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Capítulo 30

Tras recuperarse de las heridas ocasionadas por el accidente, Germán recuperó poco a poco la normalidad de su vida. Una de las cosas que no había dejado de hacer era ir a la cafetería donde él y Melissa quedaban para tomar juntos un café antes de retomar sus respectivos trabajos tras el período libre del almuerzo. El hombre, no había perdido la esperanza de encontrarse con ella en aquel lugar, era la única forma que tenía de sentirse cerca de ella.

Cuando la vio entrar por la puerta ese día, el rostro se le iluminó. No sabía si era real o su mente le estaba jugando una mala pasada como en otras ocasiones le había ocurrido.

Melissa le sonrió al entrar y él le devolvió el gesto. Era una mujer hermosa, tenía el pelo largo, liso, sedoso y lo llevaba suelto como a él tanto le gustaba. Iba vestida de forma informal: unos pantalones vaqueros color negro y una camisa rosa pálido que él mismo le había regalado unos días antes de su accidente y del terrible secuestro que había sufrido ella. Para finalizar el conjunto, llevaba unas sandalias de cuña, con las que conseguía crecer 6 ó 7 centímetros. Se movía segura y resuelta. Tras su paso los hombres se giraban para continuar embebiéndose de su presencia. La mujer se acercó a la mesa sin prestar atención a ninguno de los hombres que la miraban, solo tenía ojos para Germán y eso a él le encantaba. Finalmente llegó a su mesa y se sentó enfrente de él.

—Gracias por venir, Germán —le dijo ella a modo de saludo.

—Es un placer volver a verte, Melissa. Para mí no ha sido ningún inconveniente venir, a fin de cuentas, no he dejado de hacerlo en todo este tiempo. Te he echado mucho de menos, y venir aquí me hacía sentir que estaba algo más cerca de ti. —Germán tocó suavemente los dedos de Melissa, ella no repelió el contacto.

—Yo también te he echado de menos aunque no lo creas —le contestó ella mirándole directamente a los ojos.

—¿Qué desean tomar? —les interrumpió el camarero.

Melissa al oír la voz del empleado retiró su mano de encima de la mesa.

—Un café vienes, gracias —contestó Melissa rápidamente.

—Para mí que sea un irlandés —agregó Germán.

El camarero les dejó de nuevo a solas.

—La verdad es que no sabía como ibas a reaccionar ante mi llamada después de no haber contestado durante tanto tiempo yo a las tuyas y habiéndote devuelto todos y cada uno de los regalos que me enviaste —prosiguió Melissa.

—Como bien te dije, no te abandonaría tan fácilmente sin antes no haber luchado por ti. Para serte sincero, todavía me quedaban muchas propuestas en el tintero antes de que eso ocurriera.

Melissa le sonrió tímidamente.

—Siento terriblemente el daño que te he podido causar al haber cortado nuestra relación tal y como lo hice. En ese momento —Melissa paró su discurso, tomó aire y cuanto sintió que las fuerzas le volvían, continuó—, sentí que era lo mejor para nosotros, pero sobre todo para ti.

—Lo entiendo, no te preocupes. Ciertamente comprendo que necesitaras tiempo después de lo que te paso. Tuviste que pasarlo fatal, casi tres días secuestrada, además de todo el sufrimiento que te debieron causar esos desalmados. Yo en tu lugar, no sé si estaría tan recuperado como lo pareces estar tú.

—Gracias por ser tan comprensivo conmigo. —Melissa le cogió la mano izquierda con sus manos—. ¿Qué tal van los rodajes?

—Bien. La serie tiene mucha acogida entre el público. ¿Sabes qué tengo un club de fans? —Germán sonrió—. Estoy muy contento. La cadena ha renovado la serie por una temporada completa más. Así que aunque nos toque rodar a contrarreloj, el equipo esta eufórico como te podrás imaginar. De hecho —dijo mirando su reloj—, dentro de una hora tengo que estar en el estudio.

—Me alegro de que todo te vaya bien, te lo mereces. —La joven decidió cesar su contacto con Germán.

—Y ahora entrando tú de nuevo en mi vida, puedo afirmar que soy el hombre más afortunado del mundo.

El camarero se aproximó de nuevo a la mesa trayendo consigo los cafés. Tras dejarlos, regresó a la barra.

—¿No crees que te estas precipitando un poco, Germán? Simplemente estamos tomando un café.

—Eso podemos solucionarlo ahora mismo. Te invito a cenar. ¿Te apetece qué reserve una mesa en el restaurante Miramar? Sé cuanto te gusta ese sitio.

Melissa sonrió.

—Sí, me encanta ese restaurante. Tiene unas vistas magníficas de la ciudad y de la bahía. Pero tengo que rechazar la invitación, lo siento. No estoy preparada para retomar el acoso de los paparazzis.

—Lo comprendo —dijo pensativamente Germán ante la negativa de la mujer—. ¿Y si te propongo algo más íntimo? Una cena en un sitio dónde los paparazzis no pueden entrar, ¿aceptaría entonces?

—¿En qué estás pensando? —Melissa se acercó más a la mesa y se inclinó sobre ella para que nadie más pudiera escuchar su contestación.

Germán, por su parte, la imitó.

—Mis padres se fueron ayer de viaje por temas diplomáticos. Tenemos toda la casa libre para nosotros y sin riesgo de periodistas a la vista. ¿Qué me dices? —Germán la habló prácticamente en susurros. Sus caras estaban muy próximas.

—Me parece perfecto —contestó Melissa finalmente tras unos segundos pensando su contestación—. ¿A qué hora quieres que vaya?

—¿A las nueve, te parece bien?

—Perfecto, allí estaré.

En el último momento, Germán se acercó más a Melissa y le dio un besó rápido en los labios sin que ella lo esperara, ni le diera tiempo a retirarse.





A las nueve en punto, Melissa llegó a la casa familiar de los Domínguez. La casa de noche, así iluminada, era imponente.

Estacionó el coche enfrente de la puerta principal, justo enfrente de las escaleras en forma de cascada. Antes de salir del vehículo, cogió la botella de vino que traía como presente. Tras salir del coche, cerrarlo y meter las llaves en su bolso, hecho un último vistazo a la casa. Melissa, quisiera o no, tenía cierto nerviosismo, esta no era una cena normal. Del que saliera bien iba a depender mucho que la misión posterior aconteciera satisfactoriamente. Cuando creyó que ya estaba preparada, exhaló un aire que hasta ese momento no se había percatado que lo había retenido, subió las escaleras y llamó al timbre de la casa.

Ding, dong.

Nadie abrió la puerta. Tras un rato de espera prudencial decidió volver a llamar.

Ding, dong.

A la segunda llamada, la puerta se abrió, pero en lugar de ser una de las asistentes de la familia, como cabría esperar, el que abrió la puerta fue el propio Germán con un delantal mientras se secaba las manos con un trapo que llevaba atado a él.

—Había olvidado lo puntual que eres siempre. —La dio dos besos en la cara—. Pasa, por favor.

—Toma —le dijo Melissa entregándole la botella de vino—. Es un pequeño presente para agradecerte la invitación.

—No era necesario. —Germán cerró la puerta tras la mujer—. Por si no lo sabías, mi padre posee una de las mejores bodegas del país. Bodega que hoy podríamos asaltar sin que se diera cuenta. Pasa, pasa —la invitó a pasar al salón—. Siéntate como en tu propia casa. Yo tengo que volver raudo y veloz a la cocina, no vaya a ser que después de todo lo que he trabajado, se me queme ahora la cena. —Germán volvió a la cocina sonriendo. Si todo salía según lo previsto recuperaría a la mujer de sus sueños, como no iba a estar feliz en aquellos momentos.





—¡Voilà! Hojaldres de salmón. —Germán sirvió los hojaldres—. Sé que no tienen la misma presentación que los del restaurante Miramar pero lo importante es el sabor, ¿no? Espero que te gusten.

—Seguro que estarán exquisitos. —Melissa no pudo contener la risa al ver el hojaldre. Estaba claro que la cocina no era el punto fuerte de Germán, pero al menos esperaba que el sabor no estuviera ligado a la presentación.

La mujer cortó uno de los hojaldres y se llevó un trozo a la boca bajo la expectante mirada del cocinero.

—Mmmmm. Está riquísimo. —La mujer puso cara de estar buenísimo.

—Me alegro. Me ha costado un mundo el poder hacerlos. Hoy quería lucirme. Antes de invitarte, había dado el día libre al servicio, así que no era plan de aguarles el día a última hora. —Germán cortó también uno de sus hojaldres y se llevó un trozo a la boca—. ¡Agg! Pero que mal saben, por Dios.

Germán escupió el trozo de hojaldre en el plato. No tuvo valor para tragárselo. Melissa se rió de la situación.

—Está claro que lo tuyo no es la cocina, Germán —sentenció la mujer mientras dejaba los cubiertos sobre el plato.

