Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| -Capítulo 4: Comienza el Juego- |

Sherlock llevó a Cora de la mano hasta el campus universitario, donde al fin soltó su agarre sobre ella, deteniéndose. La joven masajeó su brazo, donde el de cabello rizado había ejercido su agarre. El joven de ojos azules-verdosos suspiró antes de girarse hacia ella, abriendo su boca para hablar cuando una voz los interrumpió.

-¡Sherlock! ¡Creo que he resuelto todos los problemas!

Ambos jóvenes alzaron sus ojos, observando al profesor de ciencias de Holmes, quien se encontraba en la azotea de la universidad con un extraño aparato a propulsión. Los alumnos comenzaron a reunirse en el exterior, atentos al profesor de ciencias.

-Rupert T. Waxflatter -sentenció Sherlock con una leve sonrisa en su rostro-. Graduado en química y biología, versado en filosofía, matemáticas y física, y aunque está jubilado sigue siendo un gran profesor de ciencias -resumió el joven de cabello castaño-. Aunque la mayoría opina que está loco...

-¿Por qué? -inquirió Cora mientras masajeaba su brazo, su mirada confusa.

De pronto, el anciano profesor se lanzó desde la azotea con su prototipo, en el cual se había montado, accionando el botón de propulsión, el gas saliendo propulsado por el escape. El prototipo continuó funcionando hasta el mismo instante en el que se estrelló contra un árbol. Cora y Sherlock se acercaron a toda prisa al árbol, donde el profesor se encontraba sonriente.

-¡Un vuelo muy prometedor! -exclamó el hombre-. ¡Muy prometedor!

A los pocos minutos, Cora y su amigo de ojos azules-verdosos subían las escaleras de una de las torres de la universidad. Una zona vedada a estudiantes. Sin embargo, en aquella ocasión se les permitía pasar, puesto que se encontraban ayudando al profesor Waxflatter a cargar su invención.

-¡Con este van seis! ¡Seis intentos fallidos! -exclamó el profesor.

Cora giró su rostro hacia Sherlock, quien caminaba tras ella, gesticulando un seis mientras abría sus ojos como platos, observando cómo una sonrisa cruzaba el rostro de su compañero, quien asintió con lentitud. Ambos subieron al desván, donde estaba el despacho del profesor, colocando su estrafalario invento en el suelo.

-Cuando me jubilé me dieron este desván -comenzó el anciano antes de girarse hacia los jóvenes-. ¡Pero bueno, Holmes! -exclamó-. ¿Qué modales son estos? -le indicó con una ceja arqueada, su mirada dirigida discretamente hacia la pelirroja que acompañaba al joven castaño.

-Cierto... -murmuró Sherlock con una sonrisa-. Profesor Waxflatter, le presento a Cora. Cora, este es el profesor Waxflatter -los presentó con celeridad, gesticulando en ambas direcciones con sus manos.

-Encantada de conocerlo, profesor Waxflatter -dijo la pelirroja con una sonrisa, extendiendo su mano derecha hacia el hombre, quien se la estrechó con una sonrisa.

-Lo mismo digo, Cora, lo mismo digo -sentenció-. Vaya, es la primera vez que conozco a una amiga tuya, Sherlock... Y muy guapa, además.

-En fin... -carraspeó Sherlock, desviando el tema de conversación-. Aquí he pasado momentos muy felices, ¿sabes? Él me ha enseñado más que diez maestros juntos.

-Ya veo que lo tienes en muy alta estima -dijo Cora con una sonrisa, antes se dirigirse hacia el profesor-. Y dígame, ¿ha encontrado el fallo de su prototipo? -cuestionó, el rostro del anciano iluminándose al momento.

-La propulsión del gas no era la adecuada, y de hecho el contenedor no era inoxidable... Lo cambiaré para la próxima vez -le contó con una sonrisa-. Aunque tendré que reconstruir toda la máquina.

-¿Toda la máquina? -preguntó Sherlock, confuso-. Será complicado.

-Elemental, mi querido Sherlock. Elemental -contestó con una sonrisa el profesor.

