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Olivia

Ahí estoy yo. Parada frente al restaurante italiano Roma in the nigth. Observando desde el otro lado de la calle a ese chico, al que amo, pero que siempre me he limitado a expresarle lo que siento por miedo, pero lo quiero con todas mis fuerzas, era mi mejor amigo, esa persona que siempre me hubiera gustado tener a mi lado para apoyarme, para apoyarlo, para reír juntos. Pero los estúpidos sentimientos de cobardía, principalmente la inseguridad en mí misma, se interpusieron en la relación.

Él, sentado en la glamurosa mesa junto al cristal de la ventana que da a la calle, degusta el delicioso espagueti mientras sonríe a la chica con quien sale, que esta, a su vez, disfruta de un ostentoso risotto. Él luce un traje negro con corbata que jamás esperé mirar sobre su cuerpo. Y ella desfila un ligero y largo vestido color champaña que hace juego con su cabellera rubia, ella es muy hermosa, y en tal punto, no sé quién es más afortunado.

Mientras tanto, yo sigo ahí, con los pensamientos paralizados y la mente congelada, queriendo acercarme a él y expresarle a gritos todo lo que algunos varios días quise decirle, pero que nunca tuve el valor para disponerme a hacerlo. Me hallo bajo la luz amarilla de un poste —y aun así sigo siendo invisible para todos—. Y a cada momento mi vista se entrecorta por el flujo de los autos que pasan de un lado a otro por el asfalto.

Observo toda la velada, que transcurre indiferente, igual a casi todas las de las demás personas y sin nada de especial. En el centro de la mesa, una linda rosa blanca reposa en un delicado cilindro cristalino adornado con cintas rosas. Él, cortésmente se apresura a tomar la flor y entregársela a la joven en un noble acto de romántica caballerosidad.

Ella sonríe, él sonríe y yo sonrió, no porque me gusta el hecho de que ellos se la estén pasando muy bien, sino porque en algunos momentos del pasado, fui yo quien estuvo en ese lugar, el lugar de la chica, yo era para aquellos entonces, la receptora de sus lindos detalles: la que recibía caricias, abrazos, humildes y hermosos regalos como; chocolates, caramelos, rosas, dibujos de su autoría, y miradas de confianza e intenso amor que, entregaría cualquier cosa en la vida por volver a recibir una de esas miradas llenas de ilusión y carisma. Pero más allá de la linda historia existía una traba, un tonto obstáculo que no parece ser para tanto, pero fue la ruina de nuestra felicidad.

Amigos, mejores amigos, sólo eso éramos sin más. Claro que yo hubiera querido que hubiésemos sido mucho más, pero aún me odio, porque jamás he tenido idea de cuál hubiera sido su respuesta, nunca me atreví a confesarlo ¿Por qué? Exactamente por eso, me aterraba su reacción.

¿Y si no le gusto? Pensará que he confundido las cosas ¿y entonces se sentirá incomodo cuando este cerca de él y la relación se diluirá? ¿O si tal vez se ríe de mí y me cree tonta? Esas eran mis preocupaciones al respecto, aunque aun así podía llegar a pensar que lo podía encontrar como una gran idea y confesara que también me amaba, me mortificaban más las otras reacciones.

A finales del invierno del año pasado, cuando ya había pasado la navidad y esperábamos con ansias la llegada del año nuevo. Yo me reuní con él en el congelado parque (tuvimos que estar bastante arropados y yo llevé un termo con cocoa caliente), desde que terminaron las clases en el instituto Granger, no nos habíamos visto, y en todo ese tiempo yo no había dejado de pensar en él. Queríamos vernos, la verdad, no soportamos estar mucho tiempo el uno sin el otro, siempre fuimos fieles amigos de los que nunca te faltan al momento de necesitarlos.

Queríamos sentarnos en una banqueta del parque, pero estaba tan cubierta de nieve y hielo que preferimos quedarnos de pie. Al establecernos en el lugar lo primero que hicimos fue darnos un largo y cálido abrazo, en el que sentía que ni todas las tormentas de nieve podrían afectarme mientras estuviera sumergida en ese calurosamente amoroso abrazo. Después de terminar con el abrazo, pasamos a darnos regalos de navidad que no nos pudimos dar en el verdadero día.

