| -Capítulo 11: Fin del caso- |
Cora intentaba por todos los medios a su alcance el detener el flujo de sangre que ahora salía por el orificio de bala en su pecho, presionando con su jersey como le era posible. Entre el frío y la pérdida de sangre, a la pelirroja le estaba costando cada vez más el mantenerse despierta, pero lo intentó por Sherlock: no quería que su muerte pesara sobre su conciencia. El joven de cabello castaño continuó aquel duelo de intelectos con su profesor, ambos intentando adelantarse al primer movimiento de su oponente. El de ojos azules-verdosos continuó sujetando su espada en su mano derecha.
–¡Eh Tar! ¡No eres más que un farsante! –le espetó en un tono serio el detective en ciernes, de pronto la ira arraigándose en sus palabras, la ira provocada por el disparo que había herido a la pelirroja de ojos castaños.
–Y tú, Holmes, estás dejando que las emociones dominen tu juicio –replicó Rathe en un tono casi burlón antes de disparar de nuevo su arma, errando el tiro.
Sherlock entonces comenzó a caminar hacia su profesor, subiendo las escaleras que llevaban a él, mientras que Brandon soltaba la pistola antes de acudir a enfrentarse con el que fuera su alumno predilecto. Ambos hicieron chocar en ese instante el metal de sus armas, enzarzándose en una pelea encarnizada en la que solo podría haber un ganador. Sherlock hizo uso de su agilidad para descender a un nivel menos elevado, con Brandon persiguiéndolo de forma implacable. Ambos continuaron aquel duelo intentando gastar la menor energía posible.
–No puedes vencerme, Sherlock –sentenció Rathe con confianza, una sonrisa adornando su rostro–. Tira la espada y salvarás la vida de Cora.
–Jamás –negó Sherlock–. La matarías tras matarme a mi, y prefiero morir peleando, aunque sea lo más doloroso del mundo entero. Nunca permitiré que vuelvas a tocarle ni un pelo de la cabeza.
–Muy bien –afirmó Brandon antes de suspirar–. Te complaceré –sentenció antes de volver a chocar sus hojas con celeridad, comenzando una serie de combos de gran velocidad, que el joven apenas tuvo tiempo de bloquear–. Vamos, Sherlock, ¿no lo sabes hacer mejor? –inquirió con una sonrisa burlona–. ¡Luchas como un niño! –exclamó, intentando minar la confianza del muchacho de ojos azules-verdosos.
–¡Has perdido todas las batallas, Eh Tar, y esta no será la excepción! –replicó Sherlock con confianza, contraatacando sus estocadas con técnica, la misma que le había visto utilizar en sus clases–. Todos tus sueños se han ido abajo: el templo, Sebastian, el Rame Tep... ¡Todo se ha perdido para siempre! –exclamó, logrando acertar con su estoque en su mejilla, infligiéndole una herida como la que él le hiciera con su anillo en su último combate.
Brandon de pronto se colocó la mano izquierda en la herida, observando la sangre que brotaba de ella, antes de recordar las palabras de Sherlock: había perdido todo, incluso a su hijo... Su único hijo. Aquello pareció hacerlo enfurecer de sobremanera, comenzando de nuevo otro ataque, el cual los llevó rápidamente al interior de una tienda cercana, donde Brandon perdió su espada, optando por agarrar un garfio. Rathe atacó a Sherlock con el garfio, intentando herirlo, aunque el joven logró esquivar sus embistes.
–Sí, Sherlock, ¡sigamos peleando mientras la vida de tu querida Cora se escapa entre sus dedos! –exclamó Brandon con un tono de disfrute en su voz, claramente extasiado pro el dolor que aquellas palabras parecieron provocar en el muchacho.
