| -Capítulo 8: Rame Tep- |
Mientras caminaban aquella noche por las calles londinenses, la tela que había encontrado la joven estudiante de cabello carmesí era de hecho de origen egipcio, tal y como Sherlock había logrado averiguar. Por lo visto contenía infinidad de hebras torcidas y entramadas que lo llevaron a aquella conclusión. Cora se percató gracias a sus poderes deductivos que la tela estaba manchada de parafina, la cual se fabricaba exclusivamente en Froggit & Froggit, un almacén situado en el barrio londinense de Wapping, una zona que tenía muy mala fama por sus oscuros callejones y sus poco transeúntes. Según los rumores, muchos asesinatos y violaciones se habían sucedido en aquel lugar, por lo que el joven sociópata de cabello castaño tuvo sujeta la mano izquierda de la joven de ojos escarlata en todo momento (habiéndose ésta asegurado de colocarse sus lentes de contacto marrones). Aquella oscuridad le provocó una leve jaqueca, flashes de aquel lugar llamado Baskerville apareciendo en su mente, todo su cuerpo comenzando a temblar.
–¿Estás bien? –preguntó Sherlock, notando cómo la mano que sujetaba a suya temblaba incontrolablemente–. Estás temblando –indicó, deteniéndose tras bajar unas escaleras en un callejón, colocándose frente a ella.
–S-sí, solo que... –comenzó a decir ella, intentando controlar su temblor al hablar–. Creo que sería mejor volver mañana, cuando haya más luz –logró decir, agachando su rostro, avergonzada por lo que Sherlock seguramente definiría como cobardía.
–Cora, no podríamos volver de día –le dijo–. Si alguien me viese a la luz del día pondríamos en peligro todo el caso, ¿lo comprendes? –inquirió, sus ojos azules-verdosos contemplando el rostro agachado de su compañera, antes de estrecharla contra su pecho, abrazándola–. No temas. No pienso dejar que te suceda algo...
–Sherlock... –murmuró Cora mientras sentía su pulso incrementarse–. Gracias.
Continuaron caminando por aquel callejón hasta llegar a la puerta que conducía al interior de la tienda de Froggit & Froggit, que, como era de esperarse, estaba cerrada a cal y canto. La pelirroja observó la cerradura y tras despojarse de una horquilla de su pelo, se agachó y comenzó a forzar la cerradura. Sherlock la observaba con orgullo y al mismo tiempo algo de sorpresa.
–No he sido siempre una chica buena, Holmes. A veces hay que portarse mal para sobrevivir –le dijo antes de guiñarle un ojo, logrando abrir la puerta–. ¡Et voilà! –sentenció en francés antes de sonreír, levantándose del suelo con la ayuda del joven detective en ciernes.
–Bien hecho –la alabó, besando su mejilla con afecto–. Entremos –indicó con impaciencia, siendo detenido por la mano derecha de la pelirroja en su brazo derecho, girándose para mirarla–. ¿Qué sucede?
–Sherlock, piensa con claridad: ¿y si el asesino está dentro? –le preguntó–. ¿Qué vas a hacer? No creo que unas clases de esgrima te ayuden si se trata de un combate cuerpo a cuerpo, Holmes.
–Y por eso practico baritsu –sentenció con una sonrisa pícara el joven, besando su frente–. No te preocupes, si el asesino está aquí, me presentaré –afirmó con un tono sereno–. Y te protegeré sin duda.
"O seré yo la que tenga que protegerte a ti, pedazo de idiota", pensó la pelirroja, nada deseosa de exhibir sus habilidades especiales, las cuales habían aparecido por primera vez hacía cinco largos años. Con calma, suspiró y entró al edificio siguiendo a Sherlock, quien parecía como un niño el día de Navidad.
Todo el interior de la tienda estaba repleto de esculturas y objetos varios procedentes del Antiguo Egipto, seguramente, habiendo sido importados desde excavaciones en las tumbas faraónicas del Valle de los Reyes. Toda la tienda se encontraba en plena oscuridad, aunque por suerte, ambos estudiantes tenían sus teléfonos móviles a mano, encendiendo las linternas para alumbrar el suelo que pisaban, y así no tropezar. Bajaron las escaleras hacia un piso inferior. Las tablas de madera del suelo chirriaban debido a su antigüedad, y alguna de ellas ya estaba desgastada, por lo que sin quererlo, la joven de piel sonrosada y cabellos carmesí, tropezó con una de ellas, cayendo al suelo. Por suerte para Cora, Sherlock estuvo atento y logró sujetarla en sus brazos, ambos intercambiando una intensa mirada por unos instantes, hasta que él decidió darle un pequeño beso en los labios para calmarla, separándose a los pocos segundos. Continuaron investigando el interior de la tienda, donde la pelirroja, siendo una gran fan de la cultura egipcia, reconoció al momento varios bustos de Ramses II y Akenatón, el llamado Rey Hereje. De pronto, ambos universitarios se toparon de bruces con una pirámide que estaba instalada en aquel especie de sótano. En su superficie había grabados extraños símbolos que no lograron descifrar.
