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Día "X"

¿Qué tal? Bueno por suerte las ganas de escribir todavía están, es medio raro con esta historia. Espero poder tomarle el ritmo y salirme del universo de la otra, siempre que empiezo algo nuevo pienso que los primeros capítulos son los que más me cuestan. Si hay algo que no les gusta es el mejor momento para decirme, todavía puedo hacer variaciones o así xDD Saludos y gracias por pasar ^^

                                                             Día “X”

 

No, no es el diez en romano, este sin duda alguna era el día X. El día en que me desperté en una cama extraña, entumecida, dolorida y condenadamente perdida en tiempo y espacio. Bueno no tan perdida, porque sabía que la cama extraña y los sonidos constantes a mi alrededor eran los típicos de un hospital. Estaba desorientada, no estúpida como para no darme cuenta de eso.

Hice un estudio rápido de la situación y el primer lugar que chequeé fue mi pierna izquierda; estaba, y eso era mucho decir. Cubierta por un grueso y duro yeso hasta el muslo, pero presente. Vagamente me pregunté qué me habría roto esta vez, pero deseché el pensamiento en tanto que continuaba con mi examen físico. Mi cabeza palpitaba, tenía el ojo izquierdo casi cerrado por completo y mis intentos por abrirlo no surtieron efecto. Me dolía un poco el pecho y las manos, pero descontando todo eso estaba bien. Recordaba todo lo que había pasado el día dos y medio (nominalmente uno), al menos la mayor parte de lo que ocurrió pues de lo contrario no habría sido capaz de escribirlo ¿no? Recordaba a Cameron en mi automóvil, a los bomberos, al sonido de “la maquina” haciendo lo suyo, recordaba un beso… ¡Dios! ¿En realidad había dejado que eso pasara? Él sólo quería callar mis gritos, no es como si supiera a quien estaba besando pero aun así...

Sacudí la cabeza echando una mirada hacia la ventana. Tenía una panorámica del cielo claro y despejado ante mí, según lo aprendido en programas de supervivencia debía ser más allá del mediodía. Estaba comenzando a aceptar esto, cuando sentí que llamaban con suavidad en mi puerta blanca de hospital. Volví el rostro abruptamente, esperando a una enfermera o un médico que ampliara la información sobre mi estado, pero no era nada de eso.

Kairós[1] —susurré entre dientes, al ver de quién se trataba. Oh, no, no piensen mal. No había ningún dios griego cruzando mi umbral, sólo se trataba de Cameron.

—¿Qué cosa? —preguntó él acercándose a mi cama.

—Nada —mascullé cortante. Pues no tenía cabeza como para intentar explicarle a ese idiota quién era o qué significa Kairós.

Cameron presionó los labios, al parecer inseguro de cómo proceder; si sonreír no doliera tanto en ese instante lo habría hecho.

—¿Cómo te sientes? —La pregunta de rigor.

—Como si acabaran de sacarme de un auto con fórceps, se siente como volver a nacer.

—¿En verdad? —inquirió, cobrando un repentino interés y aflojando un poco su semblante. 

—No, claro que no. Estuve apunto de morir, ¿cómo crees que me siento? —Ondeé una mano en el aire (la que menos dolía), dejándole en claro que no estaba de humor para visitas. Pero si él lo notó, pasó de ello muy cortésmente—. ¿Qué quieres?

Había sonado un tanto a la defensiva, pero para mí estaba justificado. Él había abusado de una persona accidentada, debía haber una regla que prohibiera hacer ese tipo de cosas. A los diecisiete me había prometido a mí misma no volver a pasar ni cerca de su acera, y él había echado a perder ocho años de calculado trabajo en medio minuto.

—Bueno… —Miró por sobre su hombro a tiempo que otro hombre ingresaba por la puerta que Cameron no había cerrado—. Vinimos a ver cómo seguías.

—¿Vinimos?

