Día D.
Buenas! Ok, ya estamos de vuelta. Este cap. no es tan largo, porque pretendo que el siguiente sea más largo. Digamos que este es un pequeño interludio... espero les guste y ya me dirán qué les parece.
Día D.
Para los que tienen un conocimiento escaso o simplemente les importaba un cuerno la historia en el instituto, “el día D” hace alusión a un momento bastante importante durante la segunda guerra mundial. Pues fue el día en que desembarcaron las tropas aliadas en la playa de Normandía, logrando así la liberación de la Europa occidental tomada en ese momento por la Alemania Nazi.
“El día D” es una frase usada comúnmente para remarcar la importancia de un acontecimiento, es el día en que todo cambia radicalmente ya sea para bien o para mal, es el día donde se da el todo por el todo.
Pues bien, éste era mi día D. No había tropas, ni sangre, ni bombas, ni siquiera una playa o un soldado Ryan al cual rescatar; sólo yo, un perro, un hombre y como medio metro de interacción de miradas.
—¿Qué estás haciendo? —Cameron finalmente decidió romper el silencio, paseando su mirada azul de mi mano a mis ojos. No pude determinar si su gesto era de perplejidad o simple curiosidad, opté por creer que era curiosidad. La curiosidad siempre era más fácil de manejar.
Me eché hacia atrás, lo suficiente para que mi espalda encontrara la pared junto al escusado y suspiré con teatral cansancio.
—La… —me aclaré la garganta, demostrando que podía lidiar con la situación. Oh sí, por supuesto que podía—. La comida me cayó algo mal… y… —No agregué más, dejando que él sacara sus propias conclusiones. Menos siempre es más, o al menos eso había escuchado decir.
Cameron le chistó a Cassidy que parecía dispuesto a salvar las distancias entre nosotros, y para mi sorpresa, el perro le obedeció quedándose dócilmente en su sitio.
—¿Tienes indigestión? —Al momento en que escuché su pregunta, supe que no estaba comprando mi actuación.
Cameron dio unos pasos adentrándose en el cuarto de baño, no sin antes apartar a Cher hacia atrás para poder hacer su camino hasta donde yo me encontraba tirada. Sin decir una palabra, se volvió hacia el lavabo y lo oí abriendo los grifos con completa tranquilidad. Alcé la vista buscando su mirada, pero él estaba dándome su perfil como si intentara evitarme adrede. Pues bien, pensé en mi fuero interno, no es como si yo necesitara su aprobación.
—Toma. —Se volvió entregándome un vaso con agua, el vaso que yo siempre usaba para enjuagarme, y luego se acuclilló para quedar casi a mi misma altura.
—Gracias —musité, convencida de que se marcharía si lo dejaba “atenderme”. Quién sabe, quizá me había creído lo de la indigestión. Pero fue necesario mirarlo una sola vez para darme cuenta que no iba a ser tan sencillo, sus ojos nuevamente estaban en mis manos y fue entonces cuando me percaté de que aún sostenía el cepillo con fuerza. «Mierda»—. Tuve que… —comencé a explicar, logrando que me mirara ceñudo.
—No me importa —me cortó con un tono de voz monótono. Luego se puso de pie, dándome nuevamente la espalda.
Asentí más para mí que para él. ¿Por qué siquiera pensaba que le importaría? O sea… él no tenía ninguna obligación hacia mí, incluso sabiendo que le estaba mintiendo sobre sentirme mal del estómago, por qué querría saber la verdad. ¿Quién en su sano juicio se metería de forma voluntaria en el caos de una loca como yo? No podía culparlo, muchas veces me gustaría poder decir que a mí tampoco me importaba. Pero ésta era mi mierda y no podía dejarla por mucho que hubiese ocasiones en que en verdad lo quería.
Me abracé mi pierna buena contra el pecho, sintiendo el frío calando en mí repentinamente. Era uno de los efectos adversos que no venían escritos al dorso de ninguna técnica, uno de los tantos efectos que ya me sabía de memoria. Dejé el cepillo en el piso y me bebí el vaso que Cameron me había dado, quería escupir el agua y enjuagarme, pero no iba a inclinarme sobre la taza con él aún en mi baño.
—¿Puedes pasarme la silla? —inquirí en tono casual, bastante consciente de que no podía quedarme eternamente sentada en el suelo.
Cameron se volteó, observándome como si recién cayera en cuenta de con quien estaba tratando. Bajó la cabeza y luego soltó una risilla tosca.
—O sea, ¿así de simple?
Enarqué una ceja no muy segura de comprenderlo, o quizá comprendiéndolo más de lo que me gustaría admitir.
—¿A qué te refieres?
—No me vengas con eso, no soy tan estúpido. —Bien, me dije a mí misma, así que había decidido darme el sermón. Esto sería interesante.
—Eso puede ser cuestionable.
—Cállate —masculló colocando las manos en sus caderas, para luego cruzarlas sobre su pecho como si no estuviese seguro qué hacer con ellas—. Realmente no quieres tomar el camino de ser mordaz conmigo ahora, Marín.