Cora esbozó una sonrisa al escuchar aquella frase que, años más tarde, Sherlock usaría en su vida profesional como Detective Asesor, en ocasiones con su fiel amigo y ayudante, John Watson, y en otras ocasiones, con ella misma. Aunque claro, eso no lo sabía todavía. En ese preciso instante un toque en la ventana la sacó de sus ensoñaciones, los tres volviendo sus rostros hacia ésta, donde aquel mismo hombre vestido de negro se hallaba. De inmediato, el rostro del profesor Waxflatter se puso pálido como el mármol.

-Por favor, me temo que tendréis que excusarme -dijo, ambos jóvenes captando la indirecta y marchándose del desván con celeridad.

Esa noche, en el comedor a la hora de la cena, Sherlock se sentó frente a la pelirroja, quien en ese preciso momento se estaba tomando las pastillas que sus padres le habían enviado. Los ojos sagaces de Sherlock no tardaron en percatarse de aquel detalle, procediendo a abrir su boca para comentar algo.

-La respuesta es no -sentenció-. Y antes de que preguntes, no son drogas, Sherlock.

El joven sonrió al escucharla hablar.

-Veo que tus habilidades son tan buenas como pensaba...

-Querrás decir, que mis habilidades son tan buenas como te demostré -lo interrumpió de pronto, sorprendiendo al joven. En ese instante Sebastian se sentó junto a la pelirroja.

-Hola princesa -la saludó-. Holmes.

-Morán -lo saludó él.

-Hola Sebastian -lo saludó Cora con una sonrisa prudente-. No te veía desde el Club de Teatro.

-Así es, y por lo que sé, nos veremos más seguido en el Club de Danza -mencionó el joven de ojos claros con una sonrisa perlada-. Y mencionando los clubes... ¿Dónde te ves dentro de unos años? Tengo curiosidad.

-Me veo trabajando en un colegio como profesora -replicó Cora con serenidad y un aire soñador, que pronto captó la atención de ambos jóvenes, quienes se la quedaron observando ensimismados-. Siempre me han gustado los niños.

-¿Y qué me dices del amor? ¿Te ves con alguien? -continuó Sebastian, el rostro de Sherlock alzándose de pronto ante la cuestión, el cual había bajado para comer.

-Bueno... Quién sabe -dijo con una sonrisa-. ¿Y tú, Sherlock?

Aquella pregunta pareció tomar al joven de cabello castaño por sorpresa, sus ojos abriéndose como platos por unos instantes antes de reflexionar sobre su respuesta. Por un momento el rostro de la pelirroja pasó por su mente. Un instante fugaz, pero ocurrió y se reprendió por ello.

-No quiero vivir solo.

Tras unas cuantas semanas, incluso meses de aquellos sucesos, todos los estudiantes estaban ahora interesados en un acontecimiento que se estaba dando lugar en la universidad. En el aula magna, Sherlock se encontraba frente a Dudley, a quien despreciaba. Éste lo había retado a resolver un misterio, donde se juzgaban el ingenio y la perspicacia, con la pelirroja como una de las muchas personas que lo presenciaban. Por lo que se sabía, Dudley había cogido el trofeo de esgrima de la universidad y lo había escondido en un lugar secreto. Sherlock tenía una hora para encontrar el trofeo.

-¿Me acompañas, Cora? -preguntó a su amiga, los murmullos de desaprobación emergiendo entre algunos de los estudiantes que los despreciaban a ambos-. Tus capacidades serán de ayuda.

Cora aceptó sin dudar su proposición, comenzando a investigar el entorno en compañía de Sherlock, quien ya contaba con una pequeña lupa de aumento para constatar sus deducciones.

-¡Buena suerte, Sherlock! -exclamó el profesor Waxflatter desde la azotea-. ¡No dejes de animarlo, Cora!

Ambos jóvenes sonrieron mientras caminaban por el campus nevado de la universidad, en uno de sus días más gélidos. Investigaron el aula de anatomía, la azotea, las cocinas, el aula de arte y las taquillas, antes de correr de vuelta al aula magna, donde Dudley los esperaba.

-Solo quedan unos segundos, Holmes -dijo el joven con una sonrisa-. Supongo que te rindes.

-Nunca supongas nada, amigo mío -sentenció Sherlock con una sonrisa, dirigiéndole una mirada a la pelirroja.

-Pero Holmes, no veo señal del trofeo...

