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Capítulo 39

Elisabeth, Germán y Melissa llegaron exultantes a la fiesta que daba Sergio para despedir el verano. Normalmente, era otra de las fiestas que festejaba Borja, pero tras su entrada en prisión y por el momento la expropiación a la familia de todo su patrimonio, Sergio decidió celebrarla él. No quería que se perdiera aquella tradición para despedir el verano.

Era un evento al que acudían todas las familias influyentes del país. Toda familia con cierto poder estaba invitada y la que no estaba, es que no contaba en la alta sociedad.

Todas las señoras lucían sus mejores galas, ninguna quería quedarse detrás de la otra. Era el lugar idóneo para demostrar el poderío familiar.

Melissa lucía el vestido largo estilo griega color champagne que le había confeccionado Florian. Entró en casa del anfitrión del brazo de Germán que también estaba espectacular con su chaquet negro.

—Hola —les saludó Sergio efusivamente—. Temía que no fuerais a venir. — Sergio estrechó la mano de Germán y a continuación lo abrazó como si de su propio hijo se tratara.

—En realidad hemos venido porque Melissa ha insistido mucho. Si por mí hubiera sido, no habría asistido —le contestó su ahijado.

—Querida —intervino Eva, la mujer de Sergio, refiriéndose a Melissa–, has hecho bien animando a Germán y a su madre a venir. Os lo pasaréis genial, ya veras. De hecho, había pensado quedarme con vosotros durante toda la velada para que no os sintáis tan solos.

—Gracias por invitarnos, Sergio —intervino Elisabeth–. No creo que haya mucha gente que le guste vernos por aquí después de lo que ha hecho mi marido y sobre todo tras su caída en desgracia.

—Tonterías. Para mí es un placer teneros a los tres aquí —contestó mientras miraba a Melissa y la sonría. Ella le devolvió la sonrisa.

—Tienes una casa magnifica —le dijo ella.

—Es un verdadero halago viniendo de una especialista en la materia como lo eres tú. Bueno pasad, pasad a la fiesta y sentiros cómodos.

La fiesta consistía en un lunch de pie. Los anfitriones habían montado unas carpas en su jardín por si llovía que no fuera necesario suspender la fiesta. Al estar el cielo despejado las carpas estaban abiertas. Al fondo, en un altillo, había una orquesta tocando. La música era alegre e incitaba a bailar, probablemente para que la gente bailara más y comiera menos.

El lugar estaba prácticamente lleno. Los camareros pasaban bandejas de canapés para que los invitados picasen mientras conversaban con amigos y conocidos. El ambiente era distendido. Los tres se incorporaron a la fiesta junto a la pareja anfitriona.

—Parece que no pasaremos desapercibidos —comentó Melissa a Germán.

—Sí, eso parece —le contestó él.

La gente se daba la vuelta al verlos pasar. Incluso alguno que otro se separaba de su trayectoria por miedo al contacto físico. Cuando se alejaban, la gente cuchicheaba, lo más probable de ellos. Su presencia no estaba pasando desapercibida.

—Melissa —le dijo Sergio–, tengo un amigo que me ha comentado que quiere redecorar su casa. Le he hablado de ti y está muy interesado en conocerte. ¿Qué te parece si te lo presento?

—Sí, por mi perfecto, aunque no estoy acostumbrada ha hablar de trabajo en las fiestas. Pero siendo amigo tuyo, no es cuestión de desaprovechar la oportunidad.

—Entonces Germán, si me disculpas, te la robaré unos instantes. —Sergio miró a su ahijado buscando su aprobación.

—No pasa nada, sólo espero que me la cuides bien —contestó él tras dar un beso a su novia en los labios.

—Eso no lo dudes. Acompáñame, Melissa.

Melissa se cogió del brazo de Sergio y este la condujo a través de la fiesta en busca de su amigo. Ahora la gente no se apartaba de su camino, sino que la miraban con cierta envidia, estaba agarrada del brazo del anfitrión de la fiesta.

—Hola, Tomás —se dirigió Sergio a un hombre que estaba en un pequeño grupo de varones. Este al oír su nombre se dio la vuelta—. ¿Te acuerdas de la arquitecta de la que te hable? —El hombre asintió—. Tengo el placer de presentarte a Melissa. Melissa, este es Tomás, el amigo del que te acabo de hablar.

—Encantada —le dijo Melissa al hombre ofreciéndole su mano.

—El placer es mío —él se la estrechó enérgicamente.

—Bueno —intervino Sergio–, os dejaré hablando del proyecto tranquilamente. Hasta luego.

Sergio dejó a Tomás y Melissa hablando del posible proyecto de redecoración de la casa de este. Mientras él continuó con sus labores de buen anfitrión.





—Pensé que no te volvería a ver en toda la noche —le dijo Germán a Melissa al verla aproximarse.