De nueva cuenta en el exterior de la tienda, habiendo recuperado el hombre su espada, su combate los llevó al río helado, en el cual continuaron peleando. Una vez sobre el hielo, tanto Brandon como Sherlock parecieron golpear éste en unas cuantas ocasiones, hasta que Sherlock fue empujado por su profesor, cayendo de espaldas y perdiendo su espada. Sin que ninguno de los dos se percatase de ello, el hielo había comenzado a resquebrajarse por su peso. Por su parte, la pelirroja de ojos castaños ya había perdido la consciencia producto del frío y la pérdida de sangre.
–Has perdido, Sherlock –sentenció el profesor.
–No, profesor –negó Sherlock, su mirada desafiante–. Has olvidado la mayor lección de todas: observar tu entorno y utilizarlo en tu beneficio –le recordó antes de sonreír–. Has dado un mal paso por dar un mal golpe –le indicó, los ojos de Brandon abriéndose con pasmo por unos segundos antes de fijarse en sus piernas: el hielo estaba resquebrajado a su alrededor–. Adiós –se despidió Sherlock antes de golpear con su mano el hielo cercano a él con fuerza, logrando antes de eso arrebatarle la espada y clavársela en el pecho. Brandon se hundió en las heladas aguas del lago.
En cuanto logró levantarse, el joven de cabello castaño corrió hasta la pelirroja que había dejado tendida en el exterior de una tienda cercana, comprobando que había perdido mucha sangre y estaba helada. Sus ojos estaban cerrados y apenas parecía respirar.
–¡Cora! Vamos, no te duermas, ¡ahora no! –comenzó a gritar, de pronto escuchándose las sirenas de policía acercándose–. Vamos, no mueras...
–Te dije –se escuchó la voz suave y algo débil de la pelirroja, quien abrió lentamente los ojos–, que no pienso morir todavía –concluyó, posando su mano izquierda en la mejilla derecha de su novio, quien comprobó cómo aún sangraba con abundancia.
–Te pondrás bien, ¿de acuerdo? Aguanta... –le prometió, las luces de las linternas de Scotland Yard acercándose hacia ellos–. ¡Lestrade, por aquí! –exclamó, los ojos de la pelirroja cerrándose de nuevo.
–¡Rápido, llamad a una ambulancia! –exclamó Lestrade, acercándose a ambos jóvenes–. ¿Qué ha pasado, Sherlock?
–Todo el templo del Rame Tep ha ardido hasta los cimientos, Lestrade, y... –comenzó a intentar explicarse el joven en una voz acelerada–. El profesor Morán, es decir, Eh Tar ha... –continuo, su mirada posándose en el lago helado.
–Sherlock, cálmate –le indicó el Sargento de Scotland Yard–. Primero llevaremos a tu amiga a un hospital. Después me contarás todo en la comisaría –le indicó, apareciendo los para-médicos a los pocos minutos, llevándose a la pelirroja en una camilla. Por su parte, Sherlock se subió al coche de Lestrade, encaminándose a la comisaría de Scotland Yard.
Los policías estuvieron peinando el templo derruido del Rame Tep una vez apagaron el fuego, logrando encontrar varios cuerpos calcinados y las pruebas irrefutables de sus actividades criminales. De igual manera, comenzaron a buscar cualquier posible indicio del cuerpo del profesor Rathe, quien había caído a las heladas aguas del lago. Cuando la investigación hubo terminado, la cual no duró más de unas horas debido a los testimonios de Sherlock y Cora (a quien ya habían intervenido y reposaba ahora en el hospital), una solitaria figura emergió de la oscuridad de la mañana, casi a las pocas horas del amanecer. Esa solitaria figura caminó hasta el lago, del cual logró a duras penas el sacar el cuerpo de Brandon. Cuando lo sacó de las heladas aguas, el profesor apenas logró abrir sus ojos, la sangre saliendo de su boca y su pecho, donde la espada había penetrado. Sus ojos castaños observaron con sorpresa por unos instantes al joven que tenía sobre él, sujetándolo en sus brazos: era su hijo, Sebastian.
–¿Se-sebastian...? –logró murmurar, su voz débil y claramente agotada.
–Shh, no hables ahora papá –negó con la cabeza el joven, las lágrimas inundando sus ojos. Su voz de pronto se llenó de ira–: no puedo creer que ellos... Que ellos hayan hecho esto –sentenció, su voz temblando por la rabia que lo consumía: le habían arrebatado toda su familia.
–Sebastian... Tú... –continuó Brandon intentando hablar–. No olvides nunca lo que nos han hecho. Lo que nos han hecho todos ellos... A nuestra familia.
–No lo haré, padre –afirmó el joven de cabello castaño-pelirrojo, las lágrimas cayendo por sus mejillas, contemplando cómo la vida se le escapaba a su padre–. Yo... Yo... –las palabras apenas podían salir de sus labios. No encontraba la forma de expresar ninguno de sus sentimientos en aquel instante, realmente sintiendo cómo se desgarraba por dentro, como algo en su mente parecía romperse...
–Eres... Lo mejor que me ha pasado... Hijo –sentenció en un tono que parecía ser amable, lleno de calidez–. Te... Quiero –dijo antes de que la vida se esfumase por completo de sus ojos, su cuerpo dejando de vivir para siempre, en los brazos de su hijo.
Sebastian sujetó el cuerpo de su padre entre sus brazos con la tristeza profunda dando paso poco a poco a la desesperación, y después a la fría ira y consiguiente venganza. Tras alzar su rostro y proferir un grito desgarrador, el muchacho de ojos verdes y cabello castaño-pelirrojo cerró los ojos de su padre con su mano derecha, antes de murmurar con una voz de ultratumba:
–Te vengaré, padre –dijo–. No descansaré hasta vengar tu muerte... Juro que encontraré a Sherlock Holmes, y cuando lo haga, disfrutaré de su mirada desesperada al arrebatarle algo preciado para él.
Tras aquellas palabras, el amanecer haciendo salir el sol por el horizonte, iluminando todo con su resplandor, Sebastian se colocó unos guantes negros, antes de arrojar de nuevo el cuerpo de su padre al lago, pues con suerte, el hielo duraría una temporada más, el agua deshaciéndose de todas sus huellas dactilares. Cualquier rastro de que siguiera con vida. Tras santiguarse por primera y última vez, el joven se vistió con una chaqueta de cuero, caminando entre la niebla, desapareciendo de allí sin mediar palabra.
Unas dos semanas más tarde, los padres de la pelirroja, Erik e Isabella, se personaron en el hospital cercano a la universidad, donde ese mismo día iban a darle el alta a su hija. Una vez allí, Cora les contó todo lo que había sucedido, incluso disculpándose por no haberse mantenido en contacto con ellos, y aunque Isabella le prometió que la castigaría sin salir durante el resto de su vida, Cora sabía que su madre no hablaba del todo en serio, y que en realidad, estaba orgullosa de ella. Erik por su parte, se emocionó al contarles la pelirroja el caso que había resuelto con su amigo. Cora procuró no desvelar la identidad de Sherlock, pues sabía a ciencia cierta que su madre jamás dejaría pasar la oportunidad de interrogarla sobre su vida amorosa. Tras asegurarles a sus padres que se encontraba bien, la joven les indicó que ahora debía prepararse para su graduación, la cual tendría lugar en unas pocas semanas, tras los exámenes finales, a los cuales Sherlock y ella podían presentarse, pues el rector había decidido desestimar cualquier alegato en su contra en lo relativo a su expulsión conjunta. (idea de Rathe). Sin embargo, gracias a sus excelentes calificaciones y a la propia carta de recomendación de Brandon, Sherlock terminó sus estudios y se presentó al examen final días después de que la pelirroja de ojos castaños fuera ingresada en el hospital. Isabella y Erik concedieron la petición de su hija de que la dejasen terminar el año académico y así graduarse en magisterio.
Tras descansar otro día más en su habitación de la residencia de estudiantes, la pelirroja comenzó a prepararse para los exámenes finales, recibiendo la ayuda del tío Rudy, quien se había personado allí por petición expresa de su sobrino, a quien Cora no había visto desde aquella noche en la que ella estuvo al borde de la muerte. Al haberse graduado, no se le permitía el regreso al centro de estudios, al menos no hasta la graduación oficial de los estudiantes de su año. Las clases continuaron su habitual ajetreo, con las tres arpías haciendo de las suyas, aunque en aquella ocasión, Cora se atrevió a plantarles cara junto a otros compañeros de clase. Clodette y el resto de sus amigas ni siquiera se atrevieron a replicar al contemplar que era la pelirroja que había resuelto el caso junto al joven detective en ciernes, por lo que simplemente dejaron de acosar al resto de estudiantes.
En su cuarto, la pelirroja ahora repasaba con el tío Rudy una de sus asignaturas: criminología.
–Veamos, Cora, ¿qué causas son las más probables para el asesinato? –le preguntó Rudy mientras sostenía su libro de criminología en sus manos.
La pelirroja sonrió antes de responder con soltura que, en su mayoría, se daban debido a cónyuges infieles, los celos asesinos, incluso ajustes de cuentas, ya fueran personales o de negocios. La joven continuó repasando sus asignaturas poco a poco, llegando la noche, encontrándose realmente exhausta.
–¿Y dime Cora: qué piensas hacer tras graduarte? –le preguntó Rudy mientras caminaban por el campus universitario, pues la de ojos marrones necesitaba tomar el aire.
–La universidad me ha otorgado una beca de trabajo y estudio en Japón, por lo que imagino que la aceptaré –le respondió la pelirroja tras suspirar–. Será una gran oportunidad para formarme como maestra y poner en práctica mis otras ramas de estudios, como la criminología o el combate cuerpo a cuerpo.
–¡Vaya! ¿Es que piensas ser agente secreta, o algo así? –se carcajeó Rudy con una sonrisa que ella reciprocó.
–Quizás –bromeó antes de carraspear–. ¿Sabes algo de Sherlock? ¿Cómo está?
–No sé demasiado, pero sus padres y su hermano lo tienen bastante recluido en su casa por su casi expulsión... Y no olvidemos ese caso del culto egipcio. No les hizo ninguna gracia que pusiera su vida en peligro ni que yo os encubriese, pero comprendo que teníais vuestros motivos...
–Si... –afirmó Cora, sentándose a su lado en un banco cercano a la universidad–. Ahora el caso está cerrado, y según creo han ascendido al Sargento Lestrade a Inspector. Tengo que admitir que el hombre se lo merece –apuntó antes de observar de reojo al tío de Sherlock–. He escuchado que te han contratado para rodar una serie de televisión en América, ¿es cierto?
–Veo que las buenas noticias vuelan –afirmó Rudy–. En efecto, me han contratado para rodar una serie de medicina. Por lo visto y dado mi amplio conocimiento en la materia, tanto de la actuación como de medicina, soy el idóneo para interpretar a cierto médico de mal carácter y con problemas de droga-adicción –se explicó con una sonrisa–. Será gracioso ver mi nombre completo en los créditos de apertura: Hugh Rudy Laurie Holmes –mencionó, su tono algo bromista, el cual hizo reír a la pelirroja.
–Tengo que admitir que los nombres de vuestra familia son de lo más exóticos, tío Rudy –comentó Cora tras carcajearse–. Auch –se quejó, pues aún le dolía ligeramente la herida de su pecho–. Estoy bien, no te preocupes –mencionó al contemplar el rostro preocupado del tío de su novio, quien suspiró aliviado al comprobar que se encontraba bien.
