Melissa llevaba dos semanas muy relajadas. Atrás había dejado su triple vida. Trabajar como arquitecta y como agente de la organización ya era suficientemente estresante como para añadir jugar al margen de esta. Pero esos días de riesgos por fin quedaron atrás, de ahora en adelante haría lo que le ordenaran y dejaría a un lado su humanidad, así todo sería mucho más sencillo para ella.
Aquella mañana decidió ir a su estudio pronto, los encargos se acumulaban y si querían cumplir con las fechas, debían trabajar a tope. Tras aparcar su coche en su plaza, se encaminó al ascensor. Pero en lugar de ir directo a su planta, realizó sucesivas paradas para ir recogiendo diferentes trabajadores. Pocas veces había compartido aquel recorrido con gente desconocida, pero a pesar de lo que creía, le gustó viajar en aquel habitáculo con extraños. Era excitante ver a la gente normal con vidas usuales. Ella daría lo que fuera por ser como ellos, pero sabía de antemano que eso nunca ocurriría.
En el poco tiempo que duró el trayecto, pudo ver la tensión sexual contenida entre el abogado de la sexta planta y la reputada oftalmóloga de la octava, así como la enemistad entre los informáticos de la empresa de cyberseguridad de la cuarta. Observar a la gente y evaluarlos le apasionaba. Ellos eran felices con sus insulsas vidas porque desconocían la complejidad del mundo que les rodeaba. ¿Ella realmente podría ser feliz siendo como ellos?
El ascensor llegó a la planta diez y salió sin decir palabra. Nadie hablaba con nadie, así que ella no fue menos. Una vez en su planta se dirigió a la puerta de su estudió de arquitectura. Con paso decido entró y se encaminó a su despacho personal.
—Hola Marlene, ¿qué tal todo? —saludó Melissa a su empleada al llegar al escritorio de esta.
—Buenos días, Melissa. Hoy parece que viene con una aura de felicidad a su alrededor.
—Sí. Se puede decir que mis problemillas se han ido resolviendo satisfactoriamente. —Melissa sonreía radiante.
—Me alegro —contestó la secretaria—. Creo que ese aura de felicidad se hará todavía más intensa con la noticia que tengo que darle.
—¿Y eso? —preguntó Melissa a su secretaria con intriga.
—Nos ha llamado Marina Seros.
—¿La multimillonaria? —preguntó extrañada.
—La misma. Quiere que redecoremos una casa que al parecer acaba de adquirir en una isla privada en el mar del Caribe.
—Eso es una gran noticia. Ese trabajo nos reportará mucha publicidad y reconocimiento entre la gente de su vínculo y no solo en este país también a nivel internacional. —Melissa se apoyó relajadamente sobre el escritorio de su empleada—. ¿Te ha mandado algún tipo de plano de la casa? ¿Algo con lo que comenzar?
—No —contestó rápidamente Marlene—. Desea que vaya en persona a ver su casa este fin de semana con todo su equipo para que podamos nosotros mismo tomar medidas y hacer las fotos que creamos convenientes para el proyecto. Según me ha dicho por el vuelo no debemos preocuparnos, nos mandará uno de sus aviones privados. También nos invita a pernoctar en su casa.
—Por tu forma de hablar me temo que también quieres venir, ¿no Marlene?
—Todos los días no te invita una de las mujeres más ricas del mundo a ir a su mansión —le contestó ella.
—¿Cuántas plazas dispone el avión que nos va a enviar Marina?
—Ocho —respondió tras consultar sus notas.
—De acuerdo. —Melissa sopesó la contestación de su secretaria antes de proseguir—. Informa al equipo que mañana tenemos viaje de negocios. Y tú, Marlene, prepara también tu maleta. En esta ocasión nos acompañarás en el trabajo a pie de calle. —Melissa se encaminó a su oficina pero antes de entrar se giró para hablar de nuevo a su secretaria—. Por cierto Marlene, no pienses que irás a un viaje de placer. Trabajarás mucho y duro.
—Por supuesto, señora. Gracias.
—No tienes porque dármelas. Quizás a la vuelta no estés tan dispuesta a dármelas.
Melissa llegó en coche a pie de pista. Una vez que el vehículo se acercó a la escalerilla del avión paró para que pudiera bajarse. La mujer esperó a que el chofer le abriera la puerta. Una vez abierta, ella abandonó el vehículo y esperó a que el hombre sacara su maleta del maletero.
El avión de Marina era un flamante Bombardier Challenger 604. Melissa nunca había subido en ninguno pero a juzgar por el exterior, el lujo debía reinar en el interior.
—Gracias —se dirigió Melissa al chofer—. No será necesario. —Melissa impidió que el hombre subiera la escalerilla con su maleta—. Yo misma la subiré, como habrá comprobado no pesa mucho.
—Pero... —se quejó el hombre.
—No es necesario. Me basto y me sobro para subir mi maleta.
El hombre le entregó la maleta a regañadientes.
—Buen viaje, señorita —le deseó el chofer.
—Gracias. Solo estaré unos días fuera y no por placer. Acuérdese de venir a buscarme el día y la hora acordada, ¿de acuerdo?
El hombre asintió a modo de contestación. Melissa por su parte, procedió a subir la escalerilla del avión.
—Buenas tardes, señorita Talso —le saludó el auxiliar de vuelo una vez que llegó al final de la escalerilla y había entrado en el avión.
—Buenas tardes —le contestó ella mientras le tendía la maleta que llevaba.
—Tome asiento, por favor —El hombre le señaló todos los asientos libres del jet privado una vez que se hizo cargo de la maleta.
—Gracias.
Melissa era la primera en llegar lo que le permitió escoger el asiento que deseaba. El avión estaba lujosamente decorado, como no podía ser de otro modo. Contaba con una gran mesa de roble. Melissa decidió ocupar uno de los asientos de alrededor de dicha mesa, justamente el que miraba hacía la cabina del piloto y al lado de la ventanilla. Dejó su bolso debajo del asiento sin antes no comprobar que allí se encontraban los pendientes con localizador de la organización. Colocó su móvil encima de la mesa.
—¿Desea tomar algo? ¿Un coctel? ¿Un tentempie? ¿Vino? —El auxiliar de vuelo se acercó a la mesa de roble en la que se encontraba Melissa.
—De momento no quiero nada, quizás más tarde, gracias —le contestó ella con una sonrisa impresa en su cara.
Melissa había encargado a Marlene que buscara imágenes de la casa. No la gustaba llegar sin saber absolutamente nada del lugar. Necesitaba conocer ciertos detalles del entorno y de la estructura arquitectónica general del inmueble.
—Buenas tardes, señorita —saludó el auxiliar de vuelo a un nuevo viajero.
—Buenas tardes. Aquí tiene mi equipaje —le contestó Marlene de forma resuelta y dicharachera. La secretaría estaba radiante y vestía sus mejores galas. A juzgar por el modelo que llevaba había ido de compras para estar a la altura de la anfitriona—. Melissa, ¡qué pronto ha llegado! —la mujer caminó con paso decidido al asiento contiguo de su jefa.
—Ya ves, siempre me gusta llegar con tiempo a los sitios —le respondió ella quitando importancia.
—Entonces como a mí —Marlene se sentó al lado de Melissa.
—¿Has encontrado algo de lo que te encargue? —se interesó la arquitecta.
—¡Por supuesto que sí! Me ha costado pero he conseguido mucho material, ya vera. —Marlene sacó de su gran bolso una carpeta bastante abultada—. Esto es todo lo que he podido conseguir, espero que la sea de utilidad —agregó mientras le tendía la carpeta.
Melissa la cogió y la abrió. Empezó a extender los papeles encima de la mesa mientras el resto de su equipo llegaba al avión y tomaban asiento.
—Es un gran trabajo —añadió Melissa mientras evaluaba las imágenes—. No nos vamos a aburrir en las 9 horas de avión que tenemos por delante. Hay mucho material que evaluar y estudiar. No será lo mismo que encontremos in situ pero al menos llevaremos una idea de lo que nos podemos encontrar.
Los empleados de su estudio fueron llegando y ocupando los asientos. El viaje iba a ser largo. Lo más seguro es que todos durmieran durante el trayecto, pero ella debía trabajar. No le gustaba dejar nada al azar y aquella clienta era muy importante como para comenzar a hacerlo ahora.
—Marlene, ¿estás segura que quieres sentarte aquí conmigo? Yo trabajaré seguramente durante todo el trayecto.
—Ahora de momento no tengo sueño y si puedo ayudarle en algo...
—Lo que sientes es fervor por conocer la casa de Marina pero cuando llegues allí estarás tan cansada que no sacarás partido a la visita.
—Puede ser, pero no tengo nada de sueño así que no dormiré igual. Al menos así podré ayudarla en la medida de los posible.
—No insistiré más si es lo que deseas.
Cinco minutos después de que el último empleado de Melissa llegara al avión, la puerta de este se cerró para proceder al despegue.
—Señoras, señores. En breves instantes, procederemos a la maniobra de despegue. Abróchense los cinturones y apaguen sus terminales móviles. Gracias —anunció el piloto por megafonía.
Los ocupantes siguieron al pie de la letras las órdenes del comandante. El avión comenzó al poco tiempo a circular a través de las pistas del aeropuerto. Era una tarde con gran tráfico aéreo por lo que anduvieron recorriendo varias pistas hasta que finalmente el avión se encaminó a la pista designada para comenzar el despegue. Cuando llegó a ella, tras unos breves instantes parados, los viajeros oyeron como los ruidos de los motores del avión comenzaban a sonar más intensamente y comenzaron a moverse. Al principio se movieron despacio pero poco a poco dicha la velocidad comenzó a aumentar hasta que finalmente las ruedas del avión dejaron de tocar suelo, comenzaban a surcar el aire. La aeronave mantendría su ascenso durante unos minutos más hasta que alcanzara la altitud asignada.
Marlene miraba por la ventanilla como se iban alejando del suelo. Para ella era realmente bonito ver la vida desde aquel otro prisma, desde la altura. Los coches parecían de juguete y era realmente excitante verlos circular, así como discernir diferentes edificios conocidos para ella desde el cielo. Ver la ciudad desde aquella ventanilla era una experiencia única y embriagadora.
Cuando se encontraban a unos 500 metros de altura sobre el suelo, se oyó un golpe seco bajo el avión. Marlene instintivamente se sujetó a los reposabrazos de su asiento, aquel ruido la había asustado.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó al auxiliar de vuelo.
—No se preocupen, iré a preguntar —les informó el hombre.
El auxiliar de vuelo se desabrochó su cinturón y se encaminó a la cabina del piloto en busca de información. Antes de que consiguiera averiguar que era lo que había ocurrido, el aeroplano vibró y sin previo aviso estalló por los aires. La explosión fue tan ensordecedora y agresiva que todo el avión se convirtió en pocos segundo en una bola incandescente de fuego engullendo a cada uno de los ocupantes que viajaba en él.
La vida es frágil y efímera, un simple segundo puede ser suficiente para cambiar tu destino. Hace apenas unos segundos, los ocupantes del Bombardier Challenger 604 se encontraban planificando como serían sus próximos días en una villa localizada en una isla privada, instante después se habían volatilizado. Sueños, proyectos, ideas, ambiciones... todo había quedado inconcluso, todo se había esfumado en cuestión de segundos.
Las servicios de emergencia se pusieron rápidamente en marcha para aproximarse al lugar donde los restos del avión se había precipitado. Bomberos, servicio médico y policías se movilizaron rápidamente. Había pocas posibilidades de encontrar supervivientes en un accidente aéreo de esas magnitud, pero la esperanza era lo último que se perdía. Si había supervivientes estaban dispuestos a hacer lo que estuviera en sus manos para ayudarles a salir de aquel infierno.
Los bomberos fueron los primeros en llegar al lugar donde se habían precipitado los restos. Cuando llegaron el panorama era desolador y el olor nauseabundo. Si alguien había conseguido sobrevivir a aquel accidente únicamente podía ser fruto de un milagro. Los servicios médicos se aproximaron junto a la policía y todos pudieron ver aquel panorama desolador. El silencio solamente era roto por el cripetear del fuego que devoraba los restos del aeroplano. Definitivamente todos los ocupantes de aquel avión habían perecido y su identificación sería prácticamente inviable. Únicamente tenían una opción de conocer a todas las víctimas de aquel accidente, la hoja de pasajeros de aquel vuelo.
Transmitir aquella noticia a los familiares de las víctimas sería una tarea complicada y desgarradora. No solamente diez personas habían perecido en aquel accidente, sino que diez familias serías destruidas por el dolor de perder a sus familiares en circunstancias tan inesperadas.
Comandante: Jorge Noval Riesgo
Copiloto: Tobias González Fernandez
Auxiliar de vuelo: Elias Diez Carbajal
Viajeros: Marlene Gonzalez Diaz, Cristina Gago Martínez, Tomas Sanchez Martínez, Teresa Fernández Fernández, Soledad Soto Diez, Julian Sanjurjo Col, Lucas Martinez Sanz, Melissa Talso Román
Diez vidas sesgadas en cuestión de segundos, diez proyectos de vidas desvanecidos en un abrir y cerrar de ojos. Así es la vida, intangible, efímera, volátil, frágil...
Melissa se encontraba caminando dirección al hangar siete cuando la onda expansiva de la explosión del avión la derribó al suelo. La mujer miró horroriza el cielo y vislumbró la bola de fuego en la que se había convertido el avión en el que debía de haber estado ella misma. Todos sus empleados se encontraban en él, y ahora todos ellos estaban muertos. No podía creer lo que estaba viendo, sus siete trabajadores y todo el personal de vuelo de ese avión ya no estaban, acababan de morir en un breve instante de tiempo. Así de frágil era la vida, en un momento estabas aquí, como al otro ya no te encontrabas.
Melissa comenzó a oír sirenas a los lejos, probablemente serían los bomberos y los equipos de emergencias llegando al lugar donde presumían que se precipitarían los restos de la aeronave.
Finalmente, la mujer reaccionó, se levantó del suelo y corrió todo lo rápido que pudo hasta el hangar número siete antes de que alguien la viera abandonar la pista. Para el mundo Melissa Talso había perecido en aquel vuelo con todos sus empleados. Delante de ella ahora se abría una encrucijada, comenzar una nueva vida tal vez con su verdadero nombre, Alicia, o vengarse de las personas que habían cometido aquella atrocidad. Ahora no podía pensar en eso, tenía que concentrarse en abandonar aquel lugar sin ser descubierta, ya habría tiempo para pensar en su futuro.
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