–Me temo que esto parece la punta del iceberg, Cora –mencionó Sherlock mientras escudriñaba con sus ojos la pirámide.
En un momento dado, el rechinar que habían escuchado en todo momento por los tablones del suelo que se estaban desprendiendo dio paso a un estruendoso resquebraje, el cual se originó bajo sus pies, provocando que cayesen al piso inferior, deslizándose por la superficie de la pirámide egipcia, cuya punta era lo que habían logrado ver en la tienda. Mientras se deslizaban y caían con gran velocidad, Cora se abrazó al joven de cabello rizado y color castaño, quien la sujetó con firmeza para que no se hiciera daño. Cuando llegaron a la base de la pirámide, Sherlock cayó al suelo de espaldas, con la pelirroja de ojos castaños sobre su pecho. Intentó levantarse, comprobando que la muchacha parecía haberse quedado sin sentido, por lo que, tras levantarse la tomó en brazos, acariciando su mejilla con suavidad para despertarla.
–Cora... Vamos, despierta –dijo en un tono algo preocupado mientras continuaba acariciando su mejilla. La muchacha que tenía en sus brazos abrió sus ojos poco a poco.
–Lo siento, creo que me he golpeado la cabeza al caer... –se disculpó, tocando la parte izquierda de su sien, donde, al retirar la mano, algo de sangre comenzó a brotar, Sherlock apresurándose en presionar un pañuelo que llevaba convenientemente guardado contra la herida–. Auch...
–Lo siento –dijo él en un tono serio, concentrando sus hermosos orbes azules-verdosos en la herida–. Es la única forma de parar el sangrado.
–No –negó ella, posando su mano en la que él tenía presionando el pañuelo contra le herida–, quería decir: gracias por evitar que me hiciese más daño...
–No hay de qué –replicó él con una sonrisa suave–. Ya te he dicho que no pienso permitir que te pase algo malo. Y... No pienso permitirlo mientras esté contigo.
Cora se levantó del suelo con ayuda del joven detective en potencia, tosiendo debido al polvo que se había instalado por la rotura de las tablas del suelo superiores, que ahora eran el techo de aquella enorme estancia en la que se encontraban.
–Desde luego esto es un descubrimiento muy interesante –sentenció el universitario de ojos azules-verdosos.
–Sherlock, ¿escuchas eso? –preguntó Cora, de pronto algunos cánticos haciéndose audibles para ambos, unos cánticos que parecían ser proferidos en otro idioma. El muchacho de cabello rizado asintió tras mantenerse unos segundos en silencio–. Tiene que haber un pasillo que conduzca hacia el interior –indicó, comenzando a caminar, ahora curiosa por aquel cántico que parecía ensimismarla, encontrando una puerta secreta en uno de los laterales de la pirámide–. ¡Sherlock, por aquí! –le gritó con entusiasmo, el joven corriendo hasta ella, pues la había perdido de vista.
–No vuelvas a hacer esto –sentenció el joven, tomando su mano–. Por un momento pensaba que te había ocurrido algo –la regaño en un tono serio.
–Lo siento... Solo quería investigar y descubrir al culpable de todo –replicó ella, algo cohibida por la mirada intensa y el regaño de Sherlock, sin embargo, éste alzó su rostro por el mentón, besando su frente y sus labios.
–No te preocupes –le quitó importancia, atravesando con ella aquella entrada secreta que había descubierto la pelirroja, caminando por su interior: se trataba de una galería, un pasillo en el interior con paredes de ladrillo negro.
En el propio interior de la pirámide encontraron unas escaleras, las cuales decidieron subir con calma, encontrándose de pronto con que parecían hallarse en el interior de una gran escultura, concretamente en su cabeza, con dos orificios que podían ser perfectamente los nasales. Ambos intercambiaron una mirada intrigada y cautelosa, caminando hacia los orificios, colocándose frente a ellos.
–Es una especie de templo –murmuró Sherlock mientras observaba la estructura del lugar.
–Es como si se tratara de aquella estancia en las tumbas de los faraones: la cámara funeraria –comentó la pelirroja mientras observaba la escena que se desarrollaba frente a ellos: toda la estancia estaba iluminada con antorchas, en las columnas escrituras en jeroglíficos antiguos, aquellos pertenecientes a la secta del Rame Tep llevando túnicas ceremoniales.
