27
Derek había burlado tu confianza por cuarta vez. Esa mañana recibiste una llamada del hospital donde había sido internado para una desintoxicación y corriste hasta allá, retirándote abruptamente de tu clase de teoría del color, dónde yo había ido a buscarte al salir. Habían sido tus compañeros de clases los informantes.
Su propia madre lo había hallado la noche anterior contra el suelo del balcón, pálido, con mucha fiebre y sudoración, con la presión sanguínea elevada y los ojos abiertos aunque ausente de la realidad. En un momento dado había comenzado a convulsionar. Lauren fue quién te informó cuando llegó al hospital a cubrir su turno por la mañana, como todo los días de semana.
Yo corrí a tu lado porque cuando te telefoneé dijiste que me necesitabas allí, y por tu vocecita acongojada, fui. El examen toxicológico había demostrado elevados niveles de cocaína, morfina y etanol. Lauren había conseguido que lo vieras unos segundos a través de la ventana de vidrio que protegía la habitación donde estaba recluido; me dijiste que estaba conectado a una vía intravenosa y a soportes respiratorios: un oxígeno y un tubo a través de su garganta. Pero que a pesar de ese panorama nada esperanzador las pruebas de enzimas cardíacas, radiografías, electrocardiogramas y tomografías estaban, dentro de todo, en su normalidad.
Derek estuvo quince días hospitalizado, los peores quince días de tu existencia, me atreví a pensar; incluso cuando su madre no te quería allí –ella te culpaba a ti de aquello–, tú no querías estar en ningún otro lugar porque la mente no te daba ni para concentrarte en la universidad. Y muchísimo menos cuando al séptimo día de hospitalizado, Derek fue diagnosticado con hepatitis aguda tóxica causada por cocaetileno: un metabolito que nace de la combinación de la cocaína y el alcohol, y que viaja por todo el torrente sanguíneo hasta dañar el hígado. Tu madre nos lo explicó tantas veces que aún lo recuerdo con exactitud.
La madre de Derek, hasta donde sé, nunca tomó su responsabilidad en el asunto. Ella solo se hizo de la vista gorda y acusó a terceros –a ti– del nivel de drogodependencia de su hijo, sin darse cuenta de que para él era una especie de salida fácil, un falso refugio que lo apartaba de la realidad triste, vacía y solitaria que sentía que era su vida; ignorando las fatales consecuencias que todo podía traerle.
No puedo negar que me causó muchísimo pesar, porque si al caso íbamos, Derek era un adolescente de catorce años que se sentía solo, y que había salido a la calle en búsqueda de lo que en su casa no existía, hallando a personas que solo le sirvieron de trampolín al mundo ilícito y delictivo, ese donde nadie alcanza los treinta años de edad.
Claro que eso no significaba que tu medio hermano comenzaba a agradarme un poquito más. No. Yo seguía sin creerle, porque aunque la culpa no era totalmente de él, fácilmente podía ahorrarse la manipulación que al victimizarse de esa forma tan dramática ejercía sobre ti. Tú, con el corazón roto por todo lo que le había tocado vivir a tu hermano menor, nunca lo pudiste ver.
Puedo culpar a una gran cantidad de personas de éste final tan trágico con la que nuestra historia acabó, pero a ti jamás, porque tú solo amaste con todo tu ser y tendiste la mano cuantas veces pudiste. Siempre fiel e incondicional a los tuyos.
Derek y tú compartían el mismo color de ojos y a pesar de eso significaba una gran diferencia, mucho más allá de que tú tonalidad era más lumínica que la de él. Tu mirada siempre estaba cargada de emociones, de esas bonitas, de esas que provocan sentir y vivir. La de Derek era vacía, fría, sin siquiera un leve rastro de empatía; era como mirar hacia un abismo oscuro y tenebroso.