—Eso mismo pensé yo también. —Melissa miró a los allí reunidos—. El lunes iré a la casa de Tomás, el amigo de tu padrino —agregó mientras lo señalaba con la mirada—, para ver sobre el terreno que puedo o no hacer en su casa.

—Vaya, vaya. Parece que el venir aquí te ha abierto campo de trabajo. —Germán rodeo a Melissa con sus brazos.

—Ya sabes que trabajo tengo de sobra. Coger este nos puede sobrecargar el planing. Pero también es verdad que no podía negarme a aceptarlo. A fin de cuentas, es amigo de tu padrino, ¿qué podía hacer? Rechazarlo sería ser descortés, y teniendo en cuenta quien es Sergio no conviene agenciarse enemistarse con gente de su nivel.

—Tienes toda la razón. —Germán estrechó más a su novia—. ¿Cómo podrías rechazar a un ricachón?

—Puede que así amplié también mi campo de clientes. Tal vez a partir de ahora vaya a todas las casas de estos señoritingos, ¿quién sabe?

—Señoras, señores. —Sergio captó la atención de todos sus invitados subido en el altillo donde se encontraba la orquesta micrófono en mano—. Antes de nada, quería daros las gracias por vuestra asistencia. Gracias a ella, esta fiesta esta siendo todo un éxito. Como todos sabéis, hacía muchos años que mi familia no se encargaba de organizar este evento. Pero parece ser que no se nos ha olvidado como organizar una buena fiesta. —La gente se rió ante el comentario—. Dentro de unos instantes, a las doce en punto, tendrán lugar los fuegos artificiales que darán la bienvenida al otoño. Tras ellos, nuestra orquesta seguirá amenizando esta maravillosa velada. Muchas gracias a todos por venir y hasta el año próximo que espero veros a todos de nuevo por aquí.

Al finalizar su breve discurso, comenzó a aplaudir y el resto de invitados le siguieron. Tras unos instantes unos voladores sonaron, eran el preámbulo de los fuegos artificiales.

—Cariño —dijo Melissa a Germán al oído—. Necesito ir al baño.

—¡Pero te vas a perder los fuegos! Seguro que Sergio no a escatimado en ellos.

—Te contaré un secreto —le susurró al oído Melissa—. Ahora los baños estarán libres. Cuando el espectáculo terminé, no habrá quien entre. Y que quieres que te diga, no creo que estos fuegos sean muy distintos de otros que ya haya visto.

Le dio un beso rápido en los labios y se fue al interior de la casa antes de que se lo impidiera de alguna manera.

En la puerta de la casa había dos hombres del equipo de seguridad.

—Disculpe —se dirigió a uno de ellos—. ¿Para ir al baño?

—Tercera puerta a la derecha, señorita —dijo indicándole un pasillo.

Melissa entró en la casa de Sergio. Según los planos que había consultado el despacho del anfitrión estaba en el primer piso. Comprobó que los hombres estaban distraídos mirando al resto de invitados y subió las escaleras. Al llegar a la primera planta fue directa a la puerta del despacho personal del presidente.

—Maldición —dijo Melissa en voz baja tras comprobar que la puerta estaba cerrada con llave.

La mujer se quitó una de sus horquillas y la metió en la cerradura. Al final, consiguió abrir la puerta y entrar en el despacho.

El despacho estaba iluminado gracias a los fuegos artificiales del exterior. En él había dos estanterías, una en cada pared, llenas de libros. Al fondo, cerca de la ventana, había una mesa de escritorio de materiales nobles y en ella un ordenador. Melissa no se lo pensó dos veces y se dirigió al escritorio.

—No me hace gracia que vengas aquí y menos sin avisar.

Melissa oyó pasos y la voz de Sergio procedente del pasillo justo detrás de la puerta de la estancia en la que ella se encontraba. No podía escapar del despacho sin ser descubierta. Estaba completamente atrapada.

—Venga. Pasemos a mi despacho. Aquí podremos hablar más reservadamente —continuó Sergio.

Melissa oyó como una llave se deslizaba en la cerradura de la puerta. Ella seguía en el escritorio mirando los papeles y justo antes de que la puerta se abriera, se escondió detrás de las enormes cortinas del ventanal.

—Venga, pasa —animó Sergio a su misterioso invitado—. ¿Qué es eso tan importante que no pueda ser resuelto mañana?

—Estoy harto de tus largas, Sergio. —Melissa conocía aquella voz pero sin ver la cara del hombre, no podía asegurar quien era.

—Vamos, hombre. Sabes que siempre cumplo mi palabra. Parece mentira que a estas alturas desconfíes de mí de ese modo.

—¿Siempre? Parece que en esta ocasión se te está olvidando el significado de esa palabra.

—El precio que me has pedido en esta ocasión por tus servicios es demasiado elevado. Tienes que comprender mi tardanza.

