Capítulo 32
Germán se instaló en la casa de Melissa al día siguiente. Su madre se tomó la noticia muy bien pero su padre, por el contrario, no le gustó tanto la idea. Borja temía que la relación de su hijo con Melissa fuera una farsa por parte de la mujer, que ella únicamente estuviera con él para demostrarle que la organización estaba infiltrada en todos los estratos de la sociedad, incluso muy cerca de su propia familia. Había intentado poner en sobre aviso a su hijo, aunque nunca se había atrevido a desenmascarar a la mujer por miedo a la reacción que pudiera tener su vástago. Lo más lógico es que lo tomara por loco y creyera que se estaba inventando esa historia única y exclusivamente para separarlos. Estaba claro que debía estar pendiente de aquella relación y a la menor oportunidad, separarlos, costara lo que costara.
Los primeros días de convivencia de la pareja fueron idílicos. Ambos, disfrutaban pasando la mayor parte del tiempo posible juntos. Únicamente se separaban cuando cada uno iba a sus respectivos trabajos y para detrimento de los dos eran bastantes horas al día. Tanto Melissa como Germán, tenían vidas laborales exitosas en aquellos momento. La serie de él, estaba siendo muy bien acogida por la audiencia y el estudio de ella, estaba recibiendo cada vez más proyectos ambiciosos. Los dos disfrutaban y amaban sus trabajos pero también deseaban pasar el mayor tiempo posible juntos.
Teresa entró apresuradamente en el salón donde estaban desayunando Germán y Melissa.
—Melissa —se dirigió Teresa a ella para a continuación dirigirse a Germán—, Germán, su madre se encuentra al teléfono. Desea hablar con usted cuanto antes, señor.
—¿Al teléfono? —contesto él sobresaltándose.
—Dice que es importante. Como no contestaba a su móvil, decidió llamar aquí —agregó Teresa a modo de explicación.
El hombre se palpó los bolsillos del pantalón en busca de su teléfono, pero no lo encontró.
—Parece que lo he dejado en la habitación. Si me disculpas, Melissa —agregó mientras se levantaba de la silla—. Voy a contestar esa llamada. —A continuación abandonó el salón.
Teresa por su parte, se mantuvo de pie cerca de la puerta, como si quisiera decir algo pero no se atreviera a hacerlo.
—Teresa, acércate —la llamó Melissa—. Te conozco bien. Quieres contarme algo, ¿verdad? —añadió tras levantar su mirada del periódico que andaba leyendo en ese momento.
—Señorita. Se avecinan tiempos difíciles para la familia Domínguez —le contestó en voz baja como si tuviera miedo de que Germán la pudiera oír.
—¿Qué quieres decir? Si no te explicas mejor... —la preguntó mientras cerraba el periódico y lo dejaba encima de la mesa.
Teresa se dirigió a la mesa de café del salón. Cogió el mando a distancia de la televisión y la encendió. La presentadora del telediario estaba dando una noticia.
Borja Domínguez, uno de los asesores más cercanos a nuestro presidente, acaba de ser detenido por la policía hace apenas una hora. Según fuentes a las que hemos podido tener acceso, dicha detención se debería a su presunta implicación en una trama de abusos de poder. Intentaremos mantenerles informados.
Mi compañera, Carolina Sanz, se encuentra en las inmediaciones de la casa familiar de los Domínguez. Carolina, ¿tienes alguna nueva noticia que compartir con nosotros? —le preguntó la presentadora a su compañera.
—Lo siento, Melissa, tengo que irme. —Germán irrumpió en el salón. Miró la televisión preocupado—. Ya veo que los periodistas han tardado poco en comenzar a destripar a mi familia.
—¿Necesitas que te ayude de alguna forma? —le respondió Melissa de forma cómplice intentando darle su apoyo incondicional.
—Mi madre está muy nerviosa. Apenas me ha contado nada de lo sucedido. En cuanto evalúe la situación, te llamaré, ¿de acuerdo?
—Perfecto, entonces esperaré esa llamada.
Germán la besó en la frente y se fue sin terminar su desayuno.
—Buenas tardes, Elisabeth. —La saludó Melissa al abrir la puerta y verla junto a Germán—. Pase, pase, por favor. —La mujer la invitó a entrar en su casa—. Siéntase como en su casa. Siento mucho lo que debe estar sufriendo. Los periodistas cuando se lo proponen pueden llegar a ser muy insolente y desde luego, en estas circunstancias, no tienen ningún tipo de delicadeza con las personas que se encuentran alrededor.