—Bien. Yo ya tengo tu regalo listo. —Tenía los brazos atrás para mantener el regalo oculto detrás de mi espalda—. ¿Tú estás listo?

—Absolutamente —confirmó.

—Ok. Yo primero.

—De acuerdo.

—A la cuenta de tres: uno... dos... tres...

Dejé al descubierto la manzana que ocultaba en mi espalda, y reí como desquiciada cuando vi su rostro tomar un aspecto sorprendido y gracioso a la vez.

—¡Oh cielos! —Tomó la manzana en sus manos y le dio un mordisco, luego cuando masticó, dejó notar una cara de placer—. ¡Es la manzana más sabrosa que he probado en toda mi vida! —exclamó y yo me reí. Él me encantaba en todas sus formas—. Ahora es mi turno. Yo te regalo... ¡una caja!

—¿Una caja? —Sostenía entre su mano un pequeña caja cuadrada.

—Sí, mi lady. Una caja sólo para usted. —Solté una risotada. Ambos éramos iguales.

—¡Gracias! —dije mientras recibía la caja— Soy muy afortunada al recibir tan peculiar cajita.

—Toda tuya —agregó.

—Y tiene un color rosa pastel. ¡Vaya vaya! pero que bien me conoces ¿quién te conto que añoraba una cajita de este tamaño y de este color? ¿Eh?

—Lo siento. No puedo traicionar a mi fuente de información... aunque —Se acercó para susurrar— podría culpar al ratón Pérez.

—¡Ese ratón traicionero! Y pensar que le confié mis dientes —ambos soltamos una risa estruendosa.

Entonces desaté el lacito que mantenía cerrada a la caja, la abrí y noté que la caja no era el único regalo. Una delgada, brillante y hermosa cadena de oro estaba guardada dentro de ella. Me quedé boquiabierta al mirarla, era completamente hermosa y junto a ella estaba un dije de oro en forma de rosa, aún más precioso. Saqué la cadena y lo miré a los ojos, en su cara estaba instalada una sonrisa reluciente y permanecía inmóvil a la espera de mis reacciones.

—Creo que esto se le ha quedado olvidado al ratón Pérez. —Él rió por lo bajo cuando le comenté eso.

—Creo que he sido yo quien lo ha dejado olvidado —contestó.

—Ah, entonces... es tuyo.

—No. Es tuyo

—Pero tú has dicho que...

—No. Es tuyo. Ha sido comprado especialmente para ti, sólo que lo he dejado olvidado en la caja. No tenía intenciones de darte un doble regalo —bromeó—. Pero igualmente es el mejor regalo de navidad que puedo darte.

—No puedo aceptarlo... Yo te di una manzana.

—La manzana más dulce, más deliciosa y más especial que he recibido en toda mi vida.

—Sí, pero aun así... —Me quitó la cadena de las manos y se colocó detrás de mí, recogió mi cabello y me lo dio para sostenerlo—. Está bien, pero te debo un regalo ¿eh? —dije mientras me colocaba la cadena.

—No me debes nada. —Terminó de colocarme la cadena y me dio la vuelta para ponerme frente a él—. Te ves hermosa con ella —dijo y lucí una débil sonrisa.

—Gracias... aún sigo ofertando otro regalo para ti —insistí tocando el dije de la rosa de oro.

—No necesito más regalos. —Nos fundimos en otro abrazo.

Ése, por desgracia, fue el último regalo que recibí de él antes de que se fracturara la relación. Desde ese día en adelante, siempre llevé la cadena puesta. Nunca me la quitaba y algunas veces, cuando me sentía insegura, la tocaba, pensaba en él y luego respiraba profundo antes de continuar. Incluso la llevo hoy, en esta cálida noche de primavera, cuando lo estoy observando charlar en un romántico restaurante en compañía de otra chica. Incluso lo llevé aquel día, ese horrible día que marcó mi vida.

