Aprendiendo a pedir perdon
El olor a tabaco y humedad no podía irse del apartamento. Era como si se hubiera incrustado en las paredes, hundiéndose en cada grieta y rincón, convirtiéndolo en un lugar deprimente sin rastros de frescura. Abrir las ventanas no servía de nada, el aire siempre se encontraba igual.
Bueno, tampoco había tratado de deshacerme de esos olores.
Ahora estaba la universidad y el trabajo que me daban una rutina suficientemente ocupada como para no ahogarme en la tristeza. Ya no tenía tanto tiempo libre como para caer deprimida a la cama mientras sonaba alguna canción deprimente de fondo. Y aun con los miles de apuntes que tendría que organizar, estaba ahí: acostada en la cama con All too well de fondo mientras seguía con mi pijama a pesar de ser las 5 PM.
Pero aunque pareciera una ermitaña, simplemente no tenía el ánimo para levantarme.
No tenía el ánimo de comer la pizza en caja qué había ordenado para ahogar mis penas. Solo necesitaba la comida de mi mamá.
Necesitaba que ella me diera una señal divina para proseguir con lo Aaron. No era ninguna metafora: estaba perdida, en una ciudad nueva, con gente nueva, con mi madre muerta y la única persona que conocía realmente me había sido infiel porque no le preste demasiada atención.
Pero no me sentía como esa chica que no podía superar a su ex pareja. Me sentía como esa chica responsable de dañar la relación, como la responsable de no ser lo suficiente.
Me habían enseñado que la perfección era lo ideal, la forma en la que sellabas tu vida con un broche de oro, sin importar cuántos obstáculos aparecieran en el camino. Pero yo no me sentía así. Sentía que esos obstáculos me estaban matando, en lugar de ser yo quien los venciera.
Pero algo me saco de ahí. Sentí un sonido totalmente diferente a la voz de Taylor Swift o al sonido que hacia la cama rechinando cada vez que movía el mínimo musculo.
El timbre.
No, definitivamente yo no había pedido pizza. Tampoco me llevaba bien con los pocos vecinos que habitaban este edificio decrépito.
Suspire y me senté en la cama mirando fijamente a la puerta debatiendome si le debía algo a la casera del lugar. Si no, no entendía quien podría estar interrumpiendo mi momento depresivo.
Camine hasta la puerta para mover la llave colgando de la cerradura hasta abrir la puerta y verlo a el.
Lucas.
Lucas me visito.
Y yo, con ojeras y una pijama que claramente no era para recibir visitas, una que aún decía 'Amo los unicornios' en letras brillantes.
Nos quedamos en un silencio incómodo. Podía sentir su mirada sobre mí, como si me estuviera observando con curiosidad, y yo, tratando de disimular mi vergüenza, lo miraba sin saber qué decir. Definitivamente él estaba mucho más presentable. El contraste era tan grande que me sentí aún más fuera de lugar.
—¿Qué haces aquí? —Trate de ignorar el calor en mis mejillas mientras le daba la espalda acomodando los papeles. —Sabes, me caes bien. Pero el lugar es un asco y...
—No me lo tienes que decir dos veces. —respondió Lucas, mirando fijamente las paredes manchadas. Su tono era relajado, como si no le sorprendiera en lo más mínimo el estado del lugar. No sé si lo decía por cortesía o si realmente pensaba lo mismo que yo, pero su manera de hablar hizo que me sintiera menos avergonzada. —Sabes, puedes darte el lujo de deshacerte de tus ahorros para alquilar un lugar nuevo y más limpio.
—No respondiste mi pregunta. -Insistí antes de ver la hora en mi teléfono. El trabajo... —¿Puedes...?
Sentí la mirada de Lucas sobre mi, claramente estaba confundido. Pero cuando me vio sacar la ropa de trabajo, el pronto se aclaró la garganta dándose la vuelta. Mi cerebro estaba lo suficientemente estresada como para cerrar la puerta mientras me cambiaba. Maldito monoambiente.
El me hizo el favor de cerrar la puerta mientras me cambiaba rápidamente. Almenos tenía algo de educación...
—La tía Julia se preocupo por ti porque no fuiste a trabajar. —Podía sentir su voz a través de la puerta. —Por eso vine. Pero parecías ocupada durmiendo.
—Claro que no dormía. —Respondí a la defensiva mientras me ponía el pantalón de mezclilla, notando que esta vez tenía que ajustar más el cinturón para que me quedara bien. Se me hacía irreal bajar de peso tan rápido. —La universidad es cansada ¿bien?
Mi tono salió más cortante de lo que esperaba, y tan pronto las palabras abandonaron mi boca, un peso incómodo se instaló en el ambiente. Sabía que no era su culpa, pero no podía evitarlo. Me sentía irritada, cansada... vacía.
