¿Final feliz?
MADELINE ORWELL POV
Continúe abrazando el cálido cuerpo de Alexandra. Mientras, que también tocaba su cabello anaranjado. La extrañe tanto...
—Vámonos —dije finalmente tras haberme separado de la calidez, que me proporcionaba el cuerpo de Alexandra. —No quiero que descubran que estamos aquí.
—Conozco un lugar al que podemos teletransportarnos. Es muy seguro —comentó Elvira.
—Entonces vámonos —dije yo.
Comenzamos a caminar las tres en dirección al bosque, más específicamente, hacia el centro.
Y posteriormente, Elvira preparó su varita, lista para empezar el hechizo. Y mientras que ella se preparaba, aproveché para hablar con Alexandra.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunté realmente preocupada. Pues tengo un nudo en la garganta al imaginar todo lo que debió haber pasado...
—Ya estoy mejor. Todavía me siento mareada pero me recuperaré —dijo ella y yo sonreí. —Aunque... Me muero de sueño.
Y antes de que yo pudiera decir algo al respecto, ella se recostó en mi hombro.
Pobrecita.... De seguro no ha dormido bien...
—Descansa Alexandra —le dije mientras acariciaba su cabello anaranjado.
Y posteriormente, la cargue en mi espalda.
—Ya está todo listo —nos avisó Elvira. —Larguemonos de aquí antes de que nos atrapen.
—Sí. —dije mientras caminaba con cuidado, al círculo.
Elvira empezó a recitar frases de un hechizo antiguo. Mientras que yo, cuidaba a Alexandra.
Todo salió, inesperadamente bien.
¿Qué podría salir mal ahora?
Nada.
Sonreí mirando a Alexandra, pero cuando voltee hacia el frente, mi mirada cambió de ser reconfortante a una de repulsión, confusión y odio.
Mi sonrisa se desapareció completamente, al ver al hijo de puta, de Vlad Blaking.
No venía solo. Por supuesto que no.
Venía con más de trece vampiros, encapuchados.
—Así que encontraste a Alexa —dijo la escoria—. Bien hecho, Orwell —y dicho eso, empezó a aplaudir siniestramente.
—¡Aléjate de nosotras maldito bastardo! —le grité con rabia.
—Me temo, que eso no va a ser posible —respondió. —Tenemos mucho que discutir, Orwell y tú también, bruja sucia.
—¡A Elvira no me la llamas así, maldito infeliz! —alcé la voz hecha una furia.
El hijo de perra, comenzó a reírse sinicamente, haciéndome enojar aún más de lo que ya lo estaba.
—Vámonos Madeline —me sacó de mi trance, Elvira. —Ya rescatamos a Alexa. Ahora vámonos antes de que...
Las palabras de Elvira, fueron interrumpidas de forma abrupta, por ese miserable.
—¡No me digan que en serio creyeron que ella era su querida Alexa! —soltó una risa malvada, y casi, que de un sociopata. —Son más patéticas de lo que pensaba.
—¡Déjate de estupideces! —dije enojada, apretando los puños.
Vlad dejó de reír y una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro. Avanzó un paso, y sus ojos centellearon con una mezcla de burla y amenaza.
—¿De verdad piensan que esto ha terminado? No sean estúpidas —dijo con un tono calculadamente pausado. Hizo una señal con la mano y uno de los vampiros encapuchados dio un paso adelante, sosteniendo un pequeño objeto brillante.
Elvira frunció el ceño, reconociendo de inmediato lo que sostenía.
—Eso es... —murmuró temblando.
¿¡Qué demonios es eso!?
—Exacto, querida bruja —la nterrumpió Vlad—. Esto es un fragmento del cristal del espejo oscuro. ¿Sabes qué significa, verdad? —Su voz se volvió más seria, y llena de peligro—. Esto significa que lo que tú crees que es Alexandra, no es más que una ilusión. Una simple trampa.
Mi corazón, de alguna u otra manera, se aceleró. Apreté los dientes, sintiendo una ola de pánico y desesperación. Y miré a Alexandra, quien todavía descansaba en mi hombro, aparentemente ajena a todo.
—Estás mintiendo —dije con voz firme, aunque en realidad estaba intentando ser firme, pero me traicionaba el temblor. —¡Eres un maldito mentiroso y un manipulador de mierda!
—Ay, Madeline, Madeline... —Vlad se acercó aún más, sus palabras sonaron como un susurro venenoso—. ¿De verdad crees que sería tan fácil recuperar a tu preciosa Alexandra? Piensa por una vez en tu vida y respóndeme: ¿Por qué está tan cansada? ¿Por qué se ve tan... diferente? Y sobre todo... ¿Por qué las recuerda? Si ella, perdió todos sus recuerdos.
Elvira levantó la varita, preparada para atacar, pero Vlad alzó la mano.
—Hazlo, y este fragmento romperá la ilusión. Y su querida Alexandra desaparecerá para siempre.
Sentí una gran desesperación que me envolvía. Mi mente se llenó de dudas, y mire a Alexandra, sintiendo una punzada en su corazón. ¿Podía ser cierto lo que decía Vlad? ¿Todo había sido una cruel farsa?
Elvira, respirando con dificultad, me miró y dijo: —Tenemos que tomar una decisión, y rápido.
Asentí, mientras mi mirada se endurecía. —Si esto es una ilusión, Vlad, entonces, ¿dónde está la verdadera Alexandra? ¿Qué has hecho con ella?
Vlad sonrió, deleitándose con el tormento en mis ojos —Ah, querida Orwell, esa es una historia para otro día. Si sobreviven, claro. —Sus palabras resonaron como una sentencia de muerte en el aire pesado del bosque.
El ambiente se tensó aún más, mientras los vampiros encapuchados se preparaban para atacar. La decisión que debíamos tomar, tiene que ser rápida y concisa.
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