-Pues yo sí -rebatió con confianza.

El joven de ojos azules-verdosos cogió un jarrón de la estancia, estrellándolo contra el suelo, revelando que el trofeo se encontraba en su interior. Todos los estudiantes estallaron en vítores y la pelirroja sonrió de lado al observar de reojo cómo el profesor Brandon aceptaba varias libras por parte de Sebastian y el decano de la universidad: habían apostado si Sherlock resolvería el enigma antes del final del plazo.

-¿Cómo? -cuestionó Dudley.

-Elemental, mi querido Dudley -replicó Sherlock antes de comenzar su explicación-: Cuando entramos en la cocina no fue difícil percatarme de los restos de cerámica recién fundida debajo del horno. ¿Extraño, no es así? Especialmente en una cocina universitaria, donde solo se hacen comidas -continuó, la mirada maravillada de la pelirroja dirigiéndose hacia él-. Tenía tres pistas: pintura roja, verde y cerámica. En ese instante me sacudí la nieve del zapato y se me encendió la bombilla. ¿Conclusión? Estaba claro que habías escondido el trofeo en un jarrón que estaba pintado de rojo y verde.

-¡Pura suerte! -exclamó Dudley, claramente ofendido.

-Simple y pura deducción, amigo mío -rebatió Sherlock con una sonrisa antes de posar sus ojos en un periódico que un estudiante tenía en las manos: Necrológicas: El reverendo Nesbitt-. Ahora si me disculpas, tengo la tarde libre y no me gustaría desperdiciarla contigo -mencionó antes de caminar con la pelirroja fuera de la universidad.

-Me alegra que hayas resuelto el enigma -mencionó Cora mientras caminaban por las calles nevadas de Londres.

-Tú me ayudaste a ver las pistas necesarias, como los restos de cerámica, por lo que el mérito es de ambos, en realidad -rebatió él.

-¡Que me aspen! ¿Sherlock Holmes, admitiendo que necesitaba ayuda? -se mofó con un tono amistoso, provocando una risa por parte del aludido.

-Ya me has oído, y no volverás a hacerlo -sentenció, algo que años más tarde, no evitaría poder hacer debido a la inestimable ayuda de la pelirroja-. Bueno, aquí estamos -dijo, los ojos de Cora posándose en el edificio frente a ellos.

-¿Scotland Yard? ¿Qué hacemos aquí? -preguntó, sus ojos volviéndose hacia el joven de cabello castaño-. Oh, ha habido otro suicidio, ¿verdad?

-Brillante, querida Cora -la alabó el detective-. El reverendo Nesbitt. Otro suicidio clasificado por Scotland Yard. Idiotas.

-Y vamos a intentar abrirles los ojos, ¿no es así?

-De nuevo, brillante.

A los pocos minutos de aquella conversación, Sherlock y la pelirroja entraron en Scotland Yard, dirigiéndose al despacho del sargento a cargo de los casos de suicidio, cuya placa estaba expuesta en la puerta del mismo: Sargento Lestrade.

-¿Lestrade? -preguntó al abrir la puerta y no ver al sargento de policía.

-¡Sherlock! -exclamó el hombre, sobresaltándose, pues no había escuchado la puerta abrirse, caminando hasta estar frente al joven, antes de percatarse de la presencia de la pelirroja a su espalda-. Señorita... -la saludó-. Ha pasado mucho tiempo, ¿no? Tres o cuatro días desde tu última visita.

-Esta vez será solo un minuto -dijo Sherlock, observando cómo el sargento archivaba unos ficheros en su escritorio.

-Ya no queda ningún informe -sentenció Lestrade-. Ni ningún caso de asesinato que no hayas estudiado.

-No hemos venido a investigar, Sargento -intercedió Cora, llamando su atención.

-Creemos que hemos descubierto algo -apostilló Sherlock.

-Oh, otra vez no...

-Estamos seguros, Lestrade -sentenció el joven de ojos azules-verdosos.

-¿De veras? -se cruzó de brazos-. ¿Igual que el mes pasado, cuando estabas convencido de que el embajador francés había hecho un desfalco de 300.000 libras al banco de Inglaterra?

-Casi acerté, Lestrade -rebatió Sherlock-. Fue el ruso.