—Por favor, Melissa. No vuelvas a tratarme de usted —Elisabeth la sonrió casi sin ganas, como si estuviera terriblemente agotada.
—Lo siento, es la costumbre, ya sabes. Elisabeth, mira, te presento a mi asistenta Teresa —dijo presentándola—. Cualquiera cosa, lo que sea que necesites, nada más tienes que pedírselo. Ella te atenderá encantada. —Teresa inclinó su cabeza a modo de saludo y Elisabeth la sonrió a modo de respuesta—. Se te ve agotada. Si te parece, te enseñaré la que será tu habitación.
—La verdad es que estaría muy agradecida de poder descansar un poco. Hoy a sido un día tremendamente agotador. Solo espero que se terminé cuanto antes.
—Entonces, seguidme —dijo a Germán y a la madre de este. Melissa cruzó el hall con sus invitados a la zaga y abrió una gran cristalera que daba al jardín—. He pedido a Teresa que te prepare una de las habitaciones de la casa de invitados. Espero que sea de tu agrado y puedas sentirte como en tu propia casa. —Les guío hasta la casa de invitados, sacó una llave del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta de la casa. A continuación, le entregó la llave a Elisabeth—. Toma, es toda tuya. —Elisabeth cogió la llave y meramente después, el grupo entró en el hall de la casa de invitados—. A la izquierda está el salón con cocina americana. —El grupo se internó en él—. La cocina, como puedes ver, está completa. La nevera está llena por si tienes ganas de comer cualquier cosa y no quieres ir a la casa principal a pedírselo a alguien del servicio. No hay más que decir que las comidas principales las harás con nosotros en la casa principal. —Elisabeth asintió—. Bueno, seguidme ahora por aquí. —Les guió de nuevo al hall de entrada y se dirigió a otra de las puertas que en él había—. Y esta —dijo abriendo la puerta—, será tu habitación, espero que esté a tu gusto. Si echas algo en falta o hay algo que no te guste, coméntaselo a Teresa, ella te ayudará con cualquier requerimiento.
La habitación era inmensa y muy luminosa gracias a un gran ventanal. Contaba con una cama dosel matrimonial de 3 metro de ancho, un escritorio de madera noble cerca de la ventana y un pequeña zona de descanso con dos sofás individuales y una mesa de té entre ellos.
—Una de las cosas que más me gusta de esta habitación y por lo que me he permitido el descaro de elegirla para ti, es por esta gran joya. —La anfitriona abrió una bonita puerta y tras ella se encontraba un inmenso vestidor, ahora totalmente vacío—. Tienes un bonito vestidor para ti sola. Espero que sea de tu agrado. Y por aquí —dijo abriendo una puerta al lado opuesto del vestidor—, está el baño. Como puedes ver completamente equipado.
Los tres entraron en el gran baño. Las paredes eran de mármol negro. Al lado del gran ventanal, en un pequeño altillo al que se ascendía gracias a una cómoda escalinata, había una gran bañera de hidromasaje.
—¿Y esa otra puerta? —preguntó Elisabeth señalando una puerta al lado opuesto por el que habían accedido.
—Esa puerta es de la otra habitación con la que cuenta esta casa. El baño es compartido. La casa cuenta también con un aseo. Es la otra puerta que da al hall, no se si os fijasteis en ella. —Los dos invitados negaron simplemente con la cabeza—. Ya tendréis tiempo de verlo, no es nada del otro mundo. ¿Qué te parece, Elisabeth? ¿Te gusta?
—Es más de lo que merezco —contestó escuetamente Elisabeth.
—No digas tonterías. Ahora os dejare a solas para que puedas instalarte convenientemente e investiguéis el resto de la casa a solas. Yo, por mi parte, iré a mi despacho a trabajar. Tengo un montón de trabajo pendiente que he de liberar. ¡Ah! Por cierto —agregó Melissa mientras cogía las manos de Elisabeth entre las suyas—, vuelvo a reiterarte, que estás en tu casa. Germán, si deseas quedarte aquí con tu madre en la otra habitación, nada más tienes que decírselo a Teresa, ¿de acuerdo? Nos vemos en la cena.
