| -Capítulo 13: Años más tarde- |
Tras transcurrir dos años en los que había logrado refinar su entrenamiento físico y su agudeza mental, usando como tapadera un trabajo de docente, la pelirroja de ojos carmesí trabajaba ahora para una de las mafias japonesas de más alto nivel. Participó en varias operaciones en las que debía hacer uso de su entrenamiento físico y mental para recabar información y así eliminar a la competencia de su patrón, pero hubo una de ellas que pronto desencadenó los sucesos más precarios y devastadores para ella. La operación que más tarde sería conocida como El Dragón del Caos...
Tras caminar por las lluviosas calles niponas infestadas de transeúntes, la pelirroja logró encaramarse al tejado de un edificio cercano al recinto en el que se encontraba su objetivo: era una casa de estilo japonés bien protegida, y era evidente que no se habían reparado en gastos a la hora de asegurar su vida. Aquello hizo sonreír a la pelirroja, cuyo carácter se había endurecido con los años: ¿de verdad creían que unos cuantos guardias podrían detenerla? Suspirando con calma, la mujer se colocó la bufanda alrededor de la boca, dejando solo visibles sus ojos, los cuales brillaban en la oscuridad. Si alguien hubiera posado su vista en la pelirroja, seguramente lo habría invadido el terror al observar aquellos ojos llenos de instinto asesino y llamas incandescentes.
Deslizándose con una inmutable calma por la cornisa del edificio en el que se encontraba, Cora se posó en el tejado de la casa. Una vez lo hizo, volvió a deslizarse con calma por la cornisa, entrando al piso superior por una ventana convenientemente abierta de par en par, donde degolló al primer guardia que encontró, el sonido de la sangre saliendo a borbotones y el sonido del músculo siendo desgarrado llenando sus oídos. Tras limpiar el pequeño cuchillo que había empleado para aquel asesinato, la pelirroja se refugió en las sombras, pues escuchó pasos que se dirigían hacia su posición. Tras hacerlo, por poco fue detectada por otro de los guardias, quien no tardó en descubrir el cuerpo de su compañero. Cora hizo uso de su sigilo para encaramarse a una de las vigas del techo. El guardia comenzó a gritar llamando a sus otros compañeros cuando un gran peso cayó sobre sus hombros. El japonés apenas logró emitir un leve grito de desesperación, antes de que la pelirroja arrebatase su vida en aquel preciso instante en un movimiento veloz con su puñal de plata. Eliminado ya el testigo, continuó su camino hacia el sótano de la casa, donde seguramente se encontraba su objetivo, dejando una ola de muerte a su paso hasta llegar a una habitación que bien parecía ser de la antigua realeza imperial. Tras irrumpir en la estancia por la fuerza, Cora fue inmediatamente puesta bajo fuego cruzado, el cual tuvo la pericia y la suerte de evitar, refugiándose en la oscuridad que le brindaban las sombras. Los guardias que custodiaban la entrada al sótano, la cual se encontraba bajo la cama, según pudo deducir Cora, continuaron disparando. Aquello pronto agotó su munición. Con algo de paciencia y meditación, la pelirroja logró encontrar algunos de los puntos débiles de aquellos guardaespaldas, cortando sus cuellos o incluso asestando certeras y mortales puñaladas en sus órganos vitales, sufriendo de esa manera una muerte lenta y agonizante. En última instancia, encontró las llaves que llevaban al sótano en el bolsillo de uno de los guardias, segura ya de que no quedaba ni un alma con vida para proteger a quien fuera que debía asesinar.
Con calma bajó las escaleras, entrando a una estancia que estaba decorada con gran esmero y mimo, sus ojos abriéndose con pasmo ante lo que encontró en su interior: una niña de no menos de diez años con vibrantes ojos azules y hermoso cabello negro azabache. La niña la observó con curiosidad, como si no comprendiese la razón de su presencia allí. A la joven de ojos escarlata le quedó claro que su misión consistía en matar a aquella inocente niña. ¿Pero qué valor podía conferirle a aquella pequeña, cuando había masacrado a todas esas personas? ¿Acaso no había cumplido con total diligencia todas sus misiones? ¿Por qué dudaba ahora? Cora no dejaba de preguntarse aquello. Se acercó a la pequeña, quien retrocedió de pronto, observando el cuchillo ensangrentado que llevaba la mujer en su mano derecha.
