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| -Capítulo 5: Trifulca- |

Los días se sucedieron con calma desde la terrible noticia que fue la muerte del profesor Waxflatter. Sherlock apenas hablaba de ello, aunque a la pelirroja no le costó notar lo hundido que aquello lo había dejado. La universidad había acordado celebrar el funeral a inicios del segundo trimestre, para que la pena de aquella tragedia no empañase las fiestas. Aquella mañana Cora había salido a dar una vuelta por el pueblo nevado para reflexionar, ya que aquella mañana había recibido una llamada de sus padres. Su abuela había fallecido, y el funeral sería en unos pocos días. Cora lamentaba no poder estar presente, pero dada la tensa relación con los miembros de su familia, la joven le restó importancia, decidiendo contarles a sus padres lo mucho que se divertía con Sherlock y su tío Rudy. Éste le había prometido llevarla a su tienda de ropa, pues como el de ojos azules-verdosos le había comentado, parecía que en el pasado su tío tenía cierta debilidad por el travestismo. Aunque claro, aquella información había partido de Mycroft, por lo que no podían estar realmente seguros de su veracidad. Mientras caminaba, la joven se sentó en un columpio nevado, frotando sus manos por el frío.

–Veo que estás sola de nuevo, princesa –dijo una voz que ella reconoció al momento, alzando su rostro al instante, sus ojos observando al muchacho frente a ella con sorpresa.

¡Se-sebastian! –exclamó, levantándose rápidamente del columpio helado–. Creía que te habías marchado de vacaciones con el profesor Brandon...

–Oh, hemos decidido posponer los planes –comentó el joven–. Y de todas maneras, no imaginaba que acabaría por verte aquí. Ha sido una maravillosa sorpresa.

–Bu-bueno, así es... Yo...

–¿Tienes parientes aquí? No me lo habías dicho.

–No, no es eso... –comenzó a decir–. He... Venido aquí con Sherlock –confesó, su mirada esquiva.

Oh –fue lo único que dijo Morán. Si su ánimo se había ensombrecido por su respuesta, no lo dejó entrever–. De modo que has venido con él –musitó en un tono serio antes de volver a su habitual tono despreocupado–. Bueno, supongo que tiene sentido, ya que sois pareja...

–¿¡Qué!? –se sorprendió, un intenso rubor apareciendo en sus mejillas–. ¡No! Qui-quiero decir, él y yo no somos... –se apresuró a negarlo, pues ellos solo eran amigos, aunque Cora jamás admitiría que admiraba muchísimo al joven de cabello castaño.

–¿No? –Sebastian arqueó una ceja, obviamente no creyendo sus palabras–. Vaya, eso es un alivio –suspiró tras unos segundos, acercándose a ella–. Eso significa que aún tengo una oportunidad.

–Sebastian, como ya te dije, yo no--

–Ya lo sé, Cora –la interrumpió–. Solo es una esperanza –se río, antes de tomar una de sus manos–. ¡Pero si tienes las manos heladas! –se sorprendió antes de quitarse los guantes que llevaba puestos–. Toma, usa esto.

–Oh, no Sebastian, no quiero dejarte sin guantes...

Tonterías. Tengo una docena en casa, y seguro que no te esperabas que hiciera tanto frío por aquí –comentó el de ojos verdes con un tono amable–. Apuesto a que no te has traído ninguno en la maleta.

–Lo cierto es que no... –admitió la pelirroja antes de aceptar los guantes y ponérselos–. Gracias.

–Un placer –replicó el chico antes de ofrecerle el brazo–. Conozco un pequeño bar no muy lejos de aquí. Hay todo tipo de bebida caliente y comida... ¿Te apuntas?

–No creo que sea buena idea –negó ella–. Seguro que Sherlock o el tío Rudy se preguntarán dónde estoy.

–¿He mencionado que también hay karaoke? –inquirió, una sonrisa cruzando el rostro de la joven–. Además, no te preocupes. Te devolveré a su casa antes de las 21:00.

–Entonces –Cora tomó su brazo–, indícame el camino, capitán.

A sus órdenes, capitana –se carcajeó el de cabello castaño-pelirrojo, comenzando a caminar con ella hacia el bar.

Por su parte, Sherlock se encontraba sentado en la sala de estar del piso de su tío Rudy. Éste había salido a hacer unas compras y la pelirroja le había comentado que iría a dar una vuelta, pero ya estaba tardando más de la cuenta. De pronto escuchó la puerta principal abriéndose, por lo que casi saltó del sofá para averiguar quién era.

