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6mil palabras, me excedí muchísimo pero espero que lo disfruten.

Este capítulo se lo dedico a mis reales, mis amigas FBI girlsunflower9 adbg19 Gabrielacheecks 

LEAN LA NOTA AL FINAL, GRACIAS

Tuviste aquella conversación con Derek una tarde en la cómoda sala de tu casa en la que no estuve presente y de la que sólo te limitaste a comentarme que, número uno: efectivamente tu medio hermano consumía drogas y lo que había hurtado lo utilizó como forma de pago, ya que su madre aún maneja su dinero, cuentas bancarias y toda la herencia que su padre le había dejado; número dos: estaba verdaderamente apenado por todo lo que había ocurrido y aceptaría aquella ayuda que le estabas ofreciendo. Supuestamente tú, él quería cambiar y salir de ese mundo ilícito al que había comenzado a adentrarse, iba a volver a la escuela y a dejar de frecuentar ciertos lugares y personas. Te prometió que no necesitaba ir a psicoterapia en lo absoluto y tú confiaste.

Yo por supuesto que no creía nada aunque no quise contradecirte, estabas cansándote de ese tema –eso me dijiste– y ya querías dejarlo por la paz confiando en tu hermano. Era evidente que algo habíamos visto todos en Derek que tú no, estabas cegado con esa venda en los ojos llamada amor fraternal incondicional.

Pero jamás podré culparte a ti cuando fuiste la principal víctima en todo esto. Tú solo fuiste demasiado buena persona, guiado por principios y amor puro y solidario.

Aunque fue un real y verdadero trayecto hasta el final, puedo decir que en nuestra atmósfera abundó mucha tranquilidad, amor y felicidad. Y por favor, créeme totalmente cuando te digo que son los recuerdos que, aunque más dolieron en su tiempo, más atesoro en mi mente, en mi corazón y en mi alma.

Tu cumpleaños número diecinueve sé que lo recuerdas; por mi mente había cruzado la idea de hacerte una fiesta sorpresa, lo había hablado con Lila y Saory y estuvieron encantadas de ayudar, pero una tarde me dijiste que tú, amante de las fiestas y el alcohol, no querías hacer nada en lo absoluto, que simplemente deseabas pasar todo tu día en santa paz con las personas más imprescindibles en tu vida.

Cayó día domingo, el sábado por la tarde me pediste que me quedara contigo hasta el día siguiente. Lauren preparó unas hamburguesas y cenamos los cuatro antes de que ella se marchara a cubrir el turno nocturno en el hospital, como todos los fines de semana. Lucy había exigido no ir con su padre aquella vez  y me ayudó a preparar palomitas de maíz para nosotras, ya que a ti no te gustaban. Tú conseguiste algunas bolsas de fritura y estuvimos viendo Lilo y Stitch hasta que la niña se durmió y cambiaste a Los Simpson cuando la llevaste en brazos a su habitación.

En ningún momento le dimos total atención al episodio ni al televisor, estuvimos conversando de tantas cosas que algunas las recuerdo claramente y otras no. Tú habías estado sentado contra el espaldar de madera de tu cama, y yo había hecho una bola con tus sábanas –porque por lo general nunca estuvo ordenada– y me recosté de ella, permaneciendo medio sentada y medio acostada, con el bol de palomitas sobre el estómago. Charlamos sobre un montón de personas, sobre la universidad y la exposición de arte al que uno de tus profesores te había invitado y sería en los próximos días.

Si algo pongo muchísimo en duda en esta vida, es el hecho de que encuentre a alguien con quien hablar como podía hacerlo contigo. No creo que semejante conexión se halle dos veces en el mundo.

No recuerdo cómo ni por qué, pero conversamos sobre tanto aquella noche que sin previo aviso comenzamos a recordar cuando nos conocimos. Es tan cálido y refrescante poder rememorar tiempos pasados, que a pesar de que en su momento hayan sido difíciles, en el futuro aún podemos disfrutar de eso: de la experiencia y el proceso vivido, de lo que nos marca y nos hace aprender.

Nos reímos muchísimo, fue divertido y hermoso. Te vi reírte al recordar aquellos pensamientos tuyos al inicio de nuestra historia: cuando creíste que Simon era mi novio y pensaste que le había sido infiel con Walter porque mentimos acerca de habernos besado.

–Admite que te enojaste porque pensé mal de ti.

–¡Por supuesto que sí! Eras un idiota, Liam ¿cómo ibas a pensar eso de mí?

Aún puedo recordar la risita tan risueña que soltaste mientras llevabas el bol de palomitas de mi estómago a tu buró, solo para poder situar tu cabeza rubia sobre mí.