–あなたは誰ですか? あなたの名前は何ですか? (¿Quién eres? ¿Cuál es tu nombre?) –preguntó a la niña en japonés con un tono autoritario. Observó entonces que la pequeña no respondía, manteniéndose silenciosa–. あなたは誰ですか? あなたの名前は何ですか? –volvió a hacer la misma pregunta, esta vez abriéndose la pequeña boca de la niña para formular una única frase en inglés.
–No... No entiendo...
¡La niña no sabía hablar japonés! ¿Cómo podía ser entonces una amenaza para La Familia? La pelirroja suspiró, antes de arrodillarse frente a la niña, para así estar a su misma altura.
–¿Cuál es tu nombre? –le preguntó, en aquella ocasión utilizando su misma lengua para que pudiera comprender sus palabras.
–Me llamo... Alana. Alana Petrova Jones –replicó la niña.
Petrova... Cora recordaba haber escuchado aquel apellido. Pertenecía a un importante hombre en Inglaterra de origen ruso, quien pretendía acabar con todas las mafias japonesas, y por ende, eliminar así el mercado negro. Ahora comprendía por qué era necesario el acabar con la pequeña... ¡Pero ella no era ninguna amenaza! ¡No se la podía castigar por lo que su padre intentaba lograr, lo cual dicho sea de paso, era lo correcto! Cora guardó entonces el cuchillo, poniéndose en pie.
–¿Dónde están tus padres? –le preguntó en un tono suave.
–En Rusia –respondió ella, levantándose del suelo–. Unos hombres me secuestraron por la noche: escuché gritar a mamá...
Cora cerró los ojos, reflexionando sobre qué debía hacer. Tenía las manos manchadas de sangre, sangre de aquellos guardias que... De pronto paró en seco sus pensamientos. ¡Aquellos guardias pertenecían a La Familia! ¡No estaban ahí para proteger a la niña, sino para asegurarse de que no escapase! Acababa de asesinar a sangre fría a todas aquellas personas sin conocimiento alguno de sus identidades. Aquello se interpretaría seguramente como un acto de traición, pero la pelirroja estaba segura de que le habían tendido una trampa: al fin y al cabo, ella seguía siendo extranjera, y en el pasado, al iniciar su trabajo para la mafia, había ido en contra de algunas de sus normas y obligaciones que le impusieron. Estaba claro que alguien había convencido al patrón para que se librase de ella.
–¿Señorita? –escuchó preguntar a la niña, sacándola de sus ensoñaciones.
–Ven conmigo. Te llevaré con tus padres –sentenció. La niña pareció reticente a obedecer, observando la mano que la de ojos escarlata le extendía–. Sé que no tienes motivos para confiar en mi, pero no he venido a hacerte daño. Ahora solo pienso sacarte de aquí.
La pequeña de diez años asintió con lentitud, tomando la mano de la pelirroja, quien le dio una única orden en cuanto notó que se aferraba a ella.
–No abras los ojos, ¿entendido? –le dijo, asintiendo Alana con vehemencia–. Bien, agárrate fuerte –sentenció, tomándola en sus brazos, la pequeña colocando sus escuálidos y pálidos brazos alrededor de su cuello, cerrando sus ojos.
–Ya he cerrado los ojos.
Cora comenzó a subir las escaleras lentamente, con cautela, pues estaba segura de que habrían enviado refuerzos al averiguar que habían muerto los guardias. En cuanto llegó al primer piso de la casa, la joven se ocultó en las sombras, pues de pronto escuchó unas voces que se le hicieron muy conocidas: era el patrón de La Familia y su hijo, quien la despreciaba. La pelirroja hizo un gesto de silencio a Alana, quien asintió aún con sus ojos cerrados, sintiendo el dedo índice de la mujer en sus pequeños y delgados labios. La mujer comenzó a moverse con lentitud por las sombras, logrando salir de la casa inadvertida, corriendo con presteza hacia una vieja conocida suya, Akako, quien según sabia, conocía a la mayoría de los empresarios ingleses, y por lo tanto, en muchas ocasiones había confiado a Cora nuevas sobre su país natal. Cuando la pelirroja llegó hasta su casa, la nipona la dejó entrar, reconociendo a la pequeña en sus brazos de inmediato.
