Capítulo 47
Como cada lunes Melissa fue a su oficina, pero interiormente estaba intranquila. ¿Dónde estaría Roberto? ¿Alejandro conseguiría rastrear el arma que le había entregado? Cada poco comprobaba su reloj. Normalmente las horas en su oficina le pasaban en seguida, pero hoy era distinto. Su amigo, mentor y primer amor había sido secuestrado, muy probablemente, por ayudarla y ahora ella no sabía como socorrerlo.
Por fin, las seis llegaron. Sin pensárselo dos veces, fue directa a la base a preguntar a Alejandro si había conseguido algún avance.
—Hola, Alex —le saludó Melissa al verlo.
—Acompáñame, por favor. —Alejandro la guió hasta su zona de trabajo y cerró la puerta cuando ambos se encontraban dentro.
—¿Has conseguido averiguar algo? —Melissa no podía esperar.
—¿Con quién crees que estás tratando, querida? Por supuesto que he conseguido algo —respondió él—. Para mí cada arma es como un pequeño mapa y ya sabes como me encanta descifrarlos. Antes de nada, toma. —Alejandro la tendió el revolver y ella la guardó en su cazadora de forma mecánica—. Nadie pueden encontrar ese arma aquí, eso nos podría en grave riesgo.
—Ilústrame —le animó Melissa.
El hombre la llevó hasta su ordenador.
—El arma es bastante común. De hecho, estoy convencido que podríamos comprarla en cualquier armería del país.
—Pues vaya faena. Era nuestra mejor baza para encontrar a Roberto. ¿Ahora qué vamos a hacer? Era nuestra pista más fiable.
—Pequeña, tranquilízate. Que el arma sea común no quiere decir que no tengamos una pista de esos asaltantes. Ven acompáñame. —La llevó hasta la zona de trabajo donde tenía una lupa eléctrica conectada a un monitor—. Mira la pantalla. ¿Qué ves?
—Una bala —dijo Melissa mirando la imagen del monitor.
—¿Solo ves una bala? ¿No te parece que tiene una forma de lo más singular? Compárala con esta otra —dijo señalando otra bala que parecía idéntica.
—Espera un momento. Ya veo la diferencia, la punta de la bala. ¿Qué es?
—Veo que al final lo has visto. Te ha costado, pero lo has visto. El arma es común pero las balas no son nada, nada usuales. Las puntas están hechas con un cristal especial. Al entrar en contacto con la piel humana se desintegra y libera una especie de isótopo radioactivo. Un isótopo bastante especial y muy poco común, a decir verdad.
—¿A qué te refieres con bastante especial?
—Hace unos años, unos delincuentes muy peligrosos que atracaban bancos utilizaban unas balas muy similares a estas. Si la herida no mataba a la víctima, lo hacía al cabo de ciertos días el isótopo radioactivo que contenían. ¿Roberto fue herido?
—Sí, pero la herida no fue de gravedad. Él mismo pudo curarse de camino a su casa. Con eso me quieres decir, ¿qué Roberto puede estar en estos momentos muerto?
—No lo sé, la verdad. La cantidad de isótopo que contienen estas balas, en principio no es letal para los humanos. Por lo que he podido investigar este isótopo está más bien pensado para rastrear. Y en este caso parece que funcionó ya que consiguieron dar con el paradero de Roberto sin ningún problema.
—Vaya —contestó Melissa pensativa—. Si no recuerdo mal has dicho que ese isótopo no es común, ¿verdad?
—No, no es nada común. Solo dos sitios a nivel mundial lo fabrican. Uno de ellos lo descartaría por completo ya que esta al otro lado del hemisferio. Pero el otro, voilà. Está apenas a una hora en coche de aquí.
—Dime donde está e iré allí ahora mismo.
—Querida las cosas no son tan sencillas como tú te piensas. Este tipo de isótopos no se hacen en fábricas normales y corrientes. Esta fábrica de la que te estoy hablando concretamente es una base militar. Y eso precisamente es lo que más me preocupa. ¿Cómo esos matones poseían estas balas?
—¿Cuánto tiempo calculas que puede estar activo ese isótopo en el cuerpo humano?
—¿Activo? ¿Quieres decir durante cuanto tiempo puede ser rastreado?
—Sí.
—Según la información a la que he podido tener acceso, tres días.
—Eso nos da un margen de menos de 24 horas para poder rastrearlo. ¿Cómo se rastrea ese isótopo?
—Ahí viene otro problema, con un satélite militar específico. Los dos sabemos que no tenemos conocimientos para hackearlo. Necesitaríamos la colaboración de Tania y ella no nos ayudará sin saber el motivo. Sin la ayuda de la organización no se me ocurre como nosotros dos podemos sacar de esto a Roberto. Lo siento Melissa, pero no se me ocurre nada.