Y era triste, porque así como los ojos pueden ser la ventana del alma, también pueden ser los gritos de ayuda que se quedaron enclaustrados junto a toda la oscuridad que representa la soledad, el abandono y la resignación.
Agradezco al cielo o a quien tenga que agradecer lo felices que fuimos todos antes de aquella noche, porque aunque los recuerdos pueden doler hasta los huesos, al final logras dejar de verlos empañados.
Estuvimos todo el día en la playa; Steffi había conseguido llegar y Simon hizo un espacio dentro de su agenda pesada, incluso John había asistido muy a pesar de no hablarle a mi hermano y sentirse incómodo en presencia de Lila. Jugamos fútbol y voleibol de playa; cubrimos a varios bajo un montón de arena e hicimos incontables retos súper extraños y perturbadores. Ése día te vi reírte y bromear con mi mejor amigo, y no sabes lo plena que me hizo sentir aquello.
Por la noche hicimos una fogata y nos sentamos alrededor; todos estuvieron con sus chistes malos, hablando de todo y nada, hasta que Simon decidió acompañar el momento con la guitarra que no soltaba. Al principio, Walter como siempre de bromista, recitó versos súper graciosos sobre cada uno mientras Simon le seguía con el instrumento. Después lo intentó Saory, y aunque no rimaba en lo absoluto, nos reímos muchísimo de sus ocurrencias.
En un momento dado se acabaron las payasadas y comenzamos a cantar; Steffanie, Saory y yo acompañamos a Simon. Sé que cantamos varias canciones, pero la que más me marcó el corazón fue una de mi Teddy; la única que me permitieron esa noche porque sabían que luego no querría parar.
Guardamos este amor en una fotografía, construimos estos recuerdos para nosotros mismos, en donde nuestros ojos nunca se cierran, los corazones nunca se rompen y los momentos quedan quietos, congelados para siempre.
¿Quién iba a decir que durante muchísimo tiempo esa canción significaría una ironía grandísima?
Esa noche no hubo fotografías, pero todo quedó registrado en nuestra memoria; y no sé cómo será en la de nuestros amigos, pero de la mía nunca se irá.
Te vi tan pleno, tan feliz, tan en paz, que aunque el tiempo que le siguió me arrepentí de muchas cosas, puedo decirte que no cambiaría nada de nuestra historia. Que aunque recuerdo todas tus facetas, esa fue mi favorita: tú siendo feliz.
Es que ¿cómo olvidar la sonrisa que me regalaste del otro lado de la fogata, mientras las llamas del fuego hacían ver tus ojos más claros y yo me sentía libre cantando a mi artista favorito?
Tampoco nadie me dijo que después me dolería hasta las entrañas cuando recogíamos nuestras pertenencias para marcharnos, tú me arrebataste el bolso donde ambos llevábamos nuestras cosas y abrazándome seguiste mi tarareo: –Recuérdalo con cada pedazo de ti, y es la única cosa que llevamos cuando morimos.
Esa noche me hiciste el amor por última vez; me soltaste el cabello húmedo –porque yo acababa de salir de la ducha–, y tus gestos fueron más tiernos de lo normal, tus caricias más lentas, tus besos más largos y tu mirada más indescriptible, de una manera bonita.
–O tengo mucha práctica en el arte de dibujarte, o tú realmente eres arte. –Me dijiste en un momento dado, cuando te usé como colchón y caí sobre tu pecho. Recuerdo cómo latía tu corazón y el mío. Tú me rodeaste con tus brazos y me acariciaste la espalda, entonces yo había cerrado los ojos, disfrutando del contacto de tu piel contra la mía.
Contigo siempre fue tan sencillo disfrutar de nuestra propia compañía en un silencio agradable, casi dulce, aunque se nos haya hecho muy fácil el hablar sobre cualquier cosa. En sí, todo fue bonito. Siempre.
