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| -Capítulo 2: ¿Amigos?- |

Cora se mantuvo en todo momento concentrada en la hora de educación física, pues el profesor quien les impartía la clase era alguien bastante hábil a la hora de elegir sus palabras, y al mismo tiempo, lo admitía, era bastante apuesto.

Mi nombre es Brandon Morán y como habéis podido adivinar, seré vuestro profesor de educación física –se presentó, logrando evocar unos suspiros enamorados de la mayoría de sus alumnas, a excepción de la pelirroja y pocas más, quienes estaban más interesadas en atender sus palabras–. Bien, veo que todos parecéis curiosos por esta clase, pues no hay canchas de baloncesto o porterías dentro del gimnasio, ¿hm? –les preguntó con una sonrisa que dejaba ver sus dientes de color perla–. ¿Y por qué será? ¿Alguien lo sabe? –escaneó con sus ojos a su grupo de alumnos, todos con sus ropas de deporte, posándose por un instante sobre la pelirroja. De pronto, una mano se alzó en el grupo.

Porque no va a enseñarnos solo un deporte. Quiere que nos entrenemos en diferentes disciplinas para evaluar cuáles son nuestras capacidades, y así adecuar su clase a cada alumno –sentenció una voz barítona, todo el mundo girándose para contemplar al joven con el que Cora había charlado en aquel árbol: Sherlock Holmes.

–Como siempre, has acertado, Holmes –le dijo el profesor, por lo que Cora dedujo que Sherlock casi siempre acertaba con sus deducciones, y habiéndose perdido ella una semana o dos de clases, comprendía que ya conociese a sus profesores y su carácter–. Tal y como ha dicho vuestro compañero, aquí hay varias disciplinas, y cada una servirá para medir vuestro nivel de resistencia, velocidad, habilidad, y sobre todo, compromiso con esta asignatura –continuó–. A aquellos que no les interese mi clase, que sean vagos o molesten a los demás, podéis ir saliendo por la puerta. No os preocupéis, lo único que pasará será que suspenderéis mi asignatura y tendréis que venir a recuperarla con una sesión de entrenamiento militar extrema –comentó, lo que hizo palidecer a varios de los compañeros de Cora, quienes se metían habitualmente con ella o con algún otro compañero que tuviera distintas aficiones o no fuera muy agraciado–. Y ahora, moveos, vamos. Elegid una primera disciplina.

La muchacha de ojos escarlata suspiró y comenzó a observar las distintas actividades de las que disponía el gimnasio: barras asimétricas, ejercicios de suelo, tiro con arco, boxeo, judo, esgrima,... La mayoría de ellos eran deportes olímpicos por lo que pudo deducir, a excepción de la carrera de obstáculos, la cual pensó que usaría el profesor en última instancia para la evaluación final. Con calma se dirigió con pasos firmes hasta el área de ejercicio de suelo, una disciplina que nadie parecía haber elegido. Observó por el rabillo del ojo cómo Holmes la observaba concienzudamente, esperando para ver qué iba a hacer. Volvió su vista al suelo antes de comenzar a correr, inclinándose hacia un costado, dejando caer sus manos al suelo y elevando sus piernas por los aires, haciendo una pirueta de altura, logrando aterrizar con las piernas en paralelo, antes de proceder a repetir la secuencia unas cuantas veces, alterando la forma de salto, ya fuera con giro vertical o una pirueta completa donde sus manos no tocaban en ningún momento el suelo. Comenzó a realizar los ejercicios por la pista en diagonal mientras alteraba aquellos saltos con ejercicios de gimnasia rítmica, los cuales había adquirido por las clases particulares a las que había ido. Estaba tan concentrada en su ejercicio que ni siquiera se percató de las miradas asombradas de la mayoría de sus compañeros, entre ellos del propio Holmes, quien no había logrado deducir que ella tendría tanta preparación física, pues su cuerpo no daba señales de lo contrario: era delgada, por lo que podía ver debido a las curvas de su cuerpo, ya se había desarrollado, y no parecía muy fan de los deportes. Cuando terminó con aquel ejercicio, el profesor sonrió con confianza, anotando algo en su cuaderno, lo que no pasó desapercibido para Sherlock, quien contempló cómo su nueva... Un momento. ¿Acaso eran amigos? ¿Podía decirse que era su amiga? Habían hablado, sí, pero no sabría darle con exactitud un nombre a su relación. Cora se encaminó entonces al área de judo, donde varios chicos de su clase se encontraban, entre ellos un joven que parecía algo más maduro que el resto, de cabello castaño, casi pelirrojo, pero no tan carmesí como el de ella. Éste le sonrió al verla acercarse.

