Capítulo 37
Francisco se encaminó al despacho de Yolanda. Antes de entrar llamó a la puerta.
—¿Puedo pasar? —preguntó Francisco.
—Por supuesto. Siéntate, por favor —le invitó la mujer.
—¿Querías comentarme algo?
—Sí, es algo que te interesa mucho y a la vez no te hará gracia.
—¡Vaya! ¿De qué se trata?
—Melissa está investigando el accidente en el que murió el hermano del presidente.
Francisco se puso tenso al oír aquellas palabras.
—¿Cómo te has enterado?
—Mandé instalar a Tania unos indicadores que saltaran en caso de que alguien buscar algún tipo de información referente a ese accidente en nuestro sistema. Y voilà, hace unos días saltó la alerta con la identidad de la agente Talso.
—¿Qué tipo de información ha obtenido? —se interesó el hombre.
—No gran cosa. Nada que no pudiera haber obtenido de cualquier hemeroteca. Su nivel de acceso referente a esa información es muy restringido, yo misma me ocupé de ello. Sé que no nos convenía que conociera los entresijos de ese accidente de ahí que me encargara de ello personalmente.
—Bien visto. La verdad es que nunca pensé que fuera a interesarse por ese accidente, como podía preverlo.
—Ese es mi trabajo, Francisco, prever lo que a ti se te escapa.
—¿Por qué se habrá interesado en ese hecho ocurrido hace ya tantos años? ¿Lo habrá descubierto?
—No creo. Las búsquedas que hizo eran bastante genéricas. No creo que sepa su relación con ese accidente, o al menos todavía no lo ha descubierto.
—Debemos parar esa investigación, cueste lo que cueste.
—No creo que sea necesario llegar a tal acción. No encontrará nada. Ella misma se olvidará de todo ello, dale tiempo. La quieres como a una hija. No hay necesidad de llevar acabo acciones drásticas sin necesidad y que más tarde te arrepientas de ellas.
—Se diferenciar perfectamente mis sentimientos de mi trabajo y no dudaré en renunciar a ese cariño por la seguridad de la organización. Nunca daré la espalda a esta corporación.
—Esperar no es dar la espalda a la corporación. Yo misma te instigaré en su momento si veo peligrar la organización. No dudo de tu mano dura para atajar el problema. Pero de momento ese tiempo no ha llegado. La mantendré vigilada y te informaré de cualquier paso que dé.
—No dudo de tu buen proceder. —Francisco se levantó de la silla—. He de ir a hacer una visita, estaré fuera todo el día.
—¿No la tenías programada, verdad?
—Ha surgido tras esta información que acabas de compartir conmigo. He de hablar con una persona que puede esclarecer todo esto. Si me necesitas, no dudes en llamarme. Estaré fuera pero no incomunicado.
—No te preocupes, Francisco, marcha tranquilo. No creo que en tu ausencia se forme un golpe de estado —sonrió la mujer.
—Eso espero, Yolanda. Se avecinan días turbulentos.
Francisco estacionó su coche en el parking de la cárcel del Soto. El hombre antes de salir, miró la increíble silueta de la prisión. Tras un momento de reflexión, abandonó su vehículo y se dirigió a la puerta de la cárcel. Una vez allí y tras pasar los controles se dirigió a un oficial.
—Quiero hablar con el alcaide.
—Para hablar con él ha de tener cita —respondió el funcionario.
—Soy Francisco Ros.
—¿Ese nombre ha de decirme algo? ¿Ve esa fila? —señaló a la multitud allí reunida—. Todos ellos querrían hablar con él, pero él decide con quien habla y cuando, para eso es la máxima autoridad de este lugar. Ahora si me disculpa...
Francisco le cogió fuertemente del brazo para que el hombre no se fuera de su vera.
—Quiero hablar con el alcaide y no sé lo volveré a repetir. —El funcionario lo miró con cara de pocos amigos, pero poco a poco su rostro fue cambiando tras escuchar algo por el comunicador que llevaba en el oído—. ¿Ya me recibe?