–Escúchame, Cora –de pronto su rostro y voz se tornaron serios–, no sé qué te deparará el futuro, y puede que tengas que tomar una decisión que cambie el resto de tu vida par siempre, pero al menos me gustaría que tuvieras la oportunidad de despedirte de William. Sé que él jamás lo admitiría, pero te va a añorar muchísimo.
–Lo sé, tío Rudy... –suspiró Cora, su rostro alzándose al cielo para contemplar las estrellas que brillaban en el firmamento–. Yo también lo echaré de menos –admitió, su voz suave y llena de pena–. Parece que fue ayer cuando nos conocimos y empezamos esta relación, y ahora... Tener que separarnos tan pronto es... –continuó, las palabras apenas logrando salir de su boca.
–Lo entiendo, preciosa –comentó Rudy, rodeando los hombros de la pelirroja en un gesto dulce–. Es la irresistible atracción de los hombres de la familia. Una vez nos conoces, no puedes dejarnos marchar.
–Que modesto –bromeó la muchacha, propinándole un leve codazo en las costillas–. De todas formas, gracias por haberte tomado la molestia de ayudarme con los exámenes finales, tío Rudy.
–Lo que sea por ti, Cora –sonrió Rudy–. Eso es lo que William quería.
Cora sonrió al sentir que a pesar de no haberse visto desde aquel día, Sherlock aún la mantenía en su pensamiento, por lo que, tras intercambiar unas pocas palabras con Rudy, se fue a dormir con una sonrisa en el rostro. Sin embargo, ambos quedaron para verse el día después de los exámenes finales, para regalarle a la joven su vestido para la graduación.
Llegó el día de la graduación, y debido a la ausencia de Sebastian además de Sherlock, los miembros del Club de Teatro ni siquiera pudieron representar su obra como habían previsto, aunque se decantaron por hacer una interpretación libre de algunas de las obras de Shakespeare a modo de parodia, logrando hacer reír al público en aquel salón de actos. Tras aquella actuación desternillante, llegó el turno del Club de Música, en el que Cora se encontraba también. Asomándose tras las cortinas del escenario, la pelirroja pudo ver con claridad a sus padres en la tercera fila, y al tío Rudy en la sexta, quien estaba sentado junto a un joven de ceño fruncido, el cual la joven dedujo que se trataba del hermano mayor de Sherlock: Mycroft. Junto a él se encontraban otros dos adultos, seguramente sus padres. Tras preparar su violín, con el cual interpretaría un solo al final de la primera actuación, la joven de ojos castaños salió a escena con sus otros compañeros del club, entristeciéndose brevemente por la ausencia de Sherlock, pues no lo veía por ninguna parte. Su profesora, Rachel, comenzó a dirigir su actuación en movimientos suaves, sus estudiantes tomando cuidado en seguir todos sus gestos e interpretar su música con la mayor belleza posible, tal y como hubieran ensayado. Tras acabar aquella pieza y recibir la estruendosa ovación del publico, Cora se levantó de su asiento y caminó hasta estar un poco más cerca de su profesora. Tras suspirar, asintió para indicarle que estaba lista para actuar. Comenzó a tocar con maestría, incluso cerrando sus ojos para concentrarse mejor, los otros instrumentos poco a poco uniéndose a ella, pero siendo su violín el protagonista indiscutible, versionando el popular tema de The Village. En cuanto acabaron la representación, la joven de cabello carmesí hizo una breve reverencia, percatándose de que todos los asistentes estaban llorando, al menos todos excepto el hermano de Sherlock, quien continuaba estoico. Sus padres aplaudían con ganas y sin detenerse, habiéndose levantado su madre del asiento con una gran sonrisa en su rostro. Su padre por su parte aplaudía con lágrimas en los ojos, una mirada orgullosa dirigida a su hija. Tras hacer un gesto hacia sus compañeros y profesora para darles las gracias a ellos, todos se inclinaron nuevamente en otra reverencia, antes de salir del escenario.
–¿Estás bien, Cora? –le preguntó Rachel tras contemplar cómo la muchacha comenzaba a cambiarse de vestuario, para la actuación que había ensayado para el Club de Danza–. ¿Estás segura de que podrás actuar? Quiero decir...
–Sé que mi compañero de baile ha desaparecido sin más, profesora –afirmó Cora, interrumpiéndola mientras se colocaba un vestido negro algo ajustado, pues el baile que debía interpretar era con una canción versionada de You don't own me con arreglos de tango–. Pero aún tengo la opción de interpretar yo misma el baile –se explicó antes de suspirar, terminando de cambiarse.
–Bueno,... Ten confianza en ti –le dijo Rachel, posando una mano en su hombro–. Da igual si empiezan a mirarte o a comentar sobre que no tienes pareja, ¿vale?
–Sí, profesora –afirmó la pelirroja de ojos castaños antes de esperar junto a sus compañeros, pues ahora era el turno del Club de Debate, y después el Club de Manualidades–. No se preocupe. Haré mi mejor esfuerzo.
Los miembros del Club de Debate expusieron un caso acerca de los experimentos genéticos. Debatieron acerca de si deberían permitirse o no. Aquella discusión pareció tocar una fibra sensible en los padres de Cora, quien se tomaron de la mano con fuerza, recordando el día en el que adoptaron a su hija. La muchacha de cabello carmesí también se sintió algo identificada con el debate, sumergiéndose en los recuerdos de Baskerville por unos instantes, hasta que se percató de que había finalizado. Tras la exposición de las manualidades del Club de Manualidades, las cuales resultaron realmente impresionantes, llegando a recrear una réplica hermosa de algunos animales fantásticos, llegó al fin el turno del Club de Danza. Todas las parejas comenzaron a salir poco a poco, actuando y recibiendo los vítores del público. Luego llegó el turno de Cora. Suspiró y recibió el ánimo de sus otros compañeros, quienes la observaban con cierta lástima, pues debería bailar ella sola.
Cora se colocó en el escenario con los ojos cerrados antes de tomar la pose de inicio para el baile: colocó una pierna tras otra y dejó que sus brazos cayesen con naturalidad a sus costados. Comenzó a bailar poco a poco, de pronto, en el primer paso del tango sintiendo cómo una mano se deslizaba suavemente por su brazo izquierdo, tomando su mano antes de que otra se posase en su cintura, comenzando a dirigir sus pasos en aquel tango. Mientras bailaban, la joven sentía una ligera sensación de serenidad, de pronto girándose para continuar con los pasos requeridos en la coreografía, encontrándose con unos ojos azules-verdosos que la observaban con cariño y felicidad.
–¡Sherlock...! –se sorprendió la joven mientras el aludido la hacía girar instantes antes de elevarla por los aires y sujetarla uno segundos.
–Te dije que no iba a permitir que estuvieras sola –replicó él tras hacerla bajar, aproximándola a su cuerpo y comenzando a bailar por todo el escenario con ella en brazos.
Los dos jóvenes continuaron bailando aquel tango con ella intentando alejarse de él, y él haciéndola retroceder, como si una cadena o hilo invisible atase sus manos y cuerpos, imposibilitando que se separasen. Su actuación pareció encandilar a todos los presentes, incluso a los profesores y al rector de la universidad, quien se encontraba también presente en el auditorio. Todos contenían el aliento al presenciar aquel baile entre ambos muchachos, quienes tan enérgicamente y apasionadamente lo interpretaban. Cuando al fin terminaron, ambos cerca el uno del otro, respiraban de forma agitada, el estruendoso aplauso y los vítores estallando en el lugar. Sherlock sonrió a la pelirroja, quien lo observaba con admiración y ternura, la alegría invadiendo su cuerpo por tenerlo allí, junto a ella. Tras hacer una leve reverencia, ambos abandonaron el escenario, bajo la asombrada mirada de Mycroft, quien apenas podía comprender por qué razón había hecho su hermano algo así. Por su parte, los padres de ambos estaban grabando todos los eventos de la graduación.
