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Ayer hice algo malo

Hola! Mientras espero que empiece el primer partido del mundial, me paso para dejarles un nuevo cap. Gracias a todos los que siguen por estos lados, siempre es un gusto escribir para ustedes xDD 

                                                 Ayer hice algo malo.

Pues sí, como bien dice el título: ayer hice algo malo. Planeaba no decir nada al respecto y simplemente continuar escribiendo cosas sin mucho sentido, pero luego pensé “¿qué más da?”. No es como si ustedes fueran a delatarme, ¿verdad? En todo caso, para que comprendan lo que hice primero debemos irnos un poco hacia atrás en el tiempo, para ser más precisos a los minutos posteriores en los que Cameron se marchó.

Estaba mirando a Tomás una vez más a una distancia inalcanzable para mí, mientras sopesaba la opción de sólo saltar de mi silla e ir por él. El problema estaba en que me sería imposible volver a subir las escaleras y todavía más imposible volver a montarme en la silla. Eso de trasladarse de un lado a otro con la fuerza de los brazos, pues permítanme decirles que no es tan sencillo como se ve en las películas. Así que comenzaba a resignarme, pensando que debería conseguir otra edición de Utopía para reemplazar la que había utilizado como proyectil, cuando una nueva persona apareció en mi campo visual. La extraña (era una mujer, claro) miró primero a Tomás con interés y luego a mí, antes de recogerlo y dirigirse hacia mi pórtico. Era una mujer joven, no más de veintitantos… tal vez un poco mayor que yo o no, era difícil saberlo. Vestía de forma correcta, una falda color hueso y una blusa de un color verde pálido; pero eso poco me decía sobre ella.

—Hola —saludó una vez que hubo alcanzado mis tres escalones. La miré poniendo el rostro de lado, mientras ella se hacía con mi libro una visera para cubrir unos bonitos ojos tan verdes como su blusa.

—Hola.

—Cam pensó que lo querrías de nuevo. —Me extendió el libro, y tras calibrarlo un segundo lo tomé. Ella sonrió—. También te traje esto. —Volvió a tenderme algo que traía bien sujeto con su otro brazo.

Enarqué una ceja dejando que la extraña depositara sobre mi regazo (la gente por sí sola asumía que mi regazo era una mesa incorporada a mi cuerpo) una bandejita cubierta con un paño con motivos florales.

—¿Hm?—No estaba segura de comprender lo que estaba pasando allí, pero tampoco quería ser grosera con la extraña que había rescatado a Tomás. Era lo justo ¿no?

—Oh, son brownies. —Ella pasó su peso de un pie hacia al otro, pero no en gesto nervioso sino más bien emocionado. O eso creí—. Cam me contó lo de tu accidente, la verdad es que es horrible.

Por supuesto que ni la primera ni la segunda vez se me pasó por alto que ella—fuese quien fuese—, conocía al imberbe de mi vecino. Pero estaba aplicando en mí esa cosa de no juzgar a los demás por su infortunio al relacionarse, así que Chica X todavía se ganaba el beneficio de la duda. Más considerando que había traído brownies

—Lo es… —musité esperando que fuera la clase de persona que sólo necesitaba un estímulo para soltar la lengua.

—Así que pensé que te vendría bien algo dulce. —Lo era—. Mi ánimo siempre mejora con algo dulce, ¿no te pasa lo mismo?

—Completamente. —No, agregué para mis adentros.

—Por cierto, soy Ash. —Se mordió el labio, admito que de una forma bastante halagüeña para su rostro—. Ashley, pero todo el mundo me dice Ash.

—Mucho gusto, soy Marín. —Sonreí intentando ser amable. ¿Ven que sí puedo?—. Pero todo el mundo me dice Mar… —Exceptuando el idiota de al lado, volví a agregar para mis adentros.

—¡Es genial! Me encanta que haya una chica joven por los alrededores, la mayoría de las personas aquí son tan aburridas. No es que yo viva aquí, pero estoy siempre que Cam no esté de servicio. Le hago la comida, ¿sabes? No me molestaría traerte algo, al menos no tendrías que preocuparte por esas cosas y concentrarte en tu recuperación.

