Día 1
¡¡Hola!! ¿Me echaron de menos? Yo sin duda sí me eché de menos jojo Bueno... estuve algo ausente porque como le dije a algunos, me iba a operar de las amígdalas e iba a aprovechar el reposo para reposar la mente de paso. Pero mi mente es inquieta, sólo pasaron cuatro días y ya no me aguantaba más eso del reposo. Espero que todos disfruten de este nuevo viaje que empezamos, mil gracias a todos los que me apoyan en mi escritura, los que se toman el tiempo para darme su opinión. Para mí es sumamente importante, sé que de momento esta historia va a parecer algo típico pero denle una oportunidad... si sale como la pensé va a resultar algo xDD Sin más, les dejo el segundo cap. ^^
Tammy, sin amígdalas pero con más espacio para la imaginación xDD
Día 1
Lo de día uno es una cuestión más bien nominal, pues llevaba conduciendo toda la noche y gran parte del día anterior, así que esto bien podría ser el día dos y medio. Pero si me apego estrictamente a lo escrito con anterioridad, este sería el día… vaya mierda, en realidad no esperan que cuente los días ¿o sí? Pues si esperan eso, se equivocaron de historia.
Podría haber tomado un avión y ahorrarme todo este lío de sumar o restar días, pero el impulso del momento me había llevado a cargar algunas prendas a la carrera y montarme a mi auto. Lo de improvisar no es precisamente lo mío, razón por lo cual me quedé sin combustible en medio de la nada y… vacas. Pero ese imprevisto no me iba a hacer claudicar, aún cuando no tuviese ni el más mínimo deseo de regresar a Milaca. Los acontecimientos no cambiaban el hecho de que estuviese aquí, cruzando el arco de entrada al pueblo, con dolor de cabeza, sueño, olor a vaca y menos de medio tanque de gasolina.
Todo esto comenzó tres días atrás, ¿o serían cuatro? ¡Bah! Estúpidas fechas. Esto comenzó hace unos días y punto; justo después de que mi madre me enviara un mensaje de alerta. Decía más o menos lo siguiente:
“Voy a vender la casa. Si quieres conservar algo, es mejor que lo vengas a buscar”
A lo que yo primero respondí con una carcajada, seguida de:
“¿Disculpa?” Cabe mencionar que los mensajes de texto le jodían todo el dramatismo a mi pregunta, pero era eso o nada.
“No te pongas en ese plan, Marín, sólo te estoy avisando”
¿Qué no me pusiera en ese plan? ¿Cuál mierda era el plan? Me pregunté, mientras me forzaba por desatontar mi cerebro y realmente comprender lo que ocurría.
Mi madre no creía en las llamadas telefónicas—su historia no la mía—, ella sólo se comunicaba conmigo a través de mensajes de texto o carta (por muy anticuado que eso suene). Sus cartas eran en realidad postales con las cuales intentaba presumir sus múltiples viajes por el mundo, a un espectador al que le daba lo mismo. Mi madre, para que no queden dudas de esto, es una perra. La palabra le pega y ella no emite quejas siempre que se lo digo; así que a aquel mensaje del “plan” respondí:
“¡Eres una perra! Esa casa es de mi papá, no tienes derecho a venderla”
A lo cual ella no dijo nada. Así que como ven, no le molesta que le diga perra. Pero lo relevante de todo esto es que mi madre dejó de responder mis mensajes, y ni atinó a levantar el teléfono la única vez que la llamé. Cabreada como estaba con la idea de perder la única y última posesión de mi padre, me monté en el auto lista para hacer un viaje de muchos kilómetros, sin mapas, sin itinerarios y sin mucha gasolina.
Pero la odisea del viaje ya no importaba, finalmente estaba en el pueblo de mi infancia/adolescencia y cuando la adrenalina impulsada por la treta de mi madre comenzó a remitir, me di cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Estaba regresando a Milaca! Jodido niño Jesús en su cesta de mimbre, yo estaba regresando al séptimo círculo del infierno. Aquel que Dante relató, pero que olvidó señalar que quedaba a la vuelta de la tercera rotonda, todo recto hasta las entrañas de Minnesota.
No es que el pueblo fuese malo, en realidad era bastante pintoresco y mientras crecía aquí, siempre pensé que había sido una elección muy atinada por parte de mi padre. Escoger este lugar para asentar a su familia había sido una de sus decisiones, escoger esa casa para que yo creciera y en algún futuro convertirla en algo mío, también. Entonces me era sumamente difícil comprender, por qué mi madre creía que tenía algún derecho a vender aquello que me pertenecía. Papá me había dejado la casa en su testamento, yo sólo la estaba dejando vivir allí como un acuerdo no pactado. Pero tenía muy en claro en mi cabeza que una vez que ella expirara, la casa sería mía y por consecuente cualquier cosa en su interior.
Lo sé, lo sé, ¡qué horrible estar al pendiente de la muerte de mi propia madre! Pero esto era más bien una carrera contra reloj, ella no esperaba que yo viviera mucho tiempo para reclamar y viceversa. Les aseguro que ese el trato entre nosotras, y lo aceptamos. Aunque suene retorcido, así somos.
En todos estos años había aceptado de muy buena gana sus continuos e inacabables viajes, sus continuos y muy acabables romances, sus pocos continuos y casi nada frecuentes empleos. Pero hasta yo tenía un punto de no retorno, la venta de la casa era lo último que me atrevería a tolerarle. Por mí podía perderse en medio del océano con uno de sus adolescentes y siempre cachondos novios, pero iba a tener que pasar sobre mi cadáver para vender mi casa.
El sonido de un claxon me sacó de mis pensamientos homicidas (homicidas es cuando se quiere matar, ¿no? Siempre lo confundo con asesinos que también significa matar a alguien. ¿Por qué existen dos palabras para una misma acción?), miré a través del retrovisor intentando señalarle al desgraciado impaciente detrás de mí, dónde podía meterse su claxon. Estaba casi segura de que fue capaz de ver mi dedo medio, porque volvió a presionar el claxon aún con más insistencia.
Sacudiendo la cabeza, presioné el acelerador levemente echando una última mirada al carro negro que parecía tener una emergencia del tipo número dos. Apostaría mi seno derecho a que era un hombre, sólo ellos se tomarían tan apecho algo tan inocente como un gesto del dedo. Me sonreí ante mis propios pensamientos, en tanto estiraba el tiempo para encender el radio sólo intentando fastidiarlo un poco más. Alicia Keys me saludó con su canción “New day” y no pude pasar desapercibido el mensaje implícito. No quería estar aquí, pero siempre era un nuevo día para intentar cosas ¿no? Dando una palmada en el aire, grité la primera estrofa de la canción mientras me percataba como una sombra que antes no había estado, caía sin avisos sobre mi costado izquierdo. El claxon sonó con fuerza desde algún lugar lejano, haciendo que volviera el rostro abruptamente. Un azul fugaz destelló frente a mis ojos, mis pies—ambos—se precipitaron hacia el pedal del freno, pero esa cosa de que todo ocurre en cámara lenta para que puedas reaccionar, es una gran mierda. A decir verdad, todo ocurrió demasiado deprisa como para siquiera permitirme insultar a alguien mentalmente.
La camioneta arrastrándose en post de detener una velocidad que sería imposible en tan pocos metros, mi boca atorada entre el grito de la canción y el de la completa certeza de que esto dolería como un diablo, mis manos aferradas al volante, mi trasero aferrado al asiento, el impacto, el chirrido de metal, el golpe de mi cabeza contra algo solido y luego el estallido del dolor. Todo pasó en un lapso de segundos, no hubo tiempo para verdaderas reacciones, ni mi vida montada en fotografías en tonos sepia. Sólo fui consciente de que acababan de destruir la parte frontal de mi carro y que gran parte de los sonidos e insultos que oía, provenían de mí.
Sí, sin duda Dante tenía razón, esto era el séptimo círculo y yo estaba atrapada en él.
***
Lo positivo visto desde un punto de vista completamente médico, era que no había perdido la consciencia. Insisto, esto era positivo para los médicos porque yo habría deseado una y mil veces sufrir una contusión, a tener que soportar el dolor. Mi cabeza palpitaba, mi estomago estaba contraído en un puño y mis pulmones parecían haberse atorado entre las separaciones de las costillas. Tenía la mirada vuelta hacia la ventanilla, mientras sentía como una tira de algo pegajoso resbalaba por mi oreja y goteaba desde mi barbilla. Pero siguiendo por el camino de los pensamientos positivos; al menos el airbag se había activado.
