Capítulo 45
Los informes que contenía la carpeta de Ramón eran realmente increíbles y cuanto menos esclarecedores. Según su investigación, Dimas, el padre de Melissa, había comprado el coche escasamente una semana antes del fatal accidente. Era un coche de alta gama, por lo que contaba con innovadores sistemas de frenado. Entonces, ¿por qué se había producido aquel accidente?
Según las investigaciones del policía, el coche tenía dos sistemas de frenado: el habitual y uno de emergencia por si el primero fallaba. Entonces, ¿por qué el segundo sistema no había funcionado? ¿Fue un problema de fábrica o como bien sospechaba Ramon, un sabotaje? A tenor de las pruebas, todo indicaba que lo segundo.
Los informes facilitados por la empresa automovilística eran tajantes, el coche se encontraba en perfecto estado cuando salió de la fábrica como así atestiguaba el control de calidad que se le había hecho. La empresa aseguraba que los dos sistemas de frenado funcionaban perfectamente cuando el coche salió de sus instalaciones y que no podían fallar a no ser que alguien los hubiera manipulado. Está información se tapó, nunca llegó a ser conocida por la opinión pública.
Estaba claro que alguien manipuló los frenos y ese había sido el trabajo de Francisco. Melissa lo sabía por la conversación que había escuchado entre su superior y su ahora recién estrenado tío.
¿Pero como podría ella demostrar que esos dos hombres habían matado a su familia y habían intentado asesinarla a ella también? Si Ramón en su día no pudo conseguir las pruebas necesarias, ¿como iba a hacerlo ella después de veinte años?
Francisco, era un hombre muy meticuloso en su trabajo por lo que habría eliminado las pruebas que lo incriminaran directamente. Y aunque las guardara, ella nunca podría tener acceso a ellas.
Melissa calló exhausta en su sillón rodeada de estanterías de libros en su despacho personal. Esta arriesgada aventura estuvo a punto de costarle la vida a Ramón, a Roberto y a ella misma. Lo único que le consolaba, es que gracias a la intervención de su compañero y de ella, habían salvado la vida de un hombre, un hombre integro que había perdido todo por culpa de ella, un hombre al que se lo habían arrebatado todo. ¿Por qué volverían a ir tras él? A Melissa solo le venía un posible instigador a la cabeza, Sergio.
Su reciente estrenado tío, tras la conversación que mantuvo con Francisco, podría haber sido el instigador tanto del intento de asesinato de Germán y su madre, como el que consiguieron parar hacía apenas unas horas. ¿Ambos casos estaban relacionados o solo era producto de la imaginación de Melissa? Lo que estaba claro, es que Sergio tenía una mente retorcida. Ordenó la muerte de su hermano y la familia de este, la destrucción de su mano derecha, Borja, y a saber detrás de que cuantos más asesinatos estaría.
Melissa llevaba muchos años eliminando a los malos de su país en la sombra. La gente poderosa lo que realmente protegía, costara lo que costara, era a su familia. ¿Realmente sería la envidia el motivo que llevó a Sergio acometer aquella aberración?
El día había sido muy duro. No todos los días una se enteraba que durante veinte años ha estado viviendo una mentira, y que aquella familia que creía que la había abandonado, en realidad se la habían arrebatado, curiosamente el mismo hombre que ella tanto había venerado. Eso la había hundido. Pero Melissa era una mujer de gran fuerza mental, se sobrepondría y no pararía hasta acabar con los instigadores de aquella barbarie aunque fuesen Sergio y Francisco.
Tras acomodarse en el sillón, el sueño ganó la batalla a la mujer y la pesadilla volvió a apoderarse de su mente. Cuando se despertó, la tenue luz del sol naciente se filtraba a través de la ventana calentándola tímidamente la cara. Melissa se dio cuenta, en ese preciso instante, que había dormido toda la noche sentada en un sillón. Le dolía todo el cuerpo, comenzó a tener un dolor insoportable en el cuello, definitivamente había dormido con una postura imposible.
Miró el reloj, eran las siete de la mañana, apenas había dormido 4 horas. Decidió recoger todos los documentos de Ramón y guardarlos en su habitación secreta. No podía permitirse el lujo de que nadie viera aquellos escritos, eso daría al traste con sus planes. Solo otra persona sabía que tenía esos documentos y así debía seguir siendo.
Melissa, en este momento, supo que no debía confiar en nadie. Cualquiera era sospechoso. Tras poner a buen recaudo aquellos papeles, se dirigió a su habitación. Había decidido que una buena ducha le ayudaría a espabilar. El agua caía en forma de lluvia sobre ella relajando cada uno de sus músculos. Para finalizar la reparadora ducha decidió activar los chorros de hidromasaje, eso la revitalizaría completamente. Salió de la ducha renovada con una toalla enrollada alrededor de su cuerpo y otra en el pelo y se encaminó a su vestidor.