—¿Muy elevado? Te he quitado un gran peso de encima. ¿Así me lo agradeces? ¿No eres todavía consciente que sigues en el sillón presidencial gracias a haberte quitado de encima a Borja? Tenías una bomba de relojería en tu gabinete a punto de estallar y yo te la solventé de tal manera que tu imagen ante la opinión pública ha salido restablecida.

Melissa observó por el reflejo del cristal quien era el otro interlocutor. No podía creérselo, era Francisco, su jefe en la organización.

—Francisco, pronto tendrás lo que te prometí. Confía en mí.

Cada hombre se puso a un lado de la mesa de despacho para continuar con la conversación.

—Llevas diciéndome eso meses. El tiempo de las palabras terminó, quiero hechos, hechos tangibles. Mi paciencia tiene un limite, ¿comprendes? Creo que ya he sido suficientemente paciente. Pero si no recibo mi pago...

—Dame un mes más y serás el responsable militar de este país —le cortó Sergio antes de que el jefe de la organización Águila prosiguiera con sus amenazas—. Y con eso, probablemente, el hombre más poderoso de este país, por detrás de mí, claro.

—Te doy solo una semana —sentenció Francisco.

—¿Una semana? Eso es muy poco tiempo. Tendrías...

—Una semana o pronto le iras a hacer compañía a tu querido amigo Borja a la cárcel —le cortó Francisco de forma tajante—. No me tientes porque la idea me encanta. Borja y Sergio amigos fuera y dentro de la cárcel. Sería un gran titular, ¿no crees?

—Estoy totalmente limpio. Desde aquel trabajo que os ordené hace casi veinte años, nunca más me he visto personalmente envuelto en chanchullos sucios.

—Precisamente ese "trabajo" como tú lo llamas será el arma que te destruya. ¿Qué crees que te haría tu padre si descubriera que su primogénito ordenó la muerte de su propio hermano y su hijo favorito?

—No tienes ninguna prueba que me relacione con aquel incidente. —Sergio cerró sus puños y los posó sobre la mesa. No solo el tono de su voz denotaba furia, también la postura de su cuerpo.

—¿Lo llamas aquel incidente? ¿Realmente eso crees? La organización siempre se guarda un as bajo la manga por lo que pueda ocurrir. Créeme cuando te digo que ese as lo tengo. Sabes tan bien como yo que eso te destruiría completamente. ¿En serio quieres jugar contra mí una partida de mus?

—Lo dudo —respondió fríamente Sergio—. Si realmente tuvieras alguna prueba de aquello, ya la habríais usado. Has tenido tiempo más que de sobra para hacerlo.

—Como estoy de buen humor y digamos que espléndido, te voy a dar una pista de la prueba que tengo contra ti. —Francisco se sentó en una de las sillas del despacho—. Así podrás valorar si te conviene o no darme lo que te he pedido en el tiempo establecido. ¿Qué me dices? —Sergio, por su parte, se sentó también imitando a su invitado. Como el anfitrión no contestó siguió con su monólogo—. Aquella noche, uno de los ocupantes de aquel automóvil no murió. Milagrosamente sobrevivió. No me preguntes cómo pero lucho con uñas y dientes por su vida. —Sergio quedó atónito con la confesión que le acababa de hacer Francisco—. Sí, Sergio. No pongas esa cara de espanto. Te estoy contando la verdad, la autentica verdad. Tu sobrina Alicia sigue viva. —Francisco interrumpió su discurso para que Sergio digiriera la noticia—. Ella no murió aquella noche en aquel fatal accidente, milagrosamente sobrevivió.

—No puede ser. Si estuviera viva... ¿Por qué no ha salido todavía a la luz pública? ¿Por qué no se ha puesto en contacto conmigo o con su abuelo?

Francisco se levantó de la silla que ocupaba, apoyó sus manos sobre el escritorio de Sergio y se inclinó sobre él.

—Consúltalo con la almohada, Sergio. Porque sino me das ese puesto en una semana, el castillo de arena que has construido se vendrá abajo. Me encantará estar en primera fila para verlo cuando ocurra. —Francisco se dirigió a la puerta y antes de abrirla agregó—. ¡Ah!, por cierto Sergio, magnífica fiesta.

A continuación abrió la puerta y abandonó la habitación.

Sergio quedó atónito con las palabras de Francisco y se recostó en su sillón. Si era verdad que su sobrina estaba viva, aparecía y contaba la verdadera causa del accidente en el que habían muerto sus padres, destruiría todo por lo que había luchado todos aquellos largos años. Su poder, la fortuna familiar... Lo que le había ocurrido a Borja sería una pantomima en comparación con lo que le ocurriría a él. Tenía que conseguir lo que Francisco le pedía en el tiempo acordado o sino estaba perdido.

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