Capítulo 36
La semana tras la implicación de Borja en su secuestro y su posterior ingreso en prisión fue muy dura para Melissa. Además de tener que enfrentarse de nuevo a los interminables e insulsos interrogatorios de la policía, se sentía mal por la preocupación y el vilo en el que se encontraban sumidos madre y hijo por el estado de Borja en prisión. Ahora ya no estaba protegido como en los calabozos. Ahora se enfrentaba a la auténtica cárcel y a los riesgos que en ella había. Según lo que le contaba Óscar, Borja ya había sufrido dos palizas que lo habían llevado a la enfermería. Al menos allí pasaba horas alejado del resto de reos.
En casa la convivencia con madre y hijo era inexistente. Ambos habían sido sumamente cautos de no interactuar con ella, dándola el espacio que les había pedido. Incluso en ocasiones, Melissa habría pensando que habían abandonado su propiedad de no ser porque por la noche veía las luces encendidas en la casa de invitados.
La organización había implicado concienzudamente a Borja tanto en su secuestro, como en la muerte de otros delincuentes, como en casos de abuso de poder. Tardaría muchos años en salir de la cárcel, y eso, si alguna vez lo conseguía.
La familia Domínguez perdería la magnífica casa donde tantos años habían residido a modo de indemnización para las víctimas y en concepto de multa. Pero el más perjudicado, sin lugar a dudas, era Germán. Tras la implicación de su padre en casos tan tenebrosos, lo despidieron fulminantemente de la serie en que era protagonista. Su representante lo abandonó y todas las puertas que unas semanas antes se abrían ante él, ahora se cerraban a modo de portazo ante sus narices. Eso a fin de cuentas, era lo que más le dolía a Melissa. Por culpa de su padre, e indirectamente por ella, Germán perdería la oportunidad de cumplir sus sueños. Ella se sentía terriblemente culpable porque lo había utilizado para conseguir las pruebas que incriminaran a su padre y por el camino se había cargado su felicidad sin ningún tipo de miramiento. No sabría si podría volver a mirarlo a la cara.
Melissa todavía no había reunido fuerzas para brindarle su apoyo. Para Germán aquellos días debían ser los más terribles de su existencia. En un solo día se había desmoronado toda su vida: su padre estaba en prisión, su carrera profesional se había truncado y para más inri, tenía una crisis prácticamente insalvable con su novia.
Sergio, por su parte, cada vez venía menos a visitar a su ahijado y a Elisabeth. Se disculpaba con ellos porque ahora tenía mucho más trabajo que antes al perder a su mano derecha. Pero la realidad era otra, aquellas visitas podían dañar su reputación ante la opinión pública. Sergio no estaba dispuesto a arriesgar su reputación, ni siquiera por ellos.
Melissa, por su parte, sentía que conocía de algo más a Sergio. Sus gestos, su forma de hablar y comportarse le resultaban tremendamente familiares, pero no conseguía recordaba de qué.
Melissa investigó la historia que le había contado Borja pero sin mucho éxito por el momento. A lo único que pudo tener acceso fue a la información de que Sergio había perdido a su hermano pequeño en un trágico accidente de tráfico en el cual además de su hermano, también habían fallecido la esposa y la hija de este. Por más que había intentado indagar sobre la causa de ese accidente, no conseguía llegar al fondo de la cuestión. En definitiva, tras una semana de investigación, no sabía más que lo que le había contado Borja en la enfermería. Desanimada, decidió pedir ayuda a Roberto. Él seguramente podría llegar mejor al fondo de la historia, llegar a donde ella no había conseguido ni siquiera acercarse. Cogió su moto y se dirigió a la casa de este.
Tras veinte minutos de trayecto estacionó y llamó a la puerta.
Ding, Dong.
Roberto abrió la puerta de su casa y al ver a Melissa en el umbral, se sorprendió gratamente.
—Melissa, que alegría verte —la estrechó entre sus brazos—. Pasa, pasa, por favor.
Melissa pasó, pero se sentía cohibida por la efusividad con la que le había recibido Roberto. Hacía mucho tiempo que no se comportaba con ella de forma tan cercana. Claro esta, que no estaban bajo la atenta mirada de la organización, por lo que en este momento era él y no él bajo la máscara que llevaba en la base.
—Gracias por invitarme a pasar aunque no te haya avisado antes de mi visita —intervino la mujer fríamente.
—Si has venido hasta aquí sin previo aviso, me imagino que será por que tienes algún motivo de peso.
Roberto vivía en un loft a las afueras de la ciudad. A diferencia del resto del personal de la organización, él era un bohemio, y no vivía ni en el centro, ni en un barrio chic, ni tampoco contaba con una súper mansión.
La parte baja del loft constaba de un amplio salón con cocina americana. Y por supuesto, todo ello estaba englobado, a su vez, en un estudio de pintura y escultura. En un lateral, había unas escaleras que llevaban al único dormitorio que poseía loft. La casa era un autentico descontrol, pero según él, el verdadero orden se encuentra en el autentico desorden.
