LO QUE QUEDA DE MI VENGANZA
¿Puedes sentirte traicionado por un extraño? ¿Es válida una venganza que puede destruirte por completo? ¿Vale la pena? Si fuera políticamente correcto, respondería lo correcto inmediatamente, pero antes fui algo parecido y la vida me escupió en la cara. Y siendo honesto, tal vez, antes, lo único que me detenía era la impecable imagen que debía tener como samurái: afrontar a mi enemigo a campo abierto y triunfar o morir con honor.
El destino de mi vida fue violentado hasta torcer su camino. Todo fue por su cumpla; lo busqué durante tanto tiempo y, al final, cuando más feliz era, descubrí que la sanguijuela dormía junto a mí.
Las cinco de la mañana; los guardias cruzaban frente a la puerta, los turnos se cambiaban. Como mano derecha de uno de los terratenientes más poderosos de Ueno, fui a corroborar su estado de salud y luego regresé a la zona de patrullaje. Nuestro maestro no era un hombre débil o necesitado, pero no se puede minimizar el paso del tiempo en los movimientos de un guerrero; con los años la mente es más ágil y el cuerpo no puede seguirla.
Nuestro maestro nos enseñó todo sobre la vida samurái. Era un gran privilegio para las familias acomodadas que sus hijo fueran aceptados bajo la tutela de un hombre tan magnífico. Los primeros años, lejos del cariño maternal y de los cuidados básicos paternos, todos sufrimos a causa del entrenamiento. Las familias tenían prohibido visitar a sus hijos, el maestro decía que solo retrasarían la maduración de los jóvenes; el abandono de los deberes por intervención de padres permisivos era algo intolerable.
Los códigos de nuestro clan eran ceberos: disciplina, respeto y honor; todo acto fuera de esta triada era castigado y el daño era reparado con la sangre del ofensor. Así se aceptaba y se vivía.
—¡Señor Park! —Un cuerpo voló hasta caer al estanque, más hombres tocaron el fondo en cuestión de segundos, todos caían por la misma ventana—. ¡Señor! ¡El maestro!
Todos perdimos el control, algo entendible cuando todo lo que conoces está al borde del precipicio y no se puede hacer nada; nos agolpamos en la puerta principal, nuestras armas al frente, listos para repeler la invasión que había empezado desde adentro, y confiados en la fuerza de nuestro maestro. Algunos chocaban sus espadas contra la armadura de quien estuviera delante, los empujones no paraban y la puerta no cedía.
El tercer golpe masivo abrió la puerta y, las primeras tres columnas fueron pulverizadas por un cañón y los que quedaron aturdidos por la explosión recibieron un flecha entre los ojos. Cincuenta hombres cruzaron el fango de sangre y carne hasta la habitación principal; la puerta se cerró antes de que mi escuadrón pasara. Los gritos de nuestros compañeros aterraron a los tres jóvenes que estaban a mi cargo, les ordené a todos que rodearan el templo y que buscaran una entrada.
Una hora después estaba solo, las ventanas y tejas liberaban fuego y humo. Los más jóvenes, y no tan arraigados a las normas del clan, huyeron; muchos murieron sin saberlo y otros recurrieron al seppuku.
No había explicación física para tanta matanza. Las habitaciones más importantes estaban inundadas por humo venenoso, no había pasillos intactos; el cuerpo del maestro estaba colgado boca abajo, sin espada y cabeza.
Volteé en medio de la nube gris para ver como un ninja ataba a su cintura un saco sucio, tomaba su arco y me apuntaba. Levanté mi espada y avancé hacia el intruso; con cada bloqueo de sus disparos, iba acorralándolo hasta una pared. Él sacó algo de su bolsillo y lo arrojó al suelo, temiendo que fuera una toxina me cubrí y él escapó arrojándose al río que corría detrás del templo.
Mi espada la perdí ese día, la lancé con furia intentando alcanzar su espalda. Tomé la espada de mi maestro como un símbolo de fuerza y venganza. Juré que iba a decapitar a ese desgraciado. Llevaría su cabeza hasta el templo y la colgaría frente a la tumba de mi maestro.
—¡No corras tan rápido! Te puedes arrancar la cabeza con esa cosa. —Le quité la cuchilla a mi hijo cuando escuché el grito de Sehun. Él llegó hasta nosotros y arrojó una bolsa de lona frente a mis pies—. Entiendo tu estilo de vida Chanyeol, pero nuestro hijo es muy pequeño para esto. —Señalo la bolsa—. Son armas de pólvora. ¿Qué hacía esto en su cuarto?
—Seguro las olvidé ahí. —Sehun rodó los ojos—. Cariño, nuestro hijo cumplirá siete años. Yo a esa edad...
—Sí, sí.
Desató una cinta blanca de su brazo y llamó a nuestro hijo, con cuidado recogió sus cabellos en una cola de caballo y le ordenó que fuera a lavarse las manos.
—Es increíble como consigues arruinar su impecable imagen unos minutos antes del hanami.
—Cariño. —Lo rodeé con mis brazos y lo aprisioné hasta que soltó un quejido—. ¿Recuerdas lo que hablamos? —Él se desentendió frunciendo sus cejas, como si no recordara—. Es momento de que entrene a nuestro hijo.
—No unos segundos antes del hanami. Arruinó su traje. —Me señaló y presionó su dedo índice varias veces sobre mi pecho—. Además, tienes que cuidarlo. ¿Sabes cómo curar una herida?
—Sí. Es algo que se aprende porque pasa seguido... —Sehun me empujó—. No le va a suceder a nuestro hijo. Es muy inteligente, ágil y fuerte. —Le di un beso—. Será un gran guerrero.
—No sé si quiero que sea un guerrero. —Acaricié su mejilla y suspiré; siempre que llegábamos a ese punto en la negociación, Sehun ponía resistencia y argumentaba para tambalear mis decisiones.
—El mundo en el que él nació no termina en nuestro jardín, Sehun. Necesita defenderse. Algún día estará solo y lo que le enseñemos es lo que le ayudará a seguir con vida.
—Supongo.
Cuando el templo de mi maestro quedó devastado, cerré las ruinas y busqué rastros que me llevaran hasta nuestro atacante. Tomé mi armadura de combate, la bandera de mi maestro y comencé a recorrer las tierras. Todos mostraban sus respetos y condolencias, pero yo ya no podía confiar en nadie.
Evitaba la invitación de grandes poderosos que seguramente solo buscaban un guarda espaldas o un mercenario. Doce de la noche; llegué a un pequeño pueblo que sobrevivía a duras penas en una isla, Ogimi, allí conocí a Sehun. Él era el más joven en ese lugar y fue el primero en recibirme cuando llegué. Los pobladores eran desconfiados y cuando se enteraron que era un samurái comenzaron a ponerse hostiles.
Solo la familia de Sehun me brindó su hospitalidad.
—Los samuráis no han dejado una buena imagen en esta isla. Hay muchos sobrevivientes de esa época y no les cae en gracia tu presencia. —Sehun me sirvió un pescado asado y un vaso de agua—. Aquí no hay samuráis, pero creo que te gustaría pasar toda la noche con tus sentidos limpios y frescos.
—La mujer que está detrás de esa puerta...
—Es mi madre. —Se levantó—. Será mejor que descanse. Mañana el pescador le ayudará a continuar con su viaje.
—Me quedaré unos días más. —Él solo asintió y paso a la habitación de su madre—. Buenas noches, Sehun.
—Buenas noches, señor Park.
El resto de la noche la pase en completo silencio y con mis manos sobre el casco de la armadura. El polvo me demostraba que el templo estaba corriendo y que el asesino seguía vivo. La fuerza y el color rojo de su brillo solo serían recuperadas con la sangre del ninja.
—¿Buscas a un ninja? —Asentí hacia el pescador—. Que difícil. ¿No es peligroso que andes comentando eso por todas partes? Podría cargar agua con una red antes de que lo encuentres, pero hay muchos como tú. —Me señaló—. Los buscan para cometer crímenes o para un ajuste de cuentas. Eso último es algo que hacen los terratenientes... Una sola vez vi a uno... un ninja. —Se inclinó, como si fuera un secreto—. Tenía una yukata roja y blanca, un color muy estridente para la noche. Parecía feliz. Fue aterrador. —Sacudió sus hombros—. Dijo que venía a la isla a visitar a alguien importante.