–¡Alana!
–¡Nana! –exclamó la morena, abrazándose a la mujer japonesa, pues antaño había sido su niñera, cuando aún trabajaba para sus padres.
–¿Cómo has acabado aquí? –preguntó Akako, observando a la pequeña.
–Es una larga historia –sentenció Cora–. Pero necesito que vuelvas con ella a Rusia, ¿podrás embarcar hoy en un avión.
–¿Hoy? –se extrañó Akako–. ¿Por qué tanta prisa?
–Es imperativo –afirmó la pelirroja–. Si no lo haces, Yosimitsu-san la matará –añadió, los ojos de Akako abriéndose con terror, reconociendo al patrón de La Familia–. Coge lo indispensable y márchate ahora –sentenció, antes de cortar un leve mechón de cabello de Alana.
La japonesa hizo lo que debía, recogiendo rápidamente sus cosas, pues sabía cómo conseguir un billete de avión para aquella misma noche. La pequeña Alana se abrazó por última vez a la pelirroja antes de huir al abrigo de la oscuridad con su niñera. Cora sabía que estaría a salvo con ella.
Unas horas más tarde, la joven entró en la mansión de La Familia, dirigiéndose a la habitación principal de ésta, donde la esperaba Yosimitsu-san. La pelirroja estaba segura de que se dirigía a una emboscada perpetrada por los miembros de la yakuza, debido a las sangrientas muertes que había ocasionado. En cuanto entró, sintió cómo el filo de una afilada katana se situaba en su cuello, dispuesta a rebanarle la cabeza. Frente a ella se encontraba ahora Yosimitsu-san.
–あなたは任務を完了しましたか? (¿Has completado tu misión?) –preguntó su jefe en un tono serio, detrás de él encontrándose todos los miembros de su Familia.
–はい、私の主 (Sí, mi señor) –replicó Cora en un tono serio, sosteniendo su mirada severa–. ここでの証拠です (Aquí está la prueba).
La joven sacó entonces el mechón de cabello que había cortado a Alana antes de su marcha.
–だから...あなたは彼女を殺しました。 よくやった (Entonces... La has matado. Bien hecho) –sentencio Yosimitsu con una sonrisa, tomando en sus manos el mechón de cabello de la niña, instantes antes de arrojarlo a las llamas de la lumbre cercana a ellos–. しかし、私は何よりも嫌い何、彼が嘘をついています。 (Pero lo que más odio es la mentira).
De pronto, más de los hombres de su Familia la sujetaron por sus brazos. Cora intentó resistirse, pero la superaban en número y con la katana en su cuello, no estaba en una buena posición para usar sus habilidades: era inmune al fuego, no al acero. Seguía siendo mortal, después de todo.
–あなたはその汚いアングロロシアの少女の脱出を手伝った。 (Has ayudado a la sucia chica anglo-rusa a escapar) –comentó, caminando hacia ella, sujetando su cara con su mano derecha, haciendo presión con sus dedos índice y pulgar en sus mejillas–. 私は、私はあなたが最高だと思っていた...がっかりしています。 (Pensé que eras la mejor... Estoy decepcionado) –suspiró con pesadez.
–私も間違っていました。あなたは卑劣な存在に過ぎません。 (Yo también me equivocaba: no eres más que un ser despreciable) –le espetó la pelirroja–. あなたは家を守っていた警備員があなた自身の部下であることを知っていました、そしてあなたは彼らを犠牲にすることを選択しました。 あなたはそれをあなたのスケープゴートにしたかったのです。 (Sabías que los guardias que custodiaban la casa eran tus propios hombres, y aún así has elegido sacrificarlos. Querías que fuera tu chivo expiatorio) –indicó en un tono molesto, enfadado por el hecho de haber sido utilizada para cometer todo tipo de actos atroces en su ingenuo parecer de que hacía lo correcto–. 私は二度とあなたのために働きません。 (Nunca volveré a trabajar para ti).
–ああ、私は確信しています。 (Oh, estoy seguro) –afirmó con una sonrisa malévola antes de chasquear los dedos, acercándose su hijo mayor a él–. 彼女をダークルームに連れて行ってください。 (Por favor, llévala a la Sala Oscura).