Sin duda Ash era de las que se activaban al menor indicio de simpatía, sin embargo no podía decir si me agradaba o no aún. Normalmente la gente que habla por los codos tiende a cansarme bastante rápido, pero ella complementaba su verborragia con una linda sonrisa inocentona.  

—Oh, no tienes que molestarte… la verdad es que estoy bien.

—Sí, pero Cam dice que no hay nadie aquí para cuidar de ti. —“Cam dice” no sé por qué me sonaba al juego de Simón. Ella cogió aún más confianza, dejándose caer con delicadeza en uno de mis escalones—. ¿Qué tan feo puede ser eso? Seguramente te aburrirás como una ostra, y yo estoy aquí al lado no me molesta.

¿Acaso era el día internacional de sintamos lástima por Marín? Comencé a fastidiarme de forma paulatina, pero no con Ash sino con el idiota que la había enviado a auxiliarme. De no ser por él, Tomás nunca hubiese necesitado ser rescatado.

—¿Vives aquí junto? —pregunté tan desinteresa como pude aparentar, estaba casi segura de que lo había mencionado ya pero me valía. Ash hizo un mohín, apartándose de un manotazo la avispa que volvía a revolotear cerca.

—Bueno sí y no, en realidad soy de Foley. —Foley, también es conocido por ser otro pueblo fantasma de Minnesota—. Reparto mi tiempo yendo y viniendo. —Suspiró audiblemente echando una mirada a la casa de Cameron—. No es la mejor situación para una relación, pero creo que él lo vale.

¿Él? Me pregunté sin escatimar ironía en ese único pensamiento, luego eché una mirada hacia la fachada de la casa como si eso me dijera algo. Bueno, tampoco tenía que ser un genio para deducir lo que ocurría. Ash y Cameron salían juntos, a pesar de que ella era de Foley y todo sonara demográficamente molesto.

Pasé de hacer un comentario sobre lo que valía mi vecino y me limité a darle un asentimiento comprensivo. 

—En fin. —Palmeó el brazo de mi silla, muy cerca de tocar el mío—. Mejor te dejo descansar, ha sido un gusto —dijo en tanto que se incorporaba—. Espero que podamos charlar en alguna otra ocasión.

—También yo. —Ni comentario sarcástico ni sonrisa indolente, en serio que estaba mejorando en esto de ser políticamente correcta.

Una vez que Ash despareció en el jardín de Cameron, reacomodé a Tomás junto con los brownies y me dispuse a rodar hacia adentro. Había tenido demasiado de convivencia con los vecinos por un día, además de que mis heridas aún escocían lo suficiente como para quedarme tirada hasta bien entrada la tarde.

Alrededor de las ocho de la noche comencé rodar de regreso al estudio de mi padre, luego de cabecear en el sofá de la sala me sentía con los ánimos aún más bajos que antes. La incomodidad de mi pierna comenzaba a reclamar calmantes, mientras que la comezón mental me hacía planificar los mejores métodos para atravesar la escayola y saciarla. La soledad es una perra compañera, no es que de regreso en casa tuviese a muchas personas a mi alrededor, pero siempre estaba la posibilidad de salir a la calle y fingir que tenía un destino. Pero aquí, ¿cuáles eran las posibilidades? ¿La sala? ¿La cocina? ¿El recibidor? ¿El estudio? ¿El cuarto de baño? O sí, y no nos olvidemos del espacio debajo de la escalera donde no vivía Harry Potter (ya lo había chequeado).

Había logrado ponerme en contacto con Manuel, el tipo ese que tenía como encargo vender mi casa, pero según él todos los papeles estaban en orden y en ningún lugar figuraba que la casa fuese mía. No estaba segura de qué rayos había hecho mamá para conseguir anular el testamento, la posibilidad de que lo hubiese quemado aún quemaba en mi cabeza. Por eso dediqué dos o tres horas en poner todo el estudio patas arriba, en busca del testamento de papá y para que no le quepan dudas sobre esto, no lo encontré. Pensé en asaltar el dormitorio de mamá, pero para eso necesitaba subir las escaleras y al menos que pusiera en práctica eso de arrastrarme con los dientes, debía esperar hasta poder ser capaz de mantenerme con muletas. No tenía idea de con cuánto tiempo contaba, pero si tenía que encadenarme a las escaleras para que Manuel no vendiera, sabía de sobra que lo haría.

