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Capítulo 40

Nuestras vidas, se asemejan bastante a la alegoría de la caverna de Platón. Somos, en cierta medida, como los prisioneros que habitan en la caverna subterránea del mito. Estos, al estar atados por el cuello, no pueden girar su cabeza y solo alcanzan a ver el fondo de la estancia en la que se encuentran. Detrás de ellos una hoguera ilumina la cueva y por un pasillo circulan hombres con todo tipo de objetos. Las sombras de estos se proyectan en el fondo de la caverna, y esto es lo que ven los encadenados: su realidad.

El mito da un giro cuando uno de los prisioneros es liberado, sale de su "prisión" y comprueba que la realidad es otra. Ve un mundo en el que existen lagos, árboles, animales... Emocionado con su averiguación, el prisionero liberado vuelve con sus antiguos compañeros para relatarles que fuera de la caverna se encuentra la verdadera realidad, y que lo que ven, son solo sombras, sombras que otros crean. Los que nunca han salido de la caverna se ríen de él. Piensan que la luz le ha cegado, que esa es la causa de que diga tales enormidades. Para intentar convencerlos, el hombre libre trata de quitarles las cadenas pero ellos se niegan y amenazan con matarlo.

Todos vivimos cómodos en un engaño permanente, como los prisioneros de la cueva. Ahí fuera existe una realidad esperándonos, una realidad no manipulada, una realidad que debemos investigar.

Melissa, en aquellos momentos se mimetizó con el prisionero liberado. Cuando encontrase a la pequeña Alicia que en la actualidad ya sería toda una mujer y le contara la verdad, ella ocuparía el lugar del prisionero del mito. ¿La creería o como en el mito de la caverna se reiría de ella? Para averiguarlo, antes tendría que encontrarla, y eso sería tarea difícil estando la organización implicada en todo ello. Pero de una cosa Melissa estaba convencida, haría lo que fuera necesario para destapar aquella verdad. Una mujer estaba viviendo una mentira y si en sus manos estaba liberarla, ella estaba dispuesta a intentarlo costara lo que costara porque era la forma de destruir al presidente y sin presidente la organización no tendría financiación. Sin financiación, la organización desaparecería y ella podría escapar con Germán sin necesidad de mirar continuamente hacía atrás. Merecía ser feliz, tenía una oportunidad de ser libre y lo intentaría a toda costa.




Pip, pip, pip.

Un ruido bajito despertó a Melissa, era la alarma de seguridad de su casa saltando a altas horas de la madrugada, concretamente a las cuatro. Se levantó rápidamente de la cama. Debía comprobar si era o no una falsa alarma y sino lo era, actuar en consecuencia. La rapidez en la actuación en estos casos era vital.

Antes de salir de su habitación, se dirigió a su cómoda. Abrió el primer cajón y de él cogió un arma con silenciador guardada en un doble fondo perfectamente camuflado. Junto con ella, también sacó unas gafas de visión nocturna y un pequeño dispositivo como un reloj de pulsera que se colocó en su muñeca. Tocó unas teclas laterales, y el ruido de la alarma cesó.

Melissa abrió cuidadosamente la puerta de la terraza de su habitación. La noche era fresca, se notaba que el verano les comenzaba a abandonar. Una vez en la terraza, conectó sus gafas de visión nocturna y tocando un botón de su reloj, las luces del jardín se apagaron de repente.

La oscuridad para Melissa no era ningún inconveniente. La mujer tocó otro de los botones de su reloj y cuatro puntos aparecieron en él, los cuatro intrusos que intentaban allanar su propiedad.

Uno de los intrusos, según su dispositivo, pronto estaría a tiro desde su posición. Melissa se resguardó tras la barandilla y esperó a que el intruso se pusiera a tiro. Al cabo de unos segundos su presa apareció, la mujer no dudó ni un segundo. Ahora no era la exitosa arquitecta sino la letal agente de la organización Águila. Una vez que ya solo quedaban tres intrusos, Melissa saltó la barandilla, se colgó de ella y sin pensarlo, se tiró al jardín. La caída fue perfecta como cabría de esperar gracias a su entrenamiento. Miró su reloj, los tres desconocidos se dirigían a la casa de invitados. Se encontraban muy cerca de ella y a tiro solo tendría a uno de ellos. Corrió hasta la esquina de la casa. Su víctima estaba en perfecto ángulo.

Pum.

Ya solo quedaban dos, pero no conseguiría interceptarlos antes de que ellos consiguieran entrar en su casa de invitados.

