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Capítulo 3

La mañana comenzaba a despertar, y mientras ajustaba el broche de mi vestido frente al espejo, no podía dejar de pensar en la conversación que había tenido con Elliot la noche anterior. Entre bromas y divagaciones, habíamos hablado de todo y de nada a la vez, como siempre hacíamos. Sin embargo, algo en su tono había sido diferente; más serio, más reflexivo. "¿Qué queremos de este verano?", me había preguntado, como si el tiempo que se avecinaba pudiera moldearse a nuestra voluntad. Su pregunta resonaba en mi mente mientras recogía mi cabello en un moño sencillo. No podía evitar sentir un cosquilleo de anticipación, como si este verano fuera a ser distinto, lleno de promesas aún por descubrir.

El sonido del suave tintineo de los pájaros al amanecer me devolvió al presente. Estaba terminando de desayunar cuando escuché el familiar crujido de las ruedas de bicicleta en el camino de tierra. Me asomé por la ventana justo a tiempo para ver a Elliot frenando frente a mi casa, con una amplia sonrisa en el rostro.

—¡Buenos días, dormilona! —gritó, inclinándose sobre el manillar.

—Ni siquiera he tenido tiempo de dormir mucho, gracias a tus mensajes anoche —respondí mientras salía al porche con una mochila ligera al hombro.

Elliot rió, acomodándose el cabello despeinado.

—Vamos, tenía que asegurarme de que estuvieras lista para hoy. Tenemos mucho de qué hablar.

El camino al pueblo comenzaba justo al pie de la colina donde se encontraba mi casa. Decidimos ir andando, dejando que el frescor de la mañana nos envolviera. Los primeros rayos del sol se filtraban entre los árboles, proyectando sombras alargadas en el sendero de tierra. Me encantaba ese momento del día, cuando todo parecía estar en calma, como si el mundo todavía no hubiera decidido ponerse en marcha del todo.

Mientras caminábamos, el aire estaba impregnado con el aroma fresco de los arbustos y las flores silvestres que bordeaban el camino. Podía escuchar el murmullo de un pequeño arroyo que corría paralelo a la ruta, su sonido mezclándose con el canto de los pájaros. Elliot, como siempre, no tardó en romper el silencio.

—He estado pensando —dijo, pateando una pequeña piedra frente a él—. Este verano deberíamos hacer algo diferente, algo memorable. ¿Qué te parece explorar el río? Podríamos llevar unas cuerdas y columpiarnos desde los árboles como hacíamos de pequeños.

No pude evitar sonreír ante la idea.

—Eso suena divertido, pero seguro que tú terminarías enredándote en una rama.

—Tal vez, pero al menos sería entretenido —bromeó él, alzando las manos como si ya se viera atrapado.

Seguimos descendiendo mientras Elliot continuaba proponiendo planes: organizar una fogata con amigos, recorrer los antiguos caminos del bosque en busca de lugares secretos e incluso la idea un poco loca de construir una casita en un árbol abandonado que habíamos encontrado años atrás. Su entusiasmo era contagioso, y pronto me encontré añadiendo mis propias ideas a la lista.

—¿Y si hacemos un mapa del pueblo y sus alrededores? —sugerí—. Podríamos marcar todos los sitios especiales que conocemos, como ese claro donde florecen los narcisos o la cueva junto al lago.

Elliot asintió con entusiasmo.

—Eso sería genial. Podríamos añadirle detalles, como qué animales hemos visto en cada lugar.

La conversación fluyó entre risas y recuerdos compartidos, mientras el camino se hacía más ancho y comenzábamos a vislumbrar los tejados del pueblo al fondo. El paisaje cambiaba; los árboles se abrían paso a campos cultivados y jardines que anunciaban la cercanía de las primeras casas. Finalmente, llegamos al centro del pueblo, donde las calles empezaban a llenarse con el bullicio de un día normal.

Mientras caminaba hacia la escuela de danza, mi mente ya estaba inquieta. Las clases siempre habían sido una mezcla de disfrute y ansiedad para mí, especialmente cuando sabía que Theo estaría allí. Theo, con su andar relajado y su sonrisa que parecía esconder secretos, tenía una forma de ocupar más espacio en mi mente del que debería.

Entré al salón y encontré a Avery, una amiga de la infancia, ajustándose las zapatillas frente al espejo.

—¡Fleur! Hace tiempo que no te veo por aquí —dijo Avery con una sonrisa cálida.

