotros termináramos una conversación sin que uno se marchara ofendido, pero por extraño que sonase comenzaba a encontrarle cierto toque de satisfacción a nuestros encuentros fugaces. Luego de orinar como era debido—evitemos hacer una descripción de ese momento—, Cher y yo decidimos salir a tomar aire fresco.

La última visita al pórtico había sido ligeramente accidentada, por culpa de una condenada avispa, un vecino algo entrometido y una “vecina” con brownies. Pero mis opciones de tomar aire en el patio trasero eran escasas, las ruedas de la silla se atoraban en la grava (sí, ya lo comprobé) y no había mucha acción de ese lado de la casa. De todos modos, para evitar problemas con libros voladores decidí salir con las manos vacías y también para variar un poco, opté por hacer algo de la ya bien conocida y nunca demasiado utilizada: inspección de la vida de los vecinos. O lo que en el vulgar castellano también puede comprenderse como: husmear sin que me vean.

Creo que merecen tener una idea de las proporciones (¿o sería dimensiones?)—lo que sea—del lugar donde vivo. Deben saber cómo está distribuida mi cuadra y cuáles habían sido mis observaciones de los últimos días de fisgona. A mi izquierda estaba la casa de Cameron, dah, lo sé cuánta emoción allí. A mi derecha la familia de ancianos que mencioné antes, los Cardozo. No mucho que decir por su cuenta, llevaban siendo viejos y aburridos desde que tengo memoria. Justo enfrente de mi casa estaba la emoción, a la cual decidí llamar la sede de la infidelidad o casa infiel, para abreviar. En la casa infiel vivía la familia Mendeley—ninguna relación con esa cosa para ordenadores, estos eran los Mendeley pobres y engañosos—; estaba el señor Mendeley, la señora Mendeley y la hija Culo parado Mendeley. La rutina de esta familia era bastante fácil de seguir, pues siempre marcaban un patrón similar.

El señor Mendeley salía todas las mañanas de su casa a las siete, trabajaba hasta las dos mientras la señora Mendeley terminaba su entrenamiento físico con su instructor y lo mandaba fuera de la habitación, lo suficientemente aprisa como para que no se cruzara con su marido en el pasillo. La mujer esperaba a su esposo en la cama, lista para un doble turno y éste le prodigaba algo de atención a medias antes de volver a marcharse. Durante este intercambio de favores el instructor jugaba a las caricias fuertes con la hija en el garaje y todos parecían bastante felices con sus corridas. Los Mendeley tenían mañanas agitadas con gasto de mucha energía—eso sin duda—, suponía que debía ser útil mantenerse en forma para atender a sus múltiples parejas. Al señor Mendeley le gustaba guiñarle el ojo al cartero y les aseguro que éste disfrutaba de sus atenciones, más de una vez las disfrutó (ustedes saben a lo que me refiero). Culo parado iba al instituto, también tenía novio pero eso no la detenía al momento de tomar su sesión privada con el entrenador de su madre. ¡Esta era una familia tan solidaria!

—¡Cam, volvió a salirse!

Alarmada por ese grito salido de la nada, aparté mi atención de la casa infiel para situarla a mi izquierda. Escuchar algo como “Cam, volvió a salirse” realmente no entraba en la rutina de todos los días, esto era algo que tenía que mirar.

En el bordillo de la calle junto a un automóvil plateado, estaba Ash haciendo una cara molesta mientras daba golpes con sus zapatos y gimoteaba en voz baja. No había señales de mi vecino en los alrededores, por lo que supuse que la chica se habría roto un tacón o algo por el estilo. Encogiéndome de hombros, regresé mi atención a la ventana del segundo piso de la casa Mendeley, donde el señor y el cartero llegaban a segunda base en tiempo record. ¡Bien por ellos! Llevaban largo rato con el coqueteo, era hora de dar el paso.

—¡Cameron! —resopló Ash nuevamente, pero mi vecino una vez más no apareció en escena.

Echando un poco hacia adelante a Cher, puse en marcha mi imaginación tratando de determinar qué sombra era quién. ¿Sería el cartero la chica en esta ecuación? ¿O el señor Mendeley? Y mientras me enfrascaba en un profundo análisis de sombras, algo frío y húmedo tocó mi mano.

Por supuesto que pegué un grito que creo llegó a los oídos de los amantes de enfrente, pero ¿ustedes no lo habrían hecho? Rápidamente bajé la vista encontrándome con los más adorables y acachorrados ojos miel que jamás hubiese visto.

—Hola, bonito. —Sí, definitivamente puse voz de boba mientras le hablaba, pero cualquiera habría caído en la tentación.