Cora perdió el sentido de pronto por un golpe contundente en la nuca.
Cuando despertó, Cora apenas podía ver nada. Había una tela que tapaba sus ojos, por lo que estaba segura de que se encontraba en un sótano. Sus manos estaban encadenadas a una silla, al igual que sus pies. De pronto, sintió un golpe veloz pero que dejó un rastro indeleble en su cuerpo. El golpe parecía arder, y la joven de ojos escarlata comprendió que debían haber comenzado a torturarla, en aquel momento decantándose por los latigazos. El látigo (o mejor dicho, los múltiples látigos) comenzó a infligirle daño una vez más, las heridas que se le infligían comenzando a sangrar casi de inmediato. Los latigazos continuaron por cerca de cinco horas, golpeando en sus heridas sangrantes, intensificando su dolor. Tras unos días sufriendo aquella tortura, además de sentir cómo en sus brazos, piernas y cuello se apagaban cigarrillos ardientes, Cora comenzó a ser sometida a la tortura psicológica. Los japoneses introducían su cabeza en un barril de agua una y otra y otra vez, sintiendo que poco a poco comenzaba a perder su voluntad, casi ahogándose. Entre tortura y tortura, Cora comenzó a balbucear para si misma, provocando que Yosimitsu-san averiguase que uno de sus miedos residía en un lugar terrorífico, en la muerte de sus antiguos compañeros de orfanato. El patrón de La Familia utilizó la muerte de sus amigos como aliciente para la tortura.
Los días fueron sucediéndose, siendo la piel de la joven abierta con cuchillos ardientes, sangrando sin parar, siendo privada de sueño, y en ocasiones, siendo acosada sexualmente (sin llegar no obstante a la violación): acariciaban sus pechos y al masturbarla la obligaban a tener orgasmos involuntariamente. También la obligaron a masturbar a varios de los yakuza, no teniendo más remedio que ingerir su semen, o soportar que éstos se corrieran en su rostro y cuerpo. Pasaron los días y los meses, incluso los años. En aquellos años, la pelirroja ya poseía numerosos cardenales en su cuerpo, heridas que se abrían al más mínimo contacto. Debido a la tortura psicológica que debió soportar, Cora olvidó por completo sus recuerdos de la universidad, olvidándose así de Sherlock y de Baskerville. Sus recuerdos sobre aquel lugar se distorsionaron por competo. Llegó a encerrar ese terror en un lugar recóndito de su mente.
Un día como tantos otros, en el 2010, tras años de encarcelamiento, la pelirroja ya tuvo suficiente. No podía soportarlo más. ¡Debía liberarse como fuera! Cora esperó hasta que los hombres de Yosimitsu-san regresaron a la Sala Oscura para torturarla una vez más. Una vez lo hicieron, sintiendo Cora sus horribles aromas a colonia y desodorante, la joven decidió hacer uso de sus habilidades por primera vez en años, envolviéndose en llamas, rompiendo las cadenas que la mantenían sujeta. Cuando lo hubo logrado, la pelirroja se encargó de sus torturadores uno por unos, masacrándolos sin piedad, quemándolos vivos a la mayoría. Llegó hasta la estancia privada de Yosimitsu-san, quien era acompañado por su hijo, disfrutando de sobremanera de sus gritos desesperados mientras los desmembraba y los calcinaba vivos.
–目には目を、歯には歯を (Ojo por ojo, diente por diente) –sentenció instantes antes de reducir sus cuerpos a cenizas con una gran satisfacción.
Tras acabar con todos y cada uno de los yakuzas leales a Yosimitsu, la pelirroja no tuvo problemas en encontrar un vuelo que la llevase de vuelta a Inglaterra. Una vez en el avión, la joven de ojos escarlata logró acceder a su teléfono móvil, el cual había sido confiscado en sus inicios al trabajar para la mafia. Se percató de que había numerosos mensajes y llamadas de sus padres, Hanon, James y Michael. Suspirando con pesadez, la joven se dejó llevar al mundo de los sueños hasta que el avión aterrizase en su amado país natal, al que regresaba al fin tras años en el extranjero.
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