Los dos no pudieron contener la risa y se rieron con ganas.

—Bueno, al menos hemos podido comer los entremeses y el primer plato — contestó él.

—Lo más importante de una buena cena, no es la comida, sino la excelente compañía —agregó ella de forma zalamera.

Germán decidió recoger los platos con el hojaldre de salmón ya que no había tenido mucha aceptación. A la vuelta, trajo consigo una deliciosa tarta Selva Negra.

—Con este plato, no te preocupes, no he arriesgado. Simplemente la he comprado. No temas por tu integridad física.

Ambos terminaron sus postres inmersos en una envolvente conversación. A continuación, recogieron juntos la mesa.

—¿Te apetece bailar? —le invitó Germán a Melissa.

—¿De veras?

German la cogió de la mano y la llevó de nuevo al salón. Tras utilizar un mandó, una canción comenzó a sonar por el hilo musical. Ambos comenzaron a bailar una canción lenta.

—Echaba de menos sentirte tan cerca... —agregó Germán.

Melissa no contestó, únicamente acercó más su cuerpo contra el del hombre. German decidió quitar la mano que apoyaba en la espalda de la mujer y la cogió la barbilla. Tras comprobar que ella no repelía sus caricias, se inclinó y la besó tiernamente para a continuación besarla apasionadamente. Entre ellos volvió a surgir la chispa del amor y el deseo. Esa chispa que solo el fatal destino había conseguido apagar. Germán no quería que ese fuego se extinguiera, haría lo que fuera necesario para avivarlo. El lo deseaba y parecía que Melisa también lo había estado anhelando.





Melissa salió de la cama de Germán cuando este se encontraba profundamente dormido. Antes de abandonar la habitación, se puso la camisa de este. Abrió la puerta del dormitorio despacio para no despertarlo y la cerró con el mismo sigilo.

A continuación se encaminó a las escaleras y las descendió sin hacer ruido. Cuando llegó al hall se dirigió directamente a la puerta del despacho de Borja. Antes de abrirla, comprobó que no hubiera nadie por la zona. Era pura mecánica, ya que sabía de sobra que en la casa solo se encontraban ellos. Al accionar la manilla, la puerta se abrió. Borja, antes de marchar, no la había cerrado, se sentía muy seguro en su fortaleza infranqueable.

Melissa entró en el despacho y cerró la puerta. Encendió una de las lamparas de pie y se dirigió al escritorio. Allí se encontraba el ordenador que ella tanto necesitaba encontrar y por el que ella se encontraba de nuevo en aquella casa.

Se sentó en el caro y cómodo sillón de Borja. Por fin estaba delante de ese preciado ordenador. Melissa se quitó su collar. Giró su colgante y lo introdujo en uno de los puertos de la computadora. En el collar se encendió una luz roja. Según le había dicho Tania, ella no debía encender ni siquiera el ordenador para que dicho dispositivo hiciera su cometido. Cuando el programa que contenía en su interior se instalará, esa luz pasaría de color rojo a verde, eso la indicaría que podía recuperar de nuevo su colgante y volver a la cama para continuar con su magistral actuación.

Mientras esperaba, Melissa pudo ver las fotos que tenía Borja en su escritorio. Todas eran fotos familiares, instantáneas donde se le veía relajado rodeado de los suyos. Según parecía, reproducían importantes momentos familiares. En ellas no se podía intuir, ni por asomo, la maldad que aquel hombre atesoraba en su interior. Una de ellas retrataba el día de su boda, en otra se podía ver a un Germán adolescente recogiendo una medalla y en la última, para asombro de Melissa, posaban dos parejas una compuesta por Elisabeth y el propio Borja y la otra eran Germán y ella misma. ¿Por qué Borja tenía en su escritorio personal una foto en la que ambos salían? ¿Habría aceptado que formara parte de su vida? ¿O por el contrario tenía aquella foto en su escritorio para recordarse cada día que ella era una verdadera amenaza para él y que nunca debía olvidarlo?

Cuando el programa finalmente se instaló, recuperó su colgante, lo giró para que recuperara su forma original y se lo volvió a colgar alrededor de su cuello. A continuación, se levantó del sillón y abandonó la estancia dejándola igual que antes de haber irrumpido en ella. En ese momento, comenzó a deshacer el camino andado. Subió las escaleras y entró nuevamente en el dormitorio de Germán. Se quitó la camisa dejándola donde la había cogido, se metió en la cama y por fin, permitió que el sueño se apoderara de ella. 

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