–Te juro que te tengo así y siento que lo tengo todo. –Murmuraste interrumpiendo el silencio, y me estrechaste más contra tus brazos. Pensé que sería un momento lindo, pero seguidamente añadiste:–¿Sabes que me gustaría? Pintarte desnuda.
Porque sí, pervertido una vez; pervertido siempre.
–¿Estás loco o que te pasa? Claro que no. –Me había reído yo, espantando mi somnolencia.
–¿Por qué no? –Te quejaste, con tanta extrañeza y confusión que me dio más risa.
–No voy a posar desnuda para ti, olvídalo. –Hube sentenciado, cuando me quité de encima y me cubrí con sábanas después de adueñarme de una almohada.
–Me dueles, Carleigh, ¿sí recuerdas que sólo necesito de mi memoria, verdad? No es necesario que poses... aunque sería más interesante así.
Recuerdo que te dediqué una mirada y tú frunciste el ceño como niño que busca hacer un berrinche, luego agregué con determinación: –No.
No te vi durante todo el día siguiente; tú habías acompañado a Derek a colocarse el dispositivo que aliviaría sus síntomas de abstinencia y luego a su primera terapia en el centro de rehabilitación, y yo había estado ensayando el dúo clásico que debía presentar para la clase de técnicas de danza clásica. Ésa fue la última vez que mantuve perfectamente el equilibrio sobre las puntas de los dedos de mis pies.
Uno puede recibir el día tan tranquilamente por la mañana sin saber que puede ocurrir un suceso que te cambie la vida por completo. Increíble, ¿cierto?
Al caer la tarde te encontré en el parque que quedaba camino a tu casa. Traías a Lucy de la mano con su mochila sobre tu hombro; habías ido a por ella a casa de su padre. Yo me dirigía a la tuya en búsqueda de mi ropa de la noche anterior, la que habías puesto a lavar cuando llegamos de la playa. Recuerdo que mamá detestaba cuando olvidaba en tu casa alguna prenda, pero ella nunca tuvo problemas con lavar algo tuyo olvidado en mi habitación.
No nos veíamos desde la mañana, cuando el sol se coló en tu habitación y juntos hicimos el desayuno; después me marché a casa por mi indumentaria de ensayo para encontrarme con la chica con quién había conformado el dúo. Tú, en ese momento, te veías muy animado; a diferencia de la mañana cuando te quejabas de las consecuencias de no haber querido usar protector solar en la playa. Tenías muchas esperanzas puestas en Derek. De camino a tu casa, después de preguntarme cómo me había ido a mí, me contaste lo predispuesto y cooperador que se había comportado. Creías que él de verdad quería dejar todo aquello atrás, que quería salir adelante.
Imaginaste un montón de cosas a largo plazo que el futuro incierto nunca tomó en cuenta.
Pero fui feliz en ese momento viéndote a ti feliz y esperanzado con el bienestar de tu medio hermano, seguro de que se vendrían días mejores, y lleno de ilusión por el bendito y renombrado futuro.
Cuando llegamos a tu casa Derek estaba allí; me dijiste que estaba peleado con su madre y quería pasar el menor tiempo posible cerca de ella. El dispositivo se lo habían colocado detrás de la oreja, y Lauren me había explicado mientras la ayudaba con la cena que este le enviaría pulsos eléctricos para estimular ciertos nervios cerebrales, atenuando junto a los medicamentos que le habían sido recetados, los síntomas de abstinencia a las drogas.
También creí que todo saldría bien.
Quiero detenerme en los últimos minutos. La cena fue tan común y corriente como cualquier otra: Lucy hablando como lorito mientras Lauren la reñía con aquello de que se come con la boca cerrada, pero tú por molestar la instabas a hablar. Lo que verdaderamente marcó la diferencia fue cuando abrazaste a tu madre y la besaste en el cabello, porque ibas a acompañarme a mi casa.
–No me esperes despierta. –Le habías dicho, claramente en broma.
