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Capítulo 17: Una Promesa en la Tormenta

Capítulo 17: Una Promesa en la Tormenta

Me desperté temprano, decidido a visitar a Sarah. Aún sentía el peso de la conversación con Yael de la noche anterior, pero necesitaba ver a Sarah, asegurarme de que estaba bien. Al llegar a su casa, toqué la puerta con cierta ansiedad. Sin embargo, en lugar de ser recibido por Sarah, fue el Señor Carrasco quien abrió. Su expresión era fría y su mirada, llena de furia.

—No vuelvas a acercarte a mi hija —dijo, su voz resonando como un golpe.

Me quedé paralizado, incapaz de entender. —¿Señor Carrasco...? ¿Por qué?

—Porque la dejaste sola —espetó. —La abandonaste para que fuera a esa casa de raíces hebreas. ¿Sabes cómo regresó? Destruida. No quiero verte cerca de ella otra vez.

Sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies. Intenté explicarme, pero él no me dio oportunidad.

—Y dile a tu madre que está despedida —añadió con un tono cortante antes de cerrar la puerta en mi cara.

Me quedé allí, inmóvil, el corazón roto. La familia Carrasco había sido una extensión de mi propia familia, y ahora... ya no era bienvenido. Más aún, tendría que decirle a mi madre que había perdido su trabajo, todo por mi culpa. Con el peso del mundo sobre mis hombros, me alejé lentamente de la casa.

Encontré refugio en un callejón, donde me dejé caer al suelo y rompí en llanto. Las lágrimas caían libremente, una mezcla de tristeza, culpa e impotencia. Pero entonces, algo en el rincón del callejón llamó mi atención. Una figura con moretones en el rostro, acurrucada contra la pared. Me acerqué, y mi corazón dio un vuelco al reconocer a Tristán.

—Tristán... —susurré, alarmado. —¿Qué te pasó?

Tristán no respondió de inmediato, pero cuando extendí mi mano, la tomó con una mezcla de resignación y desesperación. Lo ayudé a levantarse y, en silencio, comenzamos a caminar hacia mi casa. No intercambiamos palabras, pero sentí su dolor, su sufrimiento.

Al llegar, lo llevé directamente al baño. —Puedes ducharte aquí —dije suavemente, señalando el baño. —Te daré algo de ropa.

Tristán observó la casa con detenimiento, deteniéndose en el altar santero de mi madre. Sus ojos se llenaron de una curiosa mezcla de sorpresa y comprensión, pero no dijo nada. Entró al baño y cerró la puerta detrás de él.

Me quedé afuera, esperando. El sonido del agua corriendo me ofrecía un extraño consuelo. Cuando finalmente salió, llevaba puesta una bata vieja. Le ofrecí algo de mi ropa, y aunque claramente era ropa de chico, la aceptó sin vacilar.

Esperé fuera de mi habitación mientras se cambiaba, pero el sonido de su llanto me hizo entrar sin pensar. Allí estaba, frente al espejo, con las lágrimas cayendo por su rostro.

—Soy un chico... soy un chico... —susurraba una y otra vez, como si intentara convencerse a sí mismo.

—Tristán... —me acerqué lentamente, pero él me rechazó, alejándose.

—¡No me toques! —gritó, su voz llena de dolor.

Me quedé a una distancia prudente, dándole su espacio. Finalmente, con una voz temblorosa, comenzó a hablar.

—Mis padres me echaron de casa —confesó, con la voz quebrada. —Solo por ser quien soy. Por ser trans. —Sus ojos se llenaron de rabia al mirarme. —¿Y tú? ¿Por qué me ayudas? Siempre te traté mal. ¡Siempre! ¿Por qué?

Tragando el nudo en mi garganta, respondí lo único que sabía con certeza. —Porque es lo correcto.

Nos miramos en silencio, el peso de sus palabras aún flotando en el aire. Lentamente, me acerqué y lo abracé. Al principio, se tensó, pero luego se relajó, dejando que el abrazo lo envolviera.

—Puedes quedarte aquí —dije suavemente. —Te ayudaré. No estás solo.

Sabía que con mi madre sin trabajo, las cosas serían difíciles. Pero estaba decidido a ayudar a Tristán. No importaba lo que se interpusiera en nuestro camino, lo superaríamos juntos.

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