—No estaba siendo él mismo.
—Eso pensé. ¿No se supone que deben vivir en las sombras?
—Parece que no.
—Ustedes sí que no tienen esos problemas. ¿Viniste a pescar para llevar algo a la casa Oh?
—Sí. Estoy como invitado, debo hacer algo. ¿Recuerdas a dónde fue ese hombre?
—Lo dejé en la isla y desapareció. —El pescador tomó la red y sacó los peces que aún se retorcían—. No soy el único pescador. Así que, si salió, no fue en mi bote.
Llevé una buena cantidad a la casa y Sehun preparó un estofado para los tres. Él era muy atractivo y sus manos eran rápidas para preparar las cosas, pasaba horas enteras murmurando en la otra habitación con su madre, nos veíamos a la hora de comer y solo una vez pude hablar de algo que no fuera la comida o los comentarios del pescador. Al cuarto día pude tomar su mano, me contó algunas historias, escuché su risa y no quiso dar un paseo conmigo por la isla.
—Es muy descarado —me dijo y quitó mi mano de su hombro—. ¿Cuánto tiempo piensa quedarse en la isla? ¿No tenía un viaje importante?
—Sigo buscando. Solo llevo dos semanas aquí, me he comportado.
—Son preguntas que hacen los pobladores. —Se cruzó de brazos y escondió sus manos en las mangas del kimono—. ¿Necesita hablar con algún anciano?
—Me gustaría; también podrías mostrarme la isla. Solo conozco la zona de pesca.
Sehun se mordió el labio como si calculara sus palabras. A pesar de vivir tantos años solo con su madre, no era ningún secreto para él, el hecho de que me sentía atraído. Se lo había expresado muchas veces, solo que él se había concentrado más en sus labores. Ya no le sorprendía tanto que tomara su mano o que le coqueteara cada vez que nos quedábamos solo, pero me daba golpes contundentes con sus dedos en mis costillas si se sentía acosado.
—Creo que me rompiste una costilla. —Hice mi mejor cara de dolor y él se preocupó demasiado; teniéndolo tan cerca, no lo pude evitar...
—¡Chanyeol! —Se cubrió la boca con ambas manos y me dio la espalda—. ¿Cómo? ¿Por qué? Pensé que te había golpeado muy fuerte.
—Y lo hiciste. Ahora me siento mejor. —Le tendí mi mano y él la miró con desconfianza—. No haré ningún movimiento extra. ¡Lo juro! —Como no vio mi mano izquierda, se cruzó de brazos y comenzó a caminar hasta la casa—. ¡Ey! Fue sin querer.
—Todas las cosas que usted hace son sin querer. —Su rostro estaba muy rojo—. Solo mantenga la distancia y guarde sus manos detrás de su espalda.
—Ya lo expliqué. Había que detener tu caída. —Me crucé frente a él y lo detuve—. Dejaré mis manos atrás, pero déjame explicarte por qué me tomé ese atrevimiento. Perdiste el equilibrio y pensé que te perdería en las aguas. ¿Cómo podría encontrarte otra vez? ¿Qué sería de mi vagabunda vida sin tus ojos?
—No empiece.
Intentó retomar su camino.
—¡Sehun! —Me arrodillé y levanté mi cabeza hasta juntar nuestras miradas—. ¿Qué tengo que hacer para que me creas? ¿No soy tan convincente en mis palabras, en mis acciones? ¿Hay algo que pueda hacer para dejar en claro lo que siento? ¿Cuántas palabras serán suficientes para ablandar tu corazón?
—Estamos muy cerca de la calle principal —me dijo entre dientes—. Levántese, tenemos que volver o mi madre se preocupará.
—¡Es eso! —Sehun se removió y abrió los ojos con temor—. ¡Tengo que hablar con tu magnifica madre!
—¡No!
Pegué un salto hacia atrás y apuré la carrera hasta la casa. Detrás podía escuchar a Sehun y el sonido del viento que chocaba contra su vestimenta, pero sin detener su marcha. Si lo sentía acercarse, subía la velocidad.