—Hola —saludó el nuevo, que para mi sorpresa tenía la misma voz que extraño con pantalones pero sin rostro. Aunque este tipo no era un extraño para mí, desafortunadamente era demasiado familiar.

—Hola, Marc. —Seguro lo recuerdan del inicio, este era el idiota que tomó la foto en la fiesta aquella vez; Marc Cornell.

—Te trajimos algo. —Marc se adelantó con una sonrisa, pasando junto a Cameron, y depositó una bolsa cerrada de comida rápida sobre mi regazo—. La comida del hospital apesta, pero nadie dice que tú tengas que padecerlo.

¿Por qué parecía tan amable? Marc nunca fue amable conmigo, nunca me había dirigido más de dos frases seguidas y la mayoría eran del tipo: “¿hay examen hoy?” “¿puedo copiarte?”. En fin, eso.

—Gracias… —medio pregunté, aceptando el gesto como una simbólica bandera blanca.

—Has hecho una larga siesta, ¿cómo te sientes?

—Bien. —Al segundo en que esa palabra abandonó mi boca, escuché como Cameron soltaba un bufido a espaldas de Marc.

—¡Vaya, Marín Lance!—Me sobresalté ante su repentina emoción, pero para todo fin práctico intenté sonreír con él. Marc era así, sonriente, tenía dientes blancos y rectos para presumir, por lo que siempre sonreía—. Todavía no me creo que seas tú, no te hemos visto en ninguna reunión de la escuela.

—Sí, eso no es lo mío. —O sea ¿quién en su sano juicio se metería en una reunión, fiesta o cena con estos dos individuos? Como si no fuera suficiente humillación la que pasé en mi última fiesta con ellos, reencontrarme voluntariamente sería como apretarme los dedos contra la puerta y reír—. ¿Qué hacen ustedes aquí? —Esperaba que no apareciera un tercero que distrajera a Marc y me dejara sin una explicación.

—Bueno, nosotros te trajimos y sacamos del carro. Tenemos cierta debilidad por seguir a nuestros casos más difíciles. —¿Caso difícil? ¿Él acababa de decirme un caso difícil? ¿Qué carajos significaba eso? ¿Contra qué me había dado la cabeza? Esto cada vez tenía menos sentido.

—No entiendo. —Y esa era una de las peores cosas que podían ocurrirme, me gustaba comprenderlo todo o al menos la mayor parte del todo. Estar en ascuas me causaba comezón.

—¿No te acuerdas? Estuvimos trabajando en tu auto, te sacamos de allí… —Marc miró a Cameron que se encontraba en silencio, observándose la punta de los tenis con suma atención.

Rodé los ojos pasando de él, no es como si yo lo quisiera allí de todos modos. Me centré en Marc, mi antiguo—y para nada amigable conmigo—compañero de preparatoria. El sonriente Marc, el alegre Marc, el bromista Marc, el que no sabía sumar dos y dos Marc, el eterno mano derecha de Cameron (por muy asquerosa que esa idea pueda ser). A decir verdad no me sorprendía mucho que estuviesen juntos, de no saber lo mujeriegos que eran habría aventurado un romance entre ellos. No pude evitar hacer una inspección superficial de ambos, y fue entonces cuando una débil lucecita destelló en mi cabeza, estudié a Cameron y luego a Marc nuevamente, notando que ambos iban vestidos del mismo modo. Camisetas de mangas cortas azules, pantalones negros como los guerrilleros y chaquetas azules que tenían el escudo del escuadrón de bomberos. ¿Ellos? ¿Bomberos? ¡¿Ellos?! Lo siento pero esto vale escribirlo más de una vez, ¿ellos bomberos? Si así estaba funcionando este pueblo, no me sorprendería que un perro estuviese haciendo mis exámenes de laboratorio.  

—No queremos molestar, sólo nos asegurábamos de si necesitas algo.