–A ver, mi amor, que no te conocía lo suficiente, ¿qué más podía pensar? Fue un duro golpe para mí ver que eras toda una niña mala.

–¿Acaso tengo cara de... niña mala? –Tus calificativos me causaron risa.

–No, pero tú y yo sabemos que eres bien traviesa. –Habías achicado los ojos como si me retaras a desmentirte, y aunque quise, una risa nasal me ganó. Tú miraste al techo por un momento y suspiraste, antes de volver a mirarme–. ¿Walter nunca te dijo que me enojé muchísimo con él? –Yo fruncí el ceño, curiosa y confundida, y negué con la cabeza en respuesta a lo que tú sonreíste con diversión–. Evidentemente yo creí en ese fulano beso y me enojé porque él sabía que tú me gustabas. Qué casualidad que haya ido a besarte como si la oportunidad le cayó del cielo; en mi mundo eso no se le hace a un amigo. –Yo me eché a reír porque ahí comprendí tu reacción de esa noche–. Después me explicó y me dio un zape.

–¿Por eso te fuiste de esa forma? –Cuando asentiste en respuesta me volví a reír–. ¡Y yo que pensé que te habías sentido indignado por Simon!

Tú frunciste el ceño con extrañeza: –No me malinterpretes, pero Simon era lo que menos me importaba. Créeme que si el del inexistente beso no fuera sido Walter, estoy seguro de que el siguiente habría sido yo.

–¿Me habrías besado aún si mi supuesto novio estaba presente?

–¿Y por qué no si ya lo había hecho otro? –Te encogiste de hombros con un ligero chasquido de lengua, respondiendo mi pregunta con otra retórica–. Ya yo había pensado que era una clase de relación abierta.

Yo recuerdo haber alzado una ceja con ironía, más para parecer indignada que otra cosa; pero sí me encantó que tuviéramos ese momento, que pudieras decirme –un poquito– qué pasaba por tu mente en nuestro comienzo.

–¿Sabes cuándo deseé muchísimo besarte pero no me atreví?

–A parte de en las primeras tutorías que me diste, ¿dónde más? –Mi cara de suficiencia fue un goce absoluto. Tú no pudiste contra tu sonrisa divertida.

–Aquí. –La simpleza de la respuesta me hizo fruncir el ceño, perdida–. ¿Recuerdas aquella fiesta que hice cuándo salías con Elliott pero viniste sin él porque indudablemente quién te gustaba era yo?

Soltaste un risotada cuando mis cejas se alzaron y mi boca se abrió, sorprendida y divertida ante tu descaro y tu presunción, que aunque quise, era imposible superarla esa noche.

–¡No sé de qué presumes si esa misma noche me dijiste un montón de babosadas como si no fueran para mí! –Te acusé con mi dedo, pero no dejabas de reír.

–Babosadas fueron tus consejos de esa noche, señorita si-ya-tiene-otro-no-tienes-oportunidad. –Rodaste los ojos, diciéndolo como si fuese una real tontería.

–Bueno sí, tenías que aterrizar. –Asentí con la cabeza fingiendo pesar.

Tú sonreíste y acomodaste mejor tu cuello sobre mis piernas flexionadas, me miraste durante algunos segundos en los que tu mirada se tornó más profunda y luego me preguntaste: –¿Te arrepientes de algo?

Yo fruncí el ceño durante microsegundos, y te confieso que un montón de inseguridades surcaron mi mente de inmediato, por eso te pedí que respondieras tú primero.

–Yo sí, –dijiste–, fui un auténtico inmaduro e idiota muchas veces. Te lastimé e hice que te confundieras. Si pudiera, cambiaría algunas de mis actitudes al principio. –Negaste con la cabeza sumido en tus pensamientos, mientras elevabas tu mirada a la pared detrás de mí–. Es que... era tan evidente que nos gustábamos y... tanto drama al principio por mi culpa, –cuándo me devolviste la atención visual arrugaste la nariz, como niño que no quiere vegetales para comer– a veces me caigo mal.

La risa que me atacó fue más por ternura que alguna otra cosa. Siempre fuiste un cabeza dura; nunca te perdonaste por completo por tus actitudes que en el pasado me afectaron.

–Liam, deja ya el pasado donde está que no lo podemos cambiar, y si soy sincera, yo no cambiaría nada. Me gusta nuestra historia tal cual es. –Tú te incorporaste tras oírme y yo arrugué la nariz al darme cuenta de lo romántico que sonó eso–. Eras un total inmaduro, ¿qué se le podía hacer?