Lucy había insistido mucho en ir pero tu madre se había negado porque la niña tenía la habitación desordenada y no había querido limpiarla antes de irse con su padre, por lo que Lauren utilizó aquello como forma de castigo. Recuerdo el puchero de la pequeña y como tú te agachaste a su altura diciéndole algo al oído; hiciste que su semblante cambiara y el abrazo que te dio fue demasiado tierno.
Derek había tardado en el baño, y cómo él se iba con nosotros para tomar camino a su casa tú y yo salimos al jardín delantero mientras esperábamos. Hacían varias semanas uno de los profesores que tanto aprecio te tenían, había escogido varias pinturas tuyas para la exposición de artes plásticas que anualmente se llevaba a cabo en nuestra facultad; y en ese momento me comentaste que por la mañana habían ido a por ellas.
Después, con afán por molestarme, volviste con aquello de querer pintarme desnuda.
–No, –había alargado yo, suplicando en un tonito quedo.
–¿Por qué no? –Habías vuelto a insistir, y parecía que realmente no entendías, pero entonces me miraste a los ojos durante unos segundos y pareciste comprender algo–. No estoy loco, eh. Nadie va a ver ni a saber de esa pintura más que nosotros. Como si fuera a permitir que alguien te viera desnuda, Carleigh, por amor al cielo.
El matiz de indignación con que soltaste lo último me hizo reír. Tú habías posado un brazo alrededor de mis hombros y el otro tenías tu mano dentro de uno de los bolsillos delanteros del jean desgastado que usabas. Recuerdo como inclinaste la cabeza hacia arriba y observaste el cielo estrellado, que para bien o para mal estaba muy hermoso esa noche. Yo te miraba a ti, cómo las estrellas brillantes y la luna redonda y resplandeciente reflejaban brillo en tus ojos.
Cuando sentiste mi mirada bajaste el mentón para encontrarla, y estaba ahí, esa conexión de la que he hablado desde que comencé a relatar todo esto. Esa capacidad que tenías de leerme con tan solo mirarme a los ojos, ese lazo que se había formado apenitas cuando te miré por primera vez en la escuela y comenzó, pasito a pasito, a crecer y fortalecerse. Y que estoy segura de que seguiría igual de inquebrantable si el destino no fuera a veces tan cruel y despiadado.
La mano que había estado dentro del bolsillo del blue jean la sentí acariciarme la nuca antes de que la punta suave de tu nariz se deslizara suavemente contra mi mejilla y me besaras. Mi último beso sin saber que lo era. Te juro que sentí que el corazón me iba a estallar, el calorcito en mi pecho era algo demasiado agradable y la sensación de plenitud que nos hace sentir afortunados a los seres humanos, podía asegurar que en mi había aumentado de nivel.
–Me amas. –Habías afirmado en un murmuro suave como si aquello te hiciera sentir privilegiado cuando volviste a mirarme a los ojos y leíste justamente lo que pasaba por mi mente. Agh, que daría un montón por haberlo afirmado con palabras en vez de rodar los ojos y hacer amago de alejarme. Tú volviste a besarme varias veces mientras repetías–: Yo te amo mucho más, más, más.
–Eres un ñoño meloso cuando quieres. –Te había espetado, porque ¿qué más? Si así era yo y así me habías aceptado. Es más, habías soltado una risa tras mi evasiva y me abrazaste. Yo recuerdo perfectamente haber rozado la punta de mi nariz contra tu cuello para inhalar de tu loción.
Me he topado con muchas personas en la calle que usan ese mismo perfume, pero a ninguno les sienta atrayente ni embriagador. Es que nadie de ellos eres tú.
–Te encanta, –presumiste, porque lo sabías–, solo que no está en ti admitirlo. Y como amo verte rojita, es casi mi misión decirte esas cosas.
–Qué considerado de tu parte. –Había ironizado yo.