Siempre había pensado que eso del airbag era una estrategia de los vendedores de automóviles, algo como: ¡Diablos! Este auto tiene airbag, te va a costar el doble por eso. Y uno tal vez pasa toda la vida con ese automóvil sin tener idea si hay o no un airbag, sólo confiando en la palabra de los vendedores que no dejan de señalar la palabra escrita sobre el volante.
Bueno, esto me quitaba la duda sobre la honestidad de los vendedores. El auto sí tenía airbag y yo estaba recostada sobre él, con los pechos aprisionados como dentro de un corsé y mucha dificultad para respirar.
«¡¿Dónde estaba la ayuda?!» Había tenido tiempo hasta para pensar en el maldito airbag y todavía nadie se había dignado a aparecer. ¿Qué esperaban? ¿Qué muriera? Si no me venían a rescatar, ¿tendría que salir por mi propio pie? Lo veía difícil, pero el hecho de no satisfacer a mi madre muriendo tan prematuramente, era una motivación en mi subconsciente. No podía morir, si moría mamá ganaba, y la casa de mi padre junto con todas sus pertenencias desaparecerían.
Habiendo tomado la decisión, coloqué mis manos en el salpicadero intentando apartarme del condenado airbag—¿no debería haberse desinflado ya?—. Una oleada de dolor me atravesó a lo largo de toda la espina, pero presionando los dientes opté por no abandonar aquel pequeño impulso. Todo iba bien hasta que un peso completamente extraño, me empujó de nueva cuenta hacia el airbag. ¿Qué demonios?
—No te muevas —me espetó una voz que antes no había estado ahí. ¿Cuándo había aparecido esta persona? ¿Me había desmayado después de todo? Debía de ser eso, de lo contrario habría notado cuando el extraño se coló en mi auto, ¿no?
—No… puedo…
—No te muevas. —Volvió a aplastarme contra el airbag, haciéndome gemir por la punzada en mis senos. ¡Jodido imbécil insensible!
—Me duele —intenté informarle de mi malestar, pero no pareció importarle mucho pues sólo repitió:
—No te muevas.
¿Acaso creía que tenía una contusión? ¿Problemas auditivos? ¿O que simplemente era estúpida? Lo había escuchado, mierda, pero tenía que respirar. Es decir en momentos como este, uno debe medir hasta qué punto son comprometedoras las heridas. Si me movía tal vez me causaba una parálisis irrevertible, lo cual explicaba porque el extraño no quería que me moviese, pero si no me movía iba a dejar de respirar de un momento a otro. Así que la disyuntiva era, arriesgarme a quedarme paralitica o muerta.
Lo siento extraño, pero de momento imperaba que siguiera viviendo.
Cuando su mano no estuvo sobre mi espalda, aproveché la distracción y me empujé sin resuellos hacia el respaldo del asiento. El extraño masculló algo intentando regresarme, pero ya era tarde, ya estaba sentada y… ¡oh mierda!
—¡No siento las piernas!—Me giré hacia él por primera vez, notando como sus ojos azules se abrían por un segundo en alarma—. ¡No siento las piernas!
—Tranquila.
¿Qué me tranquilizara? ¿Estaba de broma? ¡No sentía las malditas piernas! ¿Qué parte de esa frase debía tranquilizarme?
—¿Por qué no…?—Las lágrimas salidas de la nada absoluta comenzaron a distorsionar mi voz, mientras el oxigeno optaba por entrar a raudales en ese preciso momento. Comencé a toser convulsivamente, no ayudando para nada a mi estado nervioso.
El hombre me tomó por los hombros obligándome a quedarme quieta, y entre las sacudidas espasmódicas y el temor de quedarme paralitica, noté algo inusualmente familiar en sus ojos. Algo que me hizo detener en seco, algo que me hizo preguntar hasta dónde alcanzaba el sentido del humor retorcido del destino, algo que verificó mi teoría de haber entrado en el infierno.
—¡Cameron Brüner!
A decir verdad pensé que eso sólo lo había pensado, pero cuando su mirada curiosa se clavó en mi rostro, noté que lo había gritado como una de esas fans lunáticas cuando descubren a su estrella favorita en la fila del banco.
