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Capítulo 3: La transformación y un nuevo comienzo

Capítulo 3: La transformación y un nuevo comienzo

Mi padre siempre fue un hombre serio, alguien que rara vez mostraba sus emociones. Pero después de lo que ocurrió con Benjamín, todo cambió. Era como si hubiera llegado a la conclusión de que el mundo no era un lugar seguro para mí, y que él debía hacer algo para protegerme.

La transformación comenzó poco después de mi décimo cumpleaños. Esa mañana, mamá me despertó temprano, con una sonrisa que se veía más nerviosa que alegre.

—Hoy vamos de compras, Sarah. Tu papá quiere venir también —dijo, tratando de sonar animada.

Era raro. Mi padre nunca venía con nosotras a comprar ropa. Algo no me cuadraba, pero no dije nada. Me vestí rápidamente y bajé al auto. Durante el camino, mis padres apenas hablaron. Mi madre se retorcía las manos, y mi padre mantenía la vista fija en la carretera, con esa expresión fría y calculadora que siempre tenía cuando algo importante estaba en su mente.

Cuando llegamos al centro comercial, pensé que íbamos a entrar a una tienda de ropa como siempre. Pero, en lugar de eso, papá nos llevó directo a una estética. Fue entonces cuando entendí que aquel no sería un día normal.

—Vamos a cortar tu cabello, Sarah —dijo papá con su tono firme, como si no fuera algo negociable.

Me quedé helada.

—¿Qué? ¡No quiero! —respondí, dando un paso atrás y cubriendo mis rizos con las manos como si fueran un tesoro que alguien estaba a punto de robarme.

—Es por tu bien —insistió él, cruzándose de brazos—. Será más práctico, más seguro… más apropiado.

Mamá no dijo nada, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Me miró como si quisiera intervenir, pero al final solo se quedó en silencio.

—¡No soy una muñeca para que me cambien como quieran! —grité, sintiendo que el enojo se mezclaba con las ganas de llorar.

—Sarah, no se trata de lo que quieras ahora. Se trata de lo que es mejor para ti —respondió papá con calma.

No tuve más opción. Me senté en la silla, con el corazón encogido mientras la estilista tomaba unas tijeras y comenzaba a cortar. Mis rizos dorados cayeron al suelo uno por uno. Cuando terminó, casi no me reconocía. Mi cabello, antes largo y brillante, ahora era un corte corto y simple, que me hacía parecer un niño.

—Es perfecto —dijo papá, asintiendo con aprobación.

Pero yo no me sentía perfecta. Me sentía como si hubieran arrancado una parte de mí.

El día no terminó ahí. Después de la estética, papá nos llevó a una tienda de ropa. Tiraron todos mis vestidos y los reemplazaron con jeans, camisas sueltas y sudaderas grises. La ropa era incómoda, apretada, y hacía que me sintiera atrapada. Me miré en el espejo del probador y casi no reconocí a la niña que me devolvía la mirada.

—Pareces un chico adolescente —comentó mamá, con una sonrisa rota, mientras me alisaba la ropa.

No dije nada. No me gustaba mi nueva apariencia, pero tampoco quería discutir más. Por alguna razón, entendía que esto era importante para mi padre, que era su manera de protegerme. Aunque en mi interior, pensaba que no necesitaba que nadie me protegiera. No era una muñeca frágil.

Aun así, incluso con mi nueva apariencia, era evidente que seguía siendo una niña bonita. Mi rostro no había cambiado, y mi cabello, aunque corto, seguía teniendo ese tono dorado que parecía llamar la atención de todos.

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El primer día de clases en la escuela Llama Perpetua fue diferente a cualquier otro. Desde el momento en que cruzamos la entrada, sentí que este lugar no era como los demás. El edificio era enorme, con paredes blancas impecables y jardines perfectamente cuidados. Todo olía a nuevo.

La profesora jefe nos recibió en la entrada de la sala de clases. Era una mujer alta y amable, con una sonrisa que parecía genuina.

—Niños, hoy tenemos dos nuevos compañeros —dijo al entrar al aula—. Sarah e Isaac, por favor, párense al frente y preséntense.

Isaac y yo nos miramos. Podía notar que él estaba incómodo. Siempre había sido más tímido que yo, y ahora, en este colegio lleno de niños de familias ricas, parecía sentirse fuera de lugar. Le sonreí para darle ánimos.

—Soy Sarah, y él es mi amigo  Isaac —dije con una voz dulce, mientras Isaac se limitaba a asentir.

La clase nos observó en silencio, sin risas ni burlas. Fue… extraño. No estaba acostumbrada a esa calma, pero fue un alivio.

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En las semanas siguientes, me sorprendió lo rápido que hice amigas. La primera fue Jazmín. Nos conocimos en la psicóloga escolar, aunque no necesitábamos palabras para reconocernos. Desde el primer momento, supe que era autista, como yo. No porque fuera extraña, sino porque había algo en ella que me resultaba familiar.

Jazmín era completamente opuesta a mí. Era callada, seria, y tenía esa mirada fría que hacía que los demás se mantuvieran alejados. Pero yo no. Yo decidí que quería ser su amiga.

—¿Por qué me sigues? —me preguntó una tarde en el recreo, mientras yo caminaba a su lado.

—Porque me caes bien —respondí, sonriendo.

Ella frunció el ceño, pero no se alejó. Poco a poco, nos volvimos inseparables, aunque nunca la vi sonreír. Yo tampoco la presionaba.

Mi segunda amiga llegó de una forma más inesperada. Una tarde, mientras caminábamos por los pasillos, vimos un cartel pegado en la pared que anunciaba clases de Biblia en la biblioteca.

—¿Por qué habría clases de Biblia si ya tenemos de religión? —preguntó Jazmín, con ese tono seco que siempre usaba.

—No sé, pero quiero ir —respondí, arrastrándola conmigo.

En la biblioteca conocimos a Cristal, una chica mayor que nos recibió con una sonrisa cálida. Era la encargada de enseñar.

—Bienvenidas. Pueden sentarse donde quieran —nos dijo.

Esa tarde, me quedé escuchándola con atención. Cristal hablaba de la Biblia de una manera diferente a la que yo estaba acostumbrada. Sus palabras tenían un aire elegante y entretenido, como si estuviera contando historias mas cercanas y no textos con miles de años . Jazmín parecía aburrida, pero yo estaba fascinada.

Desde entonces, comencé a ir todas las tardes a las clases de Cristal. Aunque a Jazmín e Isaac no les interesaba tanto, solían acompañarme.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que el mundo podía ser un lugar amable.

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Tags: #autismo