Cuando Derek por fin estuvo listo consideraste la nula posibilidad de que me quedara contigo esa noche, pero ambos sabíamos que mamá refunfuñaría ante aquello –ya me había quedado contigo la noche anterior– y preferíamos llevar la fiesta en paz. Créeme que en un momento dado me arrepentí de no haberte hecho caso, porque aunque habríamos tenido que soportar el lado más gruñón de mi madre, eso habría arrojado diferentes resultados; sin embargo, luego comprendí que esto tenía que pasar porque sí, porque era la realidad que habíamos adquirido simplemente por querer ayudar a quien ya estaba lo suficientemente manchado de lodo.
Pero no dejaba de ser injusto, desafortunado y cruel.
Lauren te había pedido de favor que no tardaras y tú, con voz cansina, le respondiste una afirmación y le pediste que no se preocupara. No avanzamos mucho, no tuvimos oportunidad. La casa de Walter se vislumbraba a poquísima distancia y tu madre aún podía vigilarnos desde la ventana de la sala de estar. Ellos llegaron en una motocicleta y siempre parecieron saber a dónde se dirigían, lo que me hizo pensar días después que tenían la dirección exacta de tu casa. Ya yo los conocía de vista; dos veces los había visto con Derek aunque la segunda vez no se distinguía más que sus siluetas en aquel barrio al que fuimos a recuperar mi celular.
Solo en este punto mis recuerdos están un poco difusos; vienen como pequeños flashbacks, como si fuera una cinta fotográfica. Ellos parecían andar en son de paz, hasta parecían amigos de Derek, pero en ese mundo no hay amigos, solo sucio y cochino interés.
Todo se tornó violento cuando tu medio hermano les dijo que aún no tenía el dinero y les pidió más tiempo. Ellos vendían a Derek las drogas que este había consumido y al parecer había adquirido una deuda muy grande, iniciada mucho antes de la sobredosis y la desintoxicación. Ellos parecían huir de algo aunque no se veían apresurados, pero me era evidente que necesitaban el dinero; pero ni Derek ni nadie lo tenía.
Lo que ellos sí tenían era armas de fuego.
No puedo rememorar bien cómo, por qué o qué los motivó a ellos a actuar como actuaron; porque sí, eran delincuentes, era su manera de proceder, de ejercer presión y dominio sobre los demás y toda aquella psicología criminal que ya me sé. Pero en mis recuerdos no puedo registrar la razón que los llevó a tomarme a mí del cabello, tirar con tanta fuerza y apartarme de tu lado para clavarme la boca del cañón de la pistola en la sien, frente a Derek.
Sí recuerdo tu rostro surcado de horror y el pánico en tus ojos. Derek había palidecido de repente y aunque sus ojos se habían agrandado por la sorpresa, seguían siendo vacíos. Tú habías hecho amago de acercarte y él con un brazo te hizo retroceder y situarte detrás. Yo estaba rendida y había cerrado los ojos después de unos segunditos, presa del terror, del dolor en mi cuero cabelludo, de la presión helada contra mi sien, de los latidos acelerados de mi corazón y del pitido en mis oídos que me sacaba por completo de la situación; porque recuerdo una discusión, pero no los argumentos.
Aún quisiera saber por qué actuaron como actuaron, porque si ya me tenían a mí, ¿qué los hizo ir contra ti?
El sonido intenso del disparo duró dos milésimas de segundos, menos de lo que tardé yo en caer sobre el asfalto y gemir de dolor por haberme raspado el brazo, después de haber sido empujada con fuerza. Lo primero que enfocó mi vista fue cómo Derek subía a la motocicleta siendo apuntado en la cabeza, y cuándo esta aceleró hizo un ruido horrible hasta desaparecer al final de la calle.
A ti logré hallarte cuando rodé intentando levantarme, pero mis fuerzas se fueron cuando te vi tirado sobre el asfalto a pocos pasos de mí. Me raspé las rodillas cuando me arrastré hasta ti. La sangre había manchado tu buzo blanco a la altura del estómago, donde tenías ambas manos. Recuerdo la sensación de un algo cerrarme la garganta impidiéndome emitir grito alguno; fue Lauren quién lo hizo por mí, y algunos vecinos después.
Recuerdo tus ojos inundados de un dolor que no he podido olvidar y que vi en mis sueños durante mucho tiempo. Respirabas con la boca abierta y el sube y baja de tu pecho era profundo; pareciste estar viviendo un dolor tan intenso, pero aun así permaneciste quieto, obedeciendo a tu madre quien se controló de una manera profesional. Fui yo quien tardó de salir del estado de shock.
–La policía ya viene en camino, –recuerdo que me dijo–, pero necesito de tu ayuda, Carleigh, debo llamar a una ambulancia.
Las palabras no salían de mí y tenía un nudo en la garganta que casi me costaba respirar; sentía que en cualquier momento iba a enloquecer: la ansiedad, los nervios, el terror. ¡Quería gritar y no podía!
La recuerdo preguntarte si podías respirar bien; tú hiciste amago de hablar pero ella te lo prohibió, entonces a duras penas diste un leve asentimiento con la cabeza, casi imperceptible. Ella se desprendió de su suéter de tela delgada y la hizo bola, apartó tus manos y subió tu buzo hasta descubrir la herida. Cuando tomó mis manos y me dictó cómo hacer presión vi en sus ojos que estaba enloqueciendo peor que yo, pero aun así el autocontrol que mantuvo fue bárbaro. Sus ganas de salvarte eran más, y eso me hizo reaccionar.
Tú mirada había estado todo el tiempo en el cielo, en la estrellas; pero entonces me observaste y tus ojitos sólo estaban inundados del dolor que estabas sintiendo. Recuerdo haber tomado una de tus manos importándome poco lo llenas de sangre que estaban, me diste un apretón fuerte, más fuerte que la presión que podía ejercerle a tu herida, y te repetí tres veces que ahí estaba, porque lo que menos pasaba por mi mente era irme.
Entonces entreabriste tus labios y se asomó un color carmesí desde el interior de tu boca. Me volví a llenar de pánico pero conseguí gritarle a Lauren, que había estado hablando por teléfono con emergencias. Cuando corrió de vuelta vi el verdadero miedo en su expresión tras apreciar la poca sangre que comenzabas a expulsar por la boca, que a pesar de que no parecías ahogarte, podía significar lo que menos queríamos.
Tu madre se agachó y con un poco de brusquedad apartó lo que yo usaba como compresa. La recuerdo observar la herida de bala, que a pesar de la sangre podía verse el círculo; entonces introdujo dos dedos, índice y medio, y me pareció que quiso agrandar el agujero. A ti no parecía dolerte lo externo porque lo interno era peor, lo supe cuándo Lauren gimoteó. De todas formas y huyendo de lo que yo haya podido preguntarle al respecto, volvió a colocar la compresa y a ordenarme que siguiera haciendo presión.
Fue cuando llegó la ambulancia y más detrás del auto de policías, que lo supe. Lauren conocía a los paramédicos porque la ambulancia provenía del hospital donde tu madre trabajaba. Ella habló muy quedito, y no supe cómo fue que la escuché.
–Tiene un traumatismo abdominal penetrante y está teniendo una hemorragia interna. La bala pudo haber perforado algún órgano sólido.
Parecerá increíble de recordar por ser un lenguaje mayormente comprendido por los encargados de la medicina, pero créeme que de verdad no pude olvidar esas palabras.
Tuve que hacerme a un lado cuando ya se acercaban de prisa con la camilla. Alcancé a besarte la frente, aunque se me escapó un sollozo.
–Te amo. –Alcancé a decírtelo ahí, con tus ojitos preciosos pero inundados de un dolor inhumano fijos sobre los míos–. Por favor, resiste.
Las fuerzas me fallaron hasta para ponerme de pie y alguien me ayudó tomándome de los brazos. Cuando me di la vuelta se trataba de Walter, con el rostro desencajado por demasiadas emociones que con tan solo verlo bastó para ponerme a llorar. Recuerdo haberle ensuciado la camiseta de sangre, sudor, suciedad y lágrimas, pero a él nunca pareció importarle. Lauren le pidió a la mamá de tu amigo que cuidara de Lucy, quién limpiaba su habitación con órdenes de no salir debido al disparo.
Tú caíste en la inconsciencia mientras te subían en la camilla a la ambulancia.
Y entonces todo empeoró, la policía había permanecido al margen hasta que se aseguraron de que tú ya estabas atendido y quisieron llevarme hasta la estación de policías por ser yo la única testigo del hecho. Era algo para lo que sentía que no tenía tiempo, ni ganas; es que no era ni el momento. Walter se interpuso pero no logró mucho. Consideré que ya ibas camino al hospital y a tu lado iba tu madre, y eso en parte me sirvió para mentalizarme en que todo saldría bien, entonces le pedí a nuestro amigo que telefoneara a mi hermano para ponerlo al tanto y que corriera hasta a ti al hospital.
En la estación de policía no tuve mucho que hacer, en ese momento yo no estaba en condiciones de ser ayuda en nada. El padre de Steffanie no estaba presente como pensé que estaría, pero papá no tardó mucho en llegar como todo un macho alfa, en su rol de padre y abogado a la vez. Te diré que no transcurrieron ni treinta minutos en la estación, pero yo sentí que fueron dos horas.
Mientras papá conducía al hospital ocurrió aquello que callé y me guardé para mí; principalmente porque creí que se trataba de un sueño sin comprensión, luego porque me pareció demasiado sobrenatural, hasta que finalmente opté por tenerlo como un recuerdo mío, muy extraño y quizás hasta escalofriante, pero mío sobre ti.
Estoy muy segura de que solo cerré los ojos un instante, con la mejilla contra el vidrio polarizado de la ventana del auto de papá. Tú apareciste frente a mí y me sonreíste con dulzura, te acercaste y te inclinaste porque estaba sentada, llevabas tus manos dentro del bolsillo delantero de tu jean, vestías exactamente la misma ropa y nunca tomé demasiado aprecio del lugar, pero había mucha luz, como en tus ojos. Te veías bien, feliz, dichoso, pleno, como minutos antes de que todo ocurriera. Tenías esa mirada bonita de siempre y susurraste mi nombre con fuerza, como lo hacías para despertarme por las mañanas.
¿Y para qué lo hiciste?, ¿para tener que enfrentarme a esa nueva realidad?
Papá estuvo por entrar al estacionamiento justamente cuando divisé a Lauren salir del hospital junto a varias personas, entonces le pedí que se detuviera. Cuando me bajé del auto en la acera contraria tomé aprecio de que se trataban de Walter, mi hermano, mi madre, una tía de Lauren y John también estaba allí. Pero todos tenían expresiones que no esperé ver, lo que me hizo quedarme de pie y estática sobre la acera.
Lauren se sostenía de su tía, estaba muy manchada de tu sangre y lucía perdida. Cuando me halló con la mirada comenzó a llorar, y pareció que ya lo había hecho con anterioridad.
Cuando mamá y Andy se aproximaron a mi encuentro, papá ya estaba a mi lado.
–Lo siento, cariño. –Fue lo que mi madre dijo, acariciándome el rostro con demasiada suavidad, como si esperara romperme en cualquier momento. Cuando me abrazó me sentí rígida, perdida. Mi mente creó una muralla y me mantuvo alejada de la realidad durante varias horas. Me sentí vacía, seca, cerrada–. No logró llegar con vida al hospital.
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No me odien :c
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