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Capítulo 31


El sol inundaba la habitación de Germán, entraba a raudales por el gran ventanal. Melissa se despertó con el suave roce de los dedos de Germán sobre la cicatriz que tenía en su costado derecho. La tocaba con suavidad, como si el simple roce provocara en Melissa un fuerte dolor. La mujer decidió abrir los ojos.

—Buenos días, cariño. ¿Has dormido bien? —Germán la besó tímidamente en los labios y volvió a su postura inicial recostado sobre su lado derecho con su brazo derecho doblado y su cabeza descansando sobre la mano de dicho brazo. La miraba fijamente.

—Sí, hacía tiempo que no dormía tan bien —le contestó ella mientras se desperezaba.

—Tuviste que sufrir lo indecible a mano de esos locos. —Germán cambió la dirección de su mirada de sus ojos a la cicatriz y alguna que otra marca que todavía estaba presente en el cuerpo de la mujer.

—Sí, pero ya es tiempo de intentar olvidar. No saco nada anclándome en el pasado, recordando una y otra vez ese fatal contratiempo —le sonrió—. Rememorando esos días, lo único que consigo es sufrir. Por cierto, ¿qué hora es? —le preguntó cambiando de tema radicalmente.

—Las once.

—¡¿Las once?! —le contestó ella asustada—. ¡Oh no! No puede ser. Es tardísimo. A estas horas, ya tendría que estar en la oficina. —Melissa salió disparada de la cama y comenzó a vestirse de forma apurada—. Tendré que ir con toda la ropa arrugada. ¡Qué desastre!

Germán se levantó de la cama tras ella y se aproximó a la mujer como si de un felino se tratara.

—Hoy es sábado. ¿Para qué necesitas ir a la oficina? —le dijo él al oído mientras la abrazaba por la cintura desde atrás. A continuación le dio un beso casto en el hombro—. Venga Melissa, tómate el día libre. Eres la jefa, puedes hacer lo que quieras, ¿no? Pasemos el fin de semana juntos sin que nadie nos moleste, ¿qué me dices? —apretó tiernamente su agarré entorno a la mujer.

—Tengo que ir a la oficina, de veras. Llevo semanas sin salir de casa y en lugar de atender mi negocio, vine a recuperarte. Por más que me abraces y me des besitos, no voy a cambiar de idea.

—¿Qué diferencia hay entre que vayas hoy o lo dejes para el lunes? —Sus miradas se encontraron a través del espejo.

—Tengo que dar el visto bueno a un proyecto. Y como muy tarde tiene que ser hoy. —Melissa rompió el contacto visual y se subió a sus taconazos.

—¿Eso quiere decir que me vas a dejar solo? —El hombre puso pucheritos.

Melissa se rió.

—Te prometo que en cuanto termine la reunión, volveré aquí rápidamente. —La mujer se giró y le dio un beso rápido en los labios—. Quiera o no, estarás en mis pensamientos toda la mañana. —Melissa volvió a girarse y se evaluó en el espejo.

—¿Por qué? —dijo con cierto toque ofendido en la voz.

—Cariño, no te enfades. ¡Mira como voy a ir a la oficina! —dijo señalando su ropa toda arrugada—. Se supone que soy la jefa y debo dar ejemplo de estilo a mis empleados. Pero hoy, gracias a alguien que yo conozco, seré de nuevo la comidilla de la oficina. —Germán se rió—. Así que mientras yo voy a mi oficina y vuelvo a recuperar su control, tú aprovecha y descansa, que tenemos que recuperar el tiempo perdido.

Cuando Melissa consideró que estaba medianamente presentable, salió de la habitación, cogió su coche y se dirigió a su oficina.





Germán y Melissa pasaron juntos el resto del fin de semana.

El sábado, tras ir a su oficina, la mujer trajo comida y ambos se aislaron del mundo. La tarde noche del sábado y la mañana del domingo, solo existió el uno para el otro. Recuperaron todo el tiempo que hasta ese momento habían perdido. Volvieron a conocer exhaustivamente sus cuerpos.

—No quiero volver a separarme de ti, Melissa. No te vayas, quédate aquí conmigo —le dijo de repente German.