El perro era una encantadora bola de pelos rubios y castaños, que se meneaba de cabo a rabo (cortado) con ahínco. Suponía que era de esos Cocker o alguna marca por el estilo, aunque mi conocimiento de razas perrunas era más bien escaso. Le extendí una mano para que supiera que no era una amenaza y él (¿o sería un ella?)—vaya, entre tanto pelo era difícil decirlo—, se agitó tanto de un lado a otro que temí por sus caderas. Golpeé mis muslos, animándolo y él se colocó en sus patas traseras usando mi regazo como apoyo.    

—Eres precioso… —Lo era en verdad, y el condenado parecía asentir diciéndome “lo sé, ahora acaríciame”.

Comencé a peinarle los cabellos más largos que tenía en la cabeza, haciéndole un peinado punk y luego solté una carcajada ante su expresión confusa.

—Blue, deja de pervertir a mi perro.

Automáticamente hice una mueca, por supuesto que esto era demasiado bueno para ser real, el perro tenía un defecto: su dueño.

—Él vino a mí, Brüner. —Alcé la vista para darle un ceño fruncido que reforzara mis palabras de enfado, pero creo que se me olvidó cómo hacer un gesto malo ante la imagen que apareció frente a mis ojos.

«¿Estaba soñando de nuevo?¿Cuándo pasó esto?»

Parpadeé dos veces esperando que fuese un malicioso efecto de la luz, pero no, Cameron estaba delante de mí sin camiseta. A decir verdad estaba usando un simple pantalón deportivo, el cual no hacía nada por disminuir el impacto de ver su torso desnudo un viernes por la tarde. Ok, en el sueño no le hice justicia, deben saberlo. Sea cual sea el entrenamiento de los bomberos, estaba funcionando y bastante bien.

¡Oigan! Tengo ojos, no pueden culparme por quedarme viéndolo boquiabierta.

—Eso no significa que puedas peinarlo como un idiota. —Se acercó para tomar al perro del collar y jalarlo lejos de mi regazo, totalmente ajeno a mi descarado escrutinio. Por suerte.  

Lo habría regañado por portarse tan grosero con todo el asunto, pero bueno… se acercó y eso puso fuera de juego a algunas de mis neuronas. Sacudí la cabeza, reconociendo que el infeliz se había mantenido bien con los años y yo podía reconocer eso. Era lo suficientemente adulta, como para admitir cuando alguien luce bien con o sin ropa.

—De acuerdo, lo siento. —Respuestas mordaces, siempre que se las necesita nunca aparecen.

Cameron me echó una mirada suspicaz, supongo que sin saber cómo reaccionar ante una disculpa. Es decir, no es como si él tuviese alguna práctica en ese campo.

—¿Todo bien? —preguntó levantando al perro en sus brazos y cubriendo parcialmente su desnudez.

—Sí. —«No» respondió la parte de mi mente que se había encendido un poco con las corriditas diarias de los Mendeley—. Es un bonito perro el tuyo.  

—Gracias, lamento que te haya molestado. Ash tiene problemas para darle órdenes, él simplemente sigue ignorándola.

—No es una líder de la manada.

Los ojos azules de Cameron destellaron con un gesto difícil de determinar, pero terminó por sonreír y asentir a mi observación.

—¡Oh, amor, ya lo atrapaste! —En ese preciso instante Ash se reunía con nosotros en mi pórtico, rodeando con un brazo las caderas de Cameron para luego darle una caricia superficial al perro en la cabeza. Adiós a mi cresta punk—. Es un chico travieso —me informó, haciéndose nuevamente una visera con su mano.

Debía de ser fotosensible o tal vez yo poseía una luz propia cegadora, la pobre chica no parecía soportar más de cinco segundos mirándome a la cara. Le sonreí sin saber qué responder, para mi buena fortuna Cameron pareció advertir que no estaba cómoda con esa reunión improvisada en la puerta de mi casa y tomó cartas en el asunto.

—Te acompaño al auto —murmuró él en dirección al perro, aunque supuse que se lo estaba diciendo a Ash.

—Ok. —Ella arrugó la nariz mientras le sonreía abiertamente, logrando un gesto infantil y sexy a la vez—. Hasta luego, Mar, ten una bonita semana.

—Tú también.

Luego de que se marcharan, recordé lo que estaba haciendo antes de la estupenda visita del perro y la no tan estupenda visita de los dueños. A toda velocidad levanté la vista hacia la casa de la infidelidad, pero el señor Mendeley y el cartero habían trasladado la acción algún punto lejos de la ventana.

—Mierda… —No que quisiera verlos en pleno acto, sólo quería saber si la cosa funcionaría entre ellos. Llámenme romántica, pero había algo en esa pareja que gritaba “futuro”.

Giré a Cher hacia la entrada, algo desalentada por mi despiste. Golpeé la puerta con mi pierna, pensando la siguiente actividad del día. Estaba entre dormir o jugar con Salvador, puesto que Salvador se había vuelto algo complicado últimamente la opción de dormir se volvía cada vez más tentadora. Si existiese un premio por rascarse el trasero con las dos manos, yo sería nominada sin lugar a dudas. Y quizá hasta saldría victoriosa.

Estaba tan enfrascada en la posibilidad de obtener un reconocimiento por mi estupendo desempeño en el arte de no hacer nada, que me tomó unos diez largos segundos notar que mi puerta no había hecho clic a mis espaldas. Di una brusca vuelta en U, que en cualquier calle sería ilegal, para descubrir al pequeño intruso de cola cortada olisqueando la alfombrilla de la entrada con gran atención. Eché un vistazo detrás de él, esperando ver a mi vecino pero al parecer el animal se había olvidado de su mascota.

—Oye, tú… —Un par de orejas demasiado largas y peludas, hicieron amago de alzarse pero todo quedó en la intención—. ¿Te molestaría dejar de oler mi alfombra?

Al parecer era un muchacho inteligente, pues al oír mi voz se precipitó sobre mi pierna enyesada dejando de lado la inspección de mi entrada. Me derretí completamente ante su atención, así que comencé a sobarle detrás de las orejas mientras él me regalaba la mejor imitación de un gemido canino.

—Sí eres guapo, sí lo eres… oh… ¿quién es el más guapo? Tú…

—¿Blue? —El perro y yo alzamos la mirada, casi como si acabaran de atraparnos infraganti en una situación comprometedora. Cameron se encontraba en el umbral de mi puerta, dándome una mirada de esas que parecen poner en duda tu cordura.

—¿Qué quieres? —Le fruncí el ceño, porque en esta ocasión había tenido la delicadeza de cubrirse con un trozo de tela y esto jugó a mi favor. Aunque… pensándolo bien, no, mejor olvídenlo.  

—Si no te molesta, voy a llevarme a tu nuevo admirador. —Chasqueó los dedos dos veces y mi nuevo admirador (como él lo había bautizado), me dio un lametazo en la mejilla a modo de despedida—. ¿Qué pasa contigo? —masculló Cameron hacia el animal en un tono de reprimenda.

—No lo fastidies, el pobre sólo huye en busca de algo mejor.

—Claro. —Sonrió sacudiendo la cabeza—. Y resulta que tú eres una mejor opción, ¿verdad?

—Si hablamos de cuidado animal, sí. —Señalé al perro—. Su instinto lo trajo hasta mí.

—Claro que no, fueron sus hormonas. Debes estar ovulando.

Jadeé al comprender aquello y no pude más que mirarlo horrorizada.

—¡Eres un puerco! Los perros no hacen eso con las personas, si eso es lo que crees ahora comprendo porque aprovecha cualquier oportunidad para huir.

—Muy graciosa —musitó entre dientes, jalando al animal un tanto más cerca de sus piernas—. Vamos, Cassi, hora de hacer la siesta.

—¿Casi? —pregunté sin poder evitarlo—. ¿Qué? ¿Le faltó “poco” para ser “mucho”?

Reí por mi propia broma, aunque ahora que lo leo no suena tan gracioso. Pero, vamos, les aseguro que estando allí se habrían partido de la risa.

—Estás desbordando buen humor hoy. —No se me pasó por alto el sarcasmo en su voz, pero me valía.

Todavía recordaba la conversación de más temprano y si mi charla deconstructiva del asunto con Arthur tuvo algo de utilidad, fue que habíamos llegado a la misma conclusión. Cameron, el apuesto vecino de junto por el cual siempre me había sentido atraída—en el instituto, ya saben—había querido besarme en la fiesta de graduación. O sea como; él había querido besarme. Más allá de que hubiese o no obtenido dinero de ese beso, él lo había querido tanto como yo en ese entonces. Así que, aunque aún no lo disculpaba por su estupidez, me sentía menos rechazada que en aquel momento. Mínimamente, por muy pequeño que fuera el instante, existió una atracción de él hacia mí. O al menos eso pensaba Arthur y de momento no pienso contradecirlo.

—Y tú estás desbordando mierda, ¿tan mal te trató Ash? —Vaya, a veces hasta me gustaría censurar alguna de las burradas que salen de mi boca.

—Ya te gustaría hablar de mí en la cama, pero no alimentaré tus fantasías.

¡Dios! ¿Cómo lo supo? Qué digo… maldito engreído.

—Por favor, no pongas esa clase de imágenes en mi cabeza… lo que menos necesito es otro trauma con el que lidiar. —Sintiéndome satisfecha con mi respuesta, giré a Cher y rodé todo el camino hacia la sala.

Esperé sentir el clic de la puerta, pero nuevamente el sonido jamás se dejó oír. Al llegar al sofá, noté que tanto Cameron como su perro me habían seguido. Era obvio que él seguía siendo fiel a su actitud pueblerina de invadir e ignorar la privacidad de los demás. Sí, no mencionen que yo estaba mirando a los vecinos, joderían el efecto dramático del momento.

—¿Te puedo ayudar en algo? —inquirí sin escatimar condescendencia. Al oírme, el perro—¿Cassi?—volvió a ponerse alerta echando las orejas hacia atrás de modo expectante.