Aquel lunes de enero, cuando habíamos vuelto al instituto y almorzábamos en la cafetería en compañía de mi otra amiga, Heather. La nieve aún no se había retirado y seguíamos resguardándonos del frío. Cuando un chico, sentado en otra mesa, nos observaba de manera extraña. Noah se levantó y dijo que, iba por un jugo. En eso, Heather notó la actitud extraña de Niels, el joven moreno que nos merodeaba.

—¿Te has dado cuenta? —me preguntó Heather susurrando.

—¿Sobre qué? —respondí por lo bajo.

—Niels. Mira como nos ve.

—Me di cuenta hace un rato, pero no le di importancia —continuábamos hablando en susurros mientras dábamos miradas disimuladas a Niels.

—Escuché unos rumores de pasillo esta mañana.

—¿Y qué decían?

—Cuchicheaban acerca de que, Niels, se pelearía con Noah ¡hoy!

—¿Con Noah? ¿Y eso por qué?

—No lo sé del todo, pero creo que tiene que ver contigo.

—¿Conmigo?

—Sí.

—¿Qué diablos tiene que ver conmigo?

—Al parecer, le gustas a Niels.

—¿Y entonces eso que tiene que ver con Noah?

—Ha de saber que estas enamorada de Noah.

—¿Y cómo sabe eso?

—Todo el mundo lo sabe, eres muy obvia... y el único que no se da cuenta es Noah.

—Ok, ya deja de hacer esos comentarios, que me deprimes —exigí.

—¿De qué hablan tan calladas? —preguntó Noah incorporándose en la mesa.

Miré a Heather como si le preguntara que debía hacer, si decirle la verdad de lo que hablábamos o mentirle, porque, aunque no me gustaba mentirle a Noah, no sabía que era lo mejor. Heather comprendió mi mensaje y se apresuró a decir:

—No. Sólo hablábamos de Emily Morris, has visto lo horrible que le ha quedado el nuevo color de su cabello.

—Supongo. —Se encogió de hombros.

En el receso de ese día, Niels, se fue a los golpes con Noah. Yo sólo pude aparecer cuando la revuelta estaba finalizando, y aunque Noah nunca lo iba a aceptar, Niels le dio una buena golpiza. Me apresuré y corrí hasta él, que lo habían recién separado de Niels. La nariz de Noah sangraba, tenía un ojo morado, estaba exaltado y lleno de sudor. Mientras tanto, Niels, sólo permanecía alterado con unos cuantos y apenas visibles golpes en el rostro.

Cuando estuve a un centímetro de Noah, lo abracé fuerte y le pregunte si estaba bien, acto seguido, Noah me empujó, me apartó de él y se fue caminando solo, por la carretera fría y solitaria de camino a su casa. Yo lo seguí, corriendo, y sólo me detuve cuando estuve a su lado.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —pregunté. No respondió, tenía la barbilla tensa y su mirada permanecía inquebrantable, indiferente, furiosa—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no respondes? —Traté de tocarlo y volvió a empujarme.

—No, ¿Qué te pasa a ti? —me gritó exasperado.

—¿De qué hablas?

—De lo que hiciste allá. —Señaló el instituto—. ¿Qué pretendías? ¿Eh?

—Noah yo... —Quise acercame a él y abrazarlo, pero sólo me rechazó.

—¡Explícamelo! —me gritó mucho más fuerte.

—¡No tengo idea de a qué demonios te refieres! —contesté enojada.

—¡¿Ah no?! —gritó.

—¡No! —repliqué.

—¡Pues entonces, vete a la mierda! —soltó y se alejó.

Yo me quedé parada ahí. Desconcertada. Enfadada. Y triste. No sabía a qué se refería. Pero algo si sabía, jamás lo había visto tan enfadado y alterado así, y mucho menos conmigo. Yo volví al instituto después de que él se fuera, y sólo entonces gracias a más rumores de pasillos, me enteré por Heather, que otra chica más le había dicho que, habían escuchado a Christa Meyer y su grupo de amigas hablar con Niels, acerca de que ellas estaban "enamoradas" de Noah, al igual que él, Niels, estaba "enamorado" de mí, pero que había un problema, y era que yo estaba enamorada de Noah y la única forma de que me olvidara de él, era que Noah no quisiera verme ni en pintura, entonces cuando Niels se peleó con Noah, le mintió y le dijo que la golpiza se la propinaba yo.

Fue fácil de comprender. Un grupo de arpías que babeaban por Noah —con razones suficientes para hacerlo—, armaron todo este pleito para romper con nuestra amistad y así lanzarse a él. En cambio, no fue fácil de explicar. Noah no quiso oírme durante los días siguientes después de la pelea, y para cuando lo hizo, no me creyó:

—Es una idea tonta —dijo.

—Pero es la verdad, todo fue planeado por Christa y su grupo de imbéciles seguidoras —le aseguré.

—No tiene ningún sentido —insistió—. Y si es así ¿cuál fue la razón de que Niels se peleara conmigo? ¿Eh?

—Porque le gusto a Niels.

—Exacto, ¿eso qué demonios tiene que ver conmigo y con la pelea?

«Porque te amo, y no podré amar a nadie más como te amo a ti. Lo he ocultado por años porque amo estar junto a ti. Siempre he sentido miedo de perderte, y por eso jamás te lo había confesado, pero desde que cruzamos nuestras primeras palabras sentí esa sensación que te obliga a permanecer junto a esa persona que te hace feliz y con el tiempo desarrollé por ti eso que pude comprender que era amor, amor sincero, eso es lo que siento por ti». Quise decir eso en ese instante, pero mi cobardía volvió a agobiarme y no dije nada. Si tan sólo hubiera confesado que lo amaba, las cosas serían distintas, no sé de qué modo, pero estoy segura de que serían distintas.

—Para separarnos —fue lo que en su lugar dije.

—¿Por qué necesitaban separarnos? Sólo somos amigos ¿no? —preguntó y yo me congelé.

—Claro —logré decir—. Pero ese era su plan, no el mío, ellas son las idiotas —agregué.

—No es cierto, es demasiado absurdo. —Se negó a creerme.

—No entiendo por qué no quieres creerme. —Comencé a llorar.

—No puedo, no es cierto lo que dices —comentó frío.

—Entonces ¿por qué creerías que yo te mandaría a golpear? —Las lágrimas ya inundaban mi cara.

—Eso es lo que yo trato de entender —dijo y se alejó.

Nunca volví a hablar con él desde ese día. Una semana después, Niels me preguntó si quería ser su novia, fui lo más amable que pude y lo mandé ¡al carajo! Al poco tiempo, Noah comenzó a sentarse a la hora del almuerzo junto a Christa y su grupo de amigas y amigos "Los populares" o más los bien "Los que se creían cool." A Noah siempre le había gustado ser de nuestro grupo "Los desapercibidos" pero parecía que ahora le simpatizaba más ser uno de "Los que se creían cool."

Su vida comenzó a cambiar rotundamente, ahora era muy conocido en el instituto, tenía nuevos amigos —todos integrante del equipo de futbol— y había empezado a salir semanalmente con una chica diferente, incluso ya había salido con Christa Meyer, era todo un chico nuevo. La sensación del instituto Granger.

Mientras que yo sólo continúo con mi vida rutinaria y lo veo ahora mismo cenando, esta vez con Kate Stuart. No comprendo. No comprendo cual es el mal que he hecho para que el destino me castigue con este encuentro tan indeseado por mí.

La velada terminó. ¡Por fin! Él sale acompañado de ella y la dirige hasta la camioneta de su padre que la viene a buscar. Yo mejor desaparezco de aquí cuanto antes.

Para mí desgracia, debo cruzar la calle para poder volver a mi casa, y lo último que quiero es tener que cruzarme con él. Así que mientras él entrega la chica en el auto, aprovecho para salir de ahí. Cruzó la calle en diagonal cuidándome de un auto y pasó a la otra cera. Escucho el suave zumbido de su voz y se me parte el corazón. Aprieto los ojos con fuerza y comienzo a caminar apresurada sin siquiera pensar en voltear.

Estoy a punto de llegar a la esquina en la que podré doblar y desaparecer de una vez por todas de ese lugar, cuando escucho una voz inconfundible gritar mi nombre a mis espaldas.

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