Lucas se quedó en silencio por un instante, lo suficiente como para que la tensión se hiciera palpable en el aire. Por un momento pensé que se iría, que no querría lidiar con mi actitud. Pero lo que escuché después me tomó por sorpresa.
Oí un ruidoso suspiro antes de escuchar su voz, aún tranquila, pero con un atisbo de seriedad que me hizo detenerme.
—Nunca negue que estarías ocupada, Joy. —Sus palabras salían de manera seria mientras el estaba al otro lado de la puerta. —No se que estarás pasando por tu vida. Pero te recuerdo que aceptaste el trabajo y es tu responsabilidad estar ahí. Almenos hubieras avisado que estarías...
Su voz se cortó de repente, como si hubiera dicho más de lo que pretendía.
En ese momento supe que había metido la pata, y siendo lo demasiado terca, insistí sin abrir la puerta aun. No quería darle la cara, no porque no quería verme vulnerable. No quería dar la cara porque sabía que estaba cometiendo un grave error.
—Acabas de decirlo. —Apreté los puños mientras mis uñas se clavaban en mis palmas, sintiendo el leve ardor. —No me conoces, no sabes quién soy y ni siquiera sabes qué está pasando por mi vida. —Hice una pausa para tomar aire, intentando controlar el temblor en mi voz. —Solo quiero estar sola. Y agradecería que me ayudaras con eso.
El silencio que siguió fue tan intenso que pude oír el latido de mi corazón retumbando en mis oídos. Me quedé ahí, inmovil, esperando escuchar sus pasos alejándose. Esperando sentir ese alivio que tanto había buscado al alejar a todos.
Ya lo había hecho con Aaron, después de todo.
Pero Lucas no se fue.
En lugar de eso, escuché un suspiro largo y profundo, como si estuviera reuniendo paciencia. Cuando habló de nuevo, su voz era baja, casi suave, pero cargada de una firmeza que me hizo contener el aliento.
—Tienes razón. No te conozco. —Hizo una pausa. —No sé lo que estás pasando ni lo que estás sintiendo. Pero eso no justifica que trates así a las personas que se preocupan por ti.
Sus palabras atravesaron mis defensas como cuchillas afiladas. Sentí un nudo formándose en mi garganta. No quería escucharlo. No quería enfrentar lo que estaba diciendo, porque sabía que tenía razón.
—No tienes que hablarme. No tienes que explicarme nada. —Su tono seguía siendo tranquilo, pero había un filo en sus palabras. —Pero no es justo que trates a todos como si fueran el enemigo. —Sentí los pasos en el suelo de madera de las escaleras crugiendo. —No soy tu amigo, solo vine porque Julia me lo pidió. Espero que almenos seas considerada con ella.
El silencio se prolongó, pesado y sofocante. No sabía qué decir, y por primera vez, sentí que no podía seguir actuando como si nada me importara. Como si ser cruel con los demás no me afectara.
Unos segundos después, escuché sus pasos alejándose lentamente. No se apresuró, no bajo las escaleras enojado. Solo se fue, en silencio, dejándome sola con mis pensamientos y con un dolor punzante en el pecho.
Había aprendido a guardar mis sentimientos demasiado bien, haciéndome una coraza indestructible que cuando alguien quería entrar a ella, yo misma lo empujaba fuera de mis pensamientos más íntimos.
Lo había hecho con mis amigas preguntándome si estaba bien durante la enfermedad de mi madre. Lo había hecho con Walter tratando de ayudarme como una figura paterna. Hasta incluso con Aaron qué aunque pensaba que podía ser mi salvador, ambos terminamos lastimados.
Y al parecer, cambiar de vida no iba a hacer que mágicamente cambiara mis defectos. Podía mudarme a otro lugar, rodearme de gente nueva, llenar mi agenda de actividades hasta no tener un segundo libre... pero seguía siendo yo. La misma persona que empujaba a los demás cuando se acercaban demasiado. La misma que prefería armar una coraza antes que arriesgarse a salir herida.
La sensación de soledad se agrandó. Sentí cómo mis ojos se ponían llorosos mientras me acostaba en la cama y abrazaba la almohada. La única persona que me amaba incondicionalmente, tal y como era, incluso en mis errores era mi madre. Ella era mi lugar seguro, la única que podía entenderme y apoyarme.
Pero mi madre se había ido.
Y esa Joy Miller antigua no sabia como actuar.
Joy Miller no existía sin su madre.
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Los siguientes días no vi a Lucas por ningún lado.
Según Julia, a el le habían cambiado el horario, por lo que, ahora tenía que entrar más temprano y no podía pasar a la hora de siempre.
Aunque era obvio que tampoco quería verme.
Esa idea me revolvía el estómago. Era como si una sombra se posara sobre mí, haciéndome cargar con el peso de lo ocurrido. Todo por no haber sabido callar a tiempo, por dejar que mi orgullo hablara por mí. Y ahora ni siquiera tenía su número para enviarle un mensaje. No podía escribirle, ni explicarle lo que realmente había querido decir.
Pero siendo honesta conmigo misma, tampoco le habría rogado que me perdonara. No después de todo lo que había dicho. No después de cómo lo había mirado, con esa mezcla de enfado y arrogancia que parecía salir de mí sin permiso. Sabía que había sido infantil, que había dejado que mi temperamento controlara la situación.
Aun así, ese orgullo enfermizo me nublaba cada vez que necesitaba ser madura. Me impedía disculparme, admitir que me había equivocado, o siquiera reconocer que, en el fondo, necesitaba disculparme. Era más fácil justificar mi silencio, aferrarme a esa fachada de indiferencia en lugar de aceptar que me importaba.
Y Lucas no era mi amigo -no por ahora- y aun así extrañaba de alguna forma su forma de tomar las cosas, sus miradas, su voz. Era lo más cercano a un amigo que había tenido desde que había llegado aquí, y ahora lo había perdido.
Fue increíble que dejara la culpa por un segundo y concentrarme en la conversación de Julia y Marco mientras se suponía que debería estar limpiando mesas porque ya había acabado mi turno.
—De paso llévale algo a Lucas para que se sienta mejor. —dijo Julia, sacando una maceta con un girasol que parecía no florecer del todo aún— Olvidé comprar el hibisco. Pero creo que con esto tendrá algo que cuidar.
No había oído nunca hablar de un hibisco y ni siquiera sabía cómo se veía, pero no podía sacarme de la cabeza la imagen de Lucas cuidando una planta con esa dedicación tranquila que siempre mostraba. Era una excusa perfecta para acercarme a él sin parecer desesperada.
Ahora tenía una visita pendiente al vivero más cercano. Y tal vez, solo tal vez, también tenía una segunda oportunidad.
—Yo puedo llevárselo. —Mi voz sonó un poco más desesperada de lo que habría querido— Tengo que pasar por ahí para ir a mi casa.
Julia parpadeó, claramente sorprendida por mi ofrecimiento, pero su expresión pronto se transformó en una sonrisa mientras le daba palmadas en la espalda a Marco.
—Te salvaste. —Giró hacia mí con una mirada agradecida— Gracias, Joy. Quería compensar que Lucas ha estado trabajando más duro estos días.
El nudo en mi estómago se apretó. No solo había conseguido que me evitara, sino que además había hecho que trabajara más. La culpa quemó mi garganta, haciéndome desviar la mirada hacia la maceta mientras la tomaba en mis manos.
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Definitivamente estaba mal de la cabeza.
Estaba frente a la puerta de la casa rodante de Lucas con dos macetas que posiblemente pesaban más que yo. El girasol parecía doblarse hacia un lado, como si estuviera tan cansado como yo de esta situación, mientras que el hibisco permanecía inmóvil, sus pétalos rojos aún sin florecer, como si estuvieran esperando el momento perfecto para juzgarme.
¿En qué estaba pensando? ¿Que aparecerme en su casa cargando plantas era una forma madura de disculparme? Seguro Lucas abriría la puerta, me vería ahí parada con las macetas y pensaría que me había vuelto loca... o peor, que estaba tan desesperada por su perdón qué había aparecido en la noche para dejarle unas plantas.
El peso de las plantas comenzó a hacer mella en mis brazos, y el girasol decidió que era el momento perfecto para tambalearse peligrosamente hacia un lado. Lo estabilicé a duras penas, luchando por no perder el equilibrio junto con él. Un suspiro frustrado se me escapó. Ni las plantas querían cooperar conmigo.
Conté hasta tres para tocar la puerta. Sin parecer ridícula.
Moví mi puño frenéticamente contra la madera, un golpeteo descontrolado, como si estuviera tratando de hacer un agujero en ella para escapar de la vergüenza. ¿Por qué se sentía como si estuviera tocando la puerta de un tribunal y no la de alguien a quien apenas conocía?
Lo hice.
Pronto sentí el ruido de las llaves mover la cerradura para que Lucas saliera y su mirada quedara fija en mi por almenos unos veinte segundos.
—¿Qué haces...? —su voz era baja, casi curiosa, como si tratara de entender si esto era real o alguna broma que no había pillado. —¿Me explicas?
—Me ofrecí en vez de tu tío para traerte esto.
Mis palabras salieron como una ráfaga, sin pensar demasiado. La situación era tan extraña que ni yo podía creerme a mí misma.
Dejé las macetas en el pasto, al fin respirando, como si todo fuera a calmarse después de este incómodo gesto. Pero de repente, me di cuenta de lo ridícula que sonaba. La ceja de Lucas se arqueó, su expresión se volvía cada vez más desconcertada.
—¿Era necesario que vinieras a las once de la noche?
Mierda.
Un nudo se formó en mi garganta. Me quedé en silencio, tratando de reunir alguna excusa, alguna palabra coherente que justificara mi visita en medio de la noche. Pero las palabras se me escapaban, y lo único que podía hacer era morderme el labio inferior mientras intentaba mantener una expresión digna.
Pero, como si ya supiera que no tenía nada que decir, Lucas se adelantó y tomó el pomo de la puerta, preparado para cerrarla de nuevo.
—Puedes dejarlas ahí. Las recogeré luego. —Su tono era amable, pero con una pequeña dosis de indiferencia que me hizo sentir como si todo esto no tuviera sentido. —Buenas noches, Joy.
Las palabras me dejaron un sabor amargo en la boca. Me quedé allí, mirando cómo cerraba la puerta lentamente, sintiendo como si me hubiera dejado fuera de su mundo con una simple acción. Sin decir nada más, solo quedándome en la oscuridad con las macetas a mi lado, como un recordatorio mudo de mi torpeza.
Era hora de parecer alguien desesperada por su perdón.
—No debí hablarte así. —Mis palabras salieron casi como un susurro. El peso de lo que había dicho me aplastaba, y ya no podía retenerlo. Sentí cómo esa culpa se desbordaba, como una corriente que arrastraba todo. —Estaba mal emocionalmente, pero no debí haberte hablado así.
La sensación de vulnerabilidad que me invadió en ese momento fue más fuerte que cualquier defensa que pudiera haber levantado. Estaba siendo completamente honesta, sin excusas ni justificaciones. Me sentía ligera, como una pluma llevada por el viento, esperando que esas palabras fueran suficientes para al menos hacerle entender que me importaba. Pero no sabía si lo sería.
—Créeme que mi vida es un maldito desastre en este momento. Cada vez que quiero construir algo un huracán creado por mi misma viene y lo arruina. —Hice una pausa antes de hablar de vuelta. —Pero ahora estoy lo demasiado consciente para saber que es bueno tener un amigo aquí. Y lo menos que quisiera es perderlo.
Pero en ese momento sentí el rechinar de la puerta. Alcé la mirada y vi como la miraba de Lucas ya no era indiferente. No estaba conmovido del todo, pero parecía un indicio de perdón.
—Es tarde. —El extendio su brazo para darme una linterna. —Parece que no saben lo que significa iluminación aquí. Úsala.
Parpadee. Definitivamente no esperaba que el me hablara dulce después de lo que le dije. Aunque no era lo más dulce del mundo y en su mirada se observaba algo de rencor aun: esto superó mis expectativas.
—Gracias. —Murmure agarrando la linterna para después verlo a el. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo. —Sirve.
—No esperes que todo vuelva a la normalidad de inmediato. —Dijo, casi como si fuera una advertencia. —Pero creo que la honestidad nunca sobra.
Sus palabras me hicieron volver a la realidad. Era obvio, el no iba a perdonarme así como así. Y yo lo entendía.
—No te preocupes.
Mis piernas empezaron a moverse de manera automática, retrocediendo lentamente, sin querer apartar mi mirada de él.
Lo que estaba pasando entre nosotros aún no tenía forma, ni futuro claro. Estaba flotando en un espacio de incertidumbre, donde todo podría cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Pero por alguna razón, por ese microsegundo, no tuve miedo de mirarlo directamente a los ojos.
Y fue entonces cuando algo cambió. No fue un cambio grandioso, ni algo que se pudiera identificar claramente. Pero su mirada, allí, iluminada tenuemente por la luz exterior de la caravana, captó toda mi atención. Sus ojos color oliva, intensos y profundos, parecían reflejar algo que no había visto antes. No era solo el color o la forma de sus ojos, sino la manera en que me observaba, como si quisiera comprender algo más allá de lo que había dicho.
Fue como si nuestras miradas se encontraran en una conexión inexplicable, un vínculo silencioso que no necesitaba palabras. Casi pude sentir como si él pudiera leerme, como si en ese instante compartiéramos una comprensión mutua que no se podía expresar con palabras. Su mirada era cálida, aún sin palabras, como si estuviera invitándome a comprender algo más profundo en él.
—Buenas noches, Joy.
—Buenas noches, Lucas.
Y aunque las palabras no dijeron todo lo que necesitábamos, en ese silencio, algo ya había comenzado a cambiar entre nosotros.
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