Hey, menudo numero que te has marcado ahí –le dijo con un tono sorprendido antes de silbar en un gesto asombrado–. Nos has dejado a todos impactados.

–Bueno, no es para tanto... Recibí clases de gimnasia rítmica cuando era más pequeña –admitió.

–De modo que así es como tienes ese cuerpo tan bonito...

–Oh, vamos, no bromees.

Sherlock, quien estaba pendiente de Cora, no perdió ni ripio de la conversación, sintiéndose algo molesto por la forma en la que ella hablaba con ese chico. Le hacía enfurecer de una manera que no comprendía. ¿Por qué hablaba con él? ¡Estaba claro que solo quería acostarse con ella! De pronto paró en seco sus pensamientos. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se enfurecía tanto? Comenzó a preguntarse eso mientras caminaba hacia el ejercicio de esgrima. Una vez allí, logró dar con la respuesta: se había encariñado con ella a pesar de haberla conocido aquella mañana. No debía estarlo, puesto que como Mycroft le había dicho «el cariño no es una ventaja», pero no podía evitarlo. Aquella podría ser su primera y única amiga en aquel lugar, y no estaba dispuesto a compartirla con nadie ni a permitir que se aprovechasen de ella por su amabilidad.

–Por cierto, me llamo Sebastian –se presentó el chico, extendiendo la mano hacia la pelirroja–. Sebastian Morán.

–Oh, encantada –dijo ella, estrechándole la mano–. Izumi.

¿No me dices tu apellido? –preguntó con una ceja arqueada y un tono meloso.

Ese es mi apellido –sentenció Cora con un tono misterioso, habiendo adivinado las intenciones de aquel chico.

–¿Y... No tienes nombre?

–Lo siento Sebastian, eres mono, pero... –comenzó a decir en un fingido tono de pena–. Me temo que tendrás que soportar la agonía de no saber mi nombre –comentó ella con una carcajada, antes de comenzar a caminar hacia el centro del tatami, para comenzar su ejercicio.

–Eres mala, princesa... –murmuró Sebastian mientras la observaba caminar, algo que de nueva cuenta molestó a Holmes.

La pelirroja se posicionó en el centro del tatami, donde se percató que el profesor se encontraba, ataviado con un judogi blanco. Por lo visto, él sería su oponente. Se colocó en la posición que su maestro le indicó antes de decidir atacar. De pronto, se percató de que se encontraba de espaldas en el suelo, pues Brandon le había hecho una llave denominada Waza-ari. Se levantó con celeridad, habiendo guardado en su mente el movimiento de su profesor. El siguiente ataque lo inició él, por lo que ella tuvo que defenderse y evitar que la agarrase. Logró asirlo por la pierna y el hombro, derribándolo al usar su fuerza contra él. Estuvieron luchando por unos minutos, hasta que al final, ambos decidieron rendirse.

–Has luchado bien, Izumi –la alabó Brandon–. Tienes coraje y velocidad, aunque te falte técnica, pero podrías ser una judoca impresionante con algo de entrenamiento. Asimismo, tienes una gran flexibilidad, que has demostrado con creces en el ejercicio de suelo... Bien hecho.

–Gracias, señor –dijo ella, masajeándose los hombros, antes de observar cómo Brandon desaparecía en los vestuarios, de donde salió ataviado a los pocos minutos con un traje de esgrima, por lo que la pelirroja se acercó al recinto, seguida de cerca por Moran.