Una vez hubieron acabado todas las actuaciones y los discursos del profesorado, llegó la hora de la entrega de diplomas, donde Cora recibió su certificado, el cual la calificaba como profesora. Erik e Isabella se sintieron realmente orgullosos de su pequeña en aquel instante, habiendo superado infinidad de adversidad es hasta llega allí. Sherlock por su parte, se sentó lo más alejado posible de sus padres y la familia de Cora, pues no quería tener que lidiar con su verborrea en aquel instante. Tras la entrega de diplomas dispusieron el gimnasio para el baile de graduación, al cual pudieron asistir los familiares y amigos, con Cora reuniéndose con sus padres con una sonrisa tras haberse cambiado de vestido.
–Muchas felicidades, querida –la felicitó Isabella con una sonrisa, abrazándola–. Estamos muy orgullosos de ti, Cora.
–Lo sé, mamá –sentenció la pelirroja abrazando a su madre–. Siempre he deseado que lo estuvierais.
–Siempre lo hemos estado, Cora –intercedió su padre desde su silla de ruedas–. Y siempre lo estaremos.
–Gracias papá –agradeció la muchacha, arrodillándose ante su padre y abrazándolo. A lo lejos observó al tío Rudy, acercándose para saludarlo–. ¡Tio Rudy! ¡Me alegra verte!
–¿Cómo me iba a perder tu actuación, preciosa? –preguntó con una sonrisa el hombre, abrazándola–. Has estado maravillosa, y cuando los dos habéis bailado... ¡Me habéis logrado emocionar!
–Un placer –dijo Cora antes de arrodillarse con una sonrisa–. ¿Has venido con los padres de Sherlock?
–Así es –afirmó Rudy–. Estaba tan empeñado en venir a verte que logró hasta que mi hermana y su marido viniesen, y por tanto su hermano Mycroft también.
–Vaya con Sherlock...
–Ya lo conoces –afirmó el tío del joven castaño con una sonrisa–. Una vez se le mete algo e la cabeza, es imposible disuadirlo.
–Ejem –se escuchó carraspear a cierto joven quien colocó una mano en el hombro de Rudy–. ¿Me permite bailar con la señorita, caballero?
–Vaya, por supuesto, William –sonrió Rudy, dejando que Sherlock condujese a la pelirroja a la pista de baile, en la cual pronto comenzó a sonar una música lenta para el baile en pareja.
–Pensé que no te volvería a ver... –comentó Cora mientras bailaban–. Quiero decir...
–Quería verte, pero después de lo ocurrido aquel día...
–No deberías sentirte culpable, Sherlock –le indicó en un tono suave–. Nada de lo que ha ocurrido ha sido cosa tuya, ¿recuerdas?
El joven de cabello castaño no dijo nada ante su comentario, pero continuó bailando con ella en pasos lentos, sujetándola con dulzura entre sus brazos mientras bailaban. Ambos jóvenes continuaron bailando lentamente en la pista de baile, con los padres de la pelirroja observándolos con una mirada tierna, grabándolo todo con sus cámaras. Por su parte, los padres de Sherlock observaban también a ambos muchachos bailando lentamente, unas sonrisa cruzando sus rostros. Por su parte, Mycroft ni siquiera se quedó para la fiesta, por lo que simplemente echó una mirada de reojo a su hermano, regresando a su casa.
La pelirroja y el joven de cabello castaño continuaron bailando juntos, a pesar de que sabían que pronto deberían separarse debido a la oferta que le habían hecho a Cora para estudiar y trabajar en Japón, la cual le había mencionado Rudy. No deseaban pensar en su inminente separación, por lo que simplemente decidieron disfrutar de su íntimo momento juntos.
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