—Sabes mi nombre. —Él lucía confuso, al parecer estaba luchando por determinar quién rayos era yo y por qué sabía su nombre. De haber estado en una situación más idónea lo habría mandado al diablo, pero dado que los rescatistas no estaban haciendo fila para sacarme de allí, opté por no decirle nada—. ¿Nos conocemos?
Puse los ojos en blanco.
—No, claro que no, sólo me gusta ir gritando ese nombre a los demás para ver las reacciones de las personas.
¡Ja! Era bonito ver que el sarcasmo no había sido muy afectado en el accidente. Él se rascó la cabeza demostrando aún más confusión, era obvio que no tenía idea el auto de quién había decidido irrumpir.
—Me siento un poco en desventaja. —Sonrió con timidez al decir aquello y creo que vomité un poco en mi boca. No podía creer a decir verdad, lo mucho que me molestaba su sonrisa.
—¿Si? Es raro teniendo en cuenta que no estás atrapado en un automóvil, sin poder mover las piernas y con una posible contusión. —Cada vez tenía más certezas de que había sufrido una contusión, normalmente no echo tanto ácido durante una conversación. Mucho menos cuando el motivo de recelo hacia la persona, había caducado hacía tantos años.
Es decir, yo había completamente superado aquel incidente con Cameron. Lo recordaba, claro, pero ya lo había dejado atrás. Creo.
—Bien… —arrastró la palabra más de la cuenta, viéndose por primera vez incómodo—. Echaré un vistazo a tus piernas, ¿de acuerdo?
Enarqué las cejas sin decirle nada y Cameron tomó ese gesto como afirmativo, claro estaba que no recibía respuesta como esas muy seguido.
Aplastando el airbag con una mano, rápidamente logró reducirlo a una bolsa medio derretida sobre mi volante. ¡Qué carajos! ¿Sólo eso se necesitaba para que se desinflara? ¿Por qué mi peso no lo desinfló? ¿Por qué demonios me preocupo tanto por el airbag? Tal vez era mejor pensar en eso y no en la cabeza castaña metiéndose entre mis piernas. Dios, no había forma de que esto no se viera mal. Tenía, literalmente, un hombre presionándose contra mis partes bajas; su oreja pegada contra el muslo, su nariz y su boca. Bueno, mejor no especificar dónde estaban.
—¿Sientes eso?
—De acuerdo… no he tenido tiempo de ducharme —mascullé a la defensiva y automáticamente él se incorporó para mirarme.
—¿Qué?
Esperaba que la sangre que caía por mi rostro cubriera mis mejillas o al menos las drenara, porque esta era una situación sumamente embarazosa. ¿Por qué le dije eso?
—Nada.
—Ok. —Sonrió, esta vez al parecer reconociendo la dirección de mis pensamientos—. Voy a tocarte las piernas, dime cuando sientas algo.
¿Por qué no explicó eso desde el principio? Yo aquí mortificándome en busca de un olor desagradable.
—Ok.
Cameron volvió abajo, colocando su mejilla justo encima de la pretina de mi pantalón. Pegué un brinco cuando se estiró aún más y aunque no podría jurarlo, casi me pareció sentir que sus hombros se sacudían por la necesidad de aplacar una risa.
—¿Lo sientes?
¿Qué cosa? ¿A él frotándose contra mi entrepierna? ¡Diablos, sí, lo sentía! Y si continuaba así terminaría haciendo el ridículo de mí pidiéndole que no se detuviera.
—¿Me escuchas? —llamó al ver que no le respondía—. ¿Lo sientes?
Intenté enfocarme en sus manos y no en su rostro o donde estaba metido, intenté identificar el tacto de él pasando por mis piernas, intenté buscar la conexión pero no había nada.
—No.
—Bien, porque no estaba tocándote.
—¡Eres un imbécil! —Estaba sufriendo del shock postraumático y él no perdía oportunidad para hacerme quedar como idiota. ¡Es que ni siquiera recordaba quien era yo! Pero eso no parecía importarle, siempre y cuando se mofara a costas de alguien. Comencé a sacudirme para que se saliera de allí y mi puño bajó a su espalda, aun cuando nunca había sido del tipo agresivo.