–Ya decía yo que era demasiado bonito para ser verdad. –Negaste con la cabeza y cubriste tu cara con tu mano, simulando decepción–. Eres la mejor para acabar con los momentos bonitos que apenas intento crear.

Yo sonreí ampliamente: –De nada.

A la mañana siguiente cuando tu mamá volvió a casa, logramos prepararte el desayuno y llevártelo a la cama junto al pastel antes de que despertaras. Me satisface recordar que a éste punto tu sueño se había vuelto casi tan pesado como el mío. Cuándo me percaté de ello tú bromeaste diciéndome cuánta de tu energía consumí la noche anterior; después, al retornar de un día de futbol en la playa, exhausto y con la piel enrojecida debido al sol, me pediste que me quedara a dormir contigo porque según tus palabras: conmigo descansabas mejor, a lo que seguidamente le agregaste: «eres mi almohada humana, suave y con olor a vainilla». Pero realmente lo que ayudó a que bajaras la guardia al dormir eran mis promesas de cuidarte el sueño, porque mayormente lograba esperar a que cerraras tus ojos primero.

Lucy se había instalado entre tus piernas y desayunamos los cuatro en tu habitación después de que Lauren te obligara a desperezarte y apagar las velitas del pastel. Fue muy hermoso, lo recuerdo a la perfección; ese era el día en el año en el que tu madre te permitía desayunar toda la grasa que quisieras, por lo que en la bandeja había una buena cantidad de frituras, pero Lucy insistió tanto en ayudar que untó mermelada de frambuesa en dos panes que me obligó poner a tostar para ti. Y casi los ignoras, pero tu hermana embadurnó de mermelada tu mejilla como forma de reclamo y entonces los comiste.

El recuerdo lo tengo tan nítido en mi memoria, Lauren se había ido a descansar y yo depositaba los utensilios usados en el desayuno dentro del lavatrastos, tú intentaste besarme varias veces con tus labios pintados de la grasa del tocino que desayunaste. Te huí y me perseguiste por toda la cocina mientras Lucy se reía sentada desde un taburete. Al final me terminaste atrapando y llenaste mi mejilla con la grasa de tus labios y la humedad de tu lengua cuando la lamiste mi cara mientras me quejaba.

Fuimos a mi casa con tu hermanita en medio de ambos tomándonos de las manos; le llevaste un trozo de tu pastel a mi mamá y yo por fin pude darte el regalo que más me costó esconder de ti durante varias semanas –esos días te dio por meter tus narices en todas partes–: los rotuladores acuarelables para tu preciado lettering y un cuaderno de técnicas mixtas, ese de hojas rugosas y gruesas necesario para tus dibujos que tanto querías y tuve la suerte de encontrar. Recuerdo que el año anterior te obsequié un estuche de estudio con treinta y seis lápices de colores polychromos, porque la caja de madera que trae ciento veinte fue difícil de hallar.

Después del almuerzo cuando mi hermano despertó se fue con nosotros de regreso a tu casa, Walter los estaba esperando y los tres se sumieron en los videojuegos en tu habitación. Lila y Saory llegaron después y con tu madre preparamos algunas botanas. John pasó a saludar en un momento de la tarde, pero al ver a Lila en la cocina y oír la voz de mi hermano venir de tu habitación no quiso quedarse, aunque varias veces intentaste hacerle cambiar de opinión  indudablemente para él no era fácil. Derek y Lucas llegaron cuando ya estaba anocheciendo, este último con dos botellas de vodka bajo el brazo.

Aunque mi hermano seguía sin dirigirle la palabra a Lucas, igual no le importó beber de lo que él había llevado; muy diferente al susodicho, quién pareció tener algo en contra de Saory. Pero mi amiga le prestó tan poca atención que dudo mucho que se haya percatado de eso.

Mis amigas y yo estuvimos tumbadas sobre tu cama con una botana de papas fritas con chédar, mientras que tú y tus amigos estaban repantigados sobre el piso con la atención en la pantalla plana, los controles de la consola y las botellas de vodka, porque las botanas las acabaron como si nunca hubieran comido. Lucy estuvo junto a nosotras en la cama, pero con la atención en una muñequita a la que intentaba peinar.

En un momento de la noche, cuando Lila salió de la habitación para pedir pizzas a domicilio desde el teléfono fijo en la sala de estar, tú y mi hermano habían perdido el juego, por lo que tuvieron que ceder el puesto a Derek y Walter. Andy se aventó a la cama al lado de Saory, quién intentaba hacer videollamada con Steffi en ese momento; tú te sentaste contra el cabezal de la cama y me robaste unas cuantas papas fritas. Cuando Lila volvió y se sentó a tu lado tras percatarse de que Andy había ocupado su puesto, Steffi apareció en la pantalla del celular de Saory.