Enarqué una ceja hacia mi vecino pero no se dio por aludido, pues se encontraba aún mirando el piso con cautela y en apariencia, manteniendo una conversación con él. Me froté el rostro intentando volver en mí y salir de la nube de confusión pos accidente y calmantes.

—¿Qué día es? —inquirí por entre los dedos de mi mano.

—Jueves.

¿Jueves? Ok, debo recordar cambiar lo de día X del inicio, descontado eso… ¡¿Qué carajos pasó con el miércoles?! Oh, Dios, me había saltado un día completo. ¿Qué había pasado entre tanto? ¿Mi madre ya sabría de mí? Diablos, eso enviaría al garete el efecto sorpresa con el que quería atraparla. Aunque tal vez esto sea positivo, si me veía mal herida e incapacitada, podría despertar a la madre que llevaba durmiendo en su interior desde… ¿mi nacimiento?

—¿Dónde está mi mamá? —me dirigí directo a Cameron, pues lo más coherente era que él hubiese dado el parte a mi familia. Eso es trabajo de los bomberos, ¿no?—. ¿Está aquí?

Miré alrededor, como esperando que ella apareciera toda curvas y sonrisas falsas desde una pared. Pero obviamente eso no ocurrió.

—Am… Marín. —Era quizá la primera vez que Cameron me llamaba Marín desde que puedo recordar, eso no auguraba nada bueno. O tal vez en estos años había madurado lo suficiente como para no ponerme un ridículo mote—. Tu madre no está en la ciudad, ella se marchó.

—¿Se marchó? —Sacudí la cabeza sin pensarlo, desechando esa opción casi al instante—. Es imposible, ella… me pidió venir hace un par de días, ¿por qué se marcharía?

Sí, mejor pasemos por alto la respuesta obvia a esa pregunta. Ella me había mandado a llamar, pero huyó antes de tener que enfrentarme. Tan típico. 

—No lo sé. —Cameron y Marc intercambiaron una mirada de “no quiero estar aquí”, pero yo estaba demasiado enfocada en mi odio hacia mi progenitora como para reparar en ello realmente.

—¿Cuándo se fue?

—A principio de semana… creo que dijo que irían a un crucero o algo así.

—Sí, un crucero podría ser —acepté aún ensimismada. ¿Cómo podía ser tan perra? Estaba en un crucero mientras yo atravesaba mi primera experiencia cercana a la muerte. Bueno, más bien segunda.

—No dijo nada sobre ti, me dejó las llaves para que chequeara que todo estuviese en orden una vez que Manuel se marchara.

—¿Manuel? —Repentinamente sentía que estaba cayendo por uno de esos agujeros de gusanos, hacia algún sector de la galaxia donde el mundo volvería a retomar el sentido.

—El de bienes raíces —sintetizó Cameron como si nada.

Y fue allí, justo en ese momento, en que aterricé de culo en la realidad. No voy a explayarme mucho en la reacción visceral que se apoderó de mí; rabia, odio, ira, deseos homicidas/asesinos. Todo estaba bullendo dentro de la bilis de mi estomago, cocinándose a fuego lento desde mi infancia. Ella no iba a vender la casa, ella ya la había puesto en venta. Lo que significaba que había pasado sobre mi autoridad, probablemente falsificando algo u omitiendo el testamento de mi padre. ¡Lo ven! Es una perra.

—Tengo que salir de aquí. —Me quité las mantas de un tirón, intentando disimular la mueca de dolor que ese impulso me causó y obviando la bolsa de comida rápida que salió perjudicada en el proceso.

Tenía una vía de suero en mi brazo izquierdo, la cual entorpecería un poco mi plan de escape—no que el yeso fuera a hacerlo más simple—. Pero esto me hacía demasiado consciente de mi necesidad de un médico que me liberara en algo práctico, o de mi necesidad de aprender a reptar por el piso.

—Tranquila, Marín. —Marc alzó sus manos delante de mi rostro, tratando de mantenerme en mi lugar con el poder de su mente. Creo.