A las once de la noche comencé a mejorar mi modo de deslizarme en la silla, ya podía pararme en las ruedas traseras y girar descontroladamente en círculos. Admito que los diez primeros minutos estuvo genial, pero luego el frenesí del descubrimiento empezó a decaer. Hice tanto como pude para no pensar en los sonidos extraños de la casa, para no imaginar que alguien rompía una ventana en el piso de arriba y se colaba en la casa mientras yo permanecía indefensa abajo. Evité encender el televisor, primero porque nunca fui muy amante de ese chisme y segundo porque las noticias podían informar de alguna fuga de la prisión más cercana o del nuevo violador serial, y honestamente no necesitaba esas cosas dando vueltas en mi cabeza. En mi aburrimiento hasta la idea de invitarle a entrar al violador me sonaba tentadora. 

Era cerca de madia noche cuando me dejé caer otra vez en el sofá. En la mesilla de café aún estaban Tomás y los brownies, como esperando ver cuál sería mi próximo movimiento. Lentamente arrastré la bandejita hacia mí, descubriendo lo que se escondía debajo del paño. Por supuesto eran unos perfectos y—por lo que se veía—deliciosos brownies de chocolate (no que existieran brownies de otra cosa ¿o si?). Solté un sonoro suspiro olfateando lo que la novia de Cameron me había traído, era extraño pensar que su novia era la responsable de esos brownies, era extraño pensar que él siquiera tuviese novia. Más si considerábamos que me había besado en el auto.

Bueno, venga, no es que eso hubiese sido relevante en lo más mínimo. Pero Ash parecía una chica bastante agradable, ¿cómo se atrevía aquel idiota a engañarla? Sí tal vez ese beso fue insignificante, pero si tenía por costumbre ir rescatando gente a los besos pues… no lo sé, algo me chirriaba en todo eso. ¿Qué pasó con la ética de los bomberos de todos modos? Me fastidiaba en nombre de Ash; no que fuera a decirle “ten cuidado con tu novio que besa a personas inconscientes” (o semiconscientes, de acuerdo). Pero al menos ella debía tener una idea de con qué clase de cerdo salía. Me pregunto si todo el tema de la fiesta de graduación habría llegado hasta Foley.

Mientras dejaba a mi mente divagar por esos caminos y otros aún más perturbadores, metía un brownie dentro de mi boca y le permitía a su esponjosidad derretirse sobre mis papilas gustativas.

—Mierda que rico… —mascullé hacia el amigo imaginario que comenzaría a imaginar de aquí en adelante. Todo sea por no pensar que la mitad del mundo tenía a alguien con quien hablar en ese instante, incluso el asqueroso de Cameron tenía a alguien, incluso la perra de mi madre tenía a alguien, incluso…

Empujé un poco más de brownie por entre mis labios, tomándome todo el tiempo en degustar hasta la última migaja. A papá le gustaban los brownies, no era precisamente el mejor cocinero pero sabía hacer postres dulces deliciosos. Me había pasado hasta sus antojos por los postres, mamá odiaba cuando acaparábamos la cocina para experimentar en ella. Mamá odiaba casi cualquier cosa que papá y yo hiciéramos juntos, aunque tal vez sólo se trataba de mí.

Lamí y estrujé cada centímetro de los brownies, notando que desde que había salido del hospital no había probado bocado. A decir verdad, no lo hacía desde hacía dos días. 

—Te volverías loco con esto, Arthur. —Siempre quise tener un amigo llamado Arthur, así que nombré a mi nuevo amigo de ese modo—. Es una pena que no tengas boca.

Arthur no tenía ni ojos, ni nariz, ni orejas… ni rostro. Pero en ese segundo me hice a la idea de que fruncía el ceño. Encogiendo un hombro, tomé la última pieza de brownie de la bandeja y sin demorarme mucho en protocolos, la aniquilé a grandes mordiscos.

—Maldición, Arthur, esta mujer le ha robado la receta a Dios. —La mirada acusativa que sentí llegar desde mi amigo, no era más que el reflejo de mi propia mirada… pero intenté hacer caso omiso de ella.   

Junté hasta la más pequeña miga en mi bandeja, pensando que Ash había sido algo avara en la cantidad. Pero si debo ser honesta con ustedes y con Arthur, la verdad es que eran al menos siete porciones de brownies. Porciones generosas, altas y llenas de almendras, porciones que prácticamente desbordaban de la bandeja, porciones con las que cualquiera se hubiese sentido satisfecho tras la segunda. 