—Me has pillado trabajando —dijo Roberto mientras cogía un trapo y se limpiaba las manos llenas de óleo—. Dame unos minutos y te atenderé como te mereces. —Roberto se dirigió rápidamente a lavarse las manos al baño.
Melissa aprovechó su marcha para ver la pintura en la que se encontraba trabajando. Era un magnífico óleo en el que unas inmensas olas chocaban contra una abrupta costa. Nunca nadie pensaría que tras ese pincel que ejecutaba aquellos dibujos tan exquisitos y tremendamente realistas, se encontraba el hombre mejor entrenado y más letal de la organización.
—Deseas tomar algo, ¿café, vino, un refresco, una cerveza? —Roberto salió del baño con las manos limpias, sin ningún resto de pintura en ellas.
—Tomaría una Leffe, pero he venido en moto, así que una coca-cola estará bien, gracias.
—Pues entonces, marchando ese refresco. —Roberto se dirigió a su cocina y abrió el frigorífico. Sacó el refresco, una cerveza y a continuación cogió unos vasos—. Aquí tienes —dijo mientras le ofrecía el vaso y el refresco a Melissa–. Entonces, ¿a qué debo el honor de tu visita? —Con un gesto, le ofreció que se sentara en un diván—. Hacía mucho tiempo que no hablábamos tú y yo a solas fuera de la organización. Ya prácticamente ni me acordaba...
—No voy a andar con rodeos, ni he venido a confraternizar —le cortó Melissa—. Necesito pedirte un favor. —Melissa se acomodó en el comodísimo diván.
—¿Por qué no me extraña que estés aquí para pedirme un favor? Dispara —dijo sentándose él en otro.
—Necesito que me ayudes a investigar un accidente que ocurrió hace aproximadamente veinte años.
—¿Un accidente que ocurrió hace veinte años? —Roberto casi se atragantó al oír la petición de su invitada.
—Efectivamente, un accidente acontecido hace unos veinte años en circunstancias un tanto extrañas.
—¿Y por qué ese interés por investigar un accidente ocurrido hace tantos años?
—¿Me harás el favor? ¿sí o no?
Roberto no contestó rápidamente, lo hizo después de beber un largo trago de su cerveza y apoyar el vaso en una mesa auxiliar.
—¡Cómo no voy a hacerte ese favor, Melissa! Faltaría más. Te falle una vez y eso no volverá a ocurrir más. Te ayudaré, pero tendrás que decirme de que accidente se trata porque sino...
Melissa sacó una carpeta de su mochila y se la entregó a Roberto.
—En esta carpeta está toda la información que he conseguido recabar. No es gran cosa pero por lo menos tienes algo con lo que empezar.
Roberto cogió la carpeta que le tendía Melissa. Se recostó de nuevo en el diván, la abrió y comenzó a leer la información que contenía.
—Mmmm, ya veo. Estás interesada en el accidente que acabó con la vida del hermano pequeño del actual presidente de Ximar. Perdóname, pero no consigo entender este interés. ¿Por qué quieres investigarlo?
—Preferiría guardarme para mí esa información, si no te importa.
—Lo siento, pero si no me dices porque quieres investigarlo, no te ayudaré. Tienes que entender que esta investigación conllevará ciertos riesgos y no voy a correrlos sin saber el motivo. —Melissa no sabía como explicarle su motivación—. Venga Melissa, confía en mí. En el fondo ya lo haces, si no, no habrías venido siquiera a pedirme ayuda para este trabajo.
—No confío en tí, Roberto, no te equivoques —contestó ella al fin—. Lo único que ocurre es que eres mi única opción para avanzar con esta investigación. En cierta medida tienes razón, si se confirman mis peores pronósticos, correremos riesgos y es justo que conozcas mis motivos. Quiero destruir a la persona que ha destrozado nuestras vidas obligándonos, en muchos casos, a hacer cosas que no queremos ejecutar. Quiero dejar atrás la organización, quiero tener una vida normal, formar una familia, quiero pasear por la ciudad relajada sin necesidad de estar mirando continuamente atrás. ¿Tú no estás cansado de todo esto? ¿No serían nuestras vidas diferentes si la organización no existiera?
—Por supuesto que estoy cansado de todo esto. Tiempo atrás estuve tentado a abandonar esta vida.
—Pero no quisiste —le cortó Melissa—. Solo espero que ahora me ayudes para que yo pueda dejar atrás finalmente todo esto.
—¿Eres consciente que sin la existencia de la organización tú y yo no nos hubiéramos conocido?
—¿Y de qué nos ha servido? —respondió la mujer.
—A mí con conocerte, me ha parecido suficiente.
—¿Me ayudarás con la investigación?
—Puede que creas que no te aprecio, pero te equivocas —contestó Roberto—. Por supuesto que te ayudaré. Será mi manera de enmendar los errores que he cometido contigo en el pasado. Te ayudaré con la investigación y si es necesario te acompañaré personalmente a cualquier lugar al que tengamos que ir tras descubrir cualquier pesquisa.
—Espero que no me falles en esta ocasión.
—No lo haré, te lo prometo.
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