–William, muchacho, ayúdame con estas bolsas –le pidió mientras cargaba unas cuantas en sus brazos y manos.

Sherlock suspiró con pesadez antes de tomar en sus manos unas cuantas bolsas, dirigiéndose a la cocina con ellas, comenzando a guardar su contenido en el lugar correspondiente. Rudy caminó también a la cocina, deseoso de comprobar una cosa con su sobrino.

–¿Sabes? Mientras hacía las compras he visto algo muy extraño en el pueblo... –comenzó, Sherlock emitiendo un leve sonido de que lo escuchaba–. He visto a la encantadora Cora--

–Sí. Ha ido a dar una vuelta. Me lo ha dicho –intercedió Sherlock, pues aquella conversación de pronto le parecía realmente aburrida. Continuó guardando los comestibles y bebidas en la nevera.

–No había terminado, William –le indicó Rudy, recibiendo un suspiro exasperado por parte de su sobrino predilecto–: Por lo visto estaba en compañía de un chico. Iban al bar de karaoke agarrados del brazo –continuó, aquello pareciendo molestar mínimamente al joven castaño, quien cerró la nevera con relativa fuerza, señal de molestia.

¿Y? Puede ir con quien quiera –espetó en un tono molesto, caminando hacia la sala de estar.

–Era Sebastian Morán, William –sentenció Rudy, aquel nombre haciendo que electricidad recorriese el cuerpo de su sobrino, volviéndose hacia él inmediatamente, sus ojos realmente molestos.

¿¡Que estaba con QUIÉN!? –exclamó, tomando su abrigo y saliendo como una exaltación por la puerta principal.

–¡William! ¡William! –exclamó Rudy antes de correr tras sus sobrino, pues eran contadas las ocasiones en las que veía en tal estado a Sherlock, siendo estas en su mayoría cuando Mycroft lo hacía enfadar. Conocía a su sobrino lo bastante como para saber que aún estaba afectado por la muerte de su maestro, y que por lo tanto, estaba más sensible que nunca y de sentirse amenazado por alguien, no dudaría en meterse en una pelea, sin importar su desenlace.

Tras unos dos minutos corriendo por la nieve que ya había cuajado la anterior noche, Sherlock entró como alma que lleva el diablo en el establecimiento, su cuerpo quedándose petrificado al posar sus ojos en el escenario de karaoke, pues la pelirroja se encontraba allí, interpretando una versión más rítmica de My Favourite Things de la película Sonrisas y Lágrimas. Toda la gente del bar parecía disfrutar del espectáculo, animando y aplaudiendo la actuación del karaoke de la joven, quien sonreía con alegría mientras cantaba.

–¿Has venido buscando algo, Holmes? –preguntó una voz sarcástica que hizo que el ceño fruncido del joven se marcase aún más, girándose hacia el dueño de la voz.

Morán.

–No te preocupes por Cora, ella está perfectamente conmigo –le aseguró Sebastian, sonriendo con malicia al comprobar la mirada de odio que le dirigía el castaño, sus puños apretados con fuerza–. De hecho, puedes volver a tu casita. Puede que no te necesite más.

–Déjala en paz, Morán –lo amenazó el joven de ojos azules-verdosos en un tono serio–. No haces más que acosarla y a ella no le gusta nada. Es demasiado educada como para decírtelo a la cara, pero yo no tengo se problema.

¿Estás seguro de ello, Holmes? –preguntó con una ceja arqueada el castaño-pelirrojo–. Porque ha estado muy animada conmigo, ¿sabes? Hemos reído, bebido un poco y... –comenzó, el rostro de Sherlock comenzando a enrojecer por la ira–. Una cosa ha llevado a la otra.

–¿¡Qué!?

–Oh, vamos, Holmes –se mofó Morán con una sonrisa de superioridad–. Seguro que no eres tan inocente. Sus labios son tan... –se lamió los labios–. Suaves.

