Capítulo 34
Borja se encontraba en prisión preventiva. Al menos, por suerte para él, le habían puesto en una celda solo. Por el momento no interaccionaría con ningún otro preso. Hoy, según le habían comentado, le llevarían a la enfermería para un reconocimiento médico rutinario.
El funcionario acababa de llegar a la puerta de la celda. El reo escuchó como metía la llave en la cerradura, como se accionaba el mecanismo de la cerradura y finalmente, vio como la puerta se abría.
—Buenos días, Borja. ¿Qué tal has dormido esta noche? —El carcelero era un hombre alto y robusto. Era un hombre que se creía gracioso aunque la realidad fuera otra—. Dentro de poco tus influencias se acabaran, Borjita, créeme que lo harán. Ese día descubrirás la cárcel real, no esta pantomima en la que te encuentras ahora. —El hombre parecía que disfrutaba diciéndole aquellas palabras—. ¿Sabes que me pregunto? —Borja no contestó, hizo como si no lo hubiera escuchado. Al no recibir respuesta, el funcionario continuó con su monólogo particular—. Bueno, aunque no quieras saberlo, compartiré igualmente contigo mis pensamiento. Me pregunto, ¿cuánto durarás con esos maleantes en la cárcel real? No te doy ni una semana. Sí, sí, Borja, no durarás ni una única semana allí.
Borja siguió sin contestar. Sabía que entrar en su juego, no le servía de nada. ¿Qué podía sacar con ello? En prisión no le costaría ganarse enemigos, sobretodo siendo quien era, como para además añadir enemigos por su conducta arisca entre los funcionarios de prisiones. Mientras pudiera, mejor dicho, mientras su talante aguantase, no entraría al trapo en conflictos absurdos. Si había llegado a la posición en la que se encontraba antes de su detención, era por ser diplomático, no por entrar al trapo en conflictos directos y menos cuando sabía de antemano que tenía todas las de perder.
—Bueno, se acabó la chachara. Venga, levanta —le gritó el funcionario—. Me han ordenado que te lleve a la enfermería y eso es lo que he venido a hacer.
Borja obedeció las ordenes del carcelero, se levantó y esperó paciente a que lo esposara. Después lo siguió a través de los pasillos.
Tras un rato caminando y pasando de pasillo a pasillo, por fin llegaron a su destino.
—Por fin hemos llegado a la enfermería. ¡Entra! —le ordenó el guardia mientras le abría la puerta—. Enseguida el médico vendrá a reconocerte. Cuando acabe volveré para llevarte de nuevo a tu suite presidencial.
Dicho lo cual cerró la puerta de la consulta dejándolo solo en su interior. La sala era austera y de reducidas dimensiones. Las paredes eran de un color blanco impoluto y totalmente lisas. Contaba con una pequeña ventana convenientemente enrejada. En cuanto al mobiliario, solo había una camilla. Borja evaluó la estancia, tras lo cual se dirigió a la camilla y se sentó en ella a esperar mirando el cielo a través de la ventana, dando la espalda a la puerta.
Tras unos minutos de espera, alguien abrió la puerta a su espalda.
—Buenos días, Borja. ¿Qué tal te encuentras? —Borja se dio la vuelta atónito. La voz de aquella mujer le resultaba tremendamente familiar. Al ver quien era, no supo que decir, se quedó simplemente sin palabras—. Contestaré por ti. Has tenido días mejores, ¿a qué si? —La mujer se acercó a la camilla aunque para ello no le hiciera falta desplazarse mucho-. Por cierto, yo también me alegro de verte.
—Yo discrepo contigo. ¿Cómo se supone que has entrado aquí? —Borja no sabía que otra cosa decirla en aquella situación.
—Cuidado con ese tono, reo. No estás en posición de hablarme así. ¿No crees que ahora mismo te convendría hacerme un poquito la pelota, querido? —Borja hizo el ademán de bajar de la camilla—. No hace falta que te muevas. De hecho no tenemos mucho tiempo antes de que llegue la verdadera médico. Voy a ir al grano. Puedo sacarte de aquí, pero para ello antes tendrás que ayudarme tú a mí.
Borja se rió.
—¿Crees que yo te voy a ayudar en algo a tí? Melissa, estás loca o de lo contrario eres tremendamente ingenua —le contestó él con una sonrisa en la cara.
—¿Cuánto crees que durarás en la prisión donde están algunos de los subalternos de ciertos delincuentes que tú ordenaste asesinar?
—Según el pronóstico de mi simpático carcelero, ni una semana.
Ahora la que se rió fue Melissa al escuchar su contestación.
—Tu carcelero si que es increíblemente positivo o subestima tremendamente tu suerte. No durarás ni siquiera un día, a lo sumo dos si son misericordiosos o quieren hacerte sufrir.
—Prefiero morir, a cooperar contigo.
—Ahora el ingenuo eres tú, no yo. ¿No te das cuenta de que por tu estupidez no solo tú corres peligro si no que tu mujer y hijo tampoco están a salvo? Si me das cierta información, te ayudaré ofreciéndote protección dentro de prisión y por supuesto protegeré a Elisabeth y a Germán. Más adelante, cuando me sea posible, te sacaré de aquí, pero para ello necesito tiempo.