¿Por qué están tan aglomerados? –Recuerdo que preguntó después de saludarnos a todos. Saory le explicó que estabas de cumpleaños y, según sus palabras, habíamos invadido tu habitación; lo que provocó que mi amiga tras la pantalla exclamara–: ¡Feliz cumpleaños, baboso! Disfruta de mi regalo ahí que es Carleigh.

–¿Ahora me regalas? –Salté yo, de lo más indignada.

No, bebé, solo es un préstamo.

–Un préstamo, –habías repetido tú, burlándote–. ¿Quién es que eres tú? Carleigh es mía.

¡Ja! –Había reído Steffi con burla, recuerdo verla con semblante divertido al igual que a ti–. ¿Sabes lo que es jerarquía, cierto? Siempre estaré por encima de ti. Sabes que si quiero, no la ves durante un fin de semana entero.

–Pff, babosadas, si tan tuya es ¿por qué no vienes hasta acá a buscarla?

Eres malvado, ¡Carleigh! –El tema de la distancia a Steffi la ponía mal, y tú lo usabas para ganarle en las discusiones.

Esa noche casi madrugada, cuando ya la mayoría se había marchado, te sorprendiste cuando me despedí para irme con Andy; pensaste que iba a quedarme, pero ya lo había hecho la noche anterior y mamá no permitiría que durmiera fuera de casa por segunda vez consecutiva, y sumándole que al día siguiente había clases y no tenía ni mi morral con mis libretas ni la ropa que utilizaba para las clases prácticas, tenía que marcharme sí o sí.

–Eres maravillosa, sigo preguntándome qué de bueno hice para tenerte en mi vida. –Me repetiste eso en varias oportunidades y yo nunca emití respuesta alguna. Esa vez solo te abracé escondiendo mi cara en tu hombro. Me diste un beso en la cabeza y deshiciste el abrazo, tomando mi cara con ambas manos–. Te amo. Muchísimo. Y gracias por... no sé, por todo. Eres la mejor.

Semanas posteriores a tu cumpleaños estuviste enfocado en tu medio hermano, en sus tareas del colegio y los lugares que iba y personas que frecuentaba, pareciste muy tranquilo y a gusto en hacer aquello; en tomarte una responsabilidad que no era tuya. Me causaba tanta gracia como ternura cada vez que distinguía cómo intentabas que yo en ningún instante me sintiera como en el pasado; pero ésta situación era muy, muy diferente. Tu atención podía estar en tus estudios, en tu familia, y en mí, imperturbablemente. Quizá porque ya eras un hombre de diecinueve años mucho más maduro que aquél adolescente que conocí de diecisiete: más centrado, con pensamientos en pro al futuro y conociéndose lo suficiente como para saber qué siente y por qué.

No sabes cuán orgullosa estuve de que hayas crecido tanto como persona y cuanto te admiré por ello; independientemente de mí y de nuestra relación, creciste por ti y porque así te sentías mejor contigo mismo. Y eso es más importante que nada.

Y ya sabrás que más peso tuvo el hecho de que lograste por fin dormir con tranquilidad con la puerta de tu habitación completamente cerrada, sin que el mínimo ruido te despertara y sin pesadillas que te hacían recordar como tres hombres vestidos de negro rompieron tu ventana a los cuatro años mientras dormías, solamente para amenazar y golpear a tu papá usándolos a ti y a tu madre como rehenes.

Recuerdo la última navidad; como costumbre tuve que salir de la ciudad junto a mamá y Andy a visitar a mi familia por parte materna. Mamá estuvo muy estresada unos días antes y casi, casi no me dejó estar contigo la noche previa al viaje.

–Carleigh, Liam puede venir a despedirse por la mañana, no veo necesario que te quedes esta noche en su casa. –Recuerdo la contención en su tono de voz, no queriendo desahogar su estrés contra mí.

–Mamá, tú alguna vez fuiste novia de papá y... –Yo siempre la manipulaba con el mismo tema, pero lo más increíble de todo era que ella lo permitía y hasta le parecía divertido en algunas oportunidades. Decía que me parecía mucho a mi padre.

–Está bien, está bien, vete. Pero te quiero aquí mañana antes del mediodía. –Me interrumpió agitando su mano, diciéndome con el gesto que no fastidiara. Yo sonreí complacida y estuve por marcharme de su habitación pero me detuvo–. Óyeme bien, más te vale no olvidar el preservativo. No quiero sorpresitas.