—Llegamos hace unos días. ¿Ha pasado algo? —respondí mientras ella se agarraba a mi brazo derecho mientras cambinabamos a los vestuarios.

Nada parecía haber cambiado. Éramos las mismas 10 personas que, verano tras verano, llenábamos la pequeña sala del centro comunitario para las clases de pasodoble. Los ancianos del pueblo, sentados en sillas alrededor del salón, nos miraban con una mezcla de asombro y nostalgia, aplaudiendo cada paso bien ejecutado. Siempre nos felicitaban, repitiendo lo inusual que era que un grupo de adolescentes se interesara por algo tan tradicional. Si tan solo supieran que, al principio, ninguno de nosotros quería estar ahí. Fueron nuestros padres los que nos arrastraron a estas clases, convencidos de que aprender a bailar nos "convertiría en personas más completas".

Pero, al menos para Avery y para mí, con el tiempo las cosas cambiaron. Nos gustó, aunque por una razón en particular: Theo.

Esa tarde, la instructora anunció que practicaríamos una nueva coreografía, y como el destino parecía querer jugar conmigo, terminé frente a él. Theo, con su porte calmado y esa mirada azul profundo que parecía atravesarte, sostenía mis manos con firmeza. La música empezó, y aunque el ritmo era claro y las instrucciones precisas, el mundo a mi alrededor se disfuminó de poco a poco.

Sentí mis mejillas arder bajo su mirada. Sus manos guiaban las mías, sus pasos seguros marcaban el camino, y aunque intentaba concentrarme en la rutina, la cercanía de su cuerpo hacía que mi mente se desviara constantemente. Cada giro, cada pausa, cada leve roce de su piel contra la mía era como un pequeño temblor que recorría mi ser.

Theo siempre había sido reservado, alguien de pocas palabras pero de gestos elocuentes. Nacido y criado en el pueblo, parecía encarnar todo lo que representaba el lugar: estabilidad, calma, una especie de conexión profunda con lo simple y lo esencial. Había algo fascinante en él, una dualidad que me atraía. Era reservado, sí, pero con las personas que quería, se mostraba cálido y abierto, como un secreto que solo unos pocos podían describir.

Nuestra historia no había comenzado ese día en las clases de baile. Lo conocía desde que tenía 7 años. Mi hermana Eloise me lo presentó en la piscina del pueblo, donde ellos solían pasar las tardes. Nunca supe si Eloise se había dado cuenta de mis sentimientos hacia él; al fin y al cabo, eran mejores amigos. Pero para mí, Theo siempre había sido algo más.

Cuando la clase terminó, salí al calor del verano y caminé hasta la plaza del pueblo, donde Elliot y Avery ya me esperaban bajo el roble que dominaba el lugar. La sombra fresca del árbol y el helado que compartíamos entre risas hicieron que el tiempo pareciera detenerse.

—¿Y cómo estuvo la clase de hoy? —preguntó Elliot, apoyándose despreocupadamente contra el respaldo del banco, con una sonrisa que delataba que ya sabía la respuesta.

—Igual que siempre —dije, intentando sonar casual, aunque Avery me miró con esa expresión suya, mezcla de picardía y compasión.

—¿Igual que siempre? —intervino, arqueando una ceja—. ¿Estás segura de que no hubo algo... o alguien que hizo que fuera un poco diferente?

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. —Es solo un baile.

—¿Sólo un baile? —se burló Elliot, dando un ligero codazo a Avery—. ¿Qué opinas, Avery? Porque para mí seuna más como "un pasodoble hacia el corazón de Theo".

—Cállate, Elliot —solté, riendo y dándole un empujón en el hombro.

—Oh, venga, Fleur. Solo digo lo que todos pensamos. Además, ¿acaso no te brillan los ojos un poco más después de cada clase? —insistió, fingiendo un tono dramático mientras Avery reía a carcajadas.

—Déjala en paz —dijo Avery, entre risas—. Fleur tiene derecho a disfrutar de sus pasodobles sin que tú lo conviertas en una novela romántica.

Elliot se encogió de hombros, aún sonriendo. —Solo digo que si algún dia decides invitarlo a salir, avísame. Estoy seguro de que podría darte algunos consejos.

Suspiré, negando con la cabeza mientras él calor del verano y la comodidad de su compañía hacian que todo pareciera menos complicado, menos intimidante.

La conversación derivó hacia otros temas, y por un rato nos olvidamos de las clases, de Theo, de todo lo que parecía importante solo unas horas antes. Mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, sentí que, aunque el verano apenas comenzaba, ya se perfilaba como uno que recordaría por mucho tiempo.

Mientras la tarde se teñía de tonos anaranjados y el helado en nuestras manos empezaba a derretirse, mi mente, sin previo aviso, comenzó a vagar hacia recuerdos más antiguos, más dolorosos. El nombre de Theo, que había estado danzando en mis pensamientos todo el día, se diluyó entre los ecos de una memoria más profunda: mi abuelo.

Él era, sin lugar a dudas, la persona que más había marcado mi infancia. Sus manos grandes pero finas, marcadas por el trabajo en los campos, siempre me daban una sensación de seguridad. Solía contarme historias mientras estábamos sentados bajo el roble viejo al que voy desde entonces. Era un narrador extraordinario, y en sus cuentos, el mundo parecía más grande, más lleno de posibilidades.

Pero mi abuelo no era inmortal. Murió cuando yo tenía 9 años, víctima de complicaciones de la diabetes que llevaba años luchando por controlar. En esos últimos días ya no era el hombre fuerte que me cargaba sobre sus hombros, ni el que contaba chistes mientras trabajaba en el huerto. Estaba débil, cansado, aunque su sonrisa nunca desapareció del todo.

Cuando lo perdimos, algo dentro de mí cambió. Durante meses, evitaba el roble, el lugar donde solíamos sentarnos juntos. Incluso el sonido de las hojas movidas por el viento me llenaba de tristeza. Pero con el tiempo, me di cuenta de que no había desaparecido del todo. Lo veía en los pequeños detalles: en la forma en que mi madre arreglaba el jardín, en el olor del pan recién horneado los domingos, en las estrellas que iluminaban las noches de verano.

—¿Fleur? —La voz de Avery rompió mi ensimismamiento, sacándome del pasado.

Parpadeé, enfocándome en sus ojos curiosos. —¿Si?

—Parecías perdida —comentó, dando una última lamida a su helado.

—Solo recordaba a mi abuelo, eso es todo —dije con una sonrisa leve, aunque la melancolía seguía en mi voz.

Elliot, quien había estado distraído con un gato que rondaba cerca del banco, se dirigió a mí con una expresión inusualmente sería. —¿El que solía contarte historias?

Asentí, abrazando mis rodillas. —Si. Siempre me decía que el verano era la estación de las oportunidades, que cada día era una página en blanco.

Avery me miró con dulzura, su mano descansando brevemente sobre la mía. —Seguramente estaría orgulloso de ti, Fleur. Estoy segura de que querría que aprovecharas cada página de este verano.

—¿Crees que estaría de acuerdo con que gastes esas páginas pensando en Theo? —bromeó Elliot, pero su sonrisa era suave, sin el usual filo de sus comentarios.

No pude evitar reír, sacudiendo la cabeza. —No sé si él habría aprobado eso, pero creo que le habría gustado que aprendiera a bailar pasodoble, aunque sea por razones equivocadas.

Avery se puso de pie y estiró los brazos. —Deberíamos irnos antes de que oscurezca.

Elliot asintió, levantándose y estirándose como si hubiese estado sentado por horas. —Sí, no queremos que Fleur se pierda soñando despierta en medio del camino.

Le lancé una mirada de fingido enojo mientras me levantaba. Empezamos a cambiar de regreso a casa por las calles adoquinadas del pueblo, el sol desapareciendo lentamente detrás de las montañas.

El camino estaba tranquilo, con solo el sonido de nuestros pasos y el canto de los grillos llenando el aire. A medida que nos acercábamos a mi casa, recordé a mi abuelo una vez más.

—¿Sabes? —dije, rompiendo el silencio. —Creo que mi abuelo tenía razón. Cada día es una página en blanco. Tal vez sea hora de que empiece a llenarlas.

Elliot me lanzó una mirada inquisitiva, pero no dijo nada, solo sonrió. Avery, sin rmbago, me dio un leve empujón en el hombro. —Eso suena como el comienzo de algo grande, Fleur.

Tal vez lo era. Tal vez este verano no se trataba solo de Theo, ni de las clases de pasodoble, ni siquiera de los planes con Elliot y Avery. Tal vez era mi oportunidad de describir quien era yo y qué quería realmente.

Me gustaría saber cuál de los dos personajes masculinos que están ahora mismo os gusta más.

Team Theo o Team Elliot?

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