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Una última oportunidad

MADELINE ORWELL POV

Con cada paso que daba, más me daba valor a mí misma.

Tengo que poder hacer algo en esta situación.

Tengo que poder.

Los corredores del campus se sentían interminables, cada sombra parecía susurrar mis miedos, pero no me detuve. El eco de mis pasos resonaba en mi mente, cada golpe un latido de mi resolución. La imagen de Alexandra, su calidez y su amabilidad, me impulsaba a seguir adelante.

Recordé todas las veces que había sido demasiado cobarde para actuar, todas las oportunidades desperdiciadas por miedo a enfrentar la verdad. No esta vez. No cuando estaba en juego algo tan importante. Alexandra merecía más que mi silencio, merecía la verdad, y merecía tener el control de su propio destino.

Mientras avanzaba, mis pensamientos se arremolinaban, creando un torbellino de emociones. La culpa por no haber sido honesta antes, el miedo de que ya fuera demasiado tarde, y la desesperación de saber que cada segundo contaba. Pero también había una sensación de urgencia, un impulso de no dejarla ir tan fácilmente.

—No puedo permitir que le borren la memoria —murmuré para mí misma, con los dientes apretados.

El reloj seguía avanzando, implacable. Quedaban pocas horas, y sabía que el tiempo no estaba de mi lado. Pero cada momento que pasaba también me acercaba más a ella, más cerca de arreglar las cosas. Sentí una chispa de esperanza, una pequeña llama que se negaba a apagarse.

Al llegar a la puerta del edificio donde sabía que Alexandra estaría, me detuve un momento para respirar profundamente. Mis manos temblaban ligeramente, pero no podía permitirme vacilar ahora. La imagen de su sonrisa, la forma en que su presencia me tranquilizaba, me dio la fuerza que necesitaba.

—Por ella —me dije, reafirmando mi propósito—. Por nosotros.

Empujé la puerta y entré, mis ojos buscando frenéticamente entre la multitud. Finalmente, la vi, su figura inconfundible entre los estudiantes. Sentí una oleada de emociones: alivio, miedo, afecto. Pero sobre todo, sentí la necesidad de hacer lo correcto.

Me acerqué a ella, sintiendo mi corazón latir con fuerza. Alexandra levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. En su mirada, vi la confusión y la sorpresa, pero también una chispa de esperanza.

—Alexandra, necesito hablar contigo. Es urgente —le dije, pese a tener la voz voz firme, tenía una tormenta dentro.

Ella asintió lentamente, dejando sus cosas y siguiéndome fuera del bullicio. Caminamos en silencio hasta un lugar más apartado, donde finalmente me detuve y la miré a los ojos.

—No puedo dejar que te borren la memoria. No puedo perderte de esa manera —dije de forma rápida, mi voz se estaba quebrando de poco a poco—. Hay tanto que no te he dicho, tanto que mereces saber. No he sido valiente, pero no puedo seguir siendo una cobarde.

Sus ojos se llenaron de preocupación y curiosidad, y supe que estaba lista para saber toda la verdad. Era ahora o nunca.

—Me importas mucho, Alexandra. Y no quiero perderte sin luchar.

Pero en eso...

Apareció Vlad... Vlad Blaking con otros tipos encapuchados.

¡No, no puede ser! ¡¿Qué demonios hace él aquí?!

—Les dimos una última oportunidad —habló Vlad. Con su voz tan directa y fría como siempre. —¿Y así nos lo pagan? ¡¿Sobre todo, tú Orwell?!

—¿Pero... qué hacen aquí? —espeté.

—Manten siempre presente y muy bien dentro de esa jodida cabeza tuya, a quien carajos le estás hablando. —respondió él temerario.

—Disculpe mi imprudencia... —le dije sin mirarlo.

Alexandra, iba a hablar, pues se veía enojada. Quizás por la forma en la que me trató... Y cuando me prepare para hablar. Él fue quien habló primero:

—Dejaste que todo esto pasará, porque no la marcaste como tu presa —empezó a hablar, Vlad...—¡Qué jodida es tu suerte, Orwell! ¿Tratabas de protegerla... O de protegerte a ti? Esa estúpida niña, que tanto amaste. Ya no está. Y ahora perderás a tu pareja predestinada por tu imprudencia e incompetencia.

Él no da segundas oportunidades. Y lo sé muy bien...

—Vlad, no tienes derecho a interferir en esto —respondí, intentando contener mi ira mientras miraba fijamente a los hombres encapuchados que lo acompañaban.

Alexandra parecía confundida y furiosa al mismo tiempo, sus ojos buscaban respuestas en mi rostro.

—¿Qué significa esto, Madeline? ¿Por qué... dicen eso?—preguntó ella, su voz temblando ligeramente por la mezcla de emociones.

Antes de que pudiera responder, Vlad dió un paso hacia adelante, pues toda su presencia imponente llenaba el espacio vacío entre nosotras.

—No es asunto tuyo, maldita humana —dijo con desdén, ignorando a Alexandra por completo mientras su mirada se clavaba en la mía—. Orwell, tú más que nadie, sabe las reglas. No puedes ignorar nuestras leyes y esperar a que no haya consecuencias.

Tragué saliva, sintiendo el peso de su acusación. Sabía que Vlad no estaba aquí por casualidad; él siempre tenía un propósito claro y no se detendría ante nada hasta cumplirlo.

—Esto no tiene que ver contigo, Vlad. Déjanos resolver esto entre nosotras —intenté mantener la calma, aunque por dentro estaba temblando de rabia y frustración.

Vlad soltó una risa burlona, sus ojos brillaron con malicia.

—No puedes protegerte para siempre, Orwell. Tarde o temprano, las cosas se pondrán en su lugar. Y tú, como siempre, estarás ahí para verlo una y otra vez. Sin poder hacer nada.

Las palabras de Vlad resonaron en el aire, pesadas como piedras. Sabía que no podía luchar contra él, no de la manera convencional. Pero no dejaría que se interpusiera entre Alexandra y yo, no ahora que había encontrado el valor para enfrentar mis propios miedos.

—No permitiré que te lleves a Alexandra, Vlad. No permitiré que interfieras en nuestra vida —declaré con determinación, mi voz resonaba con más fuerza de la que creía posible.

Vlad me miró con una mezcla de desprecio y ligera curiosidad, como si estuviera evaluando mis palabras y mi disposición para desafiarlo.

—Como siempre, eres una maldita insensata, Orwell, Pero ya veremos quién tiene la última palabra esta vez.

Y sin decir más, Vlad se acercó con los tipos encapuchados a Alexandra y ordenó: —Ya borrenle la memoria, de una jodida vez.

—¡No! ¡No lo permitiré! —estallé hecha una furia.

—¿En serio te piensas que una estúpida niñata como tú puede hacer algo contra nosotros? —espetó él, con una burla irónica. —¡Ya despierta de una maldita vez, Orwell! ¡Ella no volverá! ¡Y ahora perderás para siempre a la única persona o querré decir, a la segunda patética chica que te amo en este miserable mundo!

—¡Cállate! —respondí furiosa.

Me lancé volando contra Vlad, y con una fuerza arrolladora, lo estampe contra el suelo. Mis lágrimas salían, y no lo podía evitar siquiera.

¡Pero no iba a permitir que este jodido imbécil y ser miserable, hablará de lo que no sabía!

—¡Ahora! —gritó Vlad.

Y entonces, tomaron a Alexandra, y yo...

Grité que la soltarán.

—¡Sueltenla! ¡SUELTENLA!

—Despidete de todo, maldita humana —dijo el segundo líder, con una sonrisa macabra. —Despidete de Madeline y de todo lo que amaste alguna vez.

—¡NOOOOO! —grité hasta que mis pulmones se quedarán sin aire, aunque no sabía si era eso posible, no tarde mucho en descubrirlo. —¡DÉJENLA EN PAZ! ¡MALDITOS CABRONES DE MIERDA!

—¡Jajaja! —la risa burlesca de Vlad y por último, los últimos detonantes gritos de Alexa, fueron lo que me destrozaron en vida.

—¡No! ¡No! ¡No! ¡Déjenme en paz, malditos idiotas!

—¡Alexa! —grité su nombre sumida en la desesperación. Pues Vlad me tenía atrapada, y no podía hacer nada, y aunque me resistí, me dobló el cuello.

—Madeline... Yo nunca olvidaré que te amo —dijo ella, haciéndome derramar más lágrimas. —Y que te amaré. Gracias por todo. Yo... Estoy feliz, por ser tu pareja predestinada y...

No podía dejar de llorar, cuando ví por completo que le borraron la memoria.

Tiraron a Alexandra al suelo, como si no fuese nada y me golpearon.

Un segundo después, me encontraba en el suelo, desorientada y abrumada por el dolor. Los hombres de Vlad me tenían sujetada con fuerza, impidiéndome moverme. Mis manos temblaban, mis ojos ardían por las lágrimas que seguían brotando sin control. Había perdido a Alexandra, la única persona que había llegado a significar tanto para mí en este mundo desolado. Después de Rosa.

—¡Suéltenme! ¡Malditos bastardos! —grité con furia, sintiendo como mi voz se quebraba por el dolor y la impotencia.

Vlad se acercó lentamente, mirándome con su mirada fría y despiadada clavada en la mía.

—Ya es demasiado tarde, Orwell. Has elegido tu camino y ahora debes enfrentar las consecuencias —dijo con calma, aunque podía percibir la satisfacción oculta en sus palabras.

Miré a Alexandra en el suelo, inconsciente después de que le borraran la memoria. Su rostro pacífico, ajeno a todo el caos y la tragedia que la rodeaba, me partió el corazón en mil pedazos.

—Alexandra... —susurré, apenas audible entre sollozos—. Lo siento tanto...

Los hombres me levantaron con brusquedad, arrastrándome hacia la salida mientras yo luchaba por liberarme. Cada parte de mí clamaba por correr hacia Alexandra, por sostenerla y protegerla, pero estaba atrapada entre las garras de Vlad y su brutalidad.

—¿Qué demonios no lo ves Orwell? Ya no hay nada más que puedas hacer aquí —dijo uno de los hombres, empujándome hacia la oscuridad de la noche.

Me dejaron caer en el suelo, abandonada y rota. Mi mente giraba en círculos, reviviendo cada momento, cada palabra perdida, cada lágrima derramada. Sentí un vacío profundo en mi pecho, un dolor que me consumía desde adentro.

—Alexandra... —susurré de nuevo, el nombre resonando como un eco desgarrador en la penumbra.

No sabía cuánto tiempo permanecí allí, inmóvil y perdida en mis pensamientos. El mundo parecía haberse detenido, el dolor envolviéndome en una oscuridad impenetrable.

Finalmente, reuní la fuerza suficiente para levantarme. Miré una vez más hacia donde había estado Alexandra, un lugar vacío y silencioso que ahora era un recordatorio doloroso de lo que había perdido.

—Te encontraré, Alexandra. No importa lo que tarde ni lo que deba enfrentar. Te encontraré y haré que recuerdes todo lo que vivimos juntas —prometí en voz alta.

Con pasos vacilantes, me alejé del lugar donde nos habían separado con violencia. El camino por delante era incierto y peligroso, pero sabía que no podía rendirme. No mientras hubiera una posibilidad de recuperar lo que me habían arrebatado tan cruelmente.

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