–¡Mamá! –Me había quejado con una mirada de reproche, avergonzada pero mucho más divertida.

–Porque fui novia de tu padre es que te lo digo. Que hayas sido responsable hasta ahora no me priva de volverte a dar la charla si quiero. –Argumentó.

Tú habías estado en el teléfono durante aquello, y cuando volví a la llamada lo primero que hiciste fue asegurarte de que ya estaba lejos de mi madre para poder reírte. Después me reprochaste por no haberle hablado a mamá sobre nuestros planes: en cuánto cumpliera los dieciocho años iríamos al ginecólogo para una revisión y una receta exacta sobre las píldoras anticonceptivas que mejor se adaptarían a mi carga hormonal. Me había negado a hacerlo antes por ser menor de edad y requerir de mi representante para acudir al médico –Simon se había negado desde antes a volverme a acompañar a un ginecólogo una segunda vez, como presión para que me protegiera mejor–; pero yo nunca fui capaz de hablar con mi mamá acerca de mi intimidad. Papá y ella nos dieron la charla sobre la sexualidad a Andy y a mí en nuestra pre adolescencia, y fin. Ha sido Saory, la más pervertida de mis amigas, la única que ha logrado sacarme alguna que otra cosilla, pero sin ahondar mucho en el tema. Claramente era algo que sólo se me daba hablar contigo, pero creo que era de lo más normal en una pareja, ¿no?

El viaje de navidad fuera de la ciudad por lo general duraba una semana, pero esa vez mamá quiso que nos regresáramos antes. Yo sólo se lo comenté a Saory, ya que el día de mi llegada a casa ella había organizado un día en la alberca de una de sus amigas de trabajo, invitando a Walter y a Lila, porque tú te habías negado a ir. Me fue difícil convencerte a que fueras pero al final lo logré; mi amiga me ayudó a que fuera sorpresa y por la tarde hizo escándalo, llamando la atención de las pocas personas presentes cuando mi hermano y yo llegamos.

Apartaste a Lila, recuerdo, y me abrazaste con muchísimo ahínco haciéndome trastabillar; vestías solo un short y llevabas el cabello y el torso húmedo, con los hombros un poco enrojecidos debido al sol.

–¿Cómo fue que...? –Estabas sorprendido, y por el brillito bonito que acompañó tu mirada verdor, estabas feliz de tenerme ahí.

–Quería sorprenderte. –Recuerdo sonreírte en medio de tus brazos y tú me borraste la sonrisa con un beso.

Me abrazaste y me besaste como si verdaderamente no nos habíamos visto durante tres días; como si nunca amanecimos hablando por celular, ni hicimos videollamadas varias veces, ni nos mensajeamos día y noche, ni me pediste selfies a cada rato.

–Ahora sí ya estoy completo. –Dijiste, con un dejo de satisfacción. Tus brazos se enroscaron alrededor de mi cintura y de ahí no se soltaron durante un muy prolongado periodo de tiempo. Tanto, que Lila y Saory comenzaron a quejarse.

Puedo decir con satisfacción que ése día te disfruté muchísimo y es que tú tampoco diste tregua, sólo me soltaste cuando quise ir a despojarme del conjunto deportivo para quedarme con el bañador que llevaba debajo, ¿pero qué puedo decir? A mí me encantaba tenerte abrazándome.

Durante ese atardecer, cuando yo estaba sentada en el borde de la alberca contigo de pie dentro del agua y entre mis piernas, después de que Steffanie llegó de sorpresa y jugamos al voleibol chicas contra chicos, tuvimos una especie de pequeña conversación que, aunque en ese momento no le tomé la importancia que quizás se mereció, fue una de las cosas que más me dolió después de aquél amargo final de nuestra historia.

Recuerdo que inició cuando estiré mis brazos hacia atrás, inclinándome con las palmas sobre el piso, después de Saory volver a ofrecerme por tercera vez un vaso con vodka tras haberte acercado otro a ti. Yo había soltado una risita cuando mi amiga se marchó fingiendo indignación. Tú diste un sorbito a la bebida y dejaste el vaso sobre el borde, a mi lado, y después reposaste tus brazos cruzados sobre mi regazo; mis piernas, que caían dentro del agua, rodeaban tu torso.

–Ésta mañana cuando llevé a Lucy a casa de su padre, me encontré con el tuyo. –Me contaste. En tus ojos comenzaba a asomarse la primera señal de un casi mediano nivel de ebriedad. Yo te asentí con la cabeza instándote a que prosiguieras–. Fue muy cordial. Creo que finalmente se dio cuenta de que no ha valido la pena hacerme la guerra; al fin y al cabo sus nietos llevarán mi apellido.