—Acompáñeme, por favor.
—Así mucho mejor.
Francisco se encontraba en una sala muy pequeña esperando a su visita. La sala era una típica habitación de interrogatorios que se utilizaba para que los reos hablaran tranquilamente con sus abogados.
Borja por fin llegó a la sala. El funcionario le quitó las esposas y cerró la puerta para dejar a ambos hombres en intimidad.
—¿Quién es usted? —le preguntó Borja a Francisco al no conocerlo.
—Siéntese —le invitó Francisco. Ambos hombres tomaron asientos en sillas opuestas separadas por una amplia mesa—. Parece que resiste mejor de lo que esperaba en este antro —continuó tras comprobar que la cara de Borja estaba algo magullada.
—Soy más fuerte de lo que parece a simple vista —respondió el ex político—. Pero aún no ha respondido a mi pregunta.
—Soy alguien con quien quiso hablar hace unos meses y fíjese por donde ahora soy yo el que le vengo a ver a usted.
—¡Vaya, vaya! ¿Y a qué debo la visita del respetable y temible jefe de la organización Águila?
—¿Qué le contó a Melissa Talso?
—No sé de que me habla.
—Sabes muy bien de que le hablo. ¿Qué le contó del accidente del hermano de Sergio?
—Nada.
—¿Nada? ¿Tiene idea de lo que le puedo hacer a su hijo y a su querida esposa? Una llamada y los dos abandonan este mundo.
—No he contado nada a Melissa que no pudiera averiguar ella misma por las hemerotecas.
—¿Por qué revolver de nuevo ese tema? ¿Qué gana con todo ello?
—¿Qué gano con todo ello? ¿Yo? Nada en absoluto.
—Ha comenzado una guerra que tiene perdida desde el inicio. Tiene que tener un motivo para ello, no es estúpido.
—¿Estúpido? Estoy aquí pudriéndome por ser un simple intermediario.
—Entonces, ¿lo que busca es justicia?
—¿Justicia? Esa palabra encierra en si misma la mayor mentira contada por el hombre. ¿Qué es la justicia? ¿Existe realmente? Yo no creo en esa palabra. Hace mucho tiempo que perdí la fé en ella.
—¿Por qué juega con la vida de sus familiares? Sabe de antemano que no esclarecerá nada de aquel accidente. A no ser que su verdadera motivación sea su rápida eliminación.
—No deseo el mal a esa mujer, de hecho creo que la subestimas. Puede que el accidente pasase hace años, pero siempre queda un rastro, se cometen errores. Puede que ella sea más lista que sus predecesores.
—Ha jugado con fuego y se ha quemado, Borja. No me deja otro remedio que darle un escarmiento. La pena es que será su familia la que lo sufrirá.
—Ellos no han hecho nada, si tiene que hacer algo que sea a mi persona.
—¿A su persona? Usted ya tendrá suficiente con saber que no podrá hacer nada desde aquí dentro para protegerlos. Sufrirá, Borja, sufrirá de tal modo que suplicará por su vida.
—Se cree muy poderoso, Francisco. Yo también lo hacía, pero tarde o temprano la suerte cambia y puede que para usted también lo haga muy pronto.
Tras dos semanas sin hablar con Germán aunque seguía viviendo en su casa, Melissa decidió terminar con aquella situación que se dilataba en el tiempo. Determinó interceptarle y aclarar las cosas con él. Era tiempo de que todo volviera, más o menos, a la normalidad.
Era una bonita mañana de finales de verano. Lucía el sol por lo que decidió desayunar en el jardín. De esta manera, muy probablemente, vería a Germán si salía de casa y si así lo hacía, estaba decidida a interceptarlo.
Al cabo de unos minutos, la puerta de la casa de invitados se abrió. Germán salió de ella ataviado con ropa de deporte dispuesto para salir a correr por los alrededores de la casa, como hacía cada día. Melissa interrumpió su desayuno para poder hablar con él. Posó el vaso de zumo de naranja en la mesa, que en ese momento estaba bebiendo, se levantó y bajó las escaleras del porche para interceptarlo en el jardín.