—No me mires así —protesté cubriendo la bandeja con el paño—. Tenía apetito.

Arthur no necesitó responder, aún cuando pudiera hacerlo lo cual habría sido jodidamente escalofriante. Sentí que negaba a mis espaldas, mientras Tomás se sumaba a su escrutinio acusador. Odiaba cuando todos se ponían en mi contra.

—¡Vaya! Porque ustedes son perfectos, condenados fueran. —Levanté la bandeja colocándola sobre mi regazo y tras pasarme a mi silla, comencé a rodar hacia la cocina—. No he hecho nada malo.

Pero mientras más seguía hablando conmigo misma, más me daba cuenta de que sí lo había hecho. De que Arthur y Tomás no eran más que personificaciones de mis propios pensamientos contradictorios. Me mordí el labio con fuerza observando los vestigios de mi paso por la bandeja; no había dejado ni un mísero resto. Todo, cada centímetro de la esponjosa masa de brownie se encontraba ahora en mi estomago, lleno, repleto, apunto de desbordarse. Repentinamente me sentí enferma.

Cogí aire con brusquedad, tirando la bandeja sobre la mesada y entonces salí rodando lejos de la cocina a toda velocidad. Al principio no tenía un destino, pero luego pareció que cada parte de mi mente recordaba a la perfección la disposición de la casa. En menos de un parpadeo me encontraba empujando mi silla desde la puerta, dejándome caer en el suelo y arrastrándome los pasos por donde las ruedas no cabían. Y aún peor, en un lapso incluso menor ya estaba inclinada sobre la taza del baño con mis dedos índice y mayor metidos tan dentro de mi tráquea como me fue posible. Así fue como acabaron los brownies, tras tres convulsiones correctamente provocadas volví a sentir que podía respirar. Dejé caer la cabeza contra la fría superficie de la taza y rompí en llanto.

Creo que sobre ese tema, no necesito decirles nada más.

                                                                 ***

Volvía a ser jueves, tres días después de mi incidente con los brownies. De todos modos Arthur, Tomás y yo habíamos acordado que no se iba a mencionar más del tema. Y planeaba respetar nuestro pacto.  

Me encontraba en la sala, la cual se había convertido prácticamente en una versión más desordenada de mi habitación. Estaba rodeada de papeles, sobre la mesilla de café se encontraba mi laptop y sobre mis piernas el libro que había optado por llamarlo “mi salvador”. O para abreviar, sólo Salvador. No se fijen pero me gusta ponerle nombre a las cosas, hace que todo esto de la soledad fuese más llevadera.

Salvador trataba sobre origami, o sea el arte de hacer tonterías con papel sin la necesidad de tijeras o pegamento. No era algo fácil, pero era demasiado absorbente. Lo había hallado entre los muchos libros de mi padre, y a decir verdad si tenía que elegir entre literatura de oriente, prefería el origami al Kamasutra. No me pregunten por qué mi padre también lo tenía.  

Mientras doblaba papeles intentando que cobraran formas de animales, evitaba hacer un uso neuronal muy profundo de la situación. Evitaba pensar que había echado a perder años de un excelente trabajo de autocontrol, evitaba pensar que como antes todo se repetía. Cuando dije que estaba entrando en el infierno en ningún momento exageré los tantos, pero eso no quitaba que en esta casa había vivido con mi padre. Si debía hacer una comparación entre el recuerdo de mi caída espiritual y los momentos pasados junto a papá, obviamente sabía lo que ganaba.

Doblé otra patita de mi rana, aunque bien visto ni parecía una rana. Siempre que me sentía a un estímulo de perder el enfoque, no necesitaba más que mirar a Salvador y buscar algo en que ocupar mis manos. Y de momento estaba funcionando.

 Sentí que llamaban a la puerta y automáticamente dirigí la vista hacia el pasillo, unos segundos después Marc apareció con su típica sonrisa.

—Hola, Mar. —Se trasladó con paso perezoso hasta la mesita de café y haciendo a un lado mi laptop, tomó asiento—. ¿Qué estás haciendo?

—Una rana —respondí dándole una mirada de soslayo.

