Prólogo
—¡Felicitaciones a todos! —hizo eco en el salón la grave voz del director— Quiero felicitar a todos los que debutaron esta esplendorosa noche. Y a todos por igual por haber acabado con sus estudios en esta prestigiosa academia musical. Les felicito a todos por graduarse, y es hora de comenzar el camino en busca de sus sueños y hacerlos realidad. Les deseo la mejor de las suertes a todos.
El salón se llenó de aplausos, gritos, risas, todo un barullo. Lleno de todos los elementos que se necesitan para despedir aquel final, en el suelo de su preciada academia. Amigos que vinieron y ahora se van, recuerdos preciosos que quedaran grabados en sus memorias. Risas, llantos, abrazos y besos era lo único que se podía observar en aquél salón que estaba decorado de una manera esplendorosa. Todos estaban ansiosos y nerviosos por lo que se venía, si, el trabajo. Pero no cualquier profesión, sino aquel por el cual despertarían cada mañana con una sonrisa en sus rostros, aquello que amaban hacer, música.
— Bien, ¡esto es una fiesta!—gritó el director muy cerca del micrófono— ¡música por favor!
Éste apuntó hacia el dj quien asintió y con manos habilidosas, hizo retumbar en todo el salón un electro que hizo gritar a todos. Luego todos estaban bailando.
Entre todo el barullo habían dos chicos, mejores amigos. Muchas de las personas que los conocían decían que podrían ser hermanos, siempre andaban juntos de aquí para allá, como uña y carne. Tenían prácticamente los mismos gustos y sabían todo de uno y del otro, nos e ocultaban nada. Ellos tenían la misma edad, disiente años, eran del grupo de los más jóvenes que se recibían en la academia. Ambos en ese momento se retorcían a carcajadas al ver como su director bailaba espantosamente la música moderna sobre la tarima donde recientemente había dado el discurso de despedida.
—JAJA. MÍRALO, ESTA LOCO— dijo entre risas el chico de cabellos rojizos, señalando con el dedo a su director.
—JAJAJAJA, NO PUEDE SER MAS IDIOTA—dijo un chico de cabello azabache tomándose del estómago— esto... esto debe de ser registrado— sacó su celular y empezó a grabar.
El otro comenzó a reír más fuerte, ya le dolían las tripas— no puedo creer que lo estés haciendo.
—Oh sí, lo estoy haciendo.
Ambos no paraban de reír. La fiesta continuó su curso. A eso de las cuatro de la madrugada, el de cabellos rojizos se llevó a su amigo a un lugar apartado, el balcón del salón.
— ¿A dónde me llevas?— pregunto gritando el otro, no se podía hablar debido a la música fuerte.
Él otro no contestó, cuando abrió la puerta una brisa fresca golpeó sus rostros. El de cabello azabache veía como el otro cerraba la puerta ahogando la música proveniente de adentro. No pudo evitar ver como la luz se reflejaba en el rostro del otro, al rato de estar distraído se dio cuenta de que tenía una expresión triste, su sonrisa desapareció.
— Adrian, ¿está todo bien?
Adrian se acercó despacio al borde del balcón, se apoyó en el pasamano mirando hacia la nada. El otro lo seguía con la mirada. Lo imitó colocándose a su lado. Adrian suspiro, agachó su cabeza y la tapó con sus manos murmurando algo entre estas.
— ¿Qué dijiste pato? No pude escuchar lo que decías—dijo divertido el otro golpeándolo levemente con el hombro.
Adrian suspiró de nuevo, apartó las manos de su rostro. Río cuando el otro le dijo su apodo, siempre lo llamaba de ese modo debido a sus finos labios.
— Sabés que podés contarme todo, ¿o tengo que recordártelo?
— Claro que no Than, es solo que...
Jonathan estaba preocupado de verdad, ya se estaba hartando de que no le dijera que pasaba. Adrian cerró los ojos, suspirando.
—Tengo que irme, ¡Tengo que irme Than!—gritó abriendo los ojos, enojado.
Yonathan, luego de escuchar esas palabras quedó paralizado, jamás se le cruzó por la cabeza que Adrian, Adri, Pato, su mejor amigo, se iría.
— ¿Pe-Pero a dónde Pato?— balbuceo preocupado, quizá Adrian estaba exagerando, no se iría tan lejos, ¿o sí?
—Ese es el problema Than. Volveré a Japón.
Esto fue como un balde de agua helada que cayó sobre Yonathan, eso no podía ser cierto. No. Después de haber compartido tantas cosas para luego irse, no era justo.
Eso fue lo que le pasaba a estos chicos, talentosos, únicos, tan únicos que una distancia podría separar sus tan fuertes vínculos, que hasta llegaron a tener un sentimiento tan fuerte que ni ellos se dieron cuenta. Eso los diferenciaba, a pesar de ser muy parecidos, tenían fracciones muy diferentes, que los identificaban en su forma exterior y de donde eran. Adrian, era de Japón, pero su padre era estadounidense, por eso vivió esos años ahí, en USA, y su nombre completo es Adrian Yamato McFarlant, su madre era japonesa por eso heredo los rasgos característicos de las personas orientales. Mientras que Yonathan, era un estadunidense de Ohio, donde nació, pero se crio prácticamente en Los Ángeles donde vivió ahí durante toda su vida con sus padres, y su nombre completo es Yonathan Alexis Black, los Black tenían una empresa inmobiliaria reconocida en Los Ángeles, a veces podía conocer a uno que otro famoso.