—Olvidé preguntarte qué quieres para cenar esta noche. —Se pasó una mano por el cabello, haciendo que los tirones de reclamo que le daba su mascota parecieran no importarle en lo más mínimo—. La verdad es que no tengo mucha experiencia en ese campo.

Pues ya éramos dos, pensé, sin tener idea a qué se estaba refiriendo.

—No te preocupes, me haré un sándwich más tarde. —Algo que había aprendido con los años, era a mentir con facilidad cuando se trataba de comida. Las palabras parecían simplemente brotar de mi boca, sin siquiera pasar por un filtro mental. Era genial, y a la vez una mierda si tengo que decirlo.

—Yo no me preocupo. —Volvió a jalar al perro que parecía tener un chip que registraba mi voz, pues cuando abría la boca automáticamente quería brincar sobre mí—. Pero Marc va a preguntar si realmente te atendí y no quiero tener que cargarme más días de niñera, sólo porque no te preparé la cena.

—En verdad no tienes que hacerlo. —¿No tienen la sensación de que esta conversación ya ocurrió? Yo sí—. Además Marc no va preguntarte nada y lo sabes.

Él hizo un sonido con la garganta que bien pudo ser un gruñido muy leve o el chasquido de su lengua mal disimulado.

—Créeme, lo hará. —Enarqué una ceja ante su tono insinuante, y luego solté una risilla de burla.

—Buen intento, Brüner, pero no voy a caer en eso. —Me estaba dando muy poco crédito si en verdad pensaba que mordería ese anzuelo.

—Claro, Marín, porque me divierto diariamente diciéndole a las mujeres que mi amigo está interesado en ellas —suspiró de forma audible, dando cuenta de que la conversación lo aburría y francamente a mí también. Marc no estaba… bah, lo que sea. Yo sabía que no era así.

—Si te deja más tranquilo le diré a Marc que fuiste estupendo, que no me levantaste la voz ni una vez y que incluso me diste un condenado masaje de pies. Ahora largo.

Tal vez estaba comenzando a aceptar su presencia molesta en mi casa, pero definitivamente no comenzaría a compartir sentimientos como en un maldito grupo de apoyo. Aunque haría una nota mental para comenzar a estudiar más de cerca a Marc, sólo por si había alguna base real en lo que decía Cameron.

—No va a creer eso, Blue, no es idiota. —En el segundo en que él aflojó ligeramente su amarre entorno al collar del perro, este se impulsó en un salto limpió hacia mis piernas.

Y sí, demonios, dolió un poquito.

—¡Auch! —exclamé muy a mi pesar, no quería que el perro pensara que lo estaba rechazando. Pero es que… Auch.

—¡Basta, Cassi! —Mi vecino logró quitármelo de encima, pero el animal no parecía listo para terminar porque comenzó a morder los dedos de su dueño, intentando recuperar la libertad—. ¡Mierda, Cassidy!

Cassidy cayó de los brazos de Cameron en un estrepitoso revoltijo de pelos y ladridos, mientras el animal más evolucionado presente—o sea yo—ponía los ojos en blanco.

—Ven aquí, bonito —llamé a Cassi esperando que no volviera a caer en picada sobre mí, pero Cameron lo atrapó nuevamente del collar dándole una dura reprimenda—. ¡Ya, Cameron! Déjalo en paz.

—Tú no te metas, me mordió.

—No seas niña, apenas es un rasguño. —Rodé con Cher más cerca de ellos y jalé a Cassi sobre mi regazo, para luego tomar la mano de Cameron e inspeccionarla con detenimiento.

Efectivamente el perro le había hincado el diente, pero no había sido intencionado era obvio que la piel se había rasgado cuando Cameron lo dejó caer. Así que básicamente era toda su culpa y se lo tenía merecido por no cuidar bien a su perro.

—¿Y bien?

—Sobrevivirás —le espeté, empujándolo a un lado. Cameron se sentó en el brazo del sofá y comenzó a mirarse el dedo por sí mismo, para luego llevárselo a la boca y lamerse la sangre.

Algo que no fue sexy en lo más mínimo, créanme.

—¿Te das cuenta de que mi perro me mordió por tu causa?

—¿La mía? —inquirí incrédula. ¡Pero que descarado! Ahora resultaba que iba a culparme por la mordida del perro. El mundo está loco, dijo Hamlet con total acierto. 

—¡Sí, la tuya! Tenías que hablarle con esa voz, ¿no? Ahora está idiota.

—Bueno, si no lo quieres siempre puedes dejarlo conmigo. —Apreté a Cassi contra mi pecho y él pareció estar de acuerdo con mi idea al instante—. ¿Verdad que nos vamos a divertir, corazón?

—Oh, por favor… deja de hacer eso.

—¿Qué? —Lo miré enarcando una ceja, pero Cameron se limitó a negar sin decir nada—. De todos modos, ¿qué clase de nombre es Cassidy? ¿Te has puesto a pensar que quizá por eso te ha mordido?

—Lo lamento, lo dice la dueña de Cher y Salvador.

Le enseñé mi dedo medio, puesto que mi boca se encontraba ocupada en la naricita de Cassi. Claro que lo doy besos en el morro a los perros, amo a los perros.   

—Son nombres completamente adecuados —tercié dejando que Cassi me devolviera los besos—, pero Cassidy no es nombre de perro. ¿Qué pasó con los usuales, Rocky, Roy, Osito, Negro…?

—Pero es rubio —protestó él, justo cuando comenzaba a tomar carrera.

—Ese no es el punto —mascullé sacudiendo una mano para airear sus palabras—. Cassidy no suena como nombre de perro, suena como el nombre de una chica que encuentras en un burdel.

—A saber cómo conoces los nombres de las chicas en los burdeles. —Hice de cuenta que no oí eso y Cameron tomó mi silencio como una muda aceptación—. De todas formas no es su nombre.

—¿Hm? 

—Su nombre es Butch… —Automáticamente el perrito en mi regazo miró a Cameron, respondiendo al sonido de su nombre.

—¿Butch?—Solté una carcajada—. ¿Tu perro se llama Butch Cassidy?

—Soy fiel creyente de que los animales tienen que tener nombre y apellido.

—Pero, ¿Butch Cassidy?

Una pequeña sonrisa divertida tiró de los labios de Cameron.

—Supuse que Robert LeRoy Parker, era demasiado largo.

Puse los ojos en blanco, levantando la cabecita de Butch para apreciarlo por completo.

—¿Le pusiste a tu perro el nombre de un ladrón?

—No cualquier ladrón —se apresuró a decir él—. Un ladrón de bancos y trenes, ¡tiene su propia película!

Claro, ahora todo tenía más sentido para mí. Hice un esfuerzo extra para no volver rodar los ojos.

—¿Y dónde está Sundance? —bromeé, ganándome un ceño fruncido en respuesta.

—No te lo tomas con seriedad, mujer. —Por un segundo realmente me pareció que su tono sonaba ofendido, aunque no tuve tiempo de asimilarlo porque él volvió a quitarme al perro con la determinación propia de un líder de la manada—. Voy a llevarlo a casa y pasaré por el mercado luego, dime ¿qué vamos a cenar?

Diablos, ¿otra vez con eso? ¿Qué pasaba con este hombre? ¿Acaso el tiempo no lo había vuelto senil y olvidadizo como debía ser? Solté un bufido, notando que sería peligroso hacerme la desentendida una vez más. No que me molestara mantener las apariencias frente a Cameron, pero si podía evitarme ese viaje a la autocompasión pues lo haría.

—Estoy bien con cualquier cosa. —Parodié una sonrisa que quizá de afuera se habría visto algo tétrica, afortunadamente sólo Cassi tenía sus ojos en mí.

—Ok, pero no sé mucho de comida para conejos. Tienes que darme algo con lo que empezar.

«¿Comida para conejos?» Entonces me golpeó, así sin previo aviso. No, no él; la realidad. Le había dicho a Cameron que era vegetariana, ¡diablos! Cómo pude cometer tremendo error de novatos. La regla número uno es no mostrarse afectado por ningún tipo de comida, la comida debía ser sólo eso y eso mantenía las cosas simples. Ahora, ¿qué sabía yo de alimentos vegetarianos? Ni siquiera era muy fan de las ensaladas; como dije antes no tengo una negación por la comida, tengo gustos normales en ese aspecto. Me agrada lo dulce, carnoso, sanguinolento, frito, asado, tostado, mantecoso, bueno… ese tipo de cosas poco saludables.

—Yo… —Fingí pensármelo por un rato, mientras hacía un repaso mental de los últimos programas de cocina que había visto… en los años 80. Estaba jodida—. Tomate —¡Buen comienzo!—, algo de lechuga…

—¿No podría ser algo que pueda sacar de una caja?

—No lo sé, Cameron. —Lo perdí por un segundo, pero logré retomar mi actitud despreocupada—. Supongo que pasta, sí… la pasta está bien. —Creo.

—Pasta. —Asintió, completamente ajeno a mi revoltijo mental—. Bien, puedo trabajar con eso. —Palmeó el trasero de su perro, cargándolo como si fuese un animal de felpa—. Dile adiós a Blue, Cassi.

Y bueno, básicamente ese fue mi primer encuentro con el ladrón. Pero no el último, o no, porque si esta es una novela de mi vida de mierda… tienen que saber que todavía se puede poner peor. Y se iba a poner peor, pero no adelantemos tantos, guardemos el misterio durante unas páginas más. 

                                                                ***

Sorrentinos de calabaza, eso era lo que tenía frente a mí. Nunca antes había visto esa clase de pasta, pero tenían la apariencia de los raviolis sólo que más grandes y redondos. Y aparentemente estaban rellenos con calabaza.