Cuando ya podía sentir la madera de la puerta en mis manos, Sehun envolvió mi cabeza con una tela negra y me empujó hacia atrás. Sus rodillas apretaron los cotados mi caja torácica, comprimiendo el aire y causando dolor. Apretó mi nariz y después quitó la tela.
—No vuelvas a hacer eso. —Dobló la tela y volvió a colocársela alrededor de su cintura—. Mi madre no está bien de salud.
—Sehun —Iba a levantarme, pero como el único punto de agarre que tenía era su cintura (o en defecto sus muslos), regresé a la dureza del suelo—. No fue mi intención molestarte. Solo soy un hombre desesperado. Cometo errores y veo que estoy muy lejos de tu favor.
—¿No le parece suficiente lo que he hecho por usted hasta ahora? —me recriminó—. ¿Es demasiado pedirle que vuelva a ser el hombre de antes?
—Soy el mismo de siempre, Sehun. —Él se levantó y me ayudó—. Creo que la única diferencia está aquí. —Señalé mi corazón.
—Hay que preparar algo para comer. —Tomó mi mano y entramos a la casa.
Pasaron los meses, la gente del pueblo no cedía ni un poco ante mis esfuerzos por pertenecer. Sehun me decía que los extraños son extraños siempre, al menos, en su pueblo.
—Todos nacimos aquí. Es una isla, si alguien diferente entra, todos lo sabremos. Y tú dejaste en claro qué tipo de historia tienes desde que llegaste. —Colocó unas verduras en la canasta y me señaló otro pequeño puesto—. La espada samurái tiene todo un significado.
—¿Qué sucedió entre esta isla y los samurái? Es increíble que el recuerdo de sus pobladores me condene sin siquiera conocerme.
—Tu gente siempre parece creer que solo sus principios rigen el mundo de los hombres.
—Eso no es verdad. Sí, los principios samurái los respeto porque guían mi vida, pero no significa que no conozca otra cosa. —Sehun solo asintió y tomó una bolsa de arroz—. ¿Es difícil creerme? ¿También piensas como ellos?
—No pienso en nada. —Me miró directamente y me quitó el canasto—. No suelo hacer juicios previos sobre las personas. Una vez escuché que alguien es recibido por cómo se ve y es despedido por lo que piensa. Si sigues hablando en voz alta...
—Entonces, ¿solo te tengo a ti como aliado en esta isla? Estás muy comprometido conmigo. —Tomé es canasto y le liberé el paso—. ¿Qué clase de hombre sería si vivo en u casa, me sirvo de tu comida, no cargo las compras y solo admiro tu belleza?
—Creo que hay un nombre para eso. No te hagas tano problema por esto. Tu camino continúa fuera de esta isla y para avanzar deberás olvidarla y dejarla atrás. —Saludó a un anciano y me dijo—: Las personas en este lugar están acostumbradas, como los samuráis a seguir sus propias reglas. No hay nada que puedas hacer para cambiar eso.
—Suena muy frustrante.
—Lo es, pero es la verdad. —Se oía triste—. ¿Quieres saber algo? Muchas de estas personas han visto morir a sus seres más queridos en manos de un samurái. Considérate afortunado si te dejan caminar por estas calles tranquilo.
—No creo que mis ancestros de sangre tuvieran algo que ver. Aunque, no puedo decir lo mismo sobre mis compañeros. Pediría disculpas...
—No creo que sea lo más conveniente. —Jaló de mi brazo y salimos del camino principal—. Me gustaría que estuvieras alejado de los problemas, al menos, aquí.
—Últimamente recibo muchos pedidos y ninguna recompensa. —Me acerqué un poco a su nuca—. Creo que estaría dispuesto a irme si lo pidieras, solo quiero un beso como despedida.
—No voy a pedirle nada más, señor.
Le dije varias veces en nuestro pequeños paseos de compras que conseguiría ablandar su corazón porque, así como tenía una técnica para blandir la espada, también encontraría la manera, la forma de enamorarlo.
—¿No hay niños en esta isla? —Me senté a su lado—. ¿Tú fuiste el último?