Era domingo, un día dedicado al descanso, pero la mujer no había dormido nada por culpa, tanto de las pesadillas que la acompañaban, como por la noticia que había descubierto ayer noche. ¿Qué iba a hacer ahora que sabía quien era realmente? Ir a la base a pedir explicaciones a Francisco, era un suicidio, y vengarse de su tío entrando pistola en mano en su casa, no difería mucho. Lo que si era cierto es que con su entrenamiento no le costaría entrar en la mansión de su tío y llevar a cabo su venganza, pero tras ella, le sería imposible establecerse en ningún sitio sin ser apresada y posteriormente encarcelada, sin añadir que perdería todo lo que tanto trabajo le había conseguido construir. No, definitivamente no iba a poner en riesgo todo su patrimonio por una decisión tomada en caliente. Como decía siempre Roberto, la venganza es un plato que se sirve en frío. Le daría su merecido a su tío, pero no cometiendo ninguna estupidez que la dejara al descubierto. Debía pensar bien su plan, debía saber jugar bien sus cartas.
Eligió un vestido de gasa color verde claro. El otoño ya había entrado, pero parecía que la ciudad estaba inmersa en el conocido como veranillo de San Martín. Se calzó unas manoletinas y se dirigió a la cocina. Cuando llegó, Teresa ya estaba trabajando en ella.
—Melissa, ¿se ha caído hoy de la cama? —le preguntó su asistenta.
—No, hoy tengo planes —le contestó ella sonriente—. ¿Podría hacerme el desayuno? Estoy muerta de hambre —añadió poniéndose la mano en la barriga y moviéndola en círculos para enfatizar sus palabras.
—En un momento estará listo, señorita. Ahora mismo se lo acercaré al salón.
Melissa abandonó la cocina y se dirigió a su habitación secreta a recuperar los documentos que allí había guardado. Hoy iría a visitar a Roberto, juntos investigarían el caso, y entre los dos construirían un plan, en eso su compañero de la organización era un experto. Tras recuperar los documentos, los guardó en un maletín y se dirigió al salón para desayunar.
—¿Hoy domingo también va a trabajar, señorita? —le preguntó Teresa mientras entraba en el salón con el desayuno.
—Ya ves, en el estudio tenemos mucho trabajo —le contestó ella—, ni los domingos nos podemos permitir descansar.
—Señorita, no puede ser bueno trabajar tanto. Toda maquina necesita un periodo de descanso, imagínese un humano —respondió su asistenta con tono maternal.
—Ya, pero las maquinas deben descansar cuando menos daño provocan a la producción de su empresa y nosotros debemos hacer lo mismo.
—Lo que usted diga, señorita.
Teresa sonrió y dejó a Melissa desayunar tranquila. Cuando terminó, condujo hasta la casa de Roberto. Es cierto, que no habían quedado formalmente para analizar la documentación con él, pero Melissa no podía esperar más y no creía que a Roberto le molestara su visita sin previo aviso.
Ding, dong.
Melissa tocó el timbre y esperó a que Roberto abriera la puerta.
Ding, dong.
Volvió a llamar pero nadie contestó.
—¡Que raro! —se preguntó Melissa para sí.
Ding, dong.
Llamó una tercera vez. Pero tampoco recibió respuesta. Aquello era muy raro, así que decidió llamarlo al móvil.
Ring, Ring.
Melissa escuchó como el móvil de Roberto sonaba en el interior de la casa. Eso todavía aún era más raro, él nunca se separaba de su teléfono. Era una de las premisas de la organización. El móvil siguió sonando sin que Roberto lo cogiera. Melissa comenzó a ponerse nerviosa. Tenía que entrar en el loft y averiguar que le había ocurrido a Roberto.
La mujer decidió dirigirse a la azotea del edificio, para ello subió corriendo las escaleras. Roberto vivía justo debajo de ella por lo que no le sería completamente imposible acceder por allí. Era arriesgado pero intentarlo merecía la pena. Se quedaría más tranquila comprobando que Roberto se encontraba bien. Cuando llegó a la puerta comprobó que esta estaba forzada, como si alguien la hubiera abierto de una patada. Melissa salió a la azotea con su maletín en la mano y se dirigió al murete que quedaba justo encima del piso de Roberto. Desde allí, pudo ver el pequeño balcón de su compañero. En él se podían ver restos de cristales. Melissa comenzó a preocuparse, decidió que debía comprobar que había pasado realmente con su amigo.
Tiró el maletín al balcón. A continuación, se colgó del murete de la azotea y se descolgó al balcón. El cristal de la ventana estaba destrozado. Entró a través de ella al loft. El loft era un autentico caos. Los cuadros estaban tirados por el suelo, los sofás movidos, las lamparas descolgadas. Por el caos que allí reinaba, Roberto había opuesto resistencia a su enemigo pero le debían superar en número. Melissa debía informar a la organización de su hallazgo. Pero, ¿y si habían sido ellos los que lo habían cogido por la excursión de ayer? Daba igual, su deber era informar y por Roberto merecía la pena arriesgarse. Él haría lo mismo por ella.
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