Pizza, Dudas y Horarios Flexibles
Mire el techo de el apartamento. El cielo raso que alguna vez fue blanco ahora estaba lleno de manchas con sustancias de dudosa procedencia. Mire a otro lado tratando de encontrar un espacio de el lugar que estuviera limpio, pero no había rastro.
Había cajas de pizza por todos lados. Y aunque me hubiera encantado decir que no eran mías, si no de un posible sujeto que carecia de una habilidad básica como cocinar, en realidad yo era ese sujeto. No había cocinado nada desde que llegue aquí,y no estaba de humor para hacerlo.
Probablemente había estado alrededor de una semana encerrada allí, comiendo comida pedida a domicilio. Sin levantarme de la cama aun viendo videos en Instagram sobre parejas mudandose juntas: sonriendose, besándose, creando un hogar juntos. Mientras mi hogar parecía caerse en ruinas.
Apagué el celular, solo para encenderlo de nuevo y ver la hora. El fondo de pantalla aún era una foto de Aaron y yo, recién graduados, parados frente a la secundaria. Yo estaba sonriendo con esa mezcla rara de orgullo y nervios, mientras él me daba un beso en la mejilla, como si fuera lo más normal del mundo. Y ahí, mirando la pantalla, me di cuenta de algo que no quería aceptar: no estábamos destinados.
Aaron siempre fue de esos tipos que se lanzan de cabeza a todo lo que hacen. Apasionado con cada cosa, buscando cariño y atención a cada momento, como si nunca fuera suficiente. Probablemente ya habría planeado el nombre de nuestros hijos con nueve meses de anticipación. Y yo... yo nunca entendí cómo me sentía, ni cómo decirlo.
No significaba que el no me gustará, todo lo contrario: Veía encantador que siempre buscará hablar conmigo en todo momento. Veía encantador las muestras de cariño de el. Veía encantador su físico.
Pero nunca supe como mostrárselo.
Nunca supe como mostrarle que el también era especial para mi. Y lo más normal hubiera sido que el buscara a alguien que si lo entendiera. No lo justificaba por la infidelidad. Pero tampoco me justificaba a mi actitud y mi falta de comunicación.
El siempre buscaba la luz en mí, como si pensara que podía ser el mi salvador. Pero yo solo quería esconderme en la oscuridad, porque en lo más profundo sabía que no podía ofrecerle lo que él queria: una futura esposa.
Mientras me hundía más en mis pensamientos, me di cuenta de algo que me dolió aún más: no podía hablar de esto con ella. No podía llamarla, preguntarle qué hacer, buscar su consejo. Necesitaba a madre ahora más que nunca, alguien que me dijera qué hacer, que me diera algún tipo de respuesta. Quería escucharla, sentir que todo iba a estar bien, que lo que estaba viviendo con Aaron, y todo lo demás, iba a pasar.
Pero sabía que eso ya no iba a pasar. No iba a recibir un mensaje desde el cielo ni un consejo sabio que me guiara. Mamá ya no estaba, y no había nada que pudiera hacer para cambiar eso. Estaba sola en esto, sin saber qué hacer o cómo seguir. La realidad me golpeaba: no tenía idea de cómo salir de todo esto.
Necesitaba tomar aire.
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Caminé rápido por las calles, el aire frío me pegaba en la cara y hacía que mi nariz se pusiera roja, como si fuera una señal de que diciembre ya estaba aquí. El abrigo que traía no estaba ni cerca de ser suficiente para el frío que ya se sentía, y sentí cómo el viento me calaba hasta los huesos. La ciudad estaba tranquila, las luces de las farolas parpadeaban débilmente y las calles vacías no ayudaban a calmar mi ansiedad. El sonido de los pocos coches que pasaban resonaba en la calma, pero rápidamente se perdía en la nada.
Mi cabeza no paraba de darle vueltas a lo que estaba haciendo. Sabía que no era la mejor hora para ir a buscarlo, pero algo me decía que era ahora o nunca. Pensé que su turno debía estar por acabar, ya que miré hacia la zona de caravanas y, por suerte, no vi señales de vida en la suya. La casa rodante estaba apagada, sin luces encendidas, y me dio la sensación de que él ya no debía estar allí.
Así que simplemente avance hasta la puerta de el pequeño local ya medio vacío por la hora. El sonido de la campana resonó en mis oídos, pero no me importo al ver allí al hombre. El estaba limpiando algunas mesas sucias antes de verme.
Parpadee por un momento y supe que esto era loco ¿Qué estaba haciendo exactamente? No iba a desahogarme con un extraño, pero hablar por mensaje con amigos en Flagstaff me estaba matando. Necesitaba escuchar voces.