-¡Holmes, por favor! -exclamó Lestrade con exasperación.

-¡Pura semántica! -recalcó Sherlock-. Lestrade, yo...

-No tengo tiempo para otro de tus... Crímenes de pacotilla -negó Lestrade mientras se sentaba tras su escritorio.

-Por favor, eche un vistazo a esto -le pidió Cora, acercándose Sherlock a la mesa, depositando los recortes de periódico en ella.

-Un suicidio y un accidente de coche -dijo Lestrade, dejando los recortes con desánimo en la mesa tras leer los titulares por encima.

-Sospecho -comenzó a decir antes de retractarse-, es decir, sospechamos que hay gato encerrado.

-¿Por qué? Los dos accidentes no guardan ninguna relación -se extrañó el sargento.

-Te equivocas -le espetó el joven, tuteándolo-. Ambos hombres se graduaron en la misma universidad en el mismo año.

-Coincidencia.

-Ninguna de las muertes concuerda con su personalidad, Sargento -apostilló Cora-. Y según su necrológica, Bobster era un hombre feliz, contento con su vida, su carrera y su familia. ¿Por qué habría de suicidarse, entonces? Ni siquiera dejó una nota.

-Así es -dijo Sherlock-. Y el reverendo Nesbitt era descrito por sus amigos como un hombre amable y pacífico. Pero el conductor del coche insiste en que estaba... Ido, ¡loco! -añadió-. Cuando salió a la calle era presa del pánico.

-Sherlock... Señorita -apeló a ellos el sargento, levantándose de su asiento-. Debéis comprender que un simple cambio de carácter no es prueba suficiente para abrir una investigación. Y si quieres un consejo, Holmes, mete menos tus narices en el Times y más en tus libros de texto.

-Aprecio tu consejo, Lestrade -dijo el joven con un tono algo suficiente-. Pero te aconsejo que te ocupes de esto -le aconsejó, sus ojos llenos de un brillo indescriptible, que la pelirroja solo años más tarde acabaría por identificar como aquel que el joven exhibía cuando estaba deseoso de resolver un intrincado caso-. Si yo fuera un sargento en un despacho lleno hasta el cuello de aburrido papeleo, haría todo lo que estuviera en mi mano para esclarecer este caso. Esta investigación. Eso podría ascenderme a Inspector.

-Adiós, Holmes -lo despidió de su despacho el hombre-. Señorita...

Días más tarde, la pelirroja recibió una carta por parte de sus padres, unos dos días antes de que empezasen las vacaciones de Navidad. Por lo que parecía, sus padres iban a visitar a sus tíos maternos en Italia, un viaje imprevisto, pues su abuela se encontraba allí también y no parecía estar en buena salud. Aquello la entristeció, esperando que se recuperase, a pesar de que ya sabía que su abuela sufría de un cáncer terminal en estado cuatro. Nadie en la familia lo sabía aún, nadie, salvo ella. Le había prometido a su abuela no decir nada, pero se le hacía horriblemente difícil, pues era un secreto que pesaba sobre sus hombros. Otro más. En ese momento se sobresaltó, pues sintió una mano en su hombro: Sherlock.

-Oh, ¡me has asustado!

-Lo siento -se disculpó el joven-, parecías preocupada por algo.

-Mentiría si dijera que no.

-¿Y bien? ¿Qué sucede? -le preguntó, sentándose a su lado-. ¿Has hecho ya las maletas?

-De eso se trata -mencionó Cora, su voz menos animada que de costumbre-. Me temo que voy a tener que quedarme en la universidad estas Navidades... En el último año del grado.

-Eso es terrible -dijo Sherlock-. Nadie debería quedarse solo en Navidad, incluso si su abuela está enferma de cáncer terminal -mencionó, los ojos de Cora abriéndose por un instante con pasmo-. He leído el remitente. Italia, y tu familia no es de allí, por lo que he deducido que o bien tus padres han ido de vacaciones, o bien a ver a un familiar que de improvisto se ha encontrado mal en un viaje de placer. Por otro lado, ¿qué requeriría que tus padres se fueran de viaje, dejándote aquí? Solo he podido concluir que tu familiar de edad más avanzada, en este caso un abuelo o abuela, haya enfermado. Y por tu cara de tristeza, no ha sido difícil adivinar que es una enfermedad terminal. Conclusión: cáncer. Y es tu abuela, puesto que conociéndote, no te habrías encariñado tanto con tu abuelo, y ya me mencionaste que había fallecido hacía años, así que, solo quedaba esa posibilidad -se explicó con calma evidente en su voz.