—Es sólo salsa de tomate, Blue, nada de carne.

Alcé la vista de mi plato, para clavarla en la expectante mirada de Cameron. Era obvio que se sentía un tanto ansioso por todo el asunto de hacer una decente comida vegetariana para mí, admito que me sentí culpable por forzarlo a comer salsa boloñesa sin carne. Pero la culpa se veía ligeramente superada por la enorme porción de sorrentinos que debía comer para dejarlo conforme.

Él tomó asiento al otro lado de la mesa y comenzó a comer con los ojos fijos en el plato; de ser posible la culpa creció unos centímetros más dentro de mi pecho. ¿Por qué debía parecer tan desdichado? No era nada en su contra, pero sabía que probar esa comida sería una puesta en marcha de todo mi control. Dejé salir un suspiro, cogí mi tenedor y fui por ello.

Les contaré una pequeña historia (sí, otra): cuando mi mamá supo de mi problema con la comida—odio la palabra “problema”, por cierto—y tras asegurarse que no era algo con lo que intentaba llamar la atención—era todo lo contrario, dicho sea de paso—, me envió al psicólogo y éste a su vez a un nutricionista, el cual me derivó a un terapeuta especializado en desórdenes alimenticios. Tuve un tiempo de conversaciones con él que no resultaron en nada positivo, o sea ¿realmente creían que iba a destapar mi alma con un completo extraño? Pues, buena suerte con esa. Fingí que aprendí y comprendí lo que me decía, cuando en realidad sólo había conseguido hacer mis “asuntos” con mayor discreción. A mamá le tomó dos años descubrir que algo iba mal conmigo nuevamente, así que en esa ocasión apostó en grande y me envió a una clínica de alimentación donde fui ingresada durante todo un verano. Para hacerles el cuento corto, allí sí aprendí cosas útiles.

Primero que nada, si hay una falla en esas clínicas es pensar que colocar a quince chicas con desórdenes alimenticios juntas dará como resultado quince jóvenes sanas. Eso es una gran mentira, sólo te otorga catorce posibilidades de aprender a hacer trampas a la hora de comer con alguien más. Les explicaría cómo se hace, pero esta no es una historia que intente promover la mala alimentación. Las chicas que estaban allí estaban realmente jodidas, a su lado yo era la personificación de la inocencia. Pero al salir de la clínica, se podría decir que había alcanzado mi nivel Jedi en todo lo referente a la comida.

Estando sentada frente a Cameron, puse en marcha las antiguas enseñanzas y por un largo rato todo pareció ir viento en popa. Los sorrentinos le hacían reverencias a mis papilas gustativas, el sabor, la sensación de pasar algo solido por mi garganta, todo en suma era perfecto. Para mí comer se asimilaba a un momento casi orgásmico, justo el segundo antes de alcanzarlo donde te sientes en la cima y te inclinas para dejarte caer de lleno en el disfrute.

—¿Te gusta? —La voz de Cameron me obligó a bajar de la cima, recordándome súbitamente que debía controlarme.

—Están deliciosos.

Si cada vez que le diera un visto bueno a su comida, él me regalaría esa sonrisa, estaría mucho más dispuesta a comer.

Nos mantuvimos en un apremiante silencio, mientras ambos nos concentrábamos en nuestros platos. Hice todo lo que estuvo en mi mano por no levantar la mirada y cerciorarme de que no estaba viéndome raro, como solía ocurrir siempre que mamá y yo compartíamos una comida. A decir verdad, la única vez que nuestros ojos se encontraron, él tenía la taza de jugo—no lograba encontrar los vasos en esa casa—a medio camino de sus labios y me hizo un guiño de reconocimiento algo extraño que me resultó gracioso. Cameron no sabía guiñar un solo ojo, algo patético si considerábamos que era el estereotipo de un completo gigoló. Aunque no parecía esforzarse por lucir de cierta forma determinada, si no estaba vestido como bombero optaba por camisetas sin mangas y jeans gastados. Nada elaborado, nada que pareciera decir que le importara su apariencia y aun así, si lo paraban frente a una cámara el resultado sería favorable.

Condenado fuese él y su belleza natural.  

—¿Blue? —Lo miré para que supiera que lo escuchaba—. Me estaba preguntando, ¿a qué se debe tu ansiedad por no vender la casa? Digo… —Bebió un sorbo con tranquilidad—. No es como si vivieras aquí. Creo que ni te gusta este lugar.

Estaba por darle una evasiva, pues no encontraba motivos como para tener que justificarle mis acciones. Pero la culpa de antes clavó en mí repentinamente, tal vez no éramos los mejores amigos, tal vez nunca lo fuimos pero eso no significaba que debía ladrarle todo el tiempo. Además, como pocas veces él parecía realmente interesado.