Me senté en una mesa alejada con dos sillas, mirando el exterior. Las calles ya estaban vacías y los falores era lo único que le daba un poco de vida a esa pequeña calle algo alejada de el centro de Denver. Pero a pesar de la poca visita, se sentía algo tranquilo. Yo necesitaba eso. Tranquilidad.
Hasta que escuché una voz detrás de mí. Reconocía ese tono tan calmado.
—Estábamos por cerrar. —El se sentó al frente mío. —¿Vienes a convencerme de que te de trabajo o...?
—Sería de grata ayuda un trabajo. —Respondí,siguiendo su sarcasmo. —Mis ahorros se están acabando.
No había broma en mi voz. Literalmente se estaban acabando.
El frunció el ceño ligeramente ladeando la cabeza mientras me miraba. Y aunque podría ser buena ocultando cosas, supongo que me delate.
—El gerente se fue hace rato. —El hizo una pausa antes de levantarse. —Pensé que habrías conseguido uno.
Ya debería haber conseguido uno. Pero había estado todo ese tiempo acostada en la cama llorando 24/7 mientras estudiaba tratando de no quedarme atrasada para el siguiente semestre de la universidad. Era demasiado productiva.
Pero algo me saco de mis pensamientos.
—Te ves como una buena abogada. —El seguía limpiando mesas cercanas. —Quisiste que te regañara por invadir mi patio.
¿Era necesario recordar eso?
—No tengo un título. —Negué. —Estudio arquitectura.
—Igualmente. —El hizo una pausa. —Deberías probar con la abogacía.
Rodé los ojos. Odiaba lo tranquilo que sonaba.
—Son demasiadas leyes...
Lucas dejó caer el trapo sobre una de las mesas y se encogió de hombros.
—¿Y en arquitectura no es lo mismo? Planos, códigos de construcción, cálculos... Parece igual de rígido.
Sentí cómo se me tensaban los hombros, como si su comentario hubiera tocado un nervio.
—No es lo mismo. —Respondí rápido, casi automática, aunque incluso a mí me sonó poco convincente.
El alzó una ceja, como si notara algo en mi tono, pero no dijo nada más. Regresó a su tarea, dejándome con un incómodo silencio.
No quería pensarlo, pero el comentario de el seguía rondando en mi cabeza. Era como si se hubiera quedado atrapado en algún rincón de mi mente, esperando ser escuchado. La verdad es que no quería darle vueltas. Siempre había intentado no pensar en eso, pero ahora que lo mencionaba, no podía evitarlo.
Madre siempre decía que tenía un buen ojo para los detalles, que era organizada, que si me lo proponía, podía construir cosas increíbles. Cada vez que lo decía, se veía tan segura, tan convencida de que mi futuro estaba hecho.
Arquitectura era una carrera competitiva, con una salida laboral tremenda, y madre siempre me repetía lo mucho que me iría bien en ese mundo dominado por hombres. Al principio, la idea de ser una de las pocas mujeres destacadas en un campo como ese me hacía sentir especial. Como si estuviera destinada a ser algo más.
Me esforzaba por recordarlo, esa sensación de orgullo que sentía al decir "estudio arquitectura", cómo todos los ojos se volvían hacia mí, como si fuera una suerte de elegida, una superdotada en un campo donde, en su mayoría, estaban los hombres. Pensaba que madre tendría razón, que tenía algo único que me haría destacar. Pero todo eso se desmoronaba en el instante en que pensaba en ella, en su ausencia.
Madre ya no estaba. Y ahora todo eso que me había hecho sentir tan fuerte, tan segura de mí misma, ya no tenía sentido. Ya no tenía esa voz al final del día que me decía que podía lograr cualquier cosa. Ya no me decía que sería la mejor, que tenía el potencial para sobresalir. Ya no me elogiaba, no me sonreía con esa mirada llena de orgullo. No había nadie más que me dijera que mi esfuerzo valía la pena. Ahora, todo se sentía vacío. La carrera, la que elegí pensando que me haría sentir importante, ahora solo me parecía un recordatorio de lo que ya no estaba.
Alguien me había sacado de mi cuento de hadas que me había creado en la cabeza por años. Y al parecer ese alguien se dio cuenta de que me hice un nudo en mi cabeza.
—Mi turno va a terminar en quince. —El seguía limpiando. —¿Te acompaño a tu apartamento?
Parpadee un poco. Al fin una muestra de amabilidad...
—¿Por qué lo harías? —Mi paranoia estaba allí... —Estoy familiarizandome con el lugar y...
—Tu apartamento queda al frente de donde vivo. —El me interrumpió. —Y además... tengo la hipotesis de que los extranjeros necesitan compañía.
¿Era tan notoria mi falta de compañía?
—Que hipótesis más rara...
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Salimos del local, y el aire fresco de la noche me golpeó la cara, despejando un poco la pesadez de mis pensamientos. La luz de las farolas iluminaba débilmente la calle, creando sombras largas sobre el pavimento. El caminaba a mi lado, con su paso tranquilo, como si nada de lo que había pasado en el día lo hubiera afectado. Mientras tanto, yo solo pensaba en cómo había reaccionado cuando me ofreció acompañarme, cómo me había quedado callada, incómoda, sin saber si quería agradecerle o seguir caminando en silencio.
Aunque parecía que este hombre tenía un detector de incomodidad invisible,ya que solía ser demasiado directo.
—Nos vimos tres veces contando esta. —El hizo una pausa, caminando con las manos en los bolsillos. —Me merezco saber tu nombre ¿no?
-Contar las veces que viste a una persona da miedo... -Afirme, aunque admiraba lo directo que podía ser. Me recordaba mucho a Aaron, aunque este chico podía ser aún más comprensivo. -Joy Miller.
-Lucas Oliveira.
Mi mente hizo una pausa. "Oliveira", nunca había oído ese apellido tan cerca. Claro, sabía que existían apellidos de todo el mundo, pero de alguna forma, ese sonaba diferente.
Iba a preguntar algo, tal vez sobre su ascendecia o algo así, pero algo en su cara me hizo frenar. No lo dijo, pero sus ojos se desvió un poco y su expresión se volvió... incómoda. Como si no quisiera hablar mucho más de eso.
En ese momento, me di cuenta de que no debería seguir preguntando. Tal vez no le gustaba hablar de su origen, o tal vez era algo que no quería compartir con alguien que acababa de conocer. Y aunque mi curiosidad seguía ahí, algo en mí me dijo que mejor dejara el tema. Mi objetivo no era ahuyentar a la única persona que estaba conociendo en este momento.
Tal vez no fue tan mala idea aparecer de noche en este local...
—¿Sabes? —Lucas se aclaró la garganta antes de hablar, como si se estuviera preparando para decir algo importante. —Unos conocidos pueden ayudarte con lo del trabajo.
—¿Exactamente qué trabajo? —Le respondí, más por el tono desafiante de la pregunta que por verdadero interés. Si iba a ofrecerme algo, prefería saber todos los detalles antes de involucrarme. La desesperación no me estaba nublando el juicio, no todavía.
—¿Eso importa? —Replicó él, con una mirada un tanto curiosa.
—Mucho. —Respondí firme, cruzando los brazos. —Tiene que adaptarse a los horarios de la universidad. Comienzo en enero.
Él se quedó un momento en silencio, observándome, como si estuviera calibrando la mejor manera de responder. Finalmente, encogió los hombros, dándome una respuesta que ni él mismo parecía del todo convencido de dar.
—Tienes bastante tiempo libre. —Dijo con una calma que me exasperó aún más.
No pude evitar soltar una risa sarcástica. Odiaba que tuviera razón. Era cierto que no tenía un horario apretado, pero el tiempo libre que mencionaba no se usaba para nada productivo. Pasaba mis días atrapada en la rutina más desordenada posible: acostada en la cama, sumida en pensamientos que se repetían una y otra vez, como una película en bucle que no lograba cambiar el guion. Pensaba, casi obsesivamente, con la misma frase "¿Qué hubiera pasado si...?" Mientras devoraba otra caja de pizza barata. Ni siquiera me molestaba en levantarme para algo más que un trozo de comida y unas cuantas horas de escape en mi teléfono.
Lucas me miraba en silencio, y aunque no decía nada, pude notar cómo su mirada se volvía más intensa, como si quisiera decir algo más, algo que no terminaba de formular. Me incomodaba un poco que alguien me mirara así, como si estuviera descifrando lo que pensaba. Pero a la vez, me sentía un poco aliviada de que alguien estuviera aquí, aunque no fuera por mucho tiempo.
—Solo... —Dije, finalmente rompiendo el silencio, con un tono que no quería sonar demasiado vulnerable, pero lo hice de todos modos— No quiero que me metan en algo que no puedo manejar ¿entendido?
Lucas asintió lentamente, no con el aire de alguien que entiende del todo, sino con el de alguien que, al menos, respetaba los límites. Sabía que era difícil para mí confiar en algo tan incierto. Y por alguna razón, esa pequeña muestra de respeto me hizo sentir menos sola en mi lucha.
—Entendido. —Respondió él, y aunque su tono no cambió mucho, había algo más en su mirada que decía que, por primera vez, no pensaba en mí como un caso más.
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