Mi ceño se frunció de extrañeza, porque sostenías una sonrisita pícara en tu rostro y algo en tu mirada me daba a entender que buscabas una respuesta de mi parte. Pero se te notaban los tragos encima, por lo que le resté más de la mitad de la importancia que debió tener.

«Nietos». –Recuerdo haber murmurado como si saboreara la palabra–. Estoy segura de que eso es lo último que a mi padre le pasa por la mente, él sabe que puede recibir nunca uno de esos de mi parte.

A ti pareció divertirte mucho mi respuesta, ¿y cómo no? Nunca antes hablamos sobre eso, no había manera de que supieras que lo que menos me imaginaba en éste mundo era yo siendo madre.

–Amor mío, el mundo da muchas vueltas y eso hace que el futuro sea incierto. Nunca debemos decir nunca a nada. –Me sonreíste con cariño, y a pesar del alcohol, el verde de tus ojos se veía más claro esa tarde casi noche.

Yo había dejado de rodearte con mis piernas y enderecé mi espalda. Que quisieras tener esa conversación conmigo lo comprendí días después cuando me animé a platicarle a mi mamá solo lo que consideré necesario.

–Estás diciendo que el futuro es incierto pero me estás hablando de hijos a mis diecisiete años...

–¡Ay! A ver, que no estoy loco. –Te habías reído, quizás de mi expresión–. Sé lo que estoy diciendo, ¿sí? Pero me refiero específicamente al futuro que cada quién sueña y se imagina. Eres mi novia desde hace dos años, Carleigh, es normal que sea contigo con quién me imagine el resto de mis días.

Yo me había quedado en silencio observándote, meditando todo lo que acababas de decirme, pero solo me parecía extraño que de la noche a la mañana me hablaras de todo aquello. Quizás tenía miedo; porque aunque en ningún momento me imaginé con nadie que no fueras tú, pensar en hijos en un futuro cuando en el presente hacíamos de todo por evitar uno, se me hacía ilógico.

Tú sonreíste de nuevo percatándote de mi introspección, y se te ocurrió decir, como si fuera un chiste: –¿Acaso no querrías casarte conmigo?

Te miré mal cuando me percaté de que te burlabas. Después de reírte todo lo que quisiste, tomaste mis manos y te alejaste del medio de mis piernas para que pudiera saltar y entrar a la alberca. Cuando estuve dentro, acunaste mi cara con ambas manos y me miraste con ternura.

–No estoy hablándote de mañana ni de un mes, estoy refiriéndome a un tiempo estipulado de unos cinco años o quizás más, los que se necesiten para que ambos alcancemos todas nuestras metas primero. –Después soltaste mi cara y deslizaste las yemas tiesas de tus dedos por mi espalda hasta hallar mi cintura–. Yo no me imagino a nadie con quién compartir mi vida si no eres tú.

Eso último había disipado la maraña inconclusa de pensamientos que comenzaban a tejerse en mi mente, entonces te sonreí con suavidad y subí mis brazos alrededor de tu cuello. Tú, dejando ya la conversación atrás y guiado por el alcohol en tu sistema, disfrutaste el hecho de que el agua de la alberca me llegaba casi sobre los hombros y descendiste tus manos del lugar que tenían en mi espalda baja.

–¿Y si nos desaparecemos un ratito? –Me susurraste contra mi boca, después de juntarme a ti y besarme durante unos segundos.

–No, olvídalo.

Mucho había costado que todos olvidaran aquél apodo tan vergonzoso como para tentar a nuestra suerte otra vez.

Cuando llegó mi cumpleaños número dieciocho me hiciste una bonita sorpresa, ¿la recuerdas? Papá nos invitó a desayunar a Andy y a mí a un lugar que recién habían inaugurado; me regaló un pequeño pastel de cumpleaños que estaba decorado con flores en pastillaje fondant rosado y una pequeñita bailarina de ballet era la vela de bengala. Era precioso y recuerdo que estuve renuente a cortarlo gracias al decorado.

Contigo me encontré en el mismo centro comercial donde estaba con Andy y mi padre; ellos ya se habían marchado y yo deambulaba por ahí esperándote. Te hiciste el misterioso al llegar, diciéndome que antes habías pasado por mi casa a dejarme una sorpresa en mi habitación; entonces yo quise ir volando a ver de qué se trataba pero me lo impediste.