—No. Soy el único que se quedó aquí. Los ancianos creen que algún día regresaran y la isla será próspera.
—Hay pueblos pequeños que han crecido lo suficiente y nada más. No significa que sea algo malo, solo es alcanzar el límite.
—¿Algo como el destino? ¿El límite lo pone el destino? —Echó un vistazo a la habitación de su madre—. Es terrible eso. ¿No crees?
—No lo sé. Tendrá sus razones, es preferible eso. El destino es eso; supongo que puedes elegir vivir feliz tanto como puedas, pero el círculo se va a completar en cualquier momento. Tampoco pienses que estoy de acuerdo con él. Mucho daño le ha hecho a mi vida.
Coloqué mi brazo sobre su hombro y dejé que recostara su cabeza sobre mi pecho. No estábamos tan inclinados al amor pasional, pero algo de amor romántico nos hacía feliz y mi corazón lo festejaba cada vez que se deba un roce de ese tipo. Sus ojos se quedaban durante algunos minutos observando los míos, ya no se escapaban como antes; jugábamos con las palabras del otro hasta llegar a un punto de tensión; creábamos gestos para nosotros, como un lenguaje nuestro. Muchas veces, antes de dejarme llevar por esos avances, recordaba cuántos pasos habíamos dado y me calmaba al pensar que un paso en falso me dejaría fuera del camino deseado. Pasos lentos a camino inseguro.
—Sabes que puedes pasarla mal si me desafías otra vez.
Extendí mi mano y él la observó.
—Sehun, solo quiero dar un paseo contigo por el muelle.
Unos meses más tarde mis esfuerzos dieron sus frutos y recibí un poco de su dulce amabilidad. En la fiesta de hanami obtuve su primer beso. Se veía hermoso mientras su largo cabello se llenaba de pétalos que luego caían a sus pies.
¿Les dije que la vida de un samurái es como la flor de cerezo? Nuestros cuerpos caen al suelo antes de que la juventud acabe.
En diciembre le propuse matrimonio en el mismo árbol en el que nos besamos; ya no había flores, pero el momento seguía siendo maravilloso. El pescador me dijo que había sido muy pronto. Ustedes y yo sabemos, o eso quiero pensar, que las buenas decisiones se toman rápido. Además, Sehun jamás podía ser una mala decisión.
No recuerdo si tuvimos una noche de bodas como se debía. El pescador y algunas personas del pueblo se reunieron para celebrar con nosotros, los demás solo pasaron a saludar y le dejaron algunos presentes a Sehun. Nuestra madre, porque ahora también era mía, no pudo asistir debido a una descompostura; nada grave por suerte.
Al día siguiente desperté con Sehun entre mis brazos. Un sabor dulce y cálido seguía en mi boca. Busqué renovar el recuerdo y sus manos se aferraron a mi espalda. Nuestros músculos trabajaron a la perfección para el engranaje.
Al atardecer, Sehun me dijo que algo en él se sentía diferente.
Ahora que lo sé todo, cada noche y cada día una parte de mí quiero matarlo para después acabar con mi vida. Cada vez que recuerdo, lo observo durante largas horas, a veces empuño la espada, pero termino cediendo como un cobarde. Él me ha destruido; y sabe lo que sé, por vergüenza, al leer mis ojos, se encierra en la habitación que era de su madre y solo nuestro hijo va a verlo.
Es doloroso y frustrante, porque él no hará nada para defenderse.
—Acabaré con esto cuando nuestro hijo sea mayor— pronuncié y marqué en nuestro árbol de cerezos—. Voy a vengarme. Tengo que hacerlo. Eres el asesino de mi maestro, de mi honor, de toda mi vida. Algún día lo conseguiré.
—No te preocupes. —Se sentó junto a mí. Su cabello ya no era largo, ahora estaba sobre sus hombros—. Ya no me queda tiempo, Chanyeol—. Sus labios estaban más rojos que nunca y su mano se presionaba contra el vientre, el brillo de un fénix de palta se manchaba con la sangre—. Ya no puedo soportarlo más.
Sus manos dieron un giro violento sobre la tela y, aunque intenté sacarlo, la sangre brotó y grité cuando sus ojos dejaron de verme.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro