Ayer comencé las clases. Ya tenía muchísimas ganas de hacerlo porque me encanta ir a la escuela, hablar con mis amigas y algunos compañeros y lo mejor de todo es aprender. Lamentablemente, los dos años anteriores de secundaria fueron difíciles para aprender ya que el curso se divide en cuatro o cinco cursos: los que se portan mal y se hacen los malos con las profesoras (dentro de este grupo también entran los que no hacen nada de eso pero se sientan con ellos), el grupo de los chicos que queda excluido del anterior, el grupo en el que estoy yo con mis amigas y otro grupo de chicas.

Ninguno de todos los grupos da problemas, exceptuando el primero. Ahí se ubica un chico que lo odio desde que tengo tres años y todos los años tengo la esperanza de que repita de curso, pues el chico este no hace nada en todo el año, es decir, se lleva todas las materias. Este año, al parecer, el Señorito Poe escuchó mis plegarias y el niño este tiene posibilidades de repetir. Debe estar una semana en el curso anterior (2º) y si rinde bien una de las tres materias que tiene pendientes, pasa a tercero, donde me encuentro yo que estoy muy feliz.

Él no es el único que repitió o tiene pendiente una materia, sino que la mayoría de ese grupo de los que no dejan estudiar a las otros están en ese misma situación.

Seguro que ustedes ya se pueden imaginar el alto grado de mi felicidad.

Ah, y con la vuelta a clases voy a volver a escribir. No sé si volveré con novelas ya que me complica la existencia. Estén atentos a mi perfil que en esta o la próxima semana subiré un nuevo relato que tengo pensado y creo que les va a gustar. Ya saben, esos relatos cortos que tienen finales raros con moralejas que nadie se da cuenta.