Capítulo 43
—Buenos días, Melissa —saludó Elisabeth abriendo la puerta del despacho de su anfitriona.
Esa mañana Melissa se había levantado pronto para investigar al policía del que le había hablado Roberto y al que juntos irían a hacer una visita muy pronto.
—Buenos días —le contestó ella con una sonrisa invitándola a sentarse en una de las sillas al otro lado del escritorio en el que se encontraba trabajando.
—Hemos decidido aceptar tu ayuda e irnos del país ahora mismo, si es posible.
—Es la mejor elección que podéis tomar. Aunque no es necesario que marchéis de una forma tan precipitada. Podéis poner en orden todos vuestros asuntos y despediros de forma discreta de la gente que queréis. Claro está, sin darles a demostrar que os vais y por supuesto sin revelar el destino que hayáis decidido.
—Hemos decido irnos cuanto antes. Si estamos en peligro queremos alejarnos de él cuanto antes. A fin de cuentas, a ninguno de los dos nos ata nada aquí.
—Borja está en prisión. ¿No queréis verlo una última vez? —Elisabeth no la contestó, simplemente la miró fijamente de una forma fría—. De acuerdo —prosiguió Melissa al descifrar el silencio revelador de la mujer—, si es lo que queréis... En cuanto todo se solucione podréis volver, si lo deseáis. Las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para vosotros. —Melissa abrió la puerta de su escritorio que escondía su caja fuerte—. Toma —le dijo Melissa a Elisabeth mientras le tendía dos pasaportes—. Por supuesto he tenido que cambiar vuestros nombres por motivos obvios.
—Ya veo —le contestó ella mientras los comprobaba—. A partir de ahora seremos Maria Ovies y Dario Sal.
—Y aquí —agregó Melissa tendiéndola un maletín—, te entrego un millón de euros para que podáis iniciar una nueva vida allí donde vosotros queráis. Siento de todo corazón que todo haya terminado de este modo. No era mi intención.
—Lo siento, pero no podemos aceptar ese dinero viniendo de los responsables que han encarcelado a mi marido. —Elisabeth no cogió el maletín que le tendía.
—Te equivocas Elisabeth. Este dinero no proviene de la organización, es mío, personal.
—¿Tuyo?
—Sí, mío. Era mi pequeña póliza de seguros por si en alguna ocasión tenía que irme de forma precipitada. La organización no sabe que os ayudaré a salir del país y por la seguridad de todos, es mejor que siga siendo así. No tengo ni idea de como se lo tomarían, y sinceramente, prefiero no descubrirlo. Cógelo por favor —Melissa la animó de nuevo—. Ya os será suficientemente difícil comenzar una nueva vida lejos de aquí, como para que debáis hacerlo completamente desde cero.
Elisabeth estaba insegura, se debatía entre una difícil decisión coger o no coger aquel dinero de aquella mujer que tanto daño había hecho a su familia. Pero Elisabeth sabía que Melissa tenía razón, huir sin dinero sería tremendamente complicado y más para ella y su hijo. Aquel dinero les daba una oportunidad y si para ello debía tragase su orgullo, lo haría.
—Gracias —le contestó finalmente Elisabeth agradecida y dándola un fuerte apretón en la mano.
—Por cierto, antes de que se me olvide —dijo entregándole un móvil—. Si os encontráis en problemas nada más tenéis que llamar al único numero que tiene guardado en su agenda. En principio este móvil no pude ser rastreado pero solo debéis utilizarlo en caso de extrema necesidad, ¿de acuerdo? Espero de corazón que nunca tengáis que usarlo.
—Pero estaremos a salvo yéndonos, ¿no? —le contestó Elisabeth con un sentimiento de miedo tiñendo su voz.
—Sí, pero la vida me ha enseñado a que no está de más ser precavidos. Las cosas pueden salir mal incluso cuando están concienzudamente premeditadas como para dejar nada al azar. Cógelo también por favor, es vuestro pequeño seguro de vida en caso de que las cosas se os tuerzan por cualquier motivo.
Elisabeth tomó el teléfono que le tendía la mujer, el maletín, los pasaportes y se encaminó a la salida del despacho. Melissa la siguió a una cierta distancia. Ambas llegaron al hall donde estaba esperando Germán con dos pequeñas maletas.