Una vez en el área de esgrima, Sherlock se sentó con el traje puesto ya, observando todos y cada uno de los movimientos de su profesor. La pelirroja, ahora con una actitud más calmada, se acercó a él, colocándose a su espalda, observando el duelo. A los pocos segundos, el muchacho acabó por caer al suelo, derrotado. El profesor se quitó el casco protector, alejando el sable de prácticas de su rostro.

¿Estás bien, Prizzer? –le preguntó al muchacho que ahora se mantenía en el suelo.

–Creo que es el tobillo, señor –dijo el muchacho de cabello castaño, intentando no inmutarse.

–No te preocupes –le dijo el maestro–. Srta. Randall, ¿te importaría acompañar al Sr. Prizzer a la enfermería, por favor? Yo iré en cuanto termine la demostración –indicó, una muchacha de cabello corto y negro acercándose a Prizzer, quien agradeció la ayuda, caminando lejos de allí–. En el esgrima no podemos permitirnos el perder la concentración. Debemos trabajar la técnica, el ritmo y el equilibrio –los aleccionó, todos prestando atención a sus palabras, pues con solo escuchar el sonido de su voz podía lograr la atención completa de sus alumnos, así como su silencio–. Creo que no hay alumno mejor para ayudarme a ilustrar la forma apropiada y la técnica, que Holmes –sentenció, las miradas de todos volviéndose hacia el joven de cabello rizado de color castaño. Éste simplemente se levantó y se colocó el casco de esgrima, dándole una mirada confiada a Cora, quien asintió imperceptiblemente para darle ánimos. Morán por su parte se sentó junto a ella en el banco para observar el duelo–. Fijaros en nuestra postura, nuestros movimientos y nuestro estilo –les recordó el profesor a sus estudiantes. Sherlock se acercó entonces a Brandon y ambos hicieron un gesto de saludo antes de alzar sus sables, dejando que las puntas se tocasen–. En garde –dijo Brandon, Sherlock siendo el primero en marchar unas cuantas veces antes de dar una estocada, también conocida como fondo. El profesor de educación física comenzó a defenderse con la parada de tercera y la parada de quinta, pero Holmes logró acertar con el tocado de cabeza, ganando un punto–. Touché –dijo el maestro en un tono satisfecho, pues Holmes era uno de sus alumnos predilectos y estaba orgulloso de su progreso.

Este bicho raro es bastante bueno –comentó Morán en un susurro.

–Pues para que lo sepas, este bicho raro tiene nombre –sentenció Cora, algo molesta por la forma despectiva en la que había hablado, el duelo de sables reanudándose, con Brandon logrando acertar aquella vez, apuntándose un tanto–. Se llama Sherlock Holmes.

En ese preciso momento, Cora observó cómo Morán hacía uso del reflejo que los rayos de sol provocaban con su anillo de oro, dirigiendo la luz contra los ojos de Holmes, lo que bastó para cegarlo en el instante en el que atacaba, y lo que bastó para que el sable de su profesor golpease contra su casco.

He ganado, Holmes.

¡Has hecho trampas! –le espetó Cora a Sebastian en un susurro, mientras Sherlock se quitaba el casco, observando su conversación.

–¿Y qué más da? El profesor podría ganarle a ese bicho raro incluso sin mi ayuda –apostilló el chico, lo que fue la gota que colmó el vaso para la pelirroja, quien le propinó un codazo en las costillas cuando Brandon no miraba, dirigiéndose al puesto de tiro con arco a paso vivo.

–Como podéis ver, Holmes ha perdido porque ha sido presa de sus emociones –sentenció Brandon, intercambiando una mirada cómplice con el joven–. Ha olvidado la disciplina. Jamás sustituyáis la disciplina por la emoción –indicó, antes de revolverle el cabello rizado al joven–. Buen combate, Holmes –lo alabó, antes de que sus ojos verdes se posaran en la pelirroja, quien ya había cogido un arco y un carcaj de flechas–. Por lo que veo vuestra compañera sigue deseosa de demostrar sus habilidades... Venid. Os enseñaré la forma idónea para tirar con arco –comentó, caminando con los alumnos hacia el lugar en el que Cora se encontraba, ahora preparándose para disparar–. Un momento, Izumi –le dijo, ella desviando su mirada hacia él.