Había quizás unos ochenta si no más practicantes de aquella religión pagana del Rame Tep en esa estancia. Frente a todos ellos, en un pasillo que se había abierto al dejar un espacio entre dos grupos de fanáticos, había un pequeño sarcófago de oro puro, aunque éste no tenía una momia en su interior. De hecho, estaba vacío y no poseía cobertura alguna. De pie frente a aquella especie de sarcófago, se encontraba un hombre vestido con una túnica ceremonial de color blanco, color usualmente reservado en el Antiguo Egipto para los sacerdotes del templo. El sacerdote llevaba una cabeza de chacal negro que ocultaba su rostro, como si se tratara del propio Osiris, el dios de los muertos. Mientras los cánticos continuaban, Sherlock se levantó, alejándose del orificio.
–Voy a acercarme para verlo mejor –sentenció, antes de que Cora tomase su mano.
–Ten mucho cuidado –dijo en un tono suave, recibiendo un beso por parte del joven castaño.
–Lo tendré –aseguró él con una sonrisa–. Volveré en unos minutos. No te muevas de aquí –demandó con una voz seria, antes de desaparecer por un pasillo adyacente.
Cora volvió su vista entonces a la enorme sala de ceremonias que tenía frente a ella, de pronto la atención de sus ojos siendo captada por una ceremonia que se estaba celebrando justo debajo de ella: parecía que varios miembros del Rame Tep estaban momificando a alguien. Era una muchacha de quizás su misma edad, de cabello rubio y ojos azules. Se encontraba increíblemente quieta, como si estuviera muerta de verdad. Cuando terminaron de momificarla por completo, la alzaron en una camilla construida con madera, transportándola con los hombros hasta el sarcófago de oro frente al sacerdote. Por su parte, Sherlock había logrado bajar a la cámara funeraria, ocultándose tras las columnas del templo para observar lo que sucedía, siendo posible que la pelirroja lo observe desde lo alto. Los adeptos del Rame Tep colocaron en ese instante a la muchacha momificada dentro del sarcófago de oro. Sherlock logró arrebatarle, gracias a su habilidad con las manos, una pequeña bolsa que tenía atada en un cinto a uno de los guardianes del templo. Una vez depositada la joven en el recipiente de oro, los guaridas que la habían transportado se quedaron en los desniveles junto a éste, observándolo sin que ninguna emoción se trasladase a su rostro. De pronto, los sagaces ojos de la joven de cabello carmesí se percataron de que en la estatua que había sobre el sacerdote había un gran contenedor con lo que parecía ser una resina especial para momificaciones, la cual estaba ardiendo. El sacerdote alzó los brazos y la resida comenzó a caer desde la boca de la estatua, comenzando a caer sobre la muchacha envuelta en vendas, quien de inmediato comenzó a gritar por el dolor y la imposibilidad de moverse. Aquello aterrorizó a Cora, quien no tuvo más remedio que apartar la vista, pues sabía que no había nada que pudieran hacer por evitarlo. De pronto, el tono de voz barítono del detective en ciernes se alzó por encima de los cánticos, lo que la hizo palidecer.
–¡Basta! ¡Está viva!
Todos los miembros del Rame Tep dejaron de entonar cánticos en aquel mismo instante, volviendo su vista hacia el dueño de la voz. La pelirroja de ojos marrones suspiró y maldijo por lo bajo al escucharlo. El sacerdote se volvió hacia él tras haber tensado dos cuerdas que acabaron por envolver a la momificada chica en resina, ya habiéndose ahogado sus gritos, indicando su posible y casi segura muerte.
–¡Cogedlo! ¡Que no escape! –exclamó, la voz siendo distorsionada en cierta manera por la cabeza de chacal que llevaba, pero que de cierta forma era familiar para Cora, sus ojos entrecerrándose para intentar recordar dónde había escuchado un tono de voz similar a aquel.
Los adeptos del Rame Tem sacaron sus cimitarras de sus vainas, comenzando a perseguir al joven Holmes, quien de inmediato echó a correr, internándose en los pasillos, logrando al fin reunirse con la pelirroja, quien corrió a su encuentro, saliendo ambos por la entrada secreta que había descubierto la de ojos marrones. Tras salir del interior de la pirámide, ambos universitarios comenzaron a correr como si los persiguiera el diablo en persona, intentando buscar una salida. Los dardos venenosos del Rame Tep comenzaron a ser lanzados por las cerbatanas, casi alcanzando a Cora y a su compañero de aventuras, logrando evadirlos por poco.