Antes de marcharse Melissa abrazó cariñosamente a Elisabeth y besó tiernamente a su novio. La mujer abandonó la casa de invitados y se dirigió a su despacho. Al llegar cerró la puerta con llave. A continuación, cruzó la habitación, se dirigió a la ventana y cerró las cortinas para contar con toda la privacidad posible, el interior no podía ser visto desde el jardín.
Melissa debía ponerse en contacto con la organización para informar de las novedades acontecidas en su hogar. La mujer abrió la puerta secreta, bajó a la habitación oculta y se dirigió al ordenador. Lo encendió, puso su contraseña personal y pidió contacto con la base. En breves instantes la dieron paso para realizar una videoconferencia con Francisco.
—Buenas tardes, Melissa —le saludó el jefe de la organización—. Pensaba que nunca se pondrías en contacto con nosotros.
—Lo siento —se disculpó ella—. Me ha sido imposible informar antes, señor.
—No pasa nada. Hoy ha sido un día movidito en su casa si tenemos en cuenta que Germán vive en su casa y que acaba de agenciarse un nuevo inquilino hace apenas unos minutos...
—¿Cómo sabe eso? —Melissa estaba extrañada de que su jefe supiera ya esa información. Poca gente la conocía y desde luego él no debía ser uno de ellos. Por lo que le había mencionado Germán, él había conseguido esquivar a los periodistas antes de llegar a su casa. Desde luego que los periodistas acabarían enterándose donde estaban viviendo Germán y su madre, pero hasta el momento, no conocían esa información y su jefe tampoco debería saberlo.
—A la organización no se le escapa nada, Melissa. Parece mentira que no se haya dado cuenta de ello todavía. Por cierto, ¿no pensaba informarnos de ese pequeño cambio acontecido en su vida?
—Creí que esa información no era importante para la organización. Mi hogar es mi vida personal.
—Todo lo que tiene que ver con la vida de nuestros agentes incumbe a la organización. Tanto por su seguridad como por la de la organización, debe echar de su casa a sus invitados.
—Lo siento, señor, pero no creo que eso sea necesario. Mi tapadera no se encuentre en peligro. Incluso, si me permite puntualizar, su presencia aquí la hace aún más fuerte.
—¿Eso significa que va a desobedecer las ordenes directas de un superior? —la inquirió Francisco.
—Si lo ve de ese modo, sí —respondió ella sin pensárselo—. ¿Cómo cree que vería la opinión pública que echara a mi novio y a su madre de mi casa en un momento tan duro como es este para ellos? Acataré de buen grado las consecuencias que acarreará mi desobediencia, señor.
Francisco no contestó inmediatamente, se quedó pensativo mientras sopesaba lo que Melissa le había dicho y sobre todo que iba a contestarla.
—Espero que no se le olvidé que a las únicas personas a las que debe lealtad es a nosotros, no a Germán, ni a su madre. Quiero que eso le quede totalmente claro, Melissa —añadió finalmente.
—Lo tengo muy presente, señor —contesto ella—. Esto no se trata de lealtades, se trata de continuar con mi tapadera. Ahora más que nunca, mi posición dentro de esta familia es muy importante.
—Espero por su bien, Melissa, que tengas clara su lealtad. Quiero que comprenda que con sus actos, no solo pone en peligro su vida sino también a toda la organización.
—Si veo que mi tapadera corre peligro, no dudaré en invitarles a abandonar mi casa. Pero mientras tanto...
—¿Mientras tanto...? —le cortó Francisco—. Ese tipo de circunstancias no se pueden prever, Melissa. Ocurren cuando menos se lo espera, sin previo aviso. Pero si persiste con esa actitud que sea con todas las consecuencias, ¿comprende?
—¿A qué se refiere?
—A que en caso de que le descubran, espero que no le tiemble el pulso para eliminar de raíz la amenaza. No podrán quedar testigos, ¿me he explicado con suficiente claridad?
—Lo comprendo y asumo el riesgo. Por cierto, ¿tienen alguna misión para mí?
—No. En sus actuales circunstancias sería complicado que ejecutara alguna sin asumir un excesivo riesgo, algo a lo que no estamos dispuestos. Melissa, tenga cuidado y vigile muy bien sus movimientos. —Por el tono de voz que Francisco había utilizado, era más un consejo que una exigencia—. Ahora, más que nunca, su tapadera debe resistir, cueste lo que cueste.
—Sí, señor. Así será —sentenció ella.
—Bueno, cuando desee comunicarse con nosotros hágalo a través de este canal. Suerte.
—Gracias, señor.
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