—¡Calma! —exclamó al emerger nuevamente—. Ya está, mujer, cálmate. Mira tus piernas…
Cameron me sostuvo las manos con firmeza y tras echarle una envenenada mirada de advertencia, bajé la vista hacia donde él me apuntaba. Estaba… oh bien.
—Se mueven —me apuntó como si eso ya no fuese una obviedad.
—No gracias a ti. —Volví a empujarlo, haciéndolo que se echara hacia atrás en el asiento del copiloto.
—¿Brüner?
Mi mente y oídos registraron el llamado, pero hubo un lapsus de desconexión que con honestidad me asustó. Hasta el instante—sacando el tema de no sentir las piernas—había evitado pensar la magnitud real del accidente. No que eso hubiese ayudado a calmar las palpitaciones en mi cabeza o lograra apartar esa pequeña nubecita que insistía en atravesar mis ojos de tanto en tanto. ¿Y si esto era más grave de lo que me estaba figurando? El hecho de que pudiese pensar, no significaba que estuviese bien. Y mis piernas, demonios, preferirían no sentirlas en ese instante.
—¿Qué? —Cameron salió del carro, supongo que para mantener una conversación privada con el otro hombre, pero yo podía oír todo lo que decían desde mi posición.
—¿Cuál es la situación? —preguntó el nuevo extraño, del cual sólo podía ver sus pantalones.
—Está consciente y lucida, pero… —Cameron se detuvo para darle efecto dramático a sus palabras, o quizá sólo para que yo no oyera. Fuese lo que fuese, lo único que conseguí fue algo como esto—: Pierna… sangre…movilidad comprometida… hay que… puerta.
Apesta cuando las personas excluyen a otros de las conversaciones o cuando me excluyen a mí, que básicamente apesta más. Si me tenía que apoyar en lo que había oído, podría aventurar que ellos planeaban cortarme la pierna con la puerta y eso podía resultar en mucha sangre. Aunque puede prestarse a distintas interpretaciones, por supuesto.
—¿Cameron? —Él reapareció en mi puerta al segundo en que pronuncié su nombre, al menos le daría crédito por actuar rápido—. ¿Qué pasa?
—No pasa nada, tú tranquila.
—¿Y la ambulancia?
—En camino. —Levantando la palma de su mano me pidió que aguardara, aunque no es como si tuviese muchas opciones ¿cierto?
Sé que escrito parece que la ambulancia me había abandonado a mi suerte, y que lo mejor parecía ser que llamara a alguien para comenzar a despedirme. Lo cual no tomaría mucho, la verdad sea dicha. Pero honestamente todo esto había transcurrido en más o menos siete minutos. Claro, sin contar la parte que no recordaba y tras la cual encontré a Cameron en mi auto. Aun así habían sido los siete minutos más largos de mi vida. Y me negaba a pensar que tal vez fuesen los últimos.
—¿Cameron? —lo volví a llamar esta vez sin poder disimular una nota de ansiedad en mi voz.
Él se apresuró de regreso al asiento del copiloto, dándome una sonrisa que se supone van diseñadas para tranquilizar, lo cual… bueno, no funcionó del todo.
—Todo va bien, pronto estarás fuera…
—¿La ambulancia? —pregunté casi sin escuchar lo que me había dicho. «¿Era más sangre lo que nublaba mi vista?»
—Un paramédico te verá enseguida, sé paciente. —Es muy probable que haya continuado hablando después de eso, pero la desconexión de minutos antes fue aún más fuerte en esa ocasión. En un pestañeo lento mis ojos abanicaron en falso, yéndose hacia atrás como los de un ebrio y me costó un esfuerzo doble enfocar lo que veía a través del parabrisas. «¿Luces? ¡Oh mi—er—da!» No aún, no teniendo que salvar la casa de mi padre.
—Luces… —murmuré con voz aletargada incluso para mis oídos.
—Es del carro de bomberos. —Al oír su explicación aparté la mirada de las luces, para situarla en algo aún más lumínico; sus ojos. ¿Por qué se veía todavía bien, delgado y en forma? ¿No había una regla de los diez años que tendría que empezar a correr en él? ¿Esa donde les brota una barriga de embarazo etílico y se les cae el cabello? ¿Qué demonios pasó aquí con el paso del tiempo?
—¿Bomberos?