Yonah reaccionó, colocó ambas manos a los costados del rostro de su amigo que estaba sollozando.
— ¿¡Por qué deber irte!? ¿Qué pasa contigo?, aquí tienes las mejores oportunidades para dar lugar a tu estilo musical, además hablas inglés ¿Qué es lo que no me has contado? —dijo desesperado Yonathan, y con una voz algo quebrada al tratar de evitar que unas lagrimas salgan de sus orbes celestes.
—Estuve mucho tiempo alejado de mi madre, además, no te lo dije— cruzó mirada chocolate con la de Yonah— Aprobé todos los exámenes hace más de un mes—eso sorprendió al otro— fui obligado por el director, ya que decía que era demasiado talentoso y ya estaba preparando un contrato con una prestigiosa disquería de Japón. Y no tuve otra que aceptar. O si no, adiós a la oportunidad. Pero me dio el permiso de quedarme aquí un tiempo más—tomó las manos de Yonah, presionándolas sobre su rostro. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.
Entonces era eso, ya sabía porque se salteaba tanto las clases el último mes y a veces desaparecía sin decirle nada de la habitación que compartían. ¿Por qué no me lo dijo? Así sería más fácil superar esto, y no estaría con un nudo en la garganta como ahora. Este secreto fue horrible y Yonah sentía como un cuchillo se retorcía en su pecho.
— ¿Por qué no me los dijiste? —preguntó Yonah algo enojado. Apartó sus manos del pálido rostro del otro.
—Traté, pero el director no me lo permitió. Dijo que si le decía a alguien más, me costaría ya que era una oferta nada más que para mí.
Luego de esto, Adrian bajó la cabeza totalmente decepcionado de sí mismo, ya no vería a su amigo. La amistad que habían construido en esos cuatro años fue demasiado especial como para olvidarla así como así. Luego sintió unas manos en ambos hombros seguido de un abraso que hizo que abriera los ojos como platos. Yonah lo estaba abrazando, se sorprendió por aquel acto. No era normal de Yonah abrazar a alguien, siempre le costaba expresarse con muestras de cariño. Aquello provocó que por alguna razón su corazón de golpeteos contra su pecho. Le devolvió el abrazo, hundió su rostro en su cuello oliendo su aroma a menta. Se quedaron un buen rato así, hasta que Yonah habló.
— No importa, ya está bien. Pero... ¿Cuándo te irás? – Pregunto Yonah aferrándose a su amigo.
—En un par de días, tengo que irme lo más rápido posible si quiero tener éxito con esas personas—dijo sollozando Adrian.
—Bien, entonces disfrutemos esta noche con los muchachos y pasémoslo bien este par de días antes de que te vayas— trató de animarlo Yonah, limpió las lagrimas.
—Está bien—sonrió—, eres mi mejor amigo. Te quiero.
—Y yo a ti.
Ambos sonrieron. Aquella noche fue memorable, rieron, bailaron y cantaron a más no poder. De aquella manera recodaron su última noche en la academia.
Los siguientes días estuvieron más juntos que nunca, acordaron seguir hablando por internet o simplemente por teléfono haciendo llamadas internacionales, con tal de no separarse. Hasta que llego el día.
Yonathan lo acompañó al aeropuerto, por prima vez conoció a la madre de Adrian de quién tanto hablaba. Era una hermosa mujer oriental de cabello negro carbón y ojos negros. El padre de Adrian era un hombre alto y apuesto de ojos marrones pero también cabello negro. El padre se despidió de su hijo y luego Yonathan se despidió de su mejor amigo. Casi se le escapan las lágrimas al aferrarlo entre sus brazos, era como si quisiera que su aroma quedara impregnada en su ropa. Luego lo vio irse por aquel pasillo que los llevaba al avión.
Luego de eso se fue corriendo hacia el gran ventanal donde se puede observar como parten los aviones hacia aquel cielo azul del mismo color que sus ojos. Vio partir el avión, y vio partir algo de su interior con él, no sabía que era pero, era algo muy importante y especial.
Y durante todos esos años de sintió estúpido al no confesar aquellos sentimientos extraños que le recorría el interior de su ser. Durante cuatro años no apreció nuevamente su mirada. Y así se sentía, así se sintió, solo y amargado a pesar de estar con unos buenos amigos e iniciar una banda.
Lo observaba en esos programas grabados de Japón, en secreto, cada vez tenía más éxito en su país. Cada vez que lo veía sonreír, el corazón le daba un vuelco. Extrañaba el sonido de su risa rabotar en sus oídos y el color chocolate de aquellos hermosos ojos. Cada vez era más talentoso y famoso, ya tenía una banda con cuatro integrantes más. Él, en cambio, aún no tenía una banda estable, pero ya estaba en progreso y al menos lo reconocían. La fama de Adrian creció tanto que hasta los demás países los conocían, y así resurgieron. Luego volvió a ignorar todo lo que hacía, ya no le interesaba, lo ignoró durante dos años, y ya ni sabía que era de su vida, dejaron de contactarse hace más de tres años y eso que habían prometido seguir en contacto. Creo que demasiado trabajo se le hacía imposible contactarse.
Hasta que llegó el día en que recibió esa llamada, que le avisaba que se encontraría con aquella persona que evitó durante cuatro años, más bien la persona que lo evitó cuatro largos años.
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