-Ni siquiera sé por qué me sorprendo, pero eso ha sido brillante, Sherlock -lo alabó Cora con una sonrisa suave.

-De hecho, voy a tener que pasar las Navidades con mi tío, ya que mis padres se llevan a mi hermano Mycroft a Europa como premio por haber logrado pasar sus exámenes burocráticos -le comentó-. Así que, he pensado que si no te molesta, y a mi tío Rudy seguro que no lo hará, te vengas conmigo estas vacaciones.

-¿De verdad? ¿Lo dices en serio?

-Ya sabes que yo no te miento, Cora -le recordó con una sonrisa, una de esas pocas que le dedicaba a ella.

-¡Muchísimas gracias! -exclamó, abrazándolo, el de cabello castaño reciprocando el abrazo con timidez.

Ninguno de los jóvenes se percató de ello, pero Sebatian Morán los observaba con el ceño fruncido desde la ventana de su habitación, antes de desaparecer tras las cortinas. Tras haber transcurrido aquellos dos días, Cora y Sherlock se montaron en un tren que los llevaría a la casa de su tío Rudy, de quien Sherlock hablaba bastante bien, y conociéndolo como lo conocía ahora, Cora estaba segura que debía ser una gran persona. Cuando llegaron a la casa, Cora sonrió, pues era un piso de apariencia acogedora. Tras tocar el timbre, Sherlock esperó frente a la puerta.

-¡William, muchacho! -exclamó un hombre con una sonrisa plasmada en su rostro, abriendo la puerta, abrazándolo.

-Hola tío Rudy... -lo saludó Sherlock con cierta incomodidad al escuchar su otro nombre, el cual detestaba. Cora arqueó una ceja al escuchar al tío de Sherlock llamarlo así.

-¿William? -preguntó, siendo aquel instante en el cual Rudy se percató de su presencia.

-¡Oh! ¡Tú debes ser Cora! -la saludó dándole un abrazo-. William me ha hablado mucho sobre ti en la carta que me envió diciendo que venías.

-Simplemente te dije que era una amiga y describí algunas de sus cualidades -rebatió Sherlock.

-Oh, sí claro -se mofó Rudy-: es una chica de piel blanca como...

-¡Basta, tío! -lo interrumpió Sherlock, pues su tío acababa de empezar a recitar su carta de memoria-. ¿Nos dejas entrar o no? Tenemos bastante equipaje.

-¡Claro, claro! ¡Pasad! -les indicó, entrando a la casa.

Por suerte para los jóvenes, Rudy era soltero, por lo que no tendrían que preocuparse de compartir la casa con primos botarates o parejas estúpidas, según Sherlock. Rudy se encargó de darle a la pelirroja un intensivo tour por todo el piso antes de llevarla a su habitación, pues Sherlock tenía la suya propia desde que era un niño, habiendo ido a aquel lugar en unas cuantas ocasiones. Cora comenzó a instalar sus pertenencias en el armario de la habitación que le había sido asignada cuando de pronto sintió que alguien la ayudaba a colocar sus libros de lectura.

-Gracias, Sherlock -le indicó con una sonrisa-. Tu tío es realmente...

-¿Pesado?

-Iba a decir amable -se carcajeó ella-. ¿Con que... William, eh?

-Es mi nombre completo -se defendió el joven con un rostro turbado, pues no le gustaba hablar de ello-: William Sherlock Scott Holmes.

-¡Vaya! Y yo que pensaba que mi nombre era algo exótico...

-No te burles -le indicó con el ceño fruncido.

-Estoy de broma -le aseguró ella-. Oye, ya que estamos por aquí, ¿por qué no me enseñas el pueblo? Parecía algo chapado a la antigua a pesar de sus casas de exterior moderno.

-No -se negó el joven de cabello castaño y rizado.

-¿Por qué no? -preguntó.

-No es... Buena idea.

-¿Pero por qué no? Vamos, Sherlock,...