Fuimos por unos helados a mi sitio favorito; ¿recuerdas la heladería de aquél centro comercial que cobraba según el peso? Agh, era lo máximo poder escoger de todos los sabores. Cada que ponía un pie allí dentro me olvidaba por completo de la estricta alimentación que debía cumplir. Recuerdo empalagarme con los toppings que tenía mi helado y subimos al tercer piso del centro comercial, donde nos entretuvimos un  rato jugando hockey de aire en la sala de videojuegos. Luego pasamos al cine a ver una película de ciencia ficción y más tarde fuimos a almorzar, dónde me convenciste de olvidar mi dieta por un día. Ingerí gran proporción de grasa en ese almuerzo. Fue exquisito, claro que sí.

Ese fue uno de los mejores días de mi vida, más que todo por la compañía. Porque aún existirán personas con las que podría hacer todo aquello, pero la compañía siempre será lo que realmente valga.

Estuviste comportándote muy extraño cuando por fin me permitiste volver a casa –yo estaba ansiosa por ver qué habías dejado en mi habitación–; cuando íbamos saliendo del centro comercial quisiste regresar porque tenías sed entonces compraste una gaseosa; hiciste que perdiéramos el bus en una oportunidad y cuando cruzábamos la plazoleta nos detuvimos a comprar un algodón de azúcar. Y sí me percaté de que revisabas mucho tu móvil pero no hice caso, pensé que solo estabas siendo muy pesado.

Pero no pude evitar quejarme cuando llegamos a casa y me arrebataste mis llaves para abrir tú.

–¿Qué va a pasar? Que eres lo mejor de nuestras vidas y te amamos. –Habías respondido tomándome el rostro y dándome un beso, después de que me quejé y con tu ahínco me hiciste retroceder varios pasos de la puerta de entrada.

Me guiñaste un ojo antes de darte la vuelta y abrir la puerta. Yo me quedé ahí de pie varios segundos, con el ceño fruncido porque no comprendía nada... hasta que te vi hacer unas señas extrañas a alguien dentro de mi casa. Troté hasta alcanzarte haciéndote un lado, pero ya todos estaban ahí y todo era perfecto.

Lo primero que captó mi atención fue el dibujo de Chat Noir pegado a la pared, junto a un feliz cumpleaños en lettering y una yo sonriente. Había globos rojos con círculos negros, una mesa con una variedad de regalos y mis mejores amigos de pie a un lado.

Una es afortunada solamente con tener a las personas que forman parte de nuestra vida, pero en momentos como ese que te hacen sentir cuán importante e imprescindible eres para ellos, es cuando te detienes a pensar que sin ellos quizás no serías tú, porque todos somos un pedacito de cada quién.

Steffanie fue la que primero corrió a mi encuentro, recuerdo, y Saory se nos aventó encima casi haciéndonos caer. Mis amigas tenían sobre la cabeza las orejitas de gato, Walter tenía un antifaz de Chat Noir y cuando Lucy salió de la cocina tenía uno de ladybug y un tutú rosa.

Los abracé a todos y cada uno, y cuándo llegué a ti, dejando lo mejor para el final, ya tenía las pestañas humedecidas a causa de la misma emoción.

–Liam, qué pesado, no sabes preparar a nadie para una sorpresa. –Me quejé contra tu hombro mi voz sonando muy quedita; tú me habías abrazado en un apretón muy cómodo.

Cuando me soltaste me limpiaste el mínimo rastro de lágrimas y me preguntaste si me había gustado todo. Ahí tomé más detalle de toda la decoración. Me habías dibujado con mi chaqueta de jeans favorita, mi cabello suelto muy largo porque ya sabía que te gustaban mis rizos así, pero la expresión en mi rostro era soñadora, feliz; había un leve rubor en mis mejillas y la sonrisa me llegaba perfectamente a los ojos, los cuales estaban abiertos y poseían un brillito hermoso.

Nunca dudé de tu talento, pero no evitaba sorprenderme cada vez más, porque un dibujo siempre era mejor que el anterior.

–Me dibujaste con los ojos abiertos...–Recuerdo haber soltado con sorpresa, porque hasta ese entonces, todos los dibujos y pinturas que habías hecho sobre mí mis ojos estaban cerrados.

Yo te tenía abrazado por el cuello mientras observábamos el dibujo que abarcaba la mitad de la pared de la sala de estar, tú me habías sonreído pícaro pero la risita que soltaste fue divertida.

–Yo amo tus ojos, Leigh, tu mirada me transmite todo lo que no sabes decir con palabras. –También recuerdo cómo me sonrojé y la sonrisa que esbozaste tras eso.

–¿Y por qué siempre me dibujas con los ojos cerrados?