—A mí si se me ha ocurrido algo. Dame esa bala, la que no tiene la esfera de cristal.
—¿Qué pretendes hacer con ella?
—Ya verás. No permitiré que por mi culpa Roberto no salga de esta.
—Tendrás que dar explicaciones.
—En estos momentos me da igual. La culpa podrá conmigo si no hago todo lo que este en mi mano por salvarlo. Lo que venga después lo capearé como pueda. Pero si no hago esto sé que me arrepentiré de ello toda mi vida.
Alejandro cogió de la mano a Melissa para impedirla que cometiera un error.
—Él te ama, Melissa. Roberto no querría que arriesgarás tu vida por él. Él decidió ayudarte con los riesgos que conllevaba, al igual que lo he hecho yo. No pongas tu vida en peligro en vano. Él no querría.
—Roberto, en esta situación, se arriesgaría por salvarme. Yo no le dejaré solo en esto. Puede que esto sea mi final pero si vale para salvarle, merecerá la pena el riesgo.
Melissa decidió, tras salir de la zona de trabajo de Alejandro, ir al despacho del jefe de la organización Águila. No podía seguir escondiendo una pista que ayudaría a encontrar el paradero de su mentor. La mujer sabía que se pondría en peligro, pero se arriesgaría si con ello conseguía salvar a Roberto.
—Buenas tardes, Francisco —lo saludó Melissa tras llamar a la puerta del despacho de este.
—Pasa, pasa, por favor —le respondió el hombre que se encontraba sentado tras su escritorio.
—He hallado algo en el apartamento de Roberto que puede que nos sirva para encontrarlo.
—¿Qué encontró? —le cortó Francisco antes de que Melissa iniciara otra frase. El hombre se quitó las gafas que portaba y las dejó en la mesa, a continuación centro su vista en ella.
—Una bala.
—¿Una bala? Qué raro. ¿Cómo es que el equipo de investigación no la encontró y usted si?
Melissa le entregó la bala en una pequeña bolsita de plástico transparente que Francisco no dudo un segundo en aceptar.
—Se encontraba bajo uno de los divanes. Tal vez, se les haya pasado por alto.
—Alejandro. —Francisco lo llamó por un intercomunicador—. Venga a mi despacho inmediatamente, por favor. Buen trabajo, Melissa. Puede que esto no sirva para nada o puede que sí. Pronto lo descubriremos.
Melissa abandonó el despacho justo cuando llegaba Alejandro. Ninguno habló pero ella le guiñó un ojo. Pronto Tania hackearía el satélite y encontrarían por fin a Roberto. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde.
Tania hackeo el satélite militar sin despeinarse. El isótopo radioactivo I-9873 no estaba muy extendido. En poco menos de una hora, el satélite barrió todo el país encontrando todos los puntos en los que había una pizca de isótopo. Casi todo se encontraba en el centro militar donde se fabricaba. Había varios núcleos más repartidos por todo el país correspondientes a otras bases militares. Todos ellos fueron descartados. Nadie se arriesgaría a tener un rehén en suelo militar. Por lo que solamente había cinco puntos que descuadraban. Tres, cerca de la zona militar, probablemente a causa de una mala manipulación por parte de algún militar inexperto de la base. Y dos, apenas a media hora de la base.
—Tania. Superponga estos dos puntos en un mapa satélite. —Francisco se encontraba en la zona de comunicaciones supervisando cada uno de los avances de la investigación.
—Ahora mismo, señor —le contestó ella.
Tania cambió el mapa localizador del isótopo radioactivo I-9873, negro con puntos amarillos de localización, por una imagen satélite. Superpuso los puntos del isótopo en él. Los dos puntos emitían desde una antigua central eléctrica actualmente abandonada.
—Acerque la imagen, Tania. —La informática hizo lo que le ordenó Francisco—. Bien. Ahora quiero que mire las imágenes de otros satélites y compruebes los movimientos de la zona en los últimos días. Chicos —agregó Francisco dirigiéndose al resto del equipo allí congregado—, estamos a un paso de que Roberto vuelva con nosotros.
—Francisco —le llamó Melissa mientras se acercaba a él—, quiero formar parte del equipo de asalto que libere a Roberto.
—Ya sabe como funcionan los protocolos, Melissa —le contestó él de forma seca.
—Por favor, quiero formar parte de ese equipo. Nunca le he pedido nada, por favor concédame este deseo.
Francisco la miró de forma escrutadora y finalmente tras unos instantes pensando le contestó.
—Lo tendré en cuenta, pero no le aseguro nada.
—Señor —le llamó Tania—. Mire, dos coches llegaron a la central el domingo a las cinco de la madrugada.
—Teniendo en cuenta que el secuestro se cometió a eso de las cuatro de la madrugada... —pensó Francisco en voz alta.
—Sí, más o menos se tarda una hora en llegar desde la casa de Roberto —respondió la informática.
—¿Cuántos hombres salieron de los coches? —preguntó el hombre.
—Los coches se metieron directamente en el edificio —respondió de nuevo Tania—. El satélite no pudo captar el numero de personas que viajaban en el interior de los vehículos.
—¿Los coches han abandonado el lugar en algún momento? —Francisco necesitaba conocer toda la información posible para planear la misión de recuperación de su agente.
—Sí, abandonaron la zona más o menos a las nueve de la mañana —contestó uno de los informáticos a cargo de Tania enseñando la imagen en el monitor central.
—¿Ha habido algún otro movimiento en la zona? —En ese momento la mente prodigiosa de Francisco ya se encontraba planificando múltiples opciones de asalto.
—No, de momento parece que no —contestó esta vez Tania mirando a su subordinado con cara de pocos amigos por quitarle el protagonismo.
—Bien. ¡Antonio!
—Sí, señor —contestó este.
—Prepare a su equipo. Seréis los encargados de traer de vuelta a Roberto. ¡Ah! Melissa os acompañará como apoyo táctico. Recordad, quiero a todos los presente de allí vivos. Necesitamos saber la causa de este hecho reprochable contra nuestro grupo. Debemos interrogar a cada persona relacionada con ello que nos sea posible.
—Sí, señor —contestaron Antonio y Melissa al unísono.
Melissa era la primera vez que trabajaba bajo las ordenes de Antonio. Durante sus años de servicio como agente de la organización había hecho pocas misiones de equipo y las que había ejecutado, habían sido supervisadas por Roberto. Según los comentarios de sus compañeros, Antonio era muy autoritario y exigente con sus subalternos. Estudiaba concienzudamente las misiones y esperaba que todos los integrantes de su equipo hicieran lo propio. No dejaba nada al azar. Ella era la novata en aquel equipo y esperaba estar a la altura de las circunstancias.
La furgoneta en la que viajaban comenzó a aminorar la marcha para a continuación estacionar.
—Hemos llegado. Conectad los dispositivos de audio. Cuando hayáis llegado a vuestra primera posición, comunicádmelo. —Antonio era el jefe del grupo y lo demostraba a cada agente bajo su mando con un tono autoritario tiñendo su voz.
Todos los agentes salieron de la furgoneta y se dividieron por el bosque que rodeaba la antigua central eléctrica como habían planeado. El bosque de castaños que rodeaba las instalaciones era muy frondoso. Se notaba que no era transitado por lo que el avance era más complicado de lo habitual.
Melissa comenzó a escuchar por el auricular como sus compañeros llegaban a su primera posición. A ella todavía le quedaba un poco para conseguirlo. Corrió rápidamente a través del bosque mientas intentaba hacer el menor ruido posible. Finalmente, llegó al panel que controlaba la luz que electrificaba la valla que bordeaba la central.
—Agente cinco en posición. Procedo a la desconexión. —Melissa informó a sus compañeros.
La mujer sacó de su cinturón una especie de ganzúa con la que abrió el panel.
—Melissa. ¿Cuántos cables ves? —le preguntó esta vez Alejandro por el transmisor.
—Cuatro: rojo, amarillo, verde y negro —contestó ella.
—Conecta la cámara. —Melissa le obedeció–. Bien. Coge con los alicates el cable verde, tira de él un poco. Despacio, pequeña. No te emociones, una mala ejecución y te fríes ahí mismo. —Melissa trabajaba lo más despacio que podía—. Bien, ahora coge el rojo y corta el negro.
—Está —dijo la mujer tras cortar el cable negro.
—Bien. Ahora tira a la valla el metal de prueba.
Melissa hizo lo que le ordenaron. El metal tocó la valla y calló al suelo.
—Valla desconectada. Vía libre —ratificó la mujer.
—Continúen hasta la posición dos —ordenó Antonio a todos los agente al oír que la valla no era ya un peligro.
Melissa saltó la valla con facilidad y corrió hasta la escalera más próxima. Subió por ella hasta llegar a la azotea de la central. Se dirigió a una puerta para entrar en el edificio, pero se encontraba cerrada. Melissa cogió de su cinturón, una pequeña carga explosiva, la colocó sobre la cerradura de la puerta y esperó a su detonación.
Pum.
La carga se detonó abriendo la puerta. La mujer entró en el edificio pistola en mano. El edificio estaba completamente a oscuras. El suelo estaba en pésimas condiciones, era de hierro en forma de rejilla y se encontraba prácticamente todo oxidado. Melissa avanzó despacio tanteando el terreno. El suelo estaba cubierto por una gruesa capa de suciedad, eso indicaba que por allí hacía mucho tiempo que no pasaba nadie.
—Agente cinco en posición dos —informó Melissa al llegar a su siguiente posición.
Melissa decidió en ese momento cambiar la pistola que empuñaba.
—Avancen hasta la posición tres —ordenó Antonio al estar todos los agentes en sus respectivas posiciones.
Melissa bajó por una escalera de caracol lentamente. A continuación, se guardó detrás de una columna.
Pum.
Melissa disparó en dirección a la zona que ocupaba su compañero del flanco izquierdo.
—Agente cuatro. Alguien me ha disparado. Hemos sido descubiertos.
—Disparad si os sentís comprometidos, pero recordad, los queremos vivos. Disparad a herir, no a matar —informó Antonio a todo su equipo.
—Recibido —contestó el agente cuatro.
—Agente tres, cubra la posición del cuatro —ordenó Antonio por los comunicadores.
Melissa continuó con su plan.
Pum.
Melissa volvió a disparar pero en esta ocasión contra la columna que debía ocupar ella misma. A estas alturas, los hombres que ocupaban el edificio ya sabrían que se encontraban allí.
—Agente cinco —informó en esta ocasión Melissa—. A mí también me han disparado. —Melissa tiró la pistola con la que había disparado y recuperó su arma de asalto oficial—. Creo haber visto a mi atacante.
Melissa oyó una ráfaga de balas pero lejos de su posición. Los ocupantes del lugar habían reaccionado y disparaban contra sus compañeros.
—Agente tres —informó este—. También recibo disparos.
—Cambio de planes chicos. Disparen a matar. Han oído bien, disparen a matar.
Pum, pum.
La ráfaga de disparos cada vez era más intensa. Melissa, por su parte, continuó con su plan, quería ser la primera persona que encontrara a Roberto.
—Aquí, aquí —gritaba una voz masculina.
Melissa localizó la procedencia de aquella voz y la siguió. A medida que se acercaba comprobó que era la voz de Roberto. Aun así debía ser precavida y comprobar que no había ningún enemigo escondido por allí. Llegó a la puerta desde la que procedía la voz, la abrió despacio, allí se encontraba Roberto inmovilizado a una silla.
—He encontrado a Roberto —informó Melissa a su jefe de equipo—. Procedo a su liberación y extracción. —Melissa cerró su micrófono—. Roberto, gracias a Dios que estás bien. —La mujer se acercó a su compañero y lo abrazó fuerte.
—Melissa —dijo Roberto apenas sin fuerzas—, ya habrá tiempo de arrumacos, ¿no crees? Sácame de aquí cuanto antes.
—¿Ni siquiera en una situación así se te va el humor? —le respondió ella ante su insinuación. La mujer sacó de su bota un pequeño cuchillo y cortó con él las bridas que amarraban las manos de Roberto a la parte trasera de la silla—. ¿Puedes caminar? —le preguntó mientras terminaba de cortar las bridas que le inmovilizaban las piernas a la silla.
—Estoy muy débil. Pero puedo intentarlo —le sonrió él.
—Apóyate en mí —le contestó ella—. Me dispongo a evacuar a Roberto. —Melissa decidió volver a abrir su comunicador para informar de sus avances.
Roberto se levantó de la silla con dificultad. Apoyó su brazo derecho sobre la espalda de su compañera pero apenas sobrecargó su peso sobre ella. Roberto estaba muy débil, le costaba caminar.
—Apóyate en mí Roberto, por favor, no seas cabezón. Tenemos que salir cuando antes de aquí y así no llegaremos muy lejos.
Roberto, por fin, hizo caso a su amiga y apoyó sobre ella todo su peso. Al cabo de unos minutos, salieron de la central eléctrica y se encaminaron a la furgoneta de evacuación. Cuando solo les faltaban unos metros para llegar, Roberto se desplomó inconsciente. Él era más pesado que Melissa lo que hizo que ella perdiera el equilibrio y cayera también llevada por el peso de su amigo. Melissa se levantó rápidamente.
—Cógelo por los brazos, yo lo haré por los pies —le dijo Antonio que acaba de llegar corriendo de la central.
Juntos consiguieron llevar a Roberto dentro de la furgoneta. El resto del equipo entró poco después y la furgoneta se dirigió de nuevo a la base.
El viaje de regreso se hizo en estricto silencio. La misión no había salido como se esperaba, ningún enemigo había sobrevivido y esa no había sido la misión original. Pero al menos, una cosa si había salido bien, habían recuperado a Roberto. Ahora solo hacía falta que el hombre se encontrara bien de salud a pesar de hacer todo el viaje de regreso inconsciente.
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