Capítulo 1:
Sus días se repetían en un patrón tan predecible que hasta sus vecinos no tendrían problemas para adivinar qué, dónde y con quién estaría un viernes por la noche, ¿acaso no era eso triste? ¿En qué momento perdió la ilusión por viajar, por descubrir su ciudad? Su vida se había convertido en ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, y al llegar...un cuadro. Su marido le había pillado la postura al sofá y se agarrotaba cuando alguien andaba cerca, como si temiese que pudieran robarle el mando del televisor, mucho se temía que de haber un incendio ese artilugio fuese lo primero que salvase. Si escuchaba el sonido de la puerta o veía asomar su cabeza por el rabillo del ojo, ponía todos sus esfuerzos en evitarla, sin que resultase obvio por supuesto, no fuera su suerte que le endilgara alguna tarea que no le viniera bien (todas).
Sus hijos, Julio y Marcos otros que tal bailan, nunca estaban en casa y cuando no era así lo arrollaban todo a su paso, últimamente hablaban más por Whats App que en persona. Pero el tufillo a colonia, los chetos y ropa en los suelos, así como los platos sucios acumulados en la cocina eran signo distintivo de que seguían viviendo allí, sus cuartos eran territorio inexplorado y miedo le daba pisar allí. La última vez que reunió valor para intentarlo el pequeño, Marcos, se estaba poniendo amoroso frente al ordenador. Al verla, su grito de pavor fue tal que corriendo, desde el rellano del piso, asustado, volvió a subir el butanero. La adolescencia es lo que tiene. Desde entonces nunca olvida tocar la puerta de su habitación y él, de vez en cuando murmura un: <<Me siento violado. Jamás entres sin mi permiso>>. Y claro, ahí hay discusión, porque siempre le recuerda que es su jodida casa.
Quizás, probablemente, a causa de su monótona existencia es que no dejaba de comprar por ebay o de agregar pines a Pinterest. Sus dedos se movían por voluntad propia, demandando más de esta droga. Tendía a compararse con las mujeres que aparecían en las series que le gustaban, pero sus cuarenta y los suyos eran muy distintos.
-Tú también tendrías estrías si hubieses sido madre.
-Sonríe mientras puedas, esas tetas siliconadas tienen mantenimiento.
-Qué poco sabes tú de la vida, el botox no te ayudará cuando te despidan. ¡Estudia, que es lo que tienes que hacer!
Se sentía mejor después de despotricar mientras bebía como un cosaco. Los San Franciscos bajaban como agua de mayo y los prefería al alcohol, porque estos días andaba descompuesta... Pero no todo era jauja, los días de lluvia la volvían especialmente melancólica, por las noches, con la cara contra la almohada, lloraba. No había emoción en su vida, los silencios la engullían y las risas le molestaban. El bucle de hastío era tal que en más de una ocasión se planteó hacer la maleta y salir por patas. Correr melena al viento a lo Telma y Louse, abrazar lo desconocido y no mirar atrás recreando el estereotipo sesentero del que se va a comprar tabaco y ya no vuelve.
Ay...sí, lo soñó tantas veces... Pero entonces recordaba las caritas de Julio y Marcos antes de que éstas fueran panes de granos y afloraba el amor de madre, sabía que la edad del pavo era un capítulo malo en el libro de su vida, que pasaría. La responsabilidad con los suyos la anclaba a un piso que aún le quedaban quince años de hipoteca y a un marido calvo y haragán pero que cocinaba como los ángeles.
Fue su mantra durante mucho tiempo pero ya no le funcionaba.
Aprovechando que estaban solos en casa se acercó a la mesa de la cocina en la que su esposo miraba unas facturas con el ceño fruncido, matarlas con la mirada no las haría desaparecer pero por intentarlo...
-¡Mira esto, qué vergüenza! Los del banco nos han mandado una carta para informarnos de que sube el interés de la hipoteca. Panda de ladrones. Si es que uno ya no sabe...-Se interrumpió cuando la vio empezar a desabotonarse el vestido. –Si vas a poner la lavadora acuérdate de repasar los puños de mis camisas, la última vez tenían más roña que el palo de un gallinero. –Aun estando en paños menores apenas la miró. –Date prisa y tápate, que estamos en Febrero y aún hace frío. –Centró nuevamente su atención en los papeles.
-¡Apolo! –Hasta su nombre era un mal chiste del destino. Pero lo prefería a Apolonio, llamado así por su difunta madre. ¿En qué estaban pensando? - ¡No voy a poner una maldita lavadora, quiero sexo!
-¿Ahora? –Se rascó la calva. –Es que me pillas en mal momento. No he terminado esto y luego empieza el partido. Lo dejamos para la noche, ¿sí?
-¡Pero bueno, te creerás que me haces un favor!
-Me pareció que lo pedías, sí.
-¡Déjate de tonterías y vamos al lío! –Le arrancó el jersey a tirones. Fue brusca empujándolo hacia una silla y mordiendo lo que encontrara a su paso: labios, hombro, orejas...
-Carla, ¿qué te pasa? –Le sostuvo las manos aprovechando un momento para tomar aire. No por nada se conocían desde siempre. –Tú no eres así. En serio, ¿Qué sucede?
Ella suspiró, capitulando resignada. Podía mentir, pero estaba cansada de tragarse las cosas, de ignorar el nudo en su estómago.
-Quiero que hagamos algo diferente. Sentirme viva, vivir una aventura.
-¿Tienes un amante? –La presión en sus manos aumentó mientras lo dijo. Era curioso que hasta hace nada no quisiera tocarme pero se ofendiera ante la idea de que otro sí lo hiciera. –Carla, ¿tienes un lío? Responde.
-No. ¿Y tú?
-Por supuesto que no, siempre has sido tú y lo sabes. –La liberó para besarla, no fue apasionado y sabía a café. Prometía en lugar de insinuar. Se amaban aunque el enamoramiento hacía ya mucho que había partido.
-No es suficiente.
-¿Cómo dices?
-Necesito más. Siento que hemos perdido la chispa, la capacidad de sorprendernos mutuamente. Creo que...odio mi vida.
Reconocerlo fue duro, pero también valiente. Apolo la abrazó, como lo haría con un niño que despierta de una pesadilla.
-No llores. Es la crisis de la mediana edad. Yo también la sufrí. Un bache. Se te pasará.
Pero sabía que no sería así. Y descubrir que su marido pudo o puede estar sientiendo lo mismo la desgarró por dentro. Estaba harta de esperar sentada el autobús de la felicidad, iba a tener que tomar el volante.
-Hagamos una locura.
-Mientras no propongas que matemos a nadie. –Le salió una risa tonta, como un plan ya descartado. - ¿Qué has pensado?
-Sé mi esclavo.
-No te pases.
-Bueno, va. ¿Y si atracamos un banco?
-Menos peligroso.
-¿Secuestrar el gato de la vecina que nos roba el periódico?
-Tentador, pero no. Nada que sea ilegal.
-¡Joder Apolo, contigo no se puede ir a ningún sitio! ¡Siempre igual!
-Qué cara tienes. Que me lo digas tú que siempre tardas tres horas en arreglarte y encima cuando salimos me dejas en evidencia...
-No estamos hablando de mí.
Entre rebote y rebote cierta parte de la anatomía de su marido cobró vida. Hizo amago de tocarle un pecho y le dio un manotazo.
-¡¿Pero no querías quema que te quema?!
-Eso era antes, y ahora es ahora. Me has roto el ánimo, caput.
-Pues que frágil era.-Murmuró.
-¡Ya sé! –Se levantó de un salto y fue a por su móvil. -¿Y si te llevo a un club de striptease? –Le enseñó la pantalla en la que aparecía el frontal de un local llamado Miau en neón. –Podemos ir el sábado, ni tú ni yo trabajamos.
-¿De dónde has sacado esto? –preguntó medio indignado.
-Eso es lo de menos.
-No sé Carla... ¿y si nos encontramos con algún conocido?
-Anda...-Le hizo ojitos. – No me dirás que no te apetece... ¿Qué es lo peor que puede pasar?
Continuará...
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