-No quiere, porque hay cierto chico con el que tiene una rivalidad desde niño. Por eso -comentó Rudy, asomando la cabeza por la puerta.

-¡Tío Rudy!

-Oh... Así que era eso... ¿Y quién es ese misterioso chico?

-Sebastian Morán, ¿quién si no? -le contestó Rudy a la pelirroja, cuyo rostro pareció palidecer de pronto ante la mención de su nombre, pues aún recordaba aquel flirteo descarado que le había dirigido-. Deberías enseñarle el pueblo, William. Por estas fechas está precioso, lleno de luces y nieve... Además, Sebastian no estará, ya que he oído el rumor de que se va con su padre fuera del país estas vacaciones. Por lo visto ha sacado las mejores notas en todas las asignaturas.

-Eso no es cierto. He sido yo -sentenció Sherlock con cierta ira.

-Bu-bueno, será mejor que salgamos... -intercedió Cora.

Tras unas horas deambulando por el pueblo, en el cual varias personas se acercaron a saludar a Sherlock, en su mayoría ancianos y alguno de menor edad que ellos, Cora se sentó en el borde de la fuente helada tomándose un chocolate caliente. Por su parte, Sherlock se encontraba comprando unos bollos en la panadería, pues sabía que a la pelirroja le encantaban aquellos rellenos de mantequilla. Cuando salió de la tienda, observó cómo algunos niños se habían acercado a ella, y la joven estaba jugando con ellos a la comba con una sonrisa en el rostro, lo que le hizo recordar lo que ella había dicho sobre sus sueños para el futuro. Cuando se acercó a ellos, los niños le sonrieron y comenzaron a bombardearlo con preguntas: si ella era su novia, si se quedarían por mucho tiempo... Etc. Cuando los hubo ahuyentado, lo que provocó una carcajada por parte de Cora, se sentó junto a ella, entregándole uno de los bollos, que ella devoró en pocos minutos mientras hablaban sobre el caso que los había fascinado. Tras entrar de nuevo al piso del tío Rudy, el lazo de amistad que los unía parecía haberse fortalecido, cuando de pronto, el teléfono de Sherlock comenzó a vibrar. Éste descolgó mientras Cora iba a la cocina para ayudar a Rudy a cocinar.

-Sherlock Holmes -contestó, de pronto las siguientes palabras haciendo palidecer su rostro. Cora apareció en ese instante por la puerta-. Gracias... -colgó el teléfono abruptamente.

-Sherlock, ¿qué sucede? -preguntó la pelirroja, acercándose a él a pasos lentos.

-Es... El profesor Waxflatter -comenzó en un hilo de voz-. Ha... Muerto -su voz se quebró ante sus últimas palabras.

-Oh, Sherlock... -musitó la pelirroja, acercándose a él antes de dubitativa, alzar sus brazos-. ¿Qué necesitas? Dime -tomó su rostro entre sus manos.

-Yo... Yo... -el joven no podía continuar. El hombre al que respetaba y quería como si fuera de su familia había muerto y no había podido hacer nada por evitarlo. Era quien lo alentaba para resolver delitos, el único profesor que no lo trataba con condescendencia... Y ya no estaba.

La joven ni siquiera tuvo que pensárselo dos segundos antes de rodear con sus brazos el cuello del castaño, acercándolo a ella en un abrazo comprensivo, lleno de cariño. Sherlock pronto correspondió el abrazo, rodeando sus brazos la espalda de la pelirroja con infinita pena, aunque se empeñase en ocultarla. Encontraría al responsable de la muerte del profesor Waxflatter. Sabía que no había sido un suicidio, no. Era un asesinato.

-Comienza el Juego -murmuró el joven en un tono que de pronto se volvió vengativo-. No descansaré hasta encontrar al asesino... Eso te lo prometo.

Cora continuó abrazándolo a pesar de escuchar aquellas palabras salir de su boca. Sabía de buena tinta que nada de lo que pudiera decirle serviría ahora para calmar su tristeza y aplacar su rabia. La joven estaba de acuerdo con sus palabras, pues también opinaba que el profesor no se había suicidado, y probablemente, todas aquellas muertes accidentales hubieran sido perpetradas por la misma persona. El juego había comenzado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro