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Capítulo 50

Alejandro entró en el baño de mujeres donde se encontraba Melissa. Ella se encontraba apoyada sobre el lavabo con la mirada perdida. Miraba el espejo, pero en realidad su mente se encontraba en otra parte, a miles de kilómetros de allí. Alejandro la tocó el brazo, Melissa pensó que alguien la atacaba y lo derribó al suelo en un santiamén de manera mecánica.

—Lo siento, Alex —se disculpó tras ver a quién había derribado—. Perdóname. —Melissa le tendió su mano para ayudarle a levantarse del suelo. Él la aceptó sin dudarlo.

—¿Qué te pasa, Melissa? —El hombre no la recriminó. Su voz sonaba comprensiva a pesar de haber recibido un duro golpe que hacía que todo su cuerpo le doliera.

—No lo sé. Estoy extraña. Es como si algo me hubiera cambiado en estos días.

—¿Algo como qué? —se interesó el hombre.

—¿Alguna vez has sentido que no perteneces a este lugar? —Melissa señaló el entorno que les rodeaba—. ¿Alguna vez has deseado no haber pertenecido nunca a esta organización o no haberte cruzado en el camino de ella?

—No —sentenció Alejandro—. Todo lo que soy se lo debo a la organización. Y a decir verdad, me encanta mi trabajo, no sabría vivir sin él. Aquí hacemos grandes cosas, me siento orgulloso.

—Pues yo no lo veo como tú. De hecho, no sé si podré seguir siendo agente, Alex. Estoy harta de tantas muertes a mis espaldas, estoy cansada de tener una doble vida, de no poder sincerarme con nadie fuera de este lugar. No sé si aguantaré alguna misión más. Quiero huir de todo esto.

—Nuestro trabajo es necesario para que no muera gente inocente. No lo olvides. Nosotros matamos a los malos, Mel. Si no existiéramos mucha más gente inocente moriría a manos de esa gente de la que tú te encargas. ¡Somos los buenos! No pienses lo contrario.

—¿No crees que es eso lo que nos hacen creer? ¿Nunca has pensado que tal vez nos mienten?

—Puede que la causa de sus desapariciones no sean las que nos dicen, pero no son inocentes. Eso es lo que debe importarnos.

—¿Y en qué tesitura nos pone eso a nosotros? ¿A caso nosotros somos mejores que ellos? ¿No cometemos nosotros los mismos crímenes por los que a ellos se les juzga? ¿Es qué nosotros somos juzgados por otras leyes?

—Visto de ese modo...

Melissa resopló mientras miraba su reflejo en el espejo. A continuación se retocó su cabello.

—¿Por qué has venido a buscarme, Alex? —le preguntó la mujer mirándolo a la cara.

—Quería que supieras que el jefe a puesto a Antonio bajo la pista de Borja.

—No sé porque habría de importarme eso —contestó ella mientras volvía su atención de nuevo a su reflejo en el espejo y se ponía una horquilla.

—Venga, Melissa. —Alejandro se acercó a ella y comenzó a hablar en susurros—. Tuve que manipular la señal de tu rastreador, querida. —Alejandro la tocó el pendiente de su oreja izquierda y abandonó el aseo.

Melissa se quedó mirando su reflejo en el espejo. Se había olvidado por completo de aquellos pendientes que la colocaban en el ojo del huracán. ¿Habría podido Alejandro despistar a su jefe o sabría que ella misma le había ayudado a escapar? Estaba jugando con fuego y tarde o temprano se quemaría, pero le daba igual, a fin de cuentas comenzaba a odiar su vida y sabía que de ella no podría escapar con vida. Solo era cuestión de tiempo que la pillaran en un renuncio y con él llegara su fatal desenlace. Solo esperaba que para cuando llegara su fin, toda la gente que apreciaba se encontrara a salvo, eso era lo único que le reconfortaba.

Borja ya habría salido del país bajo la protección de Óscar. El trabajo que le había encomendado el traficante no había sido tan complicado como había previsto en un principio. No le costó llegar hasta el hombre y eliminarlo. Tras llevarle su trofeo, Óscar llevó a cabo su parte de trato. Podía ser un hombre repulsivo, pero cumplía sus promesas. Su grupo tenía tentáculos y contactos repartidos por todo el planeta, no le costaría ocultar a Borja bajo una identidad falsa en cualquier parte del mundo. Melissa esperaba que Borja encontrara su camino y pudiera rehacer su vida lejos de Ximar y de su familia, por muy duro que fuera todo aquello. Borja también se merecía una segunda oportunidad.





Tras recomponerse un poco, Melissa decidió ir a dar las gracias a su compañero. Alejandro se había arriesgado por ella y no se lo había agradecido. No estaba bien ser una desagradecida con la gente que te aprecia, nunca lo había sido y no empezaría a serlo ahora. Si la pillaban en un renunció, posiblemente no solo ella estuviera en peligro, otros también pagarían por sus errores y ella no quería que eso pasara.

—Hola de nuevo, Alex —le saludó Melissa al llegar a la zona de trabajo de su amigo.

—Hola, Melissa —le contestó sin la gracia de otras ocasiones y sin siquiera levantar la vista de su trabajo. Aquella actitud era rara viniendo él.

—Siento lo ocurrido antes. Estoy bajo mucha presión y lo pagué contigo, lo siento. Estas semanas han sido horribles, pero confío que todo comience a volver a la normalidad poco a poco.

—Para eso tienes que dejar de jugar con fuego —respondió escuetamente Alejandro—. Ayer te pude cubrir por los pelos y porque Tania no se encontraba en la base, sino...

—Lo sé —le cortó Melissa—. Debería habértelo contado pero no me acordé del localizador. Se me olvidó por completo, fui una auténtica inconsciente.

—No pasa nada, pero la próxima vez que quieras hacer una excursión, se más precavida.

—Lo intentaré al menos. —Alejandro la sonrió sin levantar la vista de su trabajo—. Puede que no esté en disposición de pedirte nada, pero necesito un favor. Si todavía estás dispuesto a ayudarme, claro.

—¿Un favor? —Alejandro dejó los alicantes con los que estaba trabajando y la miró.

—Sí. Necesito que me quites estos pendientes.

—Eso no es pedirme un favor, es pedirme un sacrificio. ¿En qué narices estás pensado?

—Lo que quiero es que dejes de correr más riesgos por mi.

—Los corro igual quitándotelos, ¿no crees? —le contestó Alejandro mientras la miraba a los ojos—. Por lo menos de esta forma si corres algún peligro podré ayudarte de algún modo.

—Si te sirve de consuelo los llevaré siempre conmigo pero no puestos, por favor. Nadie se dará cuenta de que me los has quitado, te lo prometo. No quiero que Francisco conozca todos mis movimientos. Es inquietante que sepa en todo momento dónde estoy.

—No tienes de qué preocuparte. Tu excursión solo la conocemos tú y yo. Ya sabes que puedes confiar en mí, nadie sabrá que ocurrió. No se lo contaré a nadie, ni siquiera a Roberto si es lo que te preocupa.

—Eso no me inquieta. Lo que me desasosiega es que por cubrirme, tú te quedes al descubierto. Eso nunca me lo perdonaría.

—He sido cuidadoso, no tienes nada que temer.

—Quítame estos pendientes y estaré más tranquila. —Melissa se acercó a Alejandro.

Alejandro la miró.

—De acuerdo. Pero prométeme que los llevarás contigo siempre, prométemelo. Si nos pillan en un renuncio...

—Eso no ocurrirá, te lo juro.

Alejandro se levantó del taburete.

—Anda siéntate. —Alejandro tocó el taburete en el que estaba sentado para que ella ocupara su lugar—. Te pondré el mismo modelo para que Yolanda y Francisco no se enteren del cambiazo. Solo espero no arrepentirme de esto.

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