—Buenos días, German. ¿Qué tal estás? —se interesó la mujer.
—Bien, gracias —le contestó sorprendido porque por fin le hablara después de dos largas semanas esperando que llegara aquel momento—. ¿Tú cómo te encuentras?
—Bien, gracias por preguntar. Ha pasado cierto tiempo desde la fatal noticia de tu padre. Es hora de que empiece a retomar mi vida, ¿no crees? —La mujer le sonrió y Germán le correspondió—. ¿Te apetece desayunar conmigo? —le preguntó señalando la mesa en la que hasta hacía apenas unos segundos ella estaba ocupando.
—Lo siento, pero acabo de hacerlo. Ahora me disponía a salir a correr un poco, como de costumbre.
—¡Ahps! —Melissa expresó así su desilusión por la contestación de su invitado—. En otra ocasión será.
—Por supuesto, en otra ocasión.
—¿Qué te parece si comemos juntos en un restaurante y así hablamos a solas? —insistió la mujer.
—Lo siento mucho, Melissa. Todavía no estoy de humor para bajar a la ciudad y enfrentarme a los periodistas que estarán a mi caza. Desde que salió la noticia, estoy recluido en esta urbanización, es en el único sitio donde me siento seguro.
—Bueno, si no quieres bajar a la ciudad, puedo venir a comer aquí, no tengo ningún problema. Incluso pensándomelo mejor, me puedo tomar la tarde libre, ¿que te parece?
—Por mí, perfecto —contestó Germán con una sonrisa torcida impresa en su cara—. Aunque no sé como tomarme esta invitación.
—No sé a que te refieres —respondió la mujer.
—Me pediste tiempo, no querías que me acercara a ti y ¿ahora me invitas a comer de una forma tan jovial?
—Como bien te he dicho, quiero retomar mi vida, quiero que vuelva a la normalidad lo más pronto posible. Me parece que una comida contigo puede ser la mejor forma para llevar a cabo mi plan. Sé que te hice daño con mi comportamiento y lo siento. —Melissa se acercó más a Germán dejando entre ellos un espacio prudencial—. Estos días me he dado cuenta de que tú no tienes culpa de los errores que cometió tu padre. Es mi manera de pedirte perdón.
—No debes pedirme nada, Melissa.
—¿Entonces qué me respondes? —insistió de nuevo la mujer.
Tras pensárselo un poco, Germán decidió responderla.
—Trato hecho. Una comida no viene mal a nadie.
—Por cierto, ¿qué tal está llevando tu madre toda esta nueva situación?
—Mejor de lo que cabría esperar. Está intentando superar el varapalo que le ha dado la vida. Para ella ha sido muy duro pasar de la noche a la mañana, de tenerlo todo, a no tener nada.
—Si tu madre se siente sola aquí y quiere que alguna amiga la visite, por mi no hay ningún inconveniente. Os reitero que estáis en vuestra casa.
—Lo sé, Melissa y te lo agradecemos muchísimo. Pero mi madre se ha dado cuenta que las que creía sus amigas, no lo eran. Ni siquiera le cogen el teléfono, así que ya ves, difícilmente querrán visitarla
—Vaya. ¿Por qué no avisas a tu madre y que se apunte a la comida también? Le vendrá bien distraerse un poco.
—Lo haré. Gracias. —Germán miró nervioso su reloj.
—Bueno, no te entretengo más. Todavía tengo que terminar de desayunar y a este ritmo, no sé si llegaré a trabajar a la hora. ¿Nos vemos en la comida? —Germán asintió—. Entonces, hasta luego.
—Hasta luego —le contestó él.
Melissa subió las escaleras del porche y se sentó de nuevo en la mesa para continuar con su desayuno. Germán, por su parte, abandonó el jardín e inició su mañana de deporte.
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