—¿Por qué debería confiar en la mujer que me metió entre estas cuatro paredes? —Borja señaló con la cabeza el entorno en el que se encontraban—. ¿Por qué fuiste tú quien consiguió esos archivos, verdad? Los archivos que han hecho que este ahora aquí.
—Este trabajo lo haré al margen de la organización. Corro más peligro yo que tú en este caso.
—Vamos, Melissa. Tú sabes, al igual que yo, que eres una marioneta de la organización Águila. Así que no me hagas reír. La organización está en todas partes, tú misma me lo has demostrado. ¿Cómo podrías protegerme aquí sin que ellos se den cuenta y a la vez proteger a mi familia?
—¿Vas a cooperar conmigo o no? —Borja no contestó de inmediato—. No nos queda mucho tiempo. Cada minuto que paso aquí corro un riesgo tremendo. Si quieres cooperar, este es el momento de decidirte. Si no, me iré y nunca más volverás a verme por aquí y puede que los próximos en hacerte compañía en este lugar, sean tu familia y no solo de visita.
Borja sopesó las palabras de Melissa. Sabía que la organización era capaz de cualquier cosa.
—¿Por qué haces realmente esto? —le preguntó Borja a Melissa, aunque ahora fue ella la que no contestó—. ¡Vaya, vaya! Así que te has enamorado de mi hijo. Seguro que a tu querido jefe no le hará ninguna gracia. —Borja estudiaba la reacción de Melissa que seguía sin contestarle—. De acuerdo, si está en mi mano poder ayudar a mi familia, haré lo que sea necesario —aceptó finalmente Borja—. ¿Qué necesitas saber de mí?
—Se que tú no eres el que ordenaba esos asesinatos, eras un simple intermediario. ¿Quién es por tanto el artífice de dichas órdenes?
—El presidente de nuestra querida nación, Sergio. Pero no tengo pruebas para demostrarlo y si las tuviera, por supuesto que no estaría aquí, estaría en el cementerio junto con mi familia.
—¿Tan peligroso es Sergio?
Borja se rió.
—No tienes ni idea de lo peligroso que es y sobre todo de los recursos que dispone a su alcance.
—Puede que no tengas pruebas que lo incriminen pero, ¿sabes alguna información que pueda destruirlo? Por pequeña que pueda ser...
—Sí, por supuesto que sé información que puede destruirlo pero volvemos a lo mismo, no tengo pruebas para demostrarlo y sin pruebas, esa destrucción es imposible de ejecutar. Lo único que conseguiría con ello es mi aniquilación y la de los míos. Mi vida, en cierta medida, me da igual. Para ser realistas, no creo que salga de aquí, pero la vida de los míos... es una cosa que no estoy dispuesto a arriesgar.
—Dime algo, lo que sea. Yo buscaré esas pruebas que lo destruyan.
—No es tan sencillo —Borja evaluó la reacción de la mujer, finalmente continuó hablando—. De acuerdo, pero prométeme una cosa.
—Dime. —Melissa se aproximó más a Borja.
—Prométeme que cuidaras de los míos.
—Lo prometo —le contestó ella de forma sincera.
—De acuerdo. —Borja tragó saliva y a continuación empezó con su relato—. Sergio ordenó el asesinato de su hermano pequeño, Dimas. Julio, el padre de ambos, iba a desheredarlo dejando todo el patrimonio y poder a su hijo pequeño. Julio, no es que no quisiera a sus dos hijos por igual, sabía que su primogénito era corrupto y no quería que su buen nombre se destruyera por su culpa. Sergio, no me preguntes como, se enteró de las ideas de su progenitor y actuó en consecuencia. Decidió quitar de su camino a su hermano para así quedarse él con todo, sin competencia, solo él podría heredar todo el patrimonio y poder familiar. Sergio ordenó el trabajo a unos asesinos muy competentes que lo prepararon todo para que pareciera un mero accidente de tráfico. Ese día Julio no solo perdió a su hijo predilecto, sino también a su nuera y a su queridísima nieta.
Melissa se quedó pensando en el relato que acababa de escuchar.
—¿Cuándo tuvieron lugar estos hechos? —se interesó la mujer.
—Hará unos veinte años más o menos. Sergio es muy listo, no creo que haya dejado cabos sueltos. Contrató a unos verdaderos profesionales para el trabajo y aunque en su día hubiera habido alguna prueba, ahora sería imposible de encontrarla.
—Veré lo que puedo hacer. Si lo que me acabas de contar es cierto, te sacaré de aquí.
—Melissa, merezco estar aquí por lo que te hice. No obré correctamente y lo reconozco. Me conformo con que protejas a mi familia y veles por su seguridad.
—Lo que me hiciste no estuvo bien, en eso estoy de acuerdo contigo. Pero probablemente cualquiera en tu lugar y con tus recursos habría hecho lo mismo. Ahora debo irme. En breve vendrá la médico y no quiero que me vea nadie aquí. Es mejor ser precavidos teniendo en cuenta la empresa que tenemos por delante. Cuídate e intenta pasar desapercibido. Por tu familia no debes preocuparte, conmigo están a salvo.
—Eso espero, Melissa, eso espero.
Melissa abandonó la enfermería antes de ser descubierta dejando a Borja solo esperando a la auténtica médico.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro