Melissa decidió informar a Francisco tras ver el estado del loft de Roberto. Si estaba en peligro la organización debía conocer la situación, eran los únicos que podían encontrarlo y salvarlo, tenían recursos muy útiles para tal menester. Francisco al conocer la noticia decidió convocar una reunión de urgencia, para ello convocó a todos sus agentes a ella. La asamblea al ser multitudinaria tendría lugar en la sala de audiencias, estancia poco conocida por los agentes ya que apenas era utilizada. Una vez que la sala estuvo llena, el jefe de la organización procedió a comenzar su discurso.
—Señores. Gracias por venir con tanta premura —comenzó Francisco dirigiéndose a todos sus agentes allí reunidos—. Hemos sufrido un grave atentado contra nuestra organización. Uno de nuestros agentes ha sido secuestrado. Y no uno cualquiera, sino uno de nuestros agentes de mayor rango. Por el momento desconocemos ante quién nos enfrentamos. —Los agentes comenzaron ha hablar entre ellos asustados, que no se conociera todavía la identidad del secuestrador era un hecho inaudito—. Señores, silencio, por favor —ordenó Francisco para acallar a su inquieto público—. Es justo que sepan de quien se trata. El agente secuestrado es Roberto. —Al oír ese nombre, los agentes allí reunidos se asustaron aún más. Roberto era uno de los mejores agentes la organización, por no decir el mejor—. Por todo ello les informo que hemos decido activar el estado de alerta máxima —continuó Francisco con su discurso—. Repito, no sabemos quien es nuestro enemigo. De momento ningún grupo se ha puesto en contacto con nosotros para reivindicar el secuestro, por lo que no sabemos si tienen pensados más ataques contra nuestra organización o si ha sido un hecho aislado. —La audiencia comenzó a murmurar—. Ahora, estamos comprobando la seguridad de nuestro sistema informático para corroborar si hemos tenido alguna filtración. —Los agentes cada vez estaban más nerviosos—. No os preocupéis, descubriremos quién está detrás de este atentado contra nuestra organización. Rescataremos a nuestro agente y no tendremos piedad con nuestro enemigo. Pero como medida preventiva, hasta que descubramos contra quién nos enfrentamos, todos y repito todos, nos quedaremos en la base hasta próximo aviso. Estad preparados, pronto recibiréis ordenes. Gracias.
Francisco abandonó la sala de audiencias de la organización. Los agentes estaban nerviosos. Nunca antes la organización habido sufrido un ataque de esa envergadura. El secuestro de un agente era algo muy serio. ¿Tendría algo que ver Sergio en todo aquello? Se preguntaba Melissa. No, no podía estar relacionado, tal vez todo era una obsesión suya.
—¿Crees que Roberto estará bien? —preguntó Melissa a Alejandro que estaba sentado a su vera.
—Ni idea —le contestó él francamente.
—El estado de su loft era lamentable. Todo era un autentico caos.
—Roberto es fuerte. No creo que le hayan secuestrado para matarle. Le guste a Francisco o no, ese chico es muy importante para la organización. Probablemente solo quieran sacarle información o no sepan, en realidad, a quien han secuestrado.
—Solo espero que lo encontremos pronto y con vida. Tiene que estar pasándolo fatal.
—Melissa, estamos entrenados mental y físicamente para este tipo de situaciones. Y créeme, Roberto esta mejor preparado que nadie.
—Una cosa es enfrentarse a un entrenamiento, y otra cosa muy distinta, es vivirlo.
—Tú misma te encontraste en una situación similar hace unos meses y pasaste la prueba con nota. Roberto sabrá capear la situación, es un hombre de recursos. Ya verás como cuando lo encontremos nos cuenta varias batallitas de ese hecho.
Pi, pi, pi.
El busca de Melissa comenzó a sonar así que no tuvo más remedio que mirarlo.
—Reunión en 5 minutos —leyó Melissa en el dispositivo.
El de Alex también sonó. Ambos se miraron, en cinco minutos estarían reunidos con la cúpula de la organización. ¿Qué querrían? ¿Sabrían más de lo que habían contado a la audiencia? ¿Ya sabrían la localización de Roberto? ¿Se habrían puesto en contacto los secuestradores?
Los elegidos se dirigieron a la sala acordada para la reunión. Melissa, Alejandro, Tania, Mateo, Sheila, Antonio esperaron en silencio a que llegaran Francisco y Yolanda. Nadie tenía ganas de hablar. Eran las diez de la mañana, pero todos tenían el animo como si fueran las tres de la madrugada.
—Señoras, señores —dijo Francisco saludando a su equipo mientras tomaba asiento presidiendo la mesa y Yolanda hacía lo propio en el otro extremo de la misma—. Estamos ante la situación más complicada a la que se ha enfrentado la organización en toda su existencia. A estas horas, muy a nuestro pesar, todavía no sabemos quien ha podido estar detrás de esta acción. Tania —la animó a hablar.
—He comprobado todo el sistema informático. Nada, no hay ninguna filtración en nuestro escudo de seguridad —contestó la informática.
—Al menos una buena noticia. Pero si no tenemos problemas de seguridad, ¿quién está detrás de todo esto? —le preguntó a Tania pero en realidad era una pregunta dirigida a todo el grupo.
—No lo sé, señor —contestó de nuevo la informática—. Todo mi equipo ha estado investigando la red y las fuentes convencionales por si algún grupo terrorista se hiciera eco de la noticia o colgara algún video de su hazaña. Pero nada, todavía no hemos encontrado nada, quizás sea pronto.
—¿Un grupo terrorista? —intervino Melissa—. Si no hay problemas de seguridad en nuestro sistema, ¿cómo podría alguien saber que Roberto pertenece a la organización? ¿Por qué alguien iba a querer secuestrar a un artista? Quizás simplemente lo han confundido con otra persona.
—Buena reflexión, Melissa —contestó en esta ocasión Yolanda—. Por eso hemos convocado esta reunión. Necesitamos reconstruir sus pasos en los últimos días. Que ha hecho, con quién se ha relacionado, si ha vendido alguna obra, si es así a quien lo hizo... No sabemos si su desaparición ha tenido que ver por ser de este grupo o si ha sido un acto aislado.
—Tania —continuó Francisco—, creemos que es la persona más apropiada para darnos ese tipo de información, ya que hasta dónde sabemos, a ambos os une una relación personal.
—Lo siento, pero durante los últimos días apenas hemos estado juntos, ambos hemos tenido mucho trabajo. No sé como podría ayudar en la investigación. Como bien saben yo he pasado la mayor parte de mi tiempo de esta semana aquí metida.
—Melissa, ¿por qué fuiste a ver a Roberto a su casa a esas horas? —le preguntó Yolanda.
Melissa no sabía que responder, tenía miedo de que la hicieran aquella pregunta. No era normal que un domingo, día de descanso, ella fuera a ver a una persona a las ocho de la mañana y menos a Roberto, un agente con el que en los últimos tiempos no había tenido una relación muy cordial. Su presencia allí no era muy normal.
—Quería darle una cosa —contestó la mujer finalmente.
—¿Qué querías darle? —insistió Yolanda.
Todo el mundo allí reunido clavó los ojos sobre ella. Melissa no sabía que responder. Si contaba la verdad, no solo Roberto estaría en peligro, sino que ella también. Sabía que no podía confiar en nadie y menos en la organización ya que sabía de antemano que Francisco era uno de sus enemigos.
—Un reloj. Como bien saben, es una tontería ocultarlo por más tiempo, Germán se ha ido de mi casa y dejó alguna de sus pertenencia en mi casa. Estos días me encontraba haciendo limpieza en casa y decidí que quería desprenderme de él. Sabía que a él le gustaba ese reloj, así que creí que le haría ilusión tenerlo ya que yo iba a tirarlo. Digamos que me encontré en el lugar oportuno a la hora apropiada. Al ver que no respondía a mis llamadas a la puerta, ni a su teléfono y oírlo dentro decidí que debía acceder al loft y me encontré la situación que vi conveniente reportar a la organización.
La disculpa no era muy convincente pero tendría que servir.
—La situación actual es la siguiente. Ayer, como muchos de vosotros, Roberto tenía el día libre. El secuestro pudo llevarse a cabo a cualquier hora del día de ayer. Por ello, a estas horas podría estar retenido en cualquier parte del mundo, hecho que dificulta aún más si cabe la investigación. —Francisco encauzó de nuevo la conversación—. No sabemos quién lo tiene y con cada hora que pasa, más complicado será encontrarlo. Hasta que alguien no se ponga en contacto con nosotros estamos a oscuras. ¿La señal de su teléfono lo sitúa en todo momento en su loft?
—Sí, señor. Según el registro sí —respondió Tania.
—¿Mañana podremos volver a la normalidad? —Mateo era un hombre inquieto y claustrofóbico por lo que estar en la base recluido le ponía muy nervioso.
—Lo más conveniente para todos es que permanezcamos aquí hasta que tengamos la situación controlada. Si tenemos noticias de Roberto tendremos que preparar su misión de rescate lo más rápido posible. Además, nuestra seguridad estará menos comprometida permaneciendo aquí todos juntos que viviendo cada uno en nuestras respectivas casas.
—Yo no puedo desaparecer de la ciudad así como así —contestó Mateo enojado—. Tengo negocios que atender, al igual que todos vosotros —añadió mirando a todos los allí presentes—. Creo que lo mejor será que sigamos con nuestras vidas prestando la máxima atención posible y ya está. Además, aquí entre estas cuatro paredes me ahogo, tengo un problema con los sitio cerrados, ya lo sabéis.
—Yo también creo que resultará sospechoso que un montón de gente desaparezca sin motivo aparente de la ciudad —añadió Sheila–. Ese hecho nos marcará a todos irremediablemente como agentes desbaratando nuestras respectivas tapaderas. ¿No es evidente que si el secuestro de Roberto es un ataque a la organización lo que buscaran serán los nombres de los demás agentes?
—Calma, señores —intervino Yolanda—. Todas esas conjeturas ya las hemos tenido nosotros antes de reunirlos, pero creemos que el riesgo que asumirían ahí fuera sobrepasa los límites admisibles. Aún así los agentes que no quieran permanecer seguros aquí, podrán irse. Tenemos un protocolo para estos casos.
—¿Un protocolo? Según lo que escuché ahí abajo se nos recluía aquí hasta próximo aviso —se interesó nuevamente Mateo.
—Sabemos de antemano que esta situación puede alargarse en el tiempo y puede que nos supere. Por lo que hay un protocolo de alerta exterior y puede que tengan razón, la desaparición inexplicable de tanta gente alertará a muchas personas que desean destapar nuestras identidades. Quizás lo más conveniente sea seguir con nuestras vidas en la ciudad. Alejandro nos proporcionará un dispositivo de rastreo. Así, en caso de que sufráis algún problema, podremos monitorizar en todo momento donde os encontráis.
—¿Eso quiere decir que todos nuestros movimientos estarán vigilados por la organización? ¡Esto es el colmo! —Sheila estaba totalmente indignada con la nueva proposición de Francisco—. Yo valoro mi intimidad y no estoy dispuesta a perderla
—Sí —sentenció Francisco—. Es eso o quedarnos aquí retenidos. Ustedes eligen. Fin de la reunión. Alejando ocupa tu puesto de trabajo, presiento que hoy tendrás mucho trabajo por hacer. Yo he de informar al resto del grupo de las posibilidades que pueden tomar. Piensen qué quieren hacer, seguir con sus vidas o quedarse aquí y tomen la decisión que más les guste.
Tras la reunión todo agente fue informado de las posibilidades que tenían. La mayoría optó por hacer cola para obtener su localizador.
—Hola de nuevo, preciosa —saludó Alejandro a Melissa.
—Hola —contestó ella mientras entraba en el despacho de Alejandro y veía los objetos que tenía este encima de la mesa—. ¿El dispositivo de rastreo puede estar en un collar ? —preguntó cogiendo uno muy bonito que descansaba sobre la mesa.
—Qué graciosa. No, eso es mi próximo proyecto. Toma —le dijo mientras le tendía unos pendientes.
—¿Unos pendientes? —Melissa dejó el collar encima de la mesa y cogió los pendientes que le tendía Alejandro.
—Sí, son unas perlas localizadoras. Ya ves. —Melissa se quitó sus pendientes, los guardó en el bolsillo del pantalón y se puso las perlas—. Te quedan maravillosos —sentenció el hombre—. ¡Ah! por cierto. No debes intentar quitártelos bajo ningún concepto. El material se cierra de tal forma que solo yo puedo abrirlos. Es una tontería que pierdas tu tiempo en intentarlo.
—Perfecto, gracias por la información —le contestó ella.
Justo cuando iba a abandonar la zona de trabajo de Alejandro, él la llamó.
—Melissa, ¿quieres contarme algo? —la mujer se paró en seco y a continuación se giró—. Te conozco bien. Sé que hay algo que te carcome por dentro y no te atreves a contarme.
—¿Qué me va a ocurrir? Estoy mal porque ha desaparecido un amigo en extrañas circunstancias. Eso es todo.
—En realidad, ¿crees que Francisco y Yolanda se han tragado que fuiste un domingo a casa de Roberto para llevarle un reloj? Fuiste a algo más. Ya sabes que a mí me lo puedes contar, somos amigos.
Melissa lo miró de forma escrutadora. Ambos eran amigos desde hacía muchos años. Pero, ¿realmente podía confesarle la realidad de la situación? O con ello, ¿solo conseguiría ponerlo en peligro a él también?
—La realidad, te guste o no, es que no quería seguir teniendo nada en mi casa que perteneciera a Germán. Roberto siempre me había dicho que le gustaba ese reloj. Prefería regalárselo a él que tirarlo, eso es todo.
Alejando se levantó de su silla, se dirigió a la puerta y la cerró despacio.
—Melissa, sabes que sé guardar secretos. Puedes contarme cualquier cosa, no se lo revelaría a nadie. Venga, por favor. —Alejandro la tocó los brazos—. Somos casi como hermanos. Desahógate conmigo, por favor.
—Déjalo, es peligroso —le contestó ella intentando salir por la puerta pero Alejandro se lo impidió.
—No voy a dejar que te vayas sin que antes no me cuentes que es lo que en realidad te pasa.
—Aquí no podría contártelo aunque quisiera. Es demasiado peligroso, no puedo ponerte en riesgo a ti también —añadió ella muy bajo.
Alejandro la miró con cara de no comprender nada.
—¿En qué narices estáis metidos Roberto y tú? —le preguntó finalmente.
—En algo muy complicado y que no deseas conocer, créeme. Por tu seguridad no te conviene involucrarte.
—¿Estás insinuando que sabes por qué desapareció Roberto?
—Tengo mis sospechas, sí —contestó ella.
—¿Por qué no se lo has dicho a Francisco? Él...
—Es complicado —le cortó ella—. Alejandro, no te involucres en esto, te lo digo en serio. Ahora, por favor, déjame salir y olvida todo lo que te he contado.
—Hagamos una cosa. Reunamonos fuera de aquí y así podrás contarme...
—¿Estas loco, Alex? Todos llevamos ahora un localizador. No creo que pase desapercibido que dos agente se reúnan fuera de aquí sin un motivo aparente.
—Los localizadores también se pueden manipular. ¿Quién mejor para ello que su inventor? –le contestó él con una sonrisa impresa en su cara.
—De acuerdo. Me temo que sino no dejarás de insistir, ¿verdad? —Alex asintió—. ¿En mi casa a las seis?
—Allí estaré —le contestó él mientras le abría la puerta.
Alejandro fue puntual como siempre, a las seis se encontraba llamando al timbre de su amiga.
—Buenas tardes, Alejandro. Pasa —Melissa condujo a su invitado a su despacho. Al estar sola en casa tenía los papeles de la investigación de Ramón esparcidos sobre su escritorio—. Toma asiento, por favor.
Alejandro se sentó en una de las sillas sin antes no mirar extrañado todos los papeles que estaban encima de aquella mesa.
—¿Qué significan estos papeles, Melissa? —le preguntó Alejandro.
—Antes de explicarte nada, quiero que sepas que todo esto no me lo invento. —Melissa se dirigió a su sillón al otro lado del escritorio y se sentó mirando la cara de su invitado.
—¿Inventarte el qué?
—Hace poco descubrí mi verdadero origen, mi verdadera identidad —contestó Melissa—. Creo que eso puede estar relacionado con la desaparición de Roberto.
—¿Te ha dado una insolación, Melissa? —le contestó el hombre bromeando.
—No, lo que te estoy contando es verdad. Hace poco descubrí que mis padres biológicos no me abandonaron en un parque como me hizo creer Francisco. Mis padres fueron asesinados en un fatal accidente de coche.
—¿Y qué puede tener eso que ver con la desaparición de Roberto? —se interesó el hombre.
—Probablemente todo o probablemente nada. No siempre me llamé Melissa, ¿sabes? Mi verdadero nombre, el que me pusieron mis padres biológicos, era Alicia Paez. —Alejando la miró extrañado, no entendía lo que le quería decirle su amiga—. Soy la sobrina de Sergio Paez, el presidente de Ximar.
—¿La sobrina de Sergio Paez? Melissa, por favor. De verdad, ¿te encuentras bien? —Alejandro se jactó de su amiga.
—Yo viajaba en el coche junto a mis padres cuando sufrimos el accidente que a ellos les causó la muerte. Al parecer, milagrosamente, salí ilesa de aquel accidente pero ellos no tuvieron tanta suerte.
—No puede ser. Eso es imposible.
—No, no lo es, Alex.
—Recuerdo perfectamente aquel accidente. Yo tendría dieciocho años, acababa de entrar en la organización como miembro de pleno derecho. Aquel accidente, conmocionó a todo el país. Melissa, es imposible que tú fueras aquella niña.
—Piénsalo, ¿cuántos años tenía aquella niña?¿cinco, seis? —Paró un poco su discurso para dar tiempo a pensar a Alejandro—. Ahora, esa niña tendría mi edad.
—Si, pero esa niña no podías ser tú, nadie pudo haber sobrevivido a aquel accidente. Pero vamos a suponer que tú fueras esa niña. ¿Qué tiene eso que ver con la desaparición de Roberto?
—Puede que todo, o puede que me equivoque y no tenga nada que ver. Ayer, Roberto y yo fuimos a ver al hombre que se encargó de la investigación de aquel accidente. Él nos dio estos papeles. —Melissa los señaló—. Y gracias a él descubrimos mi verdadera identidad.
—¿Le contaste a ese investigador que tú eras esa niña, Alicia Paez?
Melissa negó con la cabeza.
—Cuando estábamos en su casa, un grupo de hombres armados intentó asesinarle. Roberto y yo los eliminamos pero no antes de que mataran a la mujer de ese pobre hombre.
—Y ese hombre, ¿dónde se encuentra ahora?
—No lo sé. Lo dejamos donde él quiso y nosotros regresamos aquí.
Alejandro se levantó de la silla, estaba nervioso y comenzó a caminar de un lado a otro de la habitación.
—¿Crees que esos hombres que asaltaron la casa de ese hombre pudieron rastrear y secuestrar a Roberto?
—Eso me temo.
—¡Mierda! ¿Qué sabes de esos hombres?
—Nada, nada en absoluto.
—Tienes que contarle esto a Francisco —le contestó mientras sacaba su móvil.
—¿Qué te crees que estás haciendo? —le dijo Melissa quitándole el móvil de las manos—. Esto no puede salir de aquí, me lo prometiste.
—¿Cómo qué no puede salir de aquí? No sabemos el paradero de Roberto. Y esos hombres pueden tenerlo. ¿Cómo piensas encontrarlo tú sola sin la ayuda de la organización? —le contestó recuperando su móvil de las manos de su compañera.
—Francisco estuvo implicado en el accidente donde murieron mis padres y donde yo también casi pierdo la vida.
Esa afirmación paró en seco a Alejandro.
—¿De qué narices estás hablando, Melissa?
—Se lo oí decir a él mismo en una conversación que mantuvo con Sergio, mi amado y recién estrenado tío, en la fiesta del solsticio de verano.
Alejandro se dirigió a la silla que había ocupado y se sentó de nuevo en ella.
—Por aquel entonces Francisco era un simple agente. No creo que lo orquestara él solo. Estoy convencido de que cumplía ordenes como lo hacemos todos.
—Ordenes o no, no le podemos contar esto. Probablemente lo primero que haría sería eliminarme para terminar el trabajo que le encomendaron años atrás. Puede que en su día se apiadara de una niña pequeña y desvalida, tal vez ahora cambie de opinión al haber descubierto lo que hizo a mi familia.
—Si hubiera querido matarte ha tenido más que tiempo y oportunidades para hacerlo. Si sigues con vida es porque tiene un plan para tí en su propio beneficio. Entonces, ¿qué pretendes hacer? —Alejandro se apoyó sobre el escritorio expectante, esperaba deseoso la contestación de ella.
—Todavía no lo sé. Al menos si pudiera volver a la casa del investigador, intentaría encontrar alguna prueba que nos llevara a esos hombres, un casquillo... —En ese momento Melissa recordó que trajo consigo una de las armas de los atacantes—. Espera, si te diera un arma, ¿serías capaz de rastrearla? —Alejandro la miró con cara de no comprenderla—. ¿Podrías saber dónde se adquirió y rastrear a su dueño?
—Tal vez, no creo que sea complicado. ¿Es qué tienes un arma de esos tíos?
—Pareceré estúpida, pero en realidad, no lo soy —le contestó ella mientras abría su caja fuerte y sacaba una pistola—. Toma —agregó entregándole el arma.
—Investigaré lo que pueda. Te avisaré si me entero de algo.
—Recuerda, Alex, nadie puede saber nada de esto, ¿entendido?
—No te preocupes, lo he comprendido perfectamente. Seré una tumba, preciosa.
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