No bastó más para que a Sherlock se le cruzasen los cables en ese instante, procediendo a propinarle un puñetazo a Sebastian en la cara con toda la fuerza de la que disponía en aquel instante. De la fuerza del impacto Morán se tambaleó, golpeándose la espalda contra una máquina recreativa. Su rostro exhibía una expresión sorprendida, pues nunca se habría llegado a imaginar que Holmes lo golpearía, pues tampoco parecía tener la fuera necesaria para ello. Tras quitar la sangre de su labio inferior y sonreír, Sebastian contraatacó con otro certero golpe al estómago del chico de ojos azules-verdosos, disfrutando con su expresión de sorpresa. Sin embargo, Sherlock estaba decidido a no perder tras lo que había oído: NADIE iba a arrebatarle a Cora. Y menos aún él. Ya lo había hecho anteriormente, alejando de él a todos sus amigos, y no dejaría que volviese a ocurrir. Golpeó el cuello del castaño-pelirrojo con un golpe calculado para dejarlo incapacitado, pero Sebastian fue más rápido que él, haciendo una finta y golpeándolo en la nariz. Sherlock logró encajar un golpe en las piernas del chico antes de ser golpeado, ambos cayendo al suelo. Para ese instante, el karaoke había finalizado y todos observaban la pelea, la pelirroja corriendo hasta los dos chicos.

–¡Basta! –exclamó, colocándose en medio de ambos–. ¡He dicho que ya basta! –reiteró sus palabras al contemplar cómo ambos chicos parecían querer seguir peleando–. ¿Pero qué has hecho, Sherlock? –le espetó en un tono serio, pues había visto cómo había comenzado la trifulca–. Sebastian, ¿estás bien? –le preguntó, acercándose a él, colocando una servilleta en su labio inferior.

–Tranquila princesa –le dijo con una sonrisa–. Esto no es nada.

–Lo siento mucho –se disculpó Cora–. No sé qué le ha podido pasar a Sherlock para hacer esto...

–Creo que lo sé –indicó Sebastian, los ojos de Sherlock fijos en ambos–. Después de lo ocurrido al profesor Waxflatter es normal que se sienta así... Era otro bicho raro como él.

El rostro de la pelirroja se desencajó en aquel instante al escucharlo decir aquellas palabras. Rudy entró en ese instante en el local, ayudando a Sherlock a levantarse del suelo. Cora se levantó del suelo antes de coger una jarra de agua bien fría, tirándosela a Sebastian por encima.

Jamás vuelvas a utilizarme para tus juegos, Morán –le espetó con ira–. No tienes derecho a decir eso del profesor, y menos aún a provocar a Sherlock cuando sabes perfectamente lo mucho que le importaba ese hombre.

Cora entonces se acercó a Sherlock con una mirada apenada antes de ayudarlo a salir del local, tratando de olvidar el hecho de que en un instante de debilidad se había dejado llevar y había besado a Sebastian tras haber entrado al bar y haber bebido unas pocas copas. Culpaba en cierta parte al alcohol, pero sabía que por otro lado ella misma era culpable por dejarse llevar. Sebastian la había besado, sí, pero ella no se había apartado por haber estado en shock al intentar procesar lo que estaba sucediendo. Cora no podía negar que en cierta parte de su mente encontraba algo atractivo en Sebastian, pero su mente racional cada vez la convencía más de que no era adecuado para ella. Había algo extraño en él. Sus ojos parecían en algunas ocasiones peligrosos...

Rudy observaba a los jóvenes mientras caminaban hacia la casa, sintiendo que en aquella ocasión Sherlock había actuado por puro impulso al sentirse impotente ante la perspectiva de perder a su amiga, y alguien a quien, por lo visto y aunque lo negase, parecía haber entregado su corazón. Cuando entraron a la casa, Cora sentó a Sherlock en el sofá de la sala de estar antes de quitarse los guantes y la chaqueta que llevaba.

–Tío Rudy –lo llamó con una voz suave–. ¿Tienes un botiquín? –le preguntó, arremangándose.

–Claro Cora, ahora te lo llevo –replicó el hombre tras cerrar la puerta del piso con llave, dirigiéndose al cuarto de baño, de cuyo estante sacó el botiquín.

–No es necesario. Estoy perfectamente –le espetó Sherlock antes de proferir un gruñido molesto al intentar incorporarse.

–Ni hablar –negó Cora en un tono serio–. Estás hecho una pena –le espetó, el joven cerrando la boca al escuchar su tono férreo–. ¿Por qué te has peleado con él? –le preguntó tras coger el botiquín que el tío Rudy le tendía, éste procediendo a cocinar algo para dejarles espacio a los jóvenes.