—Bueno… —Estudié la cocina con la mirada, tratando de hallar inspiración—. No siempre fue genial, pero mis mejores recuerdos están en esta casa.

—¿Hablas de tu papá? —Asentí, no necesitaba ampliar sobre ese tema. Pues creo que todo el mundo era consciente de lo mucho que quería a mi padre y lo poco que quiero a mi madre. Pueblo pequeño, ya ven—. Sabes que él no es esta casa, cualquier recuerdo que tengas lo seguirás teniendo independientemente de quien viva aquí.

—Lo sé. —Dicho de ese modo mi actitud sí parecía algo demasiado entusiasta—. Pero era algo que él quería… —me aclaré la garganta, comenzando a marcar patrones irregulares en la salsa que quedaba en mi plato—. Compró este lugar para nosotros, para mí.

Cameron frunció el ceño en un gesto que no supe interpretar, entonces se puso de pie llevándose su plato hacia la fuente en la encimera.

—De todos modos no creo que tu madre piense como tú.

—Por eso tengo que lograr conseguir el testamento antes de que ella regrese de donde sea que esté. —Me observó por sobre su hombro dándome una breve sonrisa, luego regresó con su plato repleto de más sorrentinos. Intenté no mirarlos—. Pondrá el grito en el cielo y realmente quiero evitar todo ese drama. Si consigo que Manuel vea que soy la dueña legítima, mamá no tendrá argumentos con los que salirme.

—¿Y sólo la correrías de la casa?

Me encogí de hombros, mascando uno de mis sorrentinos lentamente.

—Ella quería venderla, supongo que ya tiene planeado algún lugar donde mudarse.

—Eres terrible, Blue.

—Oye, es ella la que no está aquí. Podría haber muerto en ese accidente, y ella se enteraría al regresar de su crucero, cuando los gusanos hubiesen terminado su festín con mis glóbulos oculares.

Cameron se estremeció haciendo una mueca ante mi descripción tan gráfica, ups

—Exageras, le habríamos enviado una postal.

Por un instante me congelé, pero al ver su sonrisa de burla no pude más que echarme a reír. Había olvidado lo mucho que él sabía sobre mi familia, había olvidado las muchas veces que su casa fue mi cobijo durante los viajes de mamá.

—No es como si le importara de todos modos. —Sacudí una mano en el aire, dejando en claro que a mí me importaba incluso menos.

—Estoy seguro de que no es así. —Bajé la vista hacia mi plato vacío, permitiendo que esas palabras entraran en mí. Quizá unos años atrás las habría aceptado, pero ahora… bueno, ya sabía mejor—. ¿Blue? —Lo miré a regañadientes—. Son distintas formas de querer, no ausencia de sentimientos.

—Suenas como un libro de autoayuda.

Cameron rió por lo bajo, señalando mi plato con el gesto universal de “¿más?”. Y aunque todo mi ser se desbarató por dentro, por fuera me mantuve imperturbable. ¿Qué eran algunos sorrentinos más? ¿A quién matarían? No me harían daño, no me cambiarían en lo más mínimo porque sabía que podía con ellos. Era la primera vez que los probaba, merecían que les diera una segunda oportunidad para conseguir interiorizar su sabor. Una vez que fueran sólo otro gusto, podría incluirlos como parte de mi dieta restrictiva; dos sorrentinos al día. Sonaba bien para mí.    

—Sí, gracias. —Sonreí, sabiendo que las personas normales tomaban segundos platos todo el tiempo y eso no era motivo para sentir nervios. Intenté retomar la línea de conversación, en pos de mantenerme natural—. Si repentinamente muriera en St. Louis, ¿quién crees que se enteraría primero? ¿Mi mamá o la señora Cardozo?

—¿La del audífono apagado? —inquirió él, dándose la vuelta con un trozo de pan sostenido parcialmente por sus dientes.

—Aja.

—Pues… está difícil. —Volvió a sentarse, depositando el plato lleno ante mí nuevamente—. Creo que la señora Cardozo lee el periódico online.

Mi mente voló lejos de la comida otra vez, haciendo que intentara conseguir la dirección de los pensamientos de Cameron. Bien, más fácil se los digo: estaba confundida.

—¿Y eso qué?

—Que sería muy fácil verlo online, dudo que no pusieran tu obituario… sería como irrespetar tu memoria ¿no? —Mordió el pan, para luego separarlo en dos partes y comenzar a pasar la más suave por la salsa.

—Cómo… —comencé, sacudiendo la cabeza incrédula—. ¿Tú sabes que yo…? —Me sentía estúpida al no terminar mis frases, ¡vamos, Marín, tú puedes!

—Todo el mundo lo sabe, Mar, la gran mayoría de la gente de aquí lee el periódico de St. Louis por ti.