—¿Y vivir aquí con tus padres y contigo? Va a ser que no me gusta la idea. —Germán hizo un pequeño ruido para mostrar su disgusto—. Pensándolo mejor, ¿por qué no vienes a vivir tú conmigo a mi casa? Tengo una casa grande. Hay sitio de sobra para los dos en ella.

—¿Lo estás diciendo en serio, Melissa?

—Sí. Este fin de semana ha sido maravilloso y yo tampoco quiero por nada del mundo que se acabe. ¿Qué te parece si haces una maleta ahora mismo y te vienes conmigo? —Ambos se encontraban en el hall ya que la mujer estaba apunto de salir por la puerta de la casa de Germán.

Él la cogió de la mano y la arrastró contra su cuerpo para besarla apasionadamente.

—Hoy no. Pero mañana me tendrás en tu casa con esa maleta. Antes de abandonar el nido familiar, quiero decírselo a mis padres, es lo mínimo que debo hacer.

—Me parece bien. Entonces hasta mañana, Germán. Estaré mirando el reloj a la espera de tu llegada.

—¿Decir a tus padres qué, Germán?

Mientras la pareja se separaba, la puerta de la casa se abrió y por ella entró Elisabeth.

—Mamá. No os esperaba hasta mañana. —Germán se sobresaltó al ver a uno de sus progenitores.

—Ya ves. Sergio ha llamado a tu padre y le ha pedido que adelantara nuestro regreso. Querida —agregó acercándose a Melissa—, dame un beso. —En ese momento entró por la puerta Borja—. Borja, cariño, mira que grata sorpresa.

Para Borja la presencia Melissa en su casa no era bien recibida. De hecho no le hacía ninguna gracia que estuviera en ella sin estar él presente para vigilar sus movimientos.

—La verdad es que ya me iba —se apresuró a agregar Melissa.

—Sí. Además mamá, como bien has escuchado hace un momento, tengo algo que deciros a ambos. Algo importante para todos.

—Bueno, será mejor que os deje a solas para que podáis poneros al día cuanto antes. Ha sido un placer volver a veros. —Melissa dio dos besos a Elisabeth y a continuación a Borja.

—El placer también ha sido nuestro, Melissa —contestó Borja antes de que su mujer se adelantara—. Tu presencia en nuestro hogar siempre es bien recibida. ¿Por qué no te quedas a cenar?

—Me encantaría, pero mañana he de madrugar y me temo que esa cena se dilataría en el tiempo. Pero en otra ocasión estaré encantada de aceptar esa invitación.

—Por supuesto. Presumo que de ahora en adelante nos veremos más a menudo —contestó Borja.

—Sí, eso parece. Me alegro de haberles visto a ambos. —Melissa se dirigió a Germán y lo besó en los labios—. Nos vemos.

En ese momento Melissa decidió salir de la casa y dirigirse a su coche. Una vez que llegó a él, se acomodó en su interior, encendió el motor y se alejó de aquella casa en dirección a su hogar.





La familia Domínguez se encontraba reunida entorno a la mesa para proceder a cenar. Elisabeth al ver que su hijo no comentaba nada decidió romper el hielo.

—¿Qué es eso que tenías que decirnos hijo? Estamos ahora aquí los tres reunidos. ¿No crees que es un buen momento?

—Preferiría anunciarlo después de terminar de cenar —respondió Germán.

—¿Temes que nos atragantemos? —intervino Borja.

—¿Por qué eres así, papá? —respondió Germán.

—¿Como soy, querido hijo?

—Ofensivo. Siempre eres ofensivo conmigo.

—Porque eres un mal criado.

—Basta ya, por favor —intervino Elisabeth para intentar poner calma entre los dos—. Siempre estáis igual. Sois familia, intentar actuar como tal. Ahora bien, hijo, dinos esa noticia tan importante.

—Me voy a ir a vivir a casa de Melissa.

Borja comenzó a toser como si se hubiera atragantado.

—Esto es inaudito. ¿No lo habíais dejado? —escupió Borja.

—Nunca lo dejamos oficialmente —respondió su hijo.

—Si no te permitió verla durante su estancia hospitalaria. ¿Eso se hace ahora a un novio? En mis tiempos eso significaba que una relación estaba rota.

—Ella estaba rota. No quería ver a nadie.

—Tú eras su novio. Tú debías darla ánimos —insistió Borja.

—¿No apruebas que vaya a vivir con ella?

—Esa chica no me gusta. No es digna de ti —respondió Borja sin tapujos.

—¿Habrá alguna chica digna de mí para tí, padre? Todas tienen algún inconveniente.

—Esta más que ninguna otra, créeme.

—¿Qué tara tiene esta? Ilústranos, por favor. —Borja sopesó la respuesta. Su hijo y su mujer no podían conocer la verdad que él sabía—. Yo te responderé, padre. No tiene ningún inconveniente, solo es que no te gusta ninguna mujer para mí. La que no es modelo, es actriz, la que no es cantante... ¿Qué mujer es digna de mí? Tú escogiste a la que quisiste, yo tengo el mismo derecho.

—Ella no es quien dice ser —respondió finalmente Borja.

—¿Y quién es realmente? Si según tú ella es otra persona, desenmascárala, estás a tiempo. Si me convences, yo mismo romperé nuestra relación. —Germán miró a su padre fijamente pero este no contestó—. Ya veo, pues entonces estáis avisados, mañana me iré a vivir con Melissa. Ahora si me disculpáis me voy a mi habitación. —Germán arrastró la silla, se levantó y comenzó a caminar en dirección a la puerta para abandonar el salón.

—Hijo, ¿no vas a cenar? —se interesó su madre.

—Se me ha quitado el hambre —Germán finalmente abandonó la estancia.

—¿A qué ha venido tal espectáculo? —le preguntó Elisabeth a su marido.

—¿Qué espectáculo?

—El que has protagonizado con tu hijo. Melissa parece buena chicha, no pertenece a la farándula.

—Pues preferiría ahora mismo que volviera con Rosa que siga con esa mujer.

—¿Pero por qué? ¿Qué te ha ocurrido con esa mujer? Es una chica increíble. Es educada, se encuentra en una posición acomodada, ¿qué más quieres?

—Ella no es quien dice ser.

—¿Y quién es entonces? Si conoces algo de ella sospechoso o que no te gusta, transmítenoslo, no te calles.

—Las cosas no son tan sencillas.

—Siempre estás igual. Comienzo a cansarme de tantos secretos. Soy tu mujer, ¿no me merezco confianza por tu parte?

—Hay información que no puedo compartir.

—¿Te das cuenta que por culpa de tus secretos vamos a perder a nuestro hijo?

—Elisabeth, solo te puedo decir que ella no es la mujer que te hace ver. Es peligrosa.

—Me estás preocupando.

—Deberías preocuparte.

—Pero, ¿qué es lo que sabes de ella? ¿Quién es?

—No insistas —le gritó Borja.

—¿Te das cuenta de que suenas como un loco? Siempre ves fantasmas donde no los hay. Crees que todo el mundo se encuentra confabulando alrededor tuyo. Yo también comienzo a estar cansada de tantos secretos. Me casé con un Borja que ya no reconozco en tu persona. Cada día eres más introvertido y estoy harta —Elisabeth también se levantó de la mesa.

—¿A dónde vas? —le preguntó Borja—. ¿No vas a cenar?

—Se me han quitado las ganas también. Buenas noches.

Elisabeth abandonó la sala al tiempo que la asistenta entraba en el salón con la cena.

—Hoy solo cenaré yo, Flor —explicó Borja a su asistenta—. Puedes retirar los cubiertos de ambos. Te informo que mañana tendrás más trabajo. Borja se va a vivir a casa de su pareja, habrás de ayudarle en la confección de su equipaje.

—No habrá problema, señor —contestó ella mientras recogía los cubiertos de los dos comensales ausentes.

—¿Por qué las personas a las que más amamos no son capaces de confiar en nosotros de forma ciega?

—No lo sé, señor —respondió escuetamente ella.

—Puedes retirarte, Flor. Gracias por todo.

—De nada, señor.

Flor abandonó el salón y dejó a Borja cenar solo con sus pensamientos.

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