–Es... no sé, sabes que no lo controlo. –Te habías encogido de hombros con simplicidad–. Creo que se debe a tus gestos... cierras los ojos cuando hueles una margarita, o un café, o el pan recién hecho, incluso los cierras para oler el chocolate cuando abres el empaque...–Ahí tu expresión cambió por una más pervertida, lo recuerdo tan bien; sonreíste con malicia y te acercaste más para decir quedito– también los cierras cuando te hago las cositas que te gustan.

–¡Shh! –Te golpeé en un hombro, sonrojada y escandalizada porque mi mamá merodeaba cerca y me preocupó que te oyera. Tú soltaste una carcajada despreocupada y me diste un sonoro beso en la mejilla.

Lucy siempre llegaba de improvisto metiéndose en medio de ambos, pero esa vez exigió fue mi atención. Cuando me agaché a su altura me tendió uno de sus ositos de peluche, al que también le había puesto un tutú.

–Es mi peluche favorito pero te lo quiero regalar –dijo con su vocecita dulce y aguda, enterneciéndome por completo allí–, tú haces que mi hermano sonría, entonces eres como mi hermana también.

–¡Eco, no! –Habías saltado tú de lo más indignado y ni me dejaste responderle–, es mi novia, Lucy, no puede ser tu hermana, es tu cuñada.

Siempre me hizo muchísima gracia como le discutías las cosas a tu hermana, quién actuaba de acuerdo a su inocencia. Eras como otro niño más al lado de ella.

Mi mamá y la tuya habían preparado unos bocadillos esa tarde, y Saory sacó una botella de vodka no sé de dónde –para esa altura ya creía que mi amiga iba a todos lados con una de esas–; habíamos estado jugando nuestro entretenimiento de siempre: verdad o reto, hasta la caída de la tarde. Cuando tocó cortar el pastel, que era de chocolate, le pedí a Lila que me tomara una fotografía de pie junto al dibujo de Chat Noir, y tú comenzaste a molestar con aquella historia de que Adrien era como tu hermano gemelo y casi sentiste que te dibujabas a ti mismo.

Y lo siento, pero sigo pensando todo lo contrario.

Esa noche de mi cumpleaños me sentí tan dichosa, afortunada y llena del amor que todos me brindaron, que estuve de empalagosa cuando los despedí a cada uno. A Steffi me costó soltarla, porque sabía que no había fecha próxima para volvernos a ver. A Lila, de quién no podía evitar estar al pendiente, volví a susurrarle otra vez de entre tantas que de favor no siguiera intentando acallar a su corazón; ella en serio me preocupaba porque se negaba a hablar, pero esa ya es otra historia. A Saory me molestaba en decirle que se portara bien, aun sabiendo que ella siempre se portaba mal. A Walter no tuve nada que decirle, él era un completo sol. Pero de ti no quería despedirme, aun sabiendo que era día de semana y no podíamos quedarnos juntos.

–Escúchame bien que no lo repetiré quién sabe hasta cuándo –Te había señalado con mi dedo en plan mamá regañona, tú habías intentado esconder una sonrisa divertida, pero de todas formas tu expresión te delató. Yo terminé por acercarme más para que sólo tú me oyeras–. Te amo bastante. Y gracias.

Había terminado por esconder mi cara en tu hombro, como siempre hacía, porque me sonrojaba y era molesto.

–¡Oh! Esto es demasiado bueno para ser cierto, va a acabarse el mundo seguramente. –Siempre, cada que yo te expresaba mis sentimientos verbalmente, tú hacías un chiste buscando molestarme. Pero sé que te encantaba–. No tienes que decirlo, ya yo lo sé. Créeme que nunca en mi vida había estado tan seguro de algo como lo estoy de nosotros y lo que sentimos.

Aquello me había motivado a abandonar mi escondite y levantar mi rostro hacia el tuyo para recibirte en un beso, porque entre tantos dones y talentos, las palabras se te daban grandiosamente.

Los últimos días fueron un sueño, una total fantasía antes de que la realidad nos golpeara. Una realidad que te empeñaste en denominar medio hermano y que fue como un huracán, o un tsunami, que arrastra todo a su paso sin importar nada.


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Este es uno de mis capítulos favoritos, aquí está descrita la cosa más preciosa y sencilla de la vida, la amistad <3 

La próxima actualización será doble porque no puedo pretender dejarlos con semejante final con el que culmina el capítulo 27, así que, en resumen, la próxima semana se viene el final.

Pueden venir con cuchillos, antorchas, guantes de boxeo, cascos, lo que quieran. Solo, porfi, vengan preparados pues no será bonito.

Les agradezco muchísimo que hayan llegado hasta aquí. Les mando besitos y nos leemos la próxima semana <3 

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