—¿Me estás amenazando?—le espeté incrédula—. ¿Quién te crees que eres, Brüner? —Un ataque rápido siempre resulta ser la mejor defensa—. Lárgate de mi casa, no eres bienvenido.
—¿Quieres que te deje terminar? —inquirió alzando ambas cejas en gesto desafiante—. ¿A dónde diablos intentas llegar? ¿Eres de esas mujeres que se obsesionan con su peso?
—Oh, por favor, cierra la boca. —Él no podía ni llegar a comprender esto, a decir verdad ni yo todavía lo entendía del todo—. Sólo tengo indigestión.
—¡Indigestión y una mierda, Marín! No me trates de idiota, ¡mira tus manos!
Como si fuera una orden, ambos dirigimos la vista hacia mi mano que descansaba junto al cepillo. De un modo casi automático la oculté bajo mi regazo y le eché a él una envenenada mirada de advertencia. Sabía que estaba viendo las marcas en mis nudillos, otro de los efectos secundarios que una aprende a ignorar con el tiempo.
—Me corté con los papeles —dije a toda velocidad. Cameron puso el rostro de lado, casi como si le divirtieran mis pobres intentos de explicar lo inexplicable. Porque vamos a ser honestos, él tenía todos los componentes ante sus ojos. Aquí sólo era cuestión de sumar uno y uno, hasta el más imbécil sabría deducir lo que ocurría.
—Por supuesto. —Me dio la razón como a los locos, algo que francamente presionó el último nervio racional que había en mí. Sí, contrario a lo que creen, todavía me quedaba uno.
—¡No te metas, Brüner, lo que haga o deje de hacer es mi problema!
Maldita palabra, yo no tenía un problema no había nada malo en mí. ¡No había una jodida cosa mal en mí!
Él me miró de hito en hito, su boca ligeramente abierta atorada en una replica que murió tras mi exasperado grito. Sacudiendo la cabeza masculló algo entre dientes, para luego jalarme de un brazo con brusquedad y obligarme a ponerme de pie. Me aguanté el chillido de dolor que ese movimiento activó, apretando las manos en puños para no dar más muestras de debilidad ante ese hombre cruel. Cameron rodeó mi cintura con su brazo, jalándome contra su cuerpo. A regañadientes lo dejé cargarme en brazos e hicimos todo el camino hasta la sala, con él guardando una cuidadosa distancia entre nuestros cuerpos. Sólo las partes vitales tocándose, sólo las respiraciones haciendo eco tras cada paso, sólo la tensión de su mandíbula advirtiendo el esfuerzo de contenerse en algo. ¿En qué? No tenía idea, fuese lo que fuese que pensaba decirme en el baño al parecer había caducado. Internamente sentí cierto alivio y también algo de decepción, lo admito.
Me dejó en el sofá con algo más de cuidado, pero sin aflojar un músculo. Llegué a la conclusión de que esto sería todo, de que a pesar de que él supiera mi secreto esto no cambiaría nada. Lo miré cuando acabó de acomodar mi pierna sobre los cojines, él se detuvo un instante para presionarse el puente de la nariz antes de devolverme la cortesía.
—¿No vas a decir nada? —No era la clase de pregunta de: por favor, dime que estamos bien. Esta era la clase de pregunta de: ¿vas a guardar el secreto? Y afortunadamente él pareció comprenderlo.
—Supongo que no es la primera vez que lo haces. —Asentí, no le veía sentido a acrecentar la mentira—. ¿Por qué?
Le sonreí a medias, y él me frunció el ceño como si no comprendiera la razón de mi sonrisa.
—Si supiera… muy probablemente no lo haría —respondí, haciendo que su confusión fuese aún mayor.
—¿Quieres estar delgada? —Era la conclusión más obvia, pero desafortunadamente no era mi caso.
—No tiene nada que ver con eso. —Sacudí una mano en el aire, sonriendo esta vez con cierto grado de pesar. A veces, en contadas ocasiones, me gustaba pensar que habría alguien que lo comprendería por mí. Pero lo había intentado antes— ¡porque no me gusta ser así!—, había querido tener una relación sana con la comida, había querido hablarlo y llegar a una conclusión lógica. Pero no había funcionado, no podía explicar porqué dejaba de comer o me metía los dedos en la boca para eliminar los vestigios de una comida. Sólo no podía.
—¿Entonces con qué?
—Cameron. —Me encogí de hombros, lo que fuera que me había poseído a responder sus dudas acababa de esfumarse—. Márchate.
—No.
—Márchate —insistí incorporándome lo suficiente como para empujar sus piernas—. Déjame sola.
—No.
—¡Déjame tranquila!
—¡No! —exclamó él, sosteniéndome por las muñecas para que me detuviera—. ¿Cómo quieres que sólo me marche? Estás lastimándote, Marín.