—Esperad. Se me olvidaba una última cosa. —Melissa cogió dos pares de llaves de coche—. Estas llaves —dijo tendiéndoselas a Germán—, son del coche que está ahí afuera. El navegador tiene programado una dirección. Id allí, en ese lugar encontrareis otro vehículo a tu actual nombre, Dario Sal. —Germán quedó extrañado al oír aquel nombre desconocido para él—. Es tu nuevo nombre, Germán —le explicó ella—. En el lugar del coche que encontrareis, dejad este. Yo iré a recogerlo más tarde, en cuanto me sea posible.
—Mamá —dijo Germán dirigiéndose a su madre—, ve subiendo al coche. Ahora mismo iré yo.
—Claro, cariño —dijo cogiendo las llaves del coche de las manos de su hijo.
—Buen viaje y buena suerte —le deseó Melissa a Elisabeth.
—Gracias —le contestó ella con una sonrisa tímida.
—Germán, espero de todo corazón que te vaya bien en la nueva vida que vas a comenzar muy pronto lejos de aquí —intervino Melissa cuando Elisabeth les había dejado a solas en el hall.
—Eso espero yo también, Mel. No debería decirte esto, pero lo que más me duele de todo, es que probablemente nunca más volveré a verte. Sé que antes de ayer fui muy duro contigo. En el fondo sé que me quieres, si no no me hubieras salvado la vida como hiciste... Por eso... Mel, por favor, ven con nosotros. Empecemos esa vida nueva juntos, desde cero, lejos de aquí, en un país exótico si quieres, o en la montaña, si es lo que deseas. Como si todo lo pasado en estos últimos días fuera solo un mal sueño.
—Germán. —Melissa se acercó a él lentamente—. Nunca digas nunca. —Se acercó a él más y lo besó apasionadamente. Él la correspondió. El beso era intenso como si ambos estuvieran sedientos el uno del otro. Tras unos instantes embriagándose el uno del otro, Melissa se separó con el aliento entrecortado—. Lo siento, pero ahora no puedo irme. —Melissa lo miró a los ojos—. Tengo asuntos que resolver aquí. —A Germán esas palabras le cayeron como un cubo de agua fría—. Pero presiento que pronto volveremos a vernos, amor mío, pronto volveremos a estar juntos, ya lo verás. —Melissa entrelazó sus dedos a los de él.
Tras un nuevo beso apasionado entre ambos, Germán se separó de ella a regañadientes y junto a su madre se alejó en coche de la mansión Talso, dejando sola a Melissa en su inmenso hogar.
Toc, toc.
Melissa llamó en la puerta de Francisco.
—Adelante, puede pasar —contestó Francisco al otro lado de la puerta.
Melissa le obedeció.
—Señor —le saludó Melissa—. He venido ha informarle.
—Adelante, tome asiento y cuénteme.
—No tiene que seguir preocupándose por mi tapadera.
—¿A qué se refiere con eso?
—Germán y su madre han abandonado mi casa.
—¿Se han ido a casa de Sergio?
—No lo creo. —Melissa le entregó un sobre a su jefe—. Hoy cuando me he levantado la he encontrado en mi habitación. —Francisco abrió el sobre y comenzó a leer las lineas—. En ella dice que él y su madre abandonan el país y poca cosa más.
—Ya veo —sentenció Francisco mientras posaba la carta encima de su mesa—. Me alegro que se hayan ido. Se ponía innecesariamente en riesgo por tenerlos consigo en su casa. Poco a poco podrá recuperar su rutina aquí en la organización. La encomendaremos pronto nuevas misiones
—Gracias, señor —le contestó Melissa.
—Si no tiene más que contarme, puede retirarse.
Melissa contestó solamente asintiendo y abandonó el despacho de su superior.
Cuando ella abandonó su despacho Francisco llamó por teléfono a alguien.
—Yolanda, necesitamos finalizar un problema que nos acaba de surgir. Sí, sí. Debemos terminar con el asunto cuanto antes, sin más dilaciones. Espero su planteamiento. Ha de ser rápido y contundente. Debemos ser implacables en este asunto.
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