—Quítate de mi camino, tengo que ir a mi casa.

—¿Para qué? —En esa ocasión fue Cameron el que se interpuso. Fruncí el ceño arrepintiéndome prontamente de ese gesto, ¡Dios! ¿Es que todo iba a dolerme tanto? ¿Y qué demonios les pasaba a estos dos insensatos? El hecho de que hubiésemos estudiado en el mismo establecimiento, ¿les daba algún derecho a cuestionarme?

—Ese no es tu problema —le respondí altiva, tratando de deslizar un pie fuera de la cama. Él le envió una miradita de soslayo a Marc y éste respondió con un asentimiento, antes de dirigirse hacia la puerta.

—Escúchame, Blue, no puedes…

—¡No me llames así, imbécil!

Lo sabía, ahí estaba mi prueba de que Cameron aún no había atravesado la pubertad. No recuerdo con exactitud cuándo comenzó a decirme Blue o por qué lo hacía, pues no tenía idea a qué hacía referencia. Las pocas veces que dejé que mi curiosidad ganara e hice la pregunta, él se limitó a responderme con una risilla de burla. Y pueden ir descartando al pájaro de Río, cuando él comenzó a usar ese mote aún no existía esa película.

—De acuerdo, tranquilízate. No puedes salir del hospital, tuviste un accidente bastante serio y necesitas tomarlo con calma.

—Tú no entiendes —espeté soltando un suspiro de derrota.

Sabía que no podía simplemente marcharme, sabía que tenía que estar allí y padecer como todo buen enfermo. Pero no podía hacerlo sabiendo que había un tal Manuel enseñando mi casa a una parva de extraño, extraños que podían o no encontrarla digna de ellos. ¿Qué pasaba si alguien la compraba? ¿Dónde quedarían las cosas de papá? ¿Sus libros? ¿Y si algún idiota pensaba que podía tocar sus libros sin más? No, la idea de quedarme quieta sabiendo que eso era algo que estaba ocurriendo me estaba matando más que mis heridas.

—Pues a decir verdad no lo hago, pero perder la calma no hará las cosas más fáciles. —Para venir de Cameron eso y hasta había sonado lógico.

—Ella está por vender mi casa… —Él asintió sin comprender el significado de aquello, así que me esforcé por ser más directa—. Mi casa… va a vender algo que es mío y no suyo. No puedo dejarla hacer eso, voy a ir a nado por todo el océano buscando su crucero si es necesario.

—Entiendo. —Su rostro decía todo lo contrario, pero qué más daba. Me importaba un cuerno si él aceptaba mi punto o no.

—Escucha. —Luché por recordarme que este hombre y yo éramos personas distintas, que habíamos madurado y que ya no era correcto ser desdeñosa con él sólo porque no me agradaba. Era una adulta y podía ser políticamente correcta, ¿no?—. Te agradezco la ayuda del otro día y que vinieran hoy, fue muy amable de su parte. Pero creo que necesito estar un rato sola.

Cameron presionó sus ojos azules levemente, paseando una vacilante mirada por mi rostro. Desde que había entrado en la habitación era la primera vez que me miraba de forma directa, no me había dado cuenta de esto pero podía significar algo. Tal vez estaba incómodo en mi presencia, pues bien… ya éramos dos.

—¿No vas a intentar escaparte o si?

Sonreí socarronamente, dándome unos golpecitos en el monumental yeso que no me dejaba flexionar la pierna. O sea, ¿estaba de broma?

—¿A dónde podría ir? —«Diablos, políticamente correcta, políticamente correcta»—. Es decir, estoy demasiado agotada como para intentar una fuga.

—De acuerdo. —Sin agregar otra palabra, se movió por mi habitación hasta que halló la bolsa de comida aún intacta.

Me quedé observándolo con atención, esperando ese momento en que se daba cuenta que le había pedido que se marchara. Pero al parecer él quería extender ese momento lo máximo posible, pues primero abrió la bolsa, luego olfateó el contenido y recién entonces comenzó a comer. Peor aún, comenzó a comer como si estuviese en un maldito restaurante.