¿Profesor?

–Has visto el combate, ¿no es así? ¿Qué te ha parecido? –le preguntó, acercándose a ella.

–Sinceramente, profesor –comenzó a decir Cora–. Creo que Sherlock lo tenía contra las cuerdas y habría ganado él el combate de no ser por la repentina y oportuna ceguera con los rayos de sol –espetó, lo que pareció hacer que Brandon tragase saliva por un instante.

Vaya, me parece que Holmes tiene una admiradora –comentó Brandon antes de caminar tras ella–. Deja que te ayude –indicó, ayudándola a preparar el tiro–. Primero visualizas el objetivo –posicionó con sus dedos el rostro de Cora, dirigiendo su vista así hacia la diana–. Una vez lo tengas, eleva los brazos sin hacer tensión –continuó, colocando los brazos de la joven a la altura de los hombros, provocando una nueva oleada de celos en Sherlock, quien se percató al momento de la cercanía que Brandon tenía con ella–. Y ahora... Estira la cuerda y... –continuó, la pelirroja soltando el agarre y dando exactamente en el centro de la diana–. ¡Magnífico! ¡Impresionante, Izumi! ¿Seguro que no habías hecho esto antes? –le preguntó, observándola y separándose de ella, dejándola espacio.

–No, profesor –negó ella–. Solo he necesitado concentrarme...

–Bueno, continua, continúa. Veamos cómo lo haces en el resto de blancos –la animó, retrocediendo unos pasos.

Cora suspiró y caminó hasta la siguiente diana, decidiendo disparar todas ellas en el centro para desahogar su frustración por la desagradable trampa que Morán le había puesto a Sherlock. ¡Aquello no era competitividad! Cuando tuvo el objetivo claro en la segunda diana, apuntó, contuvo el aliento y disparó, de nuevo acertando en el centro de la diana. La pelirroja repitió la misma acción con el mismo resultado en las restantes dianas, obteniendo una puntuación perfecta.

–Excelente, excelente –se maravilló Brandon–. Bueno, esto será todo por hoy. Quiero que para mañana me traigáis una redacción sobre qué disciplina os ha gustado más y por qué. Adiós –se despidió Brandon, reuniéndose con el joven que había enervado a la pelirroja, Sebastian, mientras que Cora salía del vestuario, ya habiéndose duchado y cambiado a una ropa más cómoda.

Hola... –la saludó Sherlock, caminando hacia ella.

–Oh, hola –lo saludó Cora en un tono suave, por un momento despareciendo el ceño fruncido de su rostro–. No lo soporto. No ha sido justo.

–Lo sé –afirmó Sherlock–. Sabía que alguien me había cegado, pero no pensé que fuera su hijo...

–Sabía que debían estar relacionados –sentenció Cora mientras apretaba los puños y caminaba hacia el comedor de la universidad–. Esa sonrisa, el hoyuelo en la barbilla que es un rasgo genético pasado de padres a hijos... Y el apellido –enumeró, lo que hizo reír al muchacho de cabello castaño.

No vas a conseguir nada por enfadarte, Cora –le indicó–. Déjalo ya.

–Está bien... ¡Pero no lo soporto! ¡Semejante falta de deportividad es...!

En ese momento, el profesor Brandon se acercó a ellos antes de que salieran del gimnasio.

–Holmes –lo llamó–, solo quería decirte que Izumi tenía razón. Seguramente habrías ganado de no haberte distraído. A la próxima será la revancha, pues.

–Claro –afirmó Sherlock antes de salir caminando de allí junto a su compañera–. He de decir que me has logrado sorprender, Cora –dijo, captando su atención–: No esperaba que fueras tan buena en los deportes...