—¡Cam! —Alzó una mano pidiéndome otro minuto, pero no me importó pues ya ni recordaba qué le había preguntado. Volví a enfocarme en las luces y en las sombras que parecían rodear mi auto desde sus flancos: gente… al parecer.
—Escúchame. —Oh, vaya ya estaba devuelta—. Voy a cubrirte con esto…
—¿Por qué?
Pero él no me respondió, sino que comenzó a pasar una gruesa chaqueta negra con líneas amarillas sobre mi espalda, era como las chaquetas de bomberos. Bueno, vaya mierda, no era como… simplemente lo era. Una vez que la tuvo asegurada sobre mis hombros, usó sus manos para cubrir mi cabeza con la chaqueta y ambos quedamos cara a cara debajo de la prenda.
—Necesitan abrir la puerta, van a usar unas mandíbulas para forzarla. —Miró hacia atrás a un alguien o algo que yo no podía localizar—. A veces por la presión los vidrios estallan, así que te cubro para que no te lastimes.
—¿O sea más? —Una fugaz sonrisa tocó sus labios, pero rápidamente la dejó correr.
—Vas a estar bien, una vez que salgas los paramédicos te verán.
—¿Por qué no ahora?
—Yo ya chequeé tus vitales, mientras sigas consciente y hablando estamos bien. Sólo relájate mientras abren la puerta, ¿de acuerdo?
¿Qué podía decirle? ¿No? Bueno, era obvio que esa había dejado de ser una opción para mí.
—Aja… —Cameron reacomodó la chaqueta sobre ambos, jalándome ligeramente contra su hombro al momento en que alguien de afuera dio la orden de comenzar.
Al principio no sentí ninguna diferencia, se escuchaba el crujido del metal y las voces de los bomberos, las quejas de los vidrios y la respiración controlada de Cameron. Sí, al principio todo iba a pedir de boca… al menos hasta que la puerta se movió una milésima de su sitio.
—¡Oh… Jesucristo! —Me retorcí intentando sacar mi pierna izquierda de lo que fuera la hubiese capturado, pero Cameron me sostuvo por los hombros murmurándome palabras de calma: “Todo va a estar bien” “Ya falta poco” “No pasa nada” “Grita si quieres, pero no te muevas” Y algunas otras más que no fui capaz de registrar bajo la indiscutible certeza de que perdería el conocimiento por el dolor.
La puerta rechinó una vez más y tuve que aferrarme a mi última gota de valentía para no comenzar a llorar como una cría perdida en el parque, pues… estaba llorando obviamente pero aún no llegaba al punto de hipar y pedir por mi mami—dicho sea de paso eso jamás pasaría—. Pero volvamos al relato.
—¡Cam! —exclamó la voz con pantalones pero sin rostro, al menos eso sospechaba a través de mis doloridos sentidos—. ¡Vamos a usar la maquina, sal del auto!
Apenas oí eso alcé mi rostro de su hombro para mirarlo a los ojos, él se mantuvo quieto por lo que pudo ser un eterno segundo antes de regresarme la cortesía. No me dijo ni adiós, ni ya vuelvo… ni siquiera levantó esa mano con la pedía un minuto. Cameron se deslizó fuera del carro, dejándome cubierta con la chaqueta y sola. Por un momento estuve apunto de hacer eso de hipar y llorar por alguien, pero no lo hice. Tal vez estaba sufriendo de un nauseabundo dolor, tal vez me estaba desangrando sin saberlo, tal vez moriría allí pero no iba a rogarle a Cameron Brüner que me acompañara durante el proceso. ¡No! Yo tenía más orgullo que eso.
Todo el asunto dramático de llorar y despotricar contra él cesó repentinamente, casi en el lapso de tiempo que le tomó a Cameron regresar conmigo. Sin decir palabra colocó sus manos sobre mi cabeza para armar nuestra improvisada carpa debajo de la chaqueta, me atrajo hasta su pecho y allí aguardé.
—¿Por qué te pidió salir? —musité contra su camisa que olía a algo parecido a la madera y a la tierra mojada, olía a naturaleza por muy curioso que eso se oiga.
—Bueno… a veces la maquina hace chispas y el auto… —Suspiró posicionando su mentón sobre mi cabello con delicadeza—. Está soltando gasolina.