—¿Te molesto? —lo interrumpí a mitad de un bocado. Cameron lanzó una mirada hacia mí y luego otra hacia la puerta, haciéndome notar que aún seguía incómodo por algo.

—No —tragó—, sólo espero a que Marc vuelva con el médico.

—No tienes que hacerlo. —Lo particular de los pueblos pequeños en donde todo el mundo se conoce—además del hecho de que no hay secretos y que la gente sabe hasta los horarios de tus intestinos—, es que nunca hacen lo que uno quiere que hagan. Aquí la regla de oro era: haz lo que te venga en tu puta gana. Y Cameron era uno de los que mejor aplicaba esa regla—. En serio, no tienes que hacerlo.

—No me importa.

¿Lo ven?

—Pues a mí sí —protesté, sintiendo como la Marín políticamente correcta comenzaba a caer víctima de los sedantes.

—¿Por qué no me dijiste quién eras?

Ok, hablando de cambios de tema radicales.

Pestañeé con fuerza enfocándome en el hombre que ahora se encontraba frente a mí, seguía siendo casi el mismo de antes pero con ligeras diferencias. Tenía el cabello más largo de lo usual, una barba descuidada pero interesante (lo admito) y su cuerpo parecía haberse endurecido en los lugares precisos. Tal vez él no me había reconocido, pero yo no pude fingir ni por un segundo que este no fuera Cameron. El tiempo le había pasado con gracia, no sólo a él sino también a Marc. Aunque no me voy a poner pesimista al respecto, el tiempo no siempre fue generoso conmigo pero tampoco se había ensañado. No era una belleza, pero tuve peores momentos, lo juro.

—Porque no es tu problema. —Y lo repetiría hasta el hartazgo.

Cameron sonrió perfilando el rostro hacia el piso y varios cabellos castaños cayeron sobre su ojo derecho, como en un movimiento jodidamente programado. Me retracto de lo dicho más arriba, este no era el séptimo círculo. Definitivamente era el segundo y yo acababa de ser arrastrada ligeramente más cerca del torbellino de la lujuria.

—Tal vez tengas razón, pero… —Lo que fuera que iba a decir lo dejó en espera, al ver que Marc cruzaba el umbral acompañado del médico.

Enarqué una ceja suspicazmente hacia él, haciendo que volviera a apartarme la vista. Y eso fue todo. Bueno, por supuesto que no fue todo, pero fue todo lo relevante que puedo contarles del día X (también conocido como jueves).

Para resumir y teniendo en cuenta mi suerte, probablemente ya todo el pueblo estaría enterado de mi visita, mi accidente, mi estadía en el hospital y quizá también de mi encuentro con Cameron. Lo de la fiesta de graduación, pues deben saber que no es un secreto en lo absoluto. A decir verdad estoy casi segura de que vi esa fotografía pegada en casi cada escaparate del centro, hasta mi último día en que me fui a la universidad. Así que ya pueden comenzar a medir la magnitud de mi situación, y yo sin gafas oscuras.

                                                                 ***

Les voy a ahorrar el suplicio de tener que pasar cuatro días en el hospital, pues al menos que quieran una detallada explicación de mi habitación y el número de azulejos en el baño, no hubo mucho de allí digno de escribir. Además tenía una vía en la mano, ¿qué tanto una puede escribir en esas condiciones? El médico dijo que estaría bien luego de que mis huesos soldaran—tenía una fractura en la rodilla y una menor en el peroné—, para esto debía tener la pierna inmovilizada (Dah) y mucha paciencia. El resto de mis heridas eran en su mayoría magulladuras, cortes pequeños y morados, nada por lo que alarmarse. Aun así intenté alarmar a mi madre, enviándole un texto para informarle de la situación con tantos signos de exclamación como me fue gramaticalmente posible. Pero ella no respondió. Marc supuso que no lo hizo porque en medio del océano no hay recepción, yo me fui por la posibilidad de que hubiesen perdido el rumbo hasta naufragar a una isla desconocida. De las dos, mi teoría era la que más me gustaba.