No estaba para nada sorprendida de que él estuviese aquí, llevaba viniendo los últimos días justo como lo había hecho en el hospital. Pasaba algunas horas charlando conmigo o sólo viéndome doblar papeles, era nuevamente mi única visita y la verdad es que no era una mala visita.

—Puedo verlo… —Se giró haciendo un estudio de mi sala repleta de papeles doblados, animales a medio formar y otros tantos hechos bollos—. Parece que Salvador y tú están pasando demasiado tiempo juntos.

—Estamos comenzando una relación, Marc, es necesario que nos conozcamos bien.

—Oye… —Lo miré, pero cualquier cosa que fuera a decir la guardó tras una sonrisa suave.

—¿Qué pasa?

Los ojos castaños de Marc volvieron a estudiar el piso, donde antes solía haber una alfombra. Tras pasarse una mano por el cabello, me observó con algo de pena.

—¿Has pensado lo que te dije ayer?

—Oh, no vas a volver con eso de nuevo ¿o si? —Ayer Marc llegó con la absurda idea de que necesitaba darme un baño. Él lo dijo con el mismo tacto con que yo se los estoy informando, fue algo así: Marín, apestas—. No pienso entrar en una bañera contigo en un radio de diez kilómetros, ¿qué te pasa?

—¿No puedes pensar esto de una forma profesional? Marín, soy bombero estoy acostumbrado a tratar con gente.

—¿Con gente desnuda? —Sacudí la cabeza—. No, gracias, prefiero apestar.

No era como si realmente apestara, pero había tanto que podía hacer por mi higiene sin meterme completamente debajo de la regadera. Por mucho que quisiera no podía sostenerme de pie bajo el chorro de agua, así como tampoco hundirme en una bañera. Porque a) estaba en el piso de arriba y b) no podría rescatar mi trasero de su superficie cóncava por mucho entrenamiento que tuviera.

—No tendrías que desnudarte por completo, sólo lo suficiente para que puedas bañarte como se debe.

—No —repetí tozudamente. ¿Acaso había perdido el juicio? Desnudarme frente a Marc por mucho que no fuera “por completo”, era una locura.

—Marín —protestó poniendo voz de bombero—. Ya pasó una semana del accidente, el dolor es mucho más tolerable ahora ¿o no?—No le respondí porque pensaba que era una pregunta de cortesía—. Sólo deja que te ayude, es mi trabajo.

—No es tu trabajo ayudarme, Marc. Tu trabajo terminó cuando me dejaron en el hospital, en serio… mojaré muy bien el paño esta noche. Te aseguro que oleré a rosas la próxima vez que nos veamos.

—No es por el olor —masculló soltando un bufido—. Tienes que cuidar tus heridas, además de la pierna… necesitan ser desinfectadas correctamente.

—Pues también lo haré. —Lo siento, sé que él en verdad intentaba ayudarme pero había un punto en que una chica dejaba de decidir y el orgullo se imponía.

—Mira… —Se puso de pie, sacudiendo sus manos contra la chaqueta de bombero. No voy a dejar de mencionar que él hablaba de mi higiene, cuando todos los días llegaba vestido con el mismo atuendo—. Tengo guardia larga esta semana.

Lo que significaba que trabajaría, viernes, sábado y domingo. Dios, iba a tener que inventarme al menos tres amigos imaginarios más para pasar el fin de semana.

—Oh… —musité incapaz de ocultar mi decepción. Marc sonrió con su estilo patentado, pero el gesto lejos estuvo de consolarme. ¡Tres días hablando conmigo misma!

—Escucha, hablé con Cam y dijo que no tenía problemas en pasarse por aquí a darte una mano.

—Agg…

En esa ocasión Marc soltó una risilla por lo bajo.

—Vamos, Marín, él no es tan malo.

—No estoy diciendo que lo sea, pero él no quiere estar aquí tanto como yo no lo quiero aquí.

—Tal vez si pasan algún rato junto descubran que pueden tener una charla amigable. —Me guiñó un ojo—. Pasó conmigo, ¿no es cierto?

—Es diferente. —Me arrellené en el sofá, alzando a mi rana con una pata—. Tú eres agradable…

—Vaya, gracias. —Otra sonrisa deslumbrante apareció en sus labios—. Pero él no es desagradable, sé que ustedes tienen… tuvieron… —Se detuvo cuando lo observé con una ceja enarcada, y tras sacudirse incómodo en su lugar volvió a sentarse en mi mesa de café—. Lo que pasó entonces fue una mierda, ¿de acuerdo? Pero sé que Cam se arrepiente de eso, tanto como yo.

El segundo día en que estuve en el hospital, Marc me había pedido disculpas por el incidente de la fiesta de graduación. Fue repentino y espontaneo, él sólo dijo que lo sentía. Y le creí. Más allá de que estaba algo turbada por los calmantes, vi verdadero arrepentimiento en sus ojos. En cambio Cameron no me había dicho nada al respecto y dudaba que fuera a hacerlo alguna vez.

—Mira, Marc, me importa un rábano si se arrepiente o no. Sea lo que sea que pasa por la cabeza de tu amiguito, te aseguro que no es arrepentimiento. Él ni siquiera sabe lo que eso significa, no necesito su ayuda necesito una orden de restricción contra su persona…

—Sabes, Blue, si vas a ponerte a insultar a las personas al menos échale llave a la puerta.

Tanto Marc como yo nos giramos bruscamente hacia el pasillo, donde se encontraba Cameron de pie con las manos en los bolsillos, paseando su mirada de uno a otro con gesto ausente. Marc maldijo en voz muy baja, haciendo que mi atención fuera hacia él.

—Le dije que viniera para que pudiéramos hablar. —Sí, gracias por la advertencia—. Escuchen, chicos esto es ridículo. Lo que pasó fue hace ocho años, creo que ya somos lo bastante mayorcitos como para andar con estas niñerías.

—Es él.

—Es ella. —Presioné los ojos al mirarlo, probando eso de aniquilar a alguien con la mirada.

—¡Jesús!—exclamó Marc llevándose las manos al cabello—. No tengo cabeza para esto. —Se volvió hacia mí dándome un severo ceño fruncido—. No vas a pasar tres días completamente sola, te dejarás ayudar por Cameron y no se discute más el asunto. —Entonces miró a su amigo con la misma firmeza—. Tú no vas a pelear, ni a desaparecer ¿entiendes? Dijiste que ibas a hacerlo y sino lo haces, te delataré con el jefe de sección.

—¡Oh, vamos! —Cameron me lanzó una envenenada mirada—. No le debo nada a esta chiquilla quejica, desde que llegó no he hecho otra cosa que comportarme.

Di un brinco en mi lugar, y mi boca soltó la replica incluso antes de que mi cerebro la autorizara:

—¡Claro ahora intenta venderme que eres un buen samaritano, por favor Cameron! Todavía me debes doscientos dólares.

—¡Supéralo, Marín! —exclamó clavando sus odiosos ojos azules en mí—. Fue un estúpido beso, deja de vivir en el pasado.

—No te creas tan importante, como si me importara un cuerno tu beso de mierda. Simplemente me desagradas, beso o no, nunca me agradaste.

Entonces se hizo un silencio sepulcral en mi sala, Cameron me observó con su respiración ligeramente alterada por la discusión. Lo vi midiéndome a la distancia, dándome una de esas miradas que parecen buscar algo muy en lo profundo de las personas. Fuese lo que fuese lo que buscaba, al parecer no lo encontró pues tras forzar una suave sonrisa, negó con la cabeza y se pegó la vuelta.

El ambiente había quedado tan cargado de tensión, que podría tomar un cuchillo y cortarla para mi origami. Marc soltó un sonoro suspiro y dándome una miradita de reproche se levantó de la mesa saliendo tras su amigo. Cuando pasaron diez minutos y ninguno regresó, fui consciente de que había hecho algo verdaderamente malo. Dios, ¡qué idiota! Había olvidado decirle a Marc que me consiguiera más papel para mis animalitos. 

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Esto, como se habrán dado cuenta la historia toca un tema que tal vez para algunos sea algo... chocante. Pero sepan que este es uno de los ejes de la historia y ya todos quedan debidamente advertidos al respecto, ¿ok? Lo voy a abordar como yo creo y como estuve investigando sobre ello, sin ánimos de ofender a nadie. Ahora les dejo un saludo ^^

A la derecha lo tenemos a Marc (mi idea de Marc al menos) o en twitter: @tammy_tf88

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