–Dijo que... No me necesitabas –comenzó Sherlock, notando cómo Cora presionaba un algodón contra la nariz, evitando el sangrado–. También dijo que os habíais...

–¿Qué? –indagó ella en un tono suave–. ¿Que nos habíamos, qué?

...Besado –finalizó el joven de cabello castaño, apartando la mirada.

–Sherlock... –murmuró ella en un tono algo apenado y dolido, pues no podía negar aquella acusación. Su silencio confirmó lo que Sherlock temía, pero algo lo hizo dudar: ¿por qué razón entonces ella lo había dejado allí, acompañándolo a él? Cora desabrochó la camisa del chico, pues debía ocuparse del evidente hematoma que se había producido por el golpe de Morán. Tragó saliva al despojarlo de la camisa, intentando controlar el rubor de sus mejillas, evitando el contacto visual con Sherlock.

–Cora –la llamó con una voz suave, una que la hacía estremecer y en pocas ocasiones escuchaba. Mientras aplicaba una pomada en una gasa, la pelirroja se atrevió a alzar su rostro–. Dime una cosa... ¿Por qué lo has abandonado?

¿Abandonado? –cuestionó ella, extrañada por sus palabras, colocando la gasa en su abdomen, el joven de ojos azules-verdosos profiriendo un gruñido de molestia.

–Quiero decir –continuó–, ¿por qué te has marchado, si lo has besado?

–Para empezar, me besó él –lo corrigió ella mientras colocaba otra gasa–. No quiere decir que lo disfrutase, y además... No soporto a ese tipo de gente que se aprovecha del dolor ajeno, o que incluso utiliza a otros para sus propios fines –le confesó–. Y pensar que he tenido que ensayar con él el baile del Club de Danza... –se lamentó.

Sherlock dejó escapar una carcajada sarcástica, antes de gruñir por la molestia. Cora lo observó con simpatía antes de comenzar a vendarle el torso tras tragar saliva, pues estaba realmente consciente de que el joven era algo musculoso aunque no lo aparentase, y además ahora que comprendía mejor sus propios sentimientos por él, sus manos no dejaban de temblar mientras rodeaba su espalda para colocar las vendas. Sherlock no dejó de observar sus movimientos, sintiendo cómo su respiración parecía entrecortarse con cada movimiento de ella. En cuanto terminó de colocarle las vendas, Cora lo ayudó a vestirse con una nueva camisa, pues la que llevaba antes estaba manchada con la sangre que había caído de su nariz.

–Deberías tomarte esto –indicó, entregándole una aspirina–. Al menos te calmará el dolor.

–Gracias –dijo él–. Veo que has estado muy atenta en mis explicaciones de la clase de medicina.

–Pues claro –sonrió Cora–. Tus explicaciones son mucho mas interesantes que las del profesor.

–Eso debería decirlo yo –rebatió el joven, sus ojos encontrándose con los marrones de ella–. Tu fuiste la primera en despertar de nuevo en mi las ganar de ir a clase, ¿lo sabes, verdad?

–Lo sé –admitió ella–. Será mejor que vaya a ayudar al tío Rudy con la cena, o de lo contrario será incapaz de aprender a cocinar un pavo asado para Navidad –bromeó, caminando hacia la cocina.

Sherlock sonrió tras escucharla, recostándose mejor en el sofá, el teléfono de la pelirroja a su derecha. El joven fue a decir algo para indicarle que se lo había dejado olvidado cuando un mensaje llegó a su teléfono. No necesitó abrir la aplicación ni desbloquear el teléfono para leer el mensaje.

Era de la madre de Cora: Mi princesita, lamento mucho que no puedas estar presente para el funeral de la abuela Joyce, pero ella quería que supieras lo mucho que te quería. Puede que nunca lo dijese en voz alta, pero todos sabemos quién era su nieta preferida. Mañana será el entierro, y pasado leeremos su testamento ante el notario. Espero que tu amigo te esté cuidando muy bien en estos difíciles momentos. Papá y yo te queremos mucho. Nos veremos en la graduación.

Sherlock cerró los ojos con pesadez y tristeza, pues había estado muy ciego. Tanto, que no se había percatado de la pérdida tan grande que había sufrido su compañera. Decidió que intentaría comportarse adecuadamente en Navidad, pues no quería amargarle las fiestas a ella, quien no se lo merecía. No ahora.

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