—Tú no sabes nada…
—¡Te haces daño!—interrumpió con vehemencia—. Eso es lo que sé.
—Es mi asunto, no el tuyo. —Jalé para liberarme, pero él usó mi movimiento para dejarse caer en una esquina del sofá—. Si necesitara ayuda, te aseguro que de todos modos serías el último ser humano al que recurriría.
La mejor defensa es ser una perra, y si funcionaba pues lo haría.
Cameron me soltó, girando el rostro hacia donde se encontraba el pasillo que llevaba a la puerta. Mentalmente lo alenté a tomar esa salida, mentalmente crucé los dedos para que se quedara. Mi mente era una jodida idiota, ya lo ven.
—Entonces se lo diré a Marc —anunció de forma sorpresiva, recuperando la distancia. Di un brinco de pura incredulidad y lo tomé por el hombro, reclamando su atención—. Ustedes se llevan bien, puede que te sea más fácil hablar el tema con él.
—Cameron… —Pero ni siquiera me miró, se deshizo de mi amarre y comenzó a incorporarse—. ¿Cameron?
—Supongo que nos veremos, Marín.
—¡Cameron, detente!—Lo hizo a dos pasos de desaparecer de mi vista, el maldito desgraciado—. No puedes… —mi voz falló en ese instante—. No… no se lo digas.
Me miró de soslayo, como si aguardara a que agregara algo más. Pero lo único que podía hacer era presionar mis manos de un modo casi compulsivo; si Marc lo sabía entonces… no, sólo no podía darme el lujo de que él lo supiera. Esto era mi asunto, y alguien como Marc jamás pasaría de ello sin presentar pelea. Yo le agradaba a Marc, quería seguir agradándole, quería que nuestra relación mantuviera su simpleza, su frescura. No podría soportar que me mirara con pesar o peor aún… con asco. No podía desilusionar a Marc así. Podía lidiar mejor con el indiferente interés de Cameron que con una genuina preocupación por parte de Marc.
—¿Entonces a quién? ¿Tu madre?
Presioné los ojos en líneas, guardándome una replica para nada femenina al respecto de ese comentario.
—A ella le importa un cuerno, puedes ir a decírselo si quieres. Lo máximo que obtendrás será una carcajada y algo como un: seguro intenta llamar la atención.
—Bien —aceptó tranquilamente regresando al sofá y girándose hasta que nuestros rostros se enfrentaron—. Eso nos deja con pocas opciones, ¿no lo crees?
—¿Nos deja? —pregunté haciendo énfasis en el “nos”.
—Sí, Marín, nos deja… porque no puedes pretender que sólo haga de cuenta que no vi nada ¿o si?
—En realidad esperaba que hicieras eso, no diré nada si lo haces. Te aliento a que lo hagas.
—No estaría bien —susurró pasando por alto el permiso que acababa de darle.
—Hay muchas cosas que no están bien, Cameron, no por eso andas por ahí ayudando a quien no quiere ser ayudado.
Sus ojos escanearon mi rostro en un largo silencio analizador; no pude evitar sobresaltarme cuando extendió una mano para posarla en la base de mi cuello y luego comenzar a trazar suaves círculos con su pulgar sobre mi tráquea. El calor de su piel traspasó hacia la mía helada, haciéndome correr un estremecimiento más que bienvenido. Cameron me atrajo hacia su pecho en un movimiento suave y me dejé llevar, sólo por ese momento le daría la falsa sensación de ser necesitado. Sabía que muchas personas buscaban ser útiles cuando se topaban con alguien como yo, podía por un segundo sólo deponer las armas.
—Tú sí quieres —murmuró colocando su barbilla sobre mi cabeza—. Pero no tienes idea cómo ayudarte.
—¿Y tú si? —pregunté buscando una posición más cómoda sin siquiera pensarlo. Él pareció comprenderlo, porque me atrajo por la cintura hasta que quedé firmemente sentada sobre su regazo.
—No… —admitió en un susurro—. Yo sólo apago incendios.
—Y bajas gatitos de los árboles —añadí en medio de un bostezo. Cameron rió suavemente, haciendo que su pecho vibrara debajo de mi mejilla.
—Y bajo gatitos de los árboles.
Creo que eso fue lo último que escuché, antes de permitirle a Alicia que me guiara hacia su país… ¿o sería el conejo blanco? En fin, me dormí con la idea de que Cameron y yo estábamos por crear nuestra propia alianza contra los nazis.
Sí, así de extraña soy.
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Ese perro a la derecha es Cassi, también es mi hijo... se los presento. Quería tener un papel en una de mis historias, así que llegamos a este acuerdo. Hasta puso la carita con la que estaba mirando a Marín. En la vida real se llama Alfie (alfi se pronuncia) como ese seductor ;)
Espero les haya gustado el cap. sé que fue corto pero eso lo hice apropósito. Acá hay mucho que procesar aún, digamos que fue la primera reacción.Tengo tanto que escribir después de esto, no estamos leyendo xDD
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