Se preguntarán, ¿por qué discutía teorías sobre naufragio con Marc? Pues bien, él fue lo más relevante de la semana. Luego de presentarse aquel primer jueves, continuó viniendo todos los días. Se pasaba una o dos horas sentado junto a mi cama contándome tonterías sobre el pueblo, chismes en su mayoría, sonriéndome a lo Marc y siendo agradable. Era… bueno, distinto pero comenzaba a acostumbrarme a este Marc más adulto y profesional. Era bombero desde los veinte años, justo cuando Cameron decidió serlo (¡vaya coincidencia!). Y según él, pasaba la mayor parte del tiempo cerca del hospital así que no le molestaba hacerme una visita. Era mi única visita, por lo que no iba a ponerme melindrosa al respecto.

Gracias a Marc tuve una forma de salir del hospital íntegramente cuando obtuve el alta. Él y Cameron aparecieron en mi puerta el día en cuestión, para luego trasladarme a mí y mi nueva silla de ruedas a mi hogar. No hubo mucho de conversación entonces, o al menos nada que pueda decirles y que vaya a interesarles. Lo importante una vez más, es que había llegado.

Me pasé la mayor parte del lunes “rodando” por el piso inferior de mi casa, tocando y reconociéndolo todo nuevamente. Mamá no había hecho cambios significativos; algunas paredes pintadas, unos pocos cuadros o muebles movidos de lugar, pero en su mayoría seguía siendo tal y como la recordaba. La casa de papá. Descontando el horrible cartel en mi jardín que la anunciaba al público, seguía siendo perfecta.

Luego de meterme en el estudio y pasar mis dedos por los incontables lomos de libros de mi padre, me decidí por uno antes de ponerme toda sentimental con los recuerdos. Cada libro tenía inscripciones suyas, notas, papeles, referencias… así era él: un amante de la literatura. Papá no leía, papá le hacía el amor a las palabras (sin implicaciones sexuales aquí). Y yo básicamente estaba igual de pirada que él.

Llevándome a Tomás Moro en mi regazo, hice todo mi camino por la sala hasta el recibidor. El plan era leer un poco en el living, pero luego de pasarme toda la mañana dentro de la casa e interactuando conmigo misma, comencé a sentir los primeros vestigios de la agorafobia. Si iba a pasar los próximos dos meses rehabilitándome (esperaba no fuese tanto tiempo), al menos aprendería a ser autosuficiente en una silla de ruedas. Podía leer fuera en el pórtico, podía enfrentar a mis vecinos y demostrarles que no me avergonzaba dar la cara, si lo pensaba bien no había ningún motivo para sentirme avergonzada. No es como si mamá se hubiese esforzado por crear una imagen decente en Milaca.

—Al demonio. —Me impulsé hasta la puerta principal, golpeando una mesita y una apestosa planta de interior en el proceso, pero todo obstáculo fue fácilmente olvidado una vez que estuve fuera.

Me dejé atrapar por la prosa de Moro, casi sin registrar mi entorno al principio. Lo bueno de mi pórtico era que se levaba tres escalones por encima del jardín, dándome así una visión más amplia de la calle. Si veía a alguien indeseado, siempre podía rodar a la puerta con tiempo. Ahora bien, lo malo de mi pórtico era justamente lo mismo, esos condenados tres escalones que me imposibilitaban salir del terreno en caso de una emergencia.

En este caso, la emergencia era una maldita avispa que obviamente no tenía mejor cosa que hacer que fastidiar mi lectura. Revoloteaba cerca de mi cabeza, se detenía sobre mi pierna inerte y cuando intentaba apartarla, alzaba vuelo no muy lejos como diciéndome: atrápame si puedes. Bufé ante la actitud infantil de la avispa, mientras me enfocaba en la descripción de la isla y sus dificultosas formas de acceso. Definitivamente no iba a dejar que una avispa me echara atrás. Y por un momento todo el plan de no dejarme vapulear por la avispa fue bien, hasta que en un acto desesperado y optimista—al verla completamente quieta junto a mi rueda—le arrojé el libro esperando darle. No le di, no se preocupen, ninguna avispa salió lastimada en la realización de esta historia. Pero mi libro había aterrizado sobre el camino de la entrada, a unos tres escalones por debajo de mí.

—Mierda… —Lo veía allí culpándome por haberlo utilizado como arma contra avispas, pero por desgracia no podía hacer nada. ¿Acaso podía tirarme de mi silla para rescatar a Tomás?

Me estiré tanto como mi metro sesenta y cuatro me lo permitió, pero tal vez sólo me acerqué dos milímetros. Tomás no estaba cooperando en su rescate, dicho sea de paso. Bajé mi pierna enyesada al suelo, arrastrando mi trasero al borde de la silla aunque no estaba segura con qué propósito, pues eso sólo puso el libro más lejos de mi mano.

—Estúpida basura. —Eché un vistazo a mi alrededor, esperando que la solución simplemente saltara frente a mí. Y volví a maldecir al notar que no tenía ni siquiera una rama para tirarle a Tomás—. Aguanta ahí…

Volví a dar un brinco en mi silla llevándola hasta el filo del primer escalón, haría falta un suspiro para que iniciara el viaje cuesta abajo, pero tenía que intentarlo. Con el pie sano comencé a arrastrar mis dedos por la superficie de madera, primer escalón, segundo… mis brazos temblaron un poco al tener que soportar mi peso y entonces, sin previo aviso, el libro se movió. Alcé la cabeza, alarmada, para encontrarme con Tomás siendo sostenido por un idiota.

—¿Qué diablos haces? —le espeté cabreada porque hubiese echado a perder mi gran esfuerzo, yo podía conseguirlo sola.

—Escuché algunas maldiciones y pensé que estabas llamando. —Cameron sonrió tendiéndome a Tomás, pero tan tozuda como soy hice de cuenta que no lo vi.

—Pues no lo hacía, puedes irte.

Si cualquier chismoso lo veía cerca de mí o mi casa, comenzarían las habladurías que me llevaron a salir de este pueblo años atrás. Y no, esta vez no podía sólo irme. Primero porque la pierna no me lo permitía y segundo, porque estaba aquí por mi padre.

—Siempre eres tan alegre, Blue.

—No me llames así, lárgate. —Como el pueblerino que era, él no me hizo caso y se dejó caer en el segundo escalón de mi pórtico, presumiendo de su facilidad para moverse.

—¿No quieres tu libro? —inquirió alzando la vista en mi dirección.

—No, ya está contaminado.

Cameron estudió el libro en sus manos, dándole una vuelta y otra como buscándole alguna falla.

—No parece tener nada malo. —O él intentaba hacerse el gracioso, o era lo bastante estúpido como para no entender de qué clase de contaminación hablaba. Pondría mis fichas en la segunda opción—. ¿Utopía? —musitó pasando su índice sobre el título.

—¡Mierda! —exclamé mirándolo con los ojos muy abiertos, él me estudió confuso sin comprender qué me pasaba. Así que le sonreí burlonamente, antes de agregar—: ¡Sabes leer! Disculpa pero esto… uff… es más de lo que puedo soportar.

—Muy graciosa. —Dejando el libro sobre la madera de mi pórtico, se limpió las manos en los pantalones guerrilleros—. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?

—Nada que tú puedas darme.

—Yo no apostaría por eso, Blue… —Una pequeña sonrisa tiró de la comisura de sus labios, pero al ver mi expresión furibunda rápidamente abandonó ese camino—. ¿Por qué la hostilidad, mujer? Sólo intento ser un buen vecino.

—Serías un excelente vecino si sólo te marcharas de mi propiedad. —Le apunté con mi dedo su casa, ganándome un resoplido por su parte.

¿Qué esperaba de mí? ¿Una conversación amistosa? ¿Recordar los viejos buenos tiempos? Él y yo no éramos amigos, nuestra mayor cercanía se limitaba a la convivencia como vecinos. Y esa no era una de las bases más solidas como para empezar a charlar.

—Escucha, tu madre no está alrededor…

—¿Alguna vez lo estuvo? —interrumpí, logrando que mi vecino hiciera una mueca que no supe interpretar.

—Lo que sea… no hay nadie que cuide de ti, necesitarás algo de ayuda hasta que puedas andar por ti misma. —Levantó las manos, como resignado—. Yo estoy cerca, puedo venir a chequearte siempre que quieras.

—No lo necesito —repliqué al instante.

La mirada que me dirigió entonces fue mucho más irritada que cualquiera previa, le mantuve el escrutinio con convicción. Pues, vamos a ser claros, él tenía tantas ganas de cuidar de mí como yo de necesitar sus cuidados. Ninguno quería estar con el otro, no estaba segura de la razón de su reticencia, pero estaba muy segura sobre la mía. Cameron traía a mi cabeza demasiados malos recuerdos, tenerlo cerca sería como recalcarme continuamente lo patética que puedo llegar a ser.

—Blue, no seas necia —masculló alzando ligeramente la voz—. Me agrada tu actitud de chica ruda, pero no puedes andar… ¿qué vas a hacer hasta que puedas pararte? ¿Arrastrarte por la casa con los dientes?

—Si necesito aprender a hacerlo, entonces lo haré por mí misma.

—Claro, porque vienes haciéndolo tan bien por ti misma desde que llegaste.

—¡Eso es todo! —grité sintiéndome ultrajada por su maldito tono condescendiente—. Lárgate de aquí… no necesito nada de ti.

Alcé mi mano derecha intentando asestarle un golpe, pero él se movió justo en el último segundo haciéndome que perdiera el equilibrio y me derrumbara en cámara lenta. Al principio agité los brazos para regresar la rueda al piso, pero eso pareció sólo ayudar a que mi ángulo se inclinara más. Lo siguiente que supe, fue que mi caída había sido interrumpida justo antes de que pudiera sumarle otro morado a mi cara. Levanté la vista lentamente, encontrándolo sosteniendo mi silla con una leve sonrisa complacida. Me regresó a mis dos ruedas, no sin antes levantar a Tomás del suelo y depositarlo en mi regazo. Lo observé metiendo sus manos en los bolsillos, bajando con tranquilidad los escalones mientras silbaba una melodía y se dirigía hacia su casa.

—Va a ser una larga recuperación, Blue. —Se detuvo para darme una breve mirada—. Es mejor que empieces a practicar esa mordida. —Soltó un mordisco al aire antes de darse la vuelta.

Simbólicamente le dio un mordisco a mi racionalidad, porque en ese instante una fuerza extraña se apoderó de mí, haciendo que Tomás y su utópica isla, se convirtieran en armas espanta idiotas. Pero no se preocupen, tampoco le di. La única imbécil que salió lastimada en la realización de esta historia, la está relatando.

[1] Un lapso indeterminado en que algo importante sucede. Su significado literal es «momento adecuado u oportuno». Como dios, Kairós era semi-desconocido.

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Si bien no hice una referencia directa al libro Utopía, es bueno que no queden dudas sobre qué Tomás hablaba o de qué va a ese libro. Para quienes no lo leyeron, Utopía es una isla con una organización y estructura de estado ideal, algo que Moro postula en su libro. No sé si les interesa o no, pero el libro no está mal xDD Espero les esté gustando la historia, de momento estamos presentando a los personajes... ya vamos a ir profundizando más. Bye ^^

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