Melissa corrió en dirección a la casa de invitados. Desde lejos, vio como los dos hombres entraban en ella. Ella decidió correr más rápido, pero prácticamente era inútil, no le daría tiempo a eliminarlos antes de que irrumpieran en las habitaciones de sus invitados. Tocó otro botón de su reloj y la alarma general de la casa empezó a sonar, el sonido era realmente ensordecedor. Así tanto Germán como su madre se despertarían y podrían tener aunque solo fuera una oportunidad de luchar contra sus atacantes.

Melissa decidió rodear la casa de invitados e ir a la ventana de la habitación de Elisabeth. Justo cuando el atacante iba a dispararla, Melissa lo disparó y lo mató en el acto, el tiro fue perfecto. Elisabeth comenzó a chillar descontrolada. Melissa en un acto reflejo rompió, sin pensárselo dos veces, el cristal de la ventana y entró por ella a la habitación.

—Todavía tengo otro atacante al que eliminar. Quédate aquí, Elisabeth, por favor —le dijo Melissa tranquilamente a su invitada que estaba todavía aterrada en la cama por la escena que acababa de presenciar.

La anfitriona salió de la habitación pistola en mano dirección al dormitorio de Germán. En él, se oían ruidos de lucha, golpes. Cuando Melissa llegó al borde de la puerta, el ruido en la misma cesó. Cuando finalmente entró, un hombre estaba sangrando por la cabeza en el suelo. Al fijarse mejor, se percató que no era Germán, sino el intruso. Germán tenía una figura de bronce en la mano, presumiblemente el arma con la que había golpeado la cabeza del hombre que ahora yacía en el suelo inconsciente o muerto. Al ver a Melissa y a su madre, detrás de esta, la figura de bronce se le escabulló de entre los dedos de su mano temblorosa. Estaba en estado de shock.

—¡Oh Dios mío! Lo he matado —dijo asustado al ser consciente de la situación.

—Eras él o tú —contestó Melissa con voz firme—. ¿Estás herido? —se interesó.

—Solo unas cuantas magulladuras, nada grave —respondió mientras se tocaba el cuerpo—. ¿Y ese arma? —preguntó al ver la pistola que portaba Melissa.

—No es nada. —La guardó de forma mecánica en su espalda entre su cuerpo y su pijama, sujetada por el elástico de su prenda de dormir y ocultándola bajo su camiseta. Melissa se dirigió al cuerpo que yacía en el suelo y comprobó sus contantes vitales—. Está muerto —sentenció de forma resuelta, como si para ella eso fuera algo habitual, algo que comprobaba todos los días.

—¡Oh Dios mío! ¿Cómo vamos a explicar todo esto a la policía? —gritó Elisabeth de forma histérica—. ¡Esto es una pesadilla! ¿Cómo nos ha podido ocurrir esto a nosotros?

Germán se sentó en el borde de la cama apenas sin fuerzas.

—¡Oh Dios mío! Me voy a pudrir en una cárcel. He matado a un hombre.

—Nadie va a ir a la cárcel y nadie va a tener que explicar nada a la policia porque nadie va a llamarlos. ¿Entendido? Eso complicaría demasiado las cosas y no es necesario. Ya tenemos suficientes problemas como para añadir uno más — agregó la anfitriona diciendo esta última frase más baja, como para si misma—. Por este desorden, no os preocupéis. Yo me encargaré de todo.

—¿Tú? —dijo asombrada Elisabeth.

—Sí, yo —le cortó tajante Melissa—. Me encargaré de todo. Por la mañana nadie sabrá que cuatro hombres vinieron aquí a terminar con vuestras vidas. Será como si todo esto hubiera sido un mal sueño.

—¿Cuatro? —Germán estaba completamente asombrado y ocultó su rostro entre sus manos como si quisiera ocultarse de la realidad.

—Ahora no tenemos tiempo para este tipo de conversación. Tengo mucho trabajo por delante. —Melissa miró la estancia y pensó como sería la mejor forma de solucionar aquel problema—. Mañana hablaremos tranquilamente de todo esto. Será mejor que los dos vayáis a dormir a la casa principal, ¿de acuerdo? —Melissa tocó el hombro de su novio para reconfortarlo y darle su más sincero apoyo.

Elisabeth y su hijo dejaron a Melissa sola en la casa de invitados. La mujer trabajó duro durante toda la noche para deshacerse de los cuerpos de todos los asaltantes. Limpió concienzudamente el lugar para que no quedara ningún indicio de lo acontecido allí. Solamente le faltaba un pequeño detalle, arreglar el cristal de la ventana de la habitación de Elisabeth. Tendría que hacerlo por la mañana. Miró su reloj, las seis de la mañana. Decidió darse una ducha para a posteriori encargarse de arreglar el cristal.

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