–No lo soy, pero aprendo observando, escuchando y analizando todo lo que me rodea –se explicó–. Y adoro pasar largas jornadas en la biblioteca, así que...

–Otra cosa más que tenemos en común –comentó Sherlock–. Y hablando de cosas en común... –comenzó a decir, sacando un recorte de periódico en el que se leía: "El profesor Bobster se suicida"–. ¿Qué piensas de esto?

Cora tomó el recorte del periódico en sus manos, comenzando a leer los detalles:

Opino que si la policía tuviera dos dedos de frente, se percataría de que no se trata de un suicidio, sino de un asesinato –comentó, devolviéndole el recorte, lo que hizo sonreír a Holmes, pues él había llegado a la misma conclusión que ella. De pronto una figura sospechosa llamó su atención–. Sherlock, ¿ese no es tu profesor de química? –preguntó, lo que provocó que ambos lo observasen. Estaba platicando con un hombre vestido enteramente de negro–. ¿Quién será ese con el que está hablando?

–No tengo ni idea, pero desde luego no es alguien que conozca –replicó el de ojos azules-verdosos, deteniéndose en el camino, al igual que ella, su vista fija en los dos hombres. Éstos no tardaron en percatarse de que alguien los observaba, desapareciendo en el interior de la universidad–. Extraño... Muy extraño.

–Y que lo digas –concordó Cora–. Oye –apeló a él, volviéndose para mirarla–, ¿no estarías interesado en participar en el Club de Música, el de Teatro o el de Danza? –preguntó–. Andamos escasos de miembros y solo nos falta uno para completar el cupo y poder empezar las actividades.

–No suelo interesarme por estas cosas, pero si logras convencerme al igual que lo has hecho esta mañana para darle una oportunidad a la literatura, lo pensaré –contestó el de cabello rizado, provocando que la pelirroja sonriese y lo abrazase de pronto, sorprendiéndolo.

¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres el amigo más maravilloso del mundo! –exclamó, Sherlock ni siquiera reciprocando el abrazo por la sorpresa que le había invadido al sentir sus brazos en su espalda, su cuerpo tan cerca del suyo.

–¿Entonces... Somos amigos? –preguntó después de que Cora rompiese el abrazo, quien rápidamente asintió con la cabeza.

–¡Claro que sí! –afirmó.

Ambos se separaron para llevar su bolsa con las ropas de educación física a sus habitaciones y así meterlas en la lavadora. Por su parte, Cora aprovechó para volver a darse una ducha, pues aún se sentía algo sucia después de tanto ejercicio. Tras vestirse con una sudadera negra, chaqueta vaquera y pantalones oscuros al igual que sus deportivas, la pelirroja decidió atreverse a bajar al comedor, a sabiendas de que estaría expuesta a todo tipo de comentarios. En cuanto entró, cogió una bandeja y comenzó a servirse los platos del bufete de la universidad: de primero pasta con tomate o menestra, de segundo carne con patatas o pescado con guisantes, y de postre tarta de fresa o pera. La joven escogió la pasta, la carne y la tarta, además de agua sin gas. En cuanto lo tuvo todo, tomó una rebanada de pan y una servilleta, escaneando ahora el comedor para encontrar un sitio donde sentarse. Mientras caminaba por las mesas logró avistar una mata de pelo castaño que le resultaba familiar por lo que caminó hasta allí. En cuanto se acercó lo suficiente, escuchó cómo unos chicos de su clase decidían molestar a su amigo.

–¿Qué te ha pasado hoy, Holmes? ¿Te ha cegado el sol? –se mofaron–. ¡Ay, no! ¡Me quema, me quema! –hicieron aspavientos mientras se tapaban los ojos, carcajeándose.

Si yo fuera tú, me preocuparía por tu hermana, Dudley –sentenció Sherlock–. No es como si toda la escuela supiera que se beneficia a su profesor de Matemáticas –levantó la voz lo suficiente como para que se oyera en todo el comedor–. Ups, ahora ya lo saben –indicó, lo que hizo enrojecer la cara de uno de los chicos, quien se levantó de su asiento, airado y con ganas de abofetearlo.

–Perdona que llegue tarde –intercedió Cora, sentándose frente a Sherlock, dirigiendo una mirada a sus acosadores–. ¿Y estos idiotas? Me he fijado en que no han logrado siquiera hacer bien ninguna de las pruebas de educación física... Que patético –comentó, los chicos reconociéndola al momento, cerrando sus bocas–. Oh, así estáis mucho mejor. No soporto a la gente que habla con la boca llena... Es vulgar –apostilló.

–Estoy de acuerdo –dijo Sherlock–. Hay demasiada estupidez alrededor... Creo que deberíais marcharos. Ya –les indicó con una mirada desafiante.

¡Te arrepentirás de esta, Holmes! –le gritó Dudley antes de desaparecer de allí junto a sus amigos, el comedor retomando su anterior barullo, el cual se había silenciado por la discusión.

Eso me gustaría verlo –comentó con un aire de suficiencia, provocando que la pelirroja estallase en una carcajada–. Bueno, dime... ¿Cómo piensas convencerme de que me una a un club?

–Pienso darte argumentos válidos y no voy a dejar de insistir para que te unas a uno de ellos.

Está bien, empieza.

Cora paso la hora siguiente de la comida hablando sobre lo maravilloso que sería formar parte de uno de los clubes. Explicó con todo detalle las ventajas de cada uno de ellos e incluso dio algunos datos curiosos. Sherlock la escuchaba con atención, una sonrisa suave apareciendo en su rostro, pues era cierto lo que había detectado anteriormente: ella era muy apasionada sobre sus gustos. Lo que le gustaba lo disfrutaba muchísimo, y lo que no, lo aborrecía. De igual manera, no tenia pelos en la lengua y decía lo que pensaba sin pensar demasiado en algunas ocasiones.

–¿Y bien? ¿Te he convencido? –preguntó al fin Cora con una sonrisa triunfal.

Me temo que todo esto ha sido inútil –dijo Sherlock en un tono serio, borrándose de un plumazo la sonrisa del rostro de la pelirroja–. Porque ya me he apuntado a dos de ellos –apostilló, dejando ver una sonrisa bromista, lo que sorprendió a Cora, quien procedió a lanzarle migajas de pan a la cara.

¡Serás...! ¡Capullo! –lo insultó con un tono de voz sereno, indicando que no estaba realmente enfadada con él–. ¡Idiota! ¡Ya te habías apuntado y no me has dicho nada!

Deberías haber deducido que sí lo había hecho –dijo a modo de disculpa, esquivando las migajas de pan que le lanzaba, alguna de las cuales se quedó enredada en sus rizos–. Solo quería escucharte hablar así –mencionó, una vez se hubo calmado su amiga–. Hermosa... –comentó, lo que de pronto hizo aparecer un ligero rubor en las mejillas algo pálidas de Cora–. Ah, no, qui-quiero decir, me refería a tu forma de hablar. Es hermosa –comenzó a tartamudear Holmes–. Pero no quiero decir que... Tú no seas he-hermosa, que sí lo eres, qui-quiero decir, no... Eh... –comenzó a frustrarse, pues no soportaba la inseguridad que aquellos sentimientos comenzaban a provocar en él. Sentimientos que habían aparecido desde que la había conocido aquella mañana.

Te he entendido, Sherlock, tranquilo –lo intentó apaciguar ella con una sonrisa amigable, posando una mano sobre la suya, aunque su corazón aún latía incontrolable, pues de cierta manera, esperaba que lo que había dicho fuera cierto. Sherlock retiró su mano tras unos cuatro segundos, lo que hizo que un dolor agudo pasase como un relámpago por el corazón de la pelirroja, quien también retiró su mano de la mesa.

–Esto... No es lo mío –fue lo único que dijo Sherlock al respecto, levantándose de la mesa en un gesto molesto, caminando con rapidez fuera del comedor, dejándola allí, confusa.

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