—¡Estás de broma! —Era imposible que ellos lo supieran, porque me había marchado mucho antes de conseguir aquel empleo. Y tampoco era algo que me gustara presumir. De acuerdo estudié periodismo, pero lo más cerca que llegué a dar una noticia real fue cuando escribí la despedida de un empresario de familia numerosa. Me tomó diez renglones, a doble espacio—. ¿Cómo lo sabes?

—Tu madre lo presume en todas partes, yo escuché los rumores. —¿Mi madre? ¿Esa mujer descorazonada que de gracias sabía mi nombre?—. Seguimos tus obituarios desde hace un tiempo.

Bufé aún demasiado desconectada como para atinar un pensamiento claro, ellos sabían que escribía los obituarios del periódico de St. Louis y peor aún, ellos leían la maldita sección por mí. No sabía si el sentimiento de vergüenza era más fuerte que mi confusión, pero no estaba dispuesta a ahondar en ese tema.

—¡Vaya, Blue! ¿Dónde te entra todo eso?

Fueron necesarias esas pocas palabras, para que todo lo demás se esfumara de un pincelazo. Al bajar mi vista hacia el plato, lo encontré vacío, incluso en algún momento había robado el pan que le quedaba a Cameron y ahora sus migas eran como testigos oculares de mi crimen. Oh… mierda, oh mierda, mierda, mierda… ¿por qué no puse atención?

Me llevé una mano al estómago, sintiendo como éste se oprimía a sí mismo rechazando la ingesta excesiva. Mis ojos lacrimosos volaron hacia donde estaba mi vecino y luego a Cher, que me esperaba pacientemente a dos pasos de mi silla sin ruedas. Si existe alguna fuerza cósmica diseñada para intervenir cuando más se la necesita, puedo asegurarles que se puso en marcha en ese preciso instante. El móvil de Cameron emitió un sonido y él le echó un vistazo, mientras la comida se revolucionaba en mi interior. Posó sus ojos en mí y dándome un gesto de disculpa se puso de pie.

—Es Ash… —Escuché que me decía a través de la bruma en mi mente—. Le dije que la llamaría… —Él continúo hablando, pero yo sólo pude registrar la posibilidad de que se marchara. Tenía una puerta abriéndose y la tomé con uñas y dientes.

—Ve —mi voz apenas audible—. Llámala tranquilo.

—Ok, regreso luego para limpiar aquí.

—No te preocupes —lo alenté con un movimiento robótico de mi mano—. Yo ya me… voy a dormir…

Me obligué a mirarlo a la cara mientras pronunciaba esas palabras, y Cameron me devolvió el escrutinio como si algo no le terminase de cuadrar; forcé una sonrisa.

—Bien, entonces… hasta mañana. —En cuanto lo escuché llegando el pasillo, estiré mi mano hasta Cher y me importó un bledo poner mi peso en la pierna dañada, sólo sabía que tenía que montarme en la silla y salir de allí.

Recorrí el camino más directo hasta el cuarto de baño y me lancé de Cher al momento en que sus ruedas se volvieron un impedimento para alcanzar mi objetivo. Con el trasero sobre las frías baldosas, me arrastré hacia la taza sintiendo que mis manos temblaban. Apreté los puños, mientras mi estómago hecho una bola pugnaba por salirse de mi interior. Al segundo en que fui capaz de controlar mis temblores, me llevé dos dedos a la garganta sin reportar resultados. Maldije en voz baja, arrastrándome hasta el lavamanos y jalando de su soporte mi cepillo de dientes. Cuando los dedos no lograban provocarlo, el cepillo jamás fallaba.

Volví a inclinarme sobre el retrete, cepillo en mano, y en esa ocasión sentí los jalones que anunciaban la liberación. Las lágrimas caían indiscriminadamente por mis mejillas, pero poco me importó en tanto pudiera hundir el cepillo tan dentro de mi tráquea como me fuese posible. Me enfoqué tanto en mi tarea, que de haber estado pensando habría sentido el cambio en la fuerza cósmica, habría notado que mi puerta nunca emitió el clic, habría sido consciente de la mirada que seguía cada uno de mis movimientos en el cuarto de baño.

Pero nada de eso ocurrió, sólo el leve y triste gemido animal logró expulsarme de regreso a la realidad. Despegué la cabeza del retrete, girándola lo suficiente como para captar unos ojitos color miel fijos en mí. Cassi se encontraba echado en mi puerta, con el hocico pegado al piso y gimoteando en un tono muy bajo. Si todo hubiese terminado allí, pues les diría que la cosa no habría resultado tan mal. Pero el hecho de que el perro estuviese a la altura de mi campo visual, no significaba que se encontrara solo.

Y aunque no me atreví a mirarlo, supe que él había visto lo suficiente por los dos. 

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A la derecha o en twitter, una versión de Cameron que me pasó una lectora y que use de inspiración para el cap. Dijo que ella lo ve así, y al verdad es que me gustó su visión. Así que se las comparto, ya saben ayuda visual xDD Saludos, gente, nos estamos leyendo ^^

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