Lograron salir a las heladas calles de Londres, las cuales estaban ahora cubiertas por una fina capa de nieve. Ambos corrieron y corrieron hasta que las piernas les dolieron por el esfuerzo, con Sherlock asiendo de la mano a la joven que intentaría proteger por todos los medios a su alcance, internándose en el cementerio de Londres. Una vez dentro, corrieron entre las lápidas y los tenebrosos árboles, siendo en cierta manera ocultados por la niebla que naturalmente daba un aspecto tétrico a aquel lugar al que jamás se habrían acercado de no haber sido una emergencia. En un momento dado, la mano que sujetaba la de la pelirroja se aflojó, siendo ambos separados en aquel inhóspito paraje, con Cora intentando ocultarse tras una de las lápidas. De pronto, sintió un agudo dolor en el cuello, desvaneciéndose en el suelo embarrado del cementerio. Por su parte, Sherlock continuó corriendo, percatándose de la falta de calidez en su mano, dando media vuelta y no encontrando a su pelirroja allí. Sintió de pronto la sensación punzante de una aguja en su cuello, quitándose el dardo que acababa de clavarse en su piel.
–¿¡Cora!? ¿¡Me oyes!? –comenzó a gritar, caminando para intentar encontrarla. De pronto escuchó un grito femenino que resonó en todo el cementerio, procediendo a correr en su dirección.
–¡No! ¡Basta! –gritaba la pelirroja, ahora reviviendo aquellos horribles momentos en los que tuvo que contemplar los cuerpos de sus compañeros del orfanato desmembrados, éstos alzándose y volviendo a la vida, enterrándola en una piscina de sangre–. ¡Dejadme! ¡Basta!
–¡Cora! –exclamó Sherlock al fin encontrándola en el suelo del cementerio, tomándola en brazos y zarandeándola para despertarla de aquella vívida pesadilla producida por el dardo del Rame Tep. Sherlock se despojó de la bufanda que llevaba al cuello, la cual el había tejido ella, atando sus manos para que no se lesionase–. ¡No es real! ¡Es una alucinación! –continuaba gritando mientras la zarandeaba–. ¡Despierta!
De pronto, sin que pudiera evitarlo, el rostro de Sherlock se vio atraído por la puerta de una cripta, a la cual comenzó a caminar, entrando en ella. En su interior, el joven de ojos azules-verdosos se encontró con su hermano Mycroft, quien lo observó con desprecio antes de señalar la figura de una sollozante mujer. Sherlock se percató de que se trataba de su madre. Intentó acercarse a ella pero le fue imposible, pues sus piernas no se movían.
–¡Ha sido culpa tuya, Sherlock! ¡Eres la deshonra de la familia! –exclamó Mycroft con un tono acusador–. ¡Es culpa tuya que nuestro padre esté muerto!
–No, Mycroft, yo no... ¡No era mi intención! ¡No ha sido culpa mía! –exclamó, intentando defenderse, las lágrimas comenzando a caer por sus mejillas.
–¡No solo él! –exclamó la voz airada de Mycroft–. ¡También ella ha muerto por tu culpa! ¡Por culpa de tu deseo estúpido de convertirte en detective! –señaló entonces un cuerpo inerte cerca de su madre: era el de la pelirroja.
–¡No! –gritó el joven–. ¡Cora, no! –continuó, de pronto negando con la cabeza–. ¡No, no, no! ¡Esto no es real! –profirió en un tono de voz grave, saliendo de la cripta antes de correr hacia la pelirroja, quien ya parecía haberse calmado e intentaba desatarse las manos–. ¡Cora...! –la abrazó contra él, soltando sus manos y colocándose la bufanda en su cuello–. Me alegro tanto de que estés bien...
–Sherlock –lo llamó ella, quien aún parecía afectada por lo que fuera que había visto. De pronto, la joven universitaria de ojos marrones se hizo a un lado, asiendo a Sherlock, atrayéndolo hacia ella–. ¡Cuidado! –exclamó, otro dardo del Rame Tep clavándose en una lápida que estaba en el lugar que hacía unos segundos estaba tras ellos.
Ambos jóvenes universitarios corrieron de nuevo por el cementerio, esta vez el rizado ejerciendo un agarre aún mas fuerte sobre la mano de Cora, pues no quería volver a separarse de ella tras lo ocurrido, aquel miembro del Rame Tep aún persiguiéndolos. En un momento dado llegaron a un callejón sin salida, donde Sherlock se colocó frente a la joven de ojos castaños, protegiéndola del atacante. El adepto alzó su cimitarra, dispuesto a acabar con la vida de ambos estudiantes, con la joven de cabello carmesí preguntándose si debía arriesgarlo todo y usar sus habilidades para salvar sus vidas. De pronto, un disparo hizo que el adepto soltase su cimitarra.
–¡No os mováis u os vuelo la tapa de los sesos! –exclamó el enterrador con una escopeta en sus manos, su tono airado.
Su aparición provocó que ese hombre que los había perseguido saliera escopeteado del lugar, desapareciendo entre la niebla. Sherlock suspiró aliviado, y Cora se abrazó a él, todo su cuerpo temblando de miedo debido a su casi inminente muerte. Sherlock acarició su cabello, notando cómo temblaba entre sus brazos. Su corazón pareció al fin calmarse tras aquella experiencia tan sobrecogedora.
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