—¿Va a explotar? —Iba a moverme pero él me retuvo en el lugar sin dejarme apreciar su reacción.
—No, no va a explotar, porque ambos tenemos que salir de aquí y porque tienes que decirme tu nombre aún.
Muy a mi pesar sonreí.
—No vale la pena que mueras aquí, ¿sabes? Ni siquiera nos agradamos…
—Auch, algo que me explicarás cuando estés fuera de peligro ¿te parece?—Asentí cuando mi boca se negó a seguir mis órdenes y mis ojos volvieron a hacer eso del parpadeo lento de ebrio. Cameron posó una de sus manos en mi mejilla, inclinando mi cabeza lo suficiente para que pudiera verme—. Sé que reconozco tu cara, es sólo que no soy bueno con los nombres.
El pobre debía tener tantos rostros de mujeres y nombres que asociar con ellos, que seguramente pasaba un muy mal rato admitiendo que no reconocía a una de ellas. Oh, quiero que se comprenda el sarcasmo en esa frase.
—Igual… —Mi lengua parecía haber crecido sin mi permiso—. No lo vale…
—Shh… —Afortunadamente hundió mi cabeza en su hombro, evitándome el suplicio de tener que verlo cuando “la maquina”—fuese lo que fuese—se activó puertas afueras.
El ruido se coló hasta el interior del automóvil, mientras los chirridos se hacían cada vez más notorios y la vibración a la que sometía a la carrocería comenzaba a hacerse sentir en cada milímetro de mi cuerpo. Mi pierna acusó el dolor antes que nada, haciéndome chillar incoherencias mientras sentía como toda la presión se expandía hacia la parte superior. Cerré los ojos, apreté los dientes con fuerza e intenté luchar contra la mano con la que Cameron me sostenía en el lugar, aún así todo esfuerzo fue inútil. ¡Dolía como la jodida mierda! Y ahí fue cuando comencé a hipar y rogar, llamé a Dios mentalmente, llamé a Alá, a Buda, a Santa Claus… pero al parecer todos estaban ocupados. Lo único que yo obtuve fue a Cameron Brüner.
—¡Haz que paren! —exclamé clavando mis uñas en su camiseta—. ¡Haz que paren, por favor!
—Tranquila… ya falta poco.
—¡No! ¡¡Cameron, por favor!! —Él me miró con tanta pena trasluciendo en su mirada azul, que casi olvidé por completo la clase de persona que en verdad era—. ¡Detenlo! —Tomó mi rostro con sus manos, diciéndome algo que entre mis gritos no era capaz de oír, no quería oír… ¡Jesús! Sólo quería salir de allí—. ¡Por favor! Por favor… por favor…
Lo repetí un par de veces más, llorando como una idiota cada vez que la puerta cedía un poco llevándose con ella parte de mi pierna al parecer.
—¡Intenta tranquilizarte!
—¡Sólo detenlo! —Y lo hizo, finalmente lo hizo.
No estoy muy segura si fue producto de la desesperación, la contusión, la pérdida de mi pierna o la pérdida de la consciencia, pero cuando sus labios cubrieron los míos en un casto y acallador beso, el mundo volvió a ponerse borroso a mi alrededor. Tal como la primera vez, las cosas parecieron detenerse en el aire y entonces, simplemente, la puerta se abrió. Cameron se apartó para observarme con el reflejo de mi propia sorpresa esculpida en su expresión, así que no pude más que devolverle una sonrisa irónica.
—Olvidaste la cámara esta vez, Brüner… —Sus ojos se abrieron con un ligero estupor, para luego darle paso al entendimiento.
Me hubiese gustado ver más de su reacción, saber si sólo conmigo se había tomado una foto o si estaba intentando determinar cuál de todas sus incautas era, pero no pude. En ese segundo, para mi bueno fortuna, la inconsciencia me tomó en sus brazos. Y así terminaba el día dos y medio, tres… bueno eso.
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Recuerden que esta historia está escrita tipo diario intimo, bitácora o como gusten decirle. La que nos escribe es Marín, no yo xDD Bueno, a la derecha la forma en que yo me imagino a Cameron. Pero ya saben que nadie está obligado a verlo como yo, ahí está lo lindo de la libre interpretación. Espero